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Arquitecturas del narco

“¿Vamos a ver casas de narcos y nos fumamos un porro?”. Uno de mis pasatiempos cuando era un adolescente en la ciudad de México era montarme al coche de mi amigo Página y pasear por la urbanización en la que vivía –muy popular entre los traficantes– mientras nos fumábamos un canuto.

“¿Vamos a ver casas de narcos y nos fumamos un porro?”. Uno de mis pasatiempos cuando era un adolescente en la ciudad de México era montarme al coche de mi amigo Página y pasear por la urbanización en la que vivía –muy popular entre los traficantes– mientras nos fumábamos un canuto.

“¿Vamos a ver casas de narcos y nos fumamos un porro?”. Uno de mis pasatiempos cuando era un adolescente en la ciudad de México era montarme al coche de mi amigo Página y pasear por la urbanización en la que vivía –muy popular entre los traficantes– mientras nos fumábamos un canuto. Reconozco que no era la mejor idea, mezclar maría y volante, aunque era “seguro”: la policía rara vez entraba, solo había vigilantes privados, y era un gran viaje deleitarse con la arquitectura autóctona. ¿Cómo sabíamos que eran casas de narcos? Se notaba; a los narcos les encanta construir a lo grande: si había columnas de mármol griegas, domos o esculturas de oro en la entrada, asumíamos que pertenecían a algún traficante. El tiempo solía darnos la razón y, de vez en cuando, la policía entraba a la urbanización para clausurar y precintar alguna de esas viviendas. A continuación, presentamos un compendio de las obras cumbre de la arquitectura de narcos.

 

Hacienda Nápoles (Antioquía, Colombia)

Cebras, hipopótamos, tigres, leones y rinocerontes eran algunos de los mil novecientos animales que tenía Pablo Escobar en la extravagante Hacienda Nápoles, en Antioquía. Los lugareños podían visitar el zoo sin costo alguno y acceder así a una parte de las tres mil hectáreas que tenía la finca. Sobre el arco que delimita la entrada a la propiedad todavía hay una avioneta en la que, presuntamente, Escobar envió su primer cargamento a Estados Unidos. A finales de los setenta, el Patrón gastó sesenta y tres millones de dólares en adquirir los terrenos. Después trajo máquinas, con las que cortó montañas e hizo diecisiete lagos artificiales. El día de la inauguración contrató a un equipo de televisión extranjero para hacer un documental sobre el gran evento. La vivienda tenía una plaza de toros y un campo de fútbol, en el que traía a jugar a sus amigos de la selección colombiana. Evidentemente, tenía helipuerto y también una pista de aterrizaje, por la que enviaba cargamentos, entre tres o cuatro al día. La Hacienda Nápoles es ahora un parque temático sobre el narco que se puede visitar.

 

La Casa de las Mil y una Noches (Hermosillo, México)

Como su nombre indica, era un palacio árabe que ocupaba una manzana en la exclusiva colonia Pitic, de Hermosillo, México. Además de piscina, jacuzzis y acabados de lujo, tenía un túnel que desembocaba en otra casa. Su propietario, el narco Amado Carrillo Fuentes, apodado “el Señor de los Cielos”, no llegó a habitarla porque la policía mexicana la incautó en 1993, antes de que se la entregaran. Además de atracción turística, el gobierno la convirtió en una residencia de ancianos, pero Carrillo recurrió la decisión en los tribunales, que le dieron la razón y le devolvieron la propiedad. El Señor de los Cielos murió en 1997 y, durante las siguientes décadas, el sueño árabe fue habitado por indigentes y yonquis, que saquearon la casa y la decoraron con grafitis.

 

Frankie Oh! (Mazatlán, México)

A finales de los ochenta se anunciaba como la disco-safari más grande del mundo. El Frankie Oh!, en Mazatlán, ejemplifica las fantasías arquitectónicas de un narco. Su dueño, Francisco (Frankie) Rafael Arellano Félix, no escatimó en gastos al poner los suelos de mármol y comprar un par de tigres para traer el glamour al puerto sinaloense. Las exhibiciones con motos y autos de lujo –frecuentemente conducidos por el propio Francisco– eran comunes en este lugar. También traía a los artistas más populares del momento, como Luis Miguel y Gloria Trevi, y se celebraban peleas de box en las que el campeón Julio César Chávez era la principal atracción. El Frankie Oh! cerró en 1993, cuando la policía empezó a perseguir el cártel de Tijuana, al que pertenecía Arellano Félix. Frankie murió como vivió, en una fiesta, la de su cumpleaños sesenta y cuatro: ese día de octubre del 2013, un sicario disfrazado de payaso le metió media docena de tiros en el cuerpo.

 

Mansión en la favela (Río de Janeiro)

Luciano Martiniano da Silva, “Pezao”, no solo era uno de los capos de una favela en Río de Janeiro, también es belieber. Lo supimos el día en que la policía incautó su casa en noviembre del 2010. Un gigantesco cuadro de Justin Bieber dominaba la decoración de la habitación principal. Los agentes encontraron una mansión de cuatro plantas en medio del Complexo do Alemão. Además de acabados de lujo y televisores en todas las habitaciones, lo más llamativo era el roof garden, con jacuzzi y piscinas con vistas a la favela. Antes de huir, Pezoa disparó a varios electrodomésticos y televisores para evitar que fueran subastados, como suele pasar con las propiedades decomisadas al narco. No se pudo llevar una tonelada de maría que almacenaba en una nevera gigante.

 

La Casa Blanca (Staten Island)

Como jefe de la familia Gambino, la más poderosa del crimen organizado de Nueva York, a Paul Castellano le pareció apropiado edificar una replica de la Casa Blanca en una finca de Staten Island. Toda la casa estaba revestida de mármol traído de la Toscana, y contaba con diecisiete habitaciones, ocho baños y un apartamento para invitados. En el exterior tenía una piscina olímpica, un jardín inglés y una pista para jugar al bocce, una especie de petanca italiana. Castellano pagó tres millones de dólares por edificar la mansión en 1981, y en los últimos años de su vida se convirtió en un ser paranoico que prácticamente no salía de su Casa Blanca. Desde su Despacho Oval y ataviado con una bata de seda, atendía los asuntos de la mafia hasta su asesinato en diciembre de 1985.

 

El Majestic (Nueva York)

Los mafiosos no edificaron el Majestic, un icónico rascacielos de Manhattan con vistas a Central Park desde la Quinta Avenida, pero es un lugar obligado para un narco tour. Allí vivieron, entre otros, Lucky Luciano, Meyer Lansky y Frank Costello, los primeros mafiosos italoestadounidenses que empezaron a traficar con heroína. El Majestic también ha visto acción en su interior, dado que en 1957 intentaron asesinar a Costello en el lobby del edificio. Ese día, los pistoleros de Vincent Gigante fallaron, y solo destrozaron la lámpara de araña que dominaba la estancia.

 

Monstruo rosa (Ciudad de México)

La casa de Zhenli Ye Gon no era la más lujosa del exclusivo barrio de Las Lomas, en Ciudad de México. Probablemente era la más fea, según el periodista del New York Times Damien Cave, quien la recorrió en el 2012 y la describió como “un monstruo rosa de tres plantas”: tenía piscina climatizada con el techo de cristal y pista de tenis. Lo llamativo de la mansión, sin embargo, estaba entre las paredes, de las que los agentes sacaron doscientos millones de dólares en billetes. Las autoridades mexicanas sostienen que Ye Gon, un farmacéutico de nacionalidad china, era socio del Chapo Guzmán e importaba químicos para fabricar metanfetaminas.

Art Narcó
Pablo Escobar, por Botero

Muchos traficantes son aficionados al arte. El periódico mexicano Reforma publicó que entre 2006 y 2012 el Gobierno había decomisado ciento noventaiuna obras de arte, entre las que había obras de Diego Rivera, Rufino Tamayo y el Dr. Atl. A muchos narcos, además, les gusta mandar a hacer murales que recreen sus gestas, en los que no escatiman en incluir sembradíos de maría, avionetas y AK-47. Otros narcos, en cambio, prefieren convertirse en coleccionistas de arte contemporáneo, dado que es un mercado ideal para lavar dinero. Héctor Beltrán Leyva, miembro de un sanguinario cártel de la droga mexicana, vivió durante muchos años en la turística San Miguel de Allende, en donde se hacía pasar por marchante de arte sin levantar sospechas por su nivel de vida.

En Colombia, Pablo Escobar adquirió cuadros de Dalí y Picasso, entre otros, para lavar dinero. En 1988 estalló un coche bomba en una de sus casas. Escobar se salvó, pero se lamentó en la prensa que la explosión había destrozado un cuadro de Botero, algo que horrorizó al artista y le pidió al director de un periódico que escribiera un editorial sobre la “repugnancia” que le producía que Escobar tuviera una de sus obras. “Mi amigo periodista –relató el artista– me pidió entonces que después de escribir, me fuera del país por seguridad, y así lo hice, empaqué y me fui para Europa”. Dos de los cuadros más famosos de Botero, de hecho, abordan la muerte de Escobar.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #227

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