Durante la década de los ochenta fue uno de los principales productores de crack de Estados Unidos. La droga la producía con la cocaína que le vendía la CIA, que buscaba así financiar a un grupo paramilitar que derrocase al gobierno comunista de Nicaragua. Ross amasó una enorme fortuna, compró decenas de propiedades a lo largo del Freeway 110 que atraviesa Los Ángeles –y de donde le proviene el mote–. Tras ser condenado a cadena perpetua, logró que le redujeran la pena y solo pasó veinte años en prisión. Desde el 2009 es un hombre libre.
Ross nació en 1960 en Texas, pero con tres años se mudó con su madre a South Central, una zona deprimida de Los Ángeles y habitada fundamentalmente por afroamericanos. En este barrio nacieron los Crips, una de las pandillas más peligrosas de Estados Unidos (y que en la actualidad tiene unos treinta mil miembros). Los Crips y sus archienemigos, los Bloods, se disputaron territorios de la ciudad durante los ochenta y noventa, generando una ola de crimen. Cuando Ross llegó a la ciudad, era ajeno a todo esto. Durante su paso por el instituto un día uno de los Crips, por razones que no están del todo claras, le apuntó con una pistola cuando dejaba los libros en su taquilla. Sus compañeros lograron rebajar la tensión para que no le disparasen, pero el incidente marcó a Ross, quien juró que nunca se uniría a ninguna pandilla.
Como alternativa al hampa, el futuro capo empezó a jugar al tenis y se apuntó a una clínica en un parque cercano. El deporte se le daba bien, y a los trece años fue reclutado para jugar en la escuela de Dorsey, en un barrio residencial pudiente conocido como el Beverly Hills de los negros. Terminó la escuela en este colegio y, según su leyenda, Ross podría haber ido a la universidad con una beca. Sin embargo, le retiraron la oferta cuando se percataron de que era analfabeto. A Ross le flipaban los coches lowriders, customizados y con un mecanismo hidráulico que les permitía “bailar”. Así que en 1978 se matriculó en un curso de Formación Profesional de tapicería de automóviles.
Para poder pagar su nuevo hobby, él y un amigo abrieron un taller mecánico. También empezó a robar coches –con una banda apodada los Freeway Boys, porque robaban a lo largo de la Ruta 110–. En 1982, fue arrestado por primera vez por robo de autopartes. Quedó libre tras pagar una fianza y, según su relato, mientras esperaba el juicio le llamó uno de sus amigos del barrio, un tal Mike, quien le mostró lo que era el crack. También le presentó a otro conocido, Martin “el Chulo”, quien le enseñó lo que era el crack y cómo cocinarlo. El crack, o base, se cocina disolviendo la cocaína en polvo en agua y amoniaco. Posteriormente, se hierve hasta que se convierte en una piedra, la cual se parte en trozos y se vende.
Es una droga sumamente adictiva y que se hizo muy popular durante la década de los ochenta entre las comunidades afroamericanas estadounidenses. Mientras que un gramo de coca se vendía por unos cien dólares, algo impagable para las personas marginadas, una piedra de crack se cotizaba entre cinco y veinte dólares. Ross empezó a expandir el negocio. En una entrevista que concedió a la revista Esquire en el 2013, relató que empezó a recorrer los barrios de Los Ángeles buscando dealers. No le importaba que fueran crips o bloods, se les acercaba con una propuesta: les daba cien dólares de crack y les decía que lo podían vender por trescientos. Si les interesaba, les enseñaba a cocinar crack y abrían así una “franquicia”. “Yo no era un crip o un blood –explicó Ross–, era el hombre con la droga y la oportunidad”.
La Contra
"La CIA puso en marcha un absurdo plan para acabar con el comunismo en Nicaragua: venderían cocaína en Estados Unidos y con las ganancias comprarían armas para financiar la Contra"
Conforme fue prosperando, conoció a un nicaragüense llamado Óscar Danilo Blandón, quien había tenido que huir del país tras la revolución sandinista de 1979. Aunque en su país era un director de marketing, en Estados Unidos se convirtió en una especie de narcotraficante a sueldo de la CIA. En esos años, la agencia de inteligencia estadounidense puso en marcha un absurdo plan para acabar con el comunismo en Nicaragua: venderían cocaína en Estados Unidos y con las ganancias comprarían armas para financiar la Contra, un grupo paramilitar que operaba desde Honduras y que buscaba acabar con el régimen sandinista.
Blandón le proporcionó a Ross toda la droga que pudo imaginar y, a los veintitrés años, este era un millonario con decenas de propiedades a lo largo del Freeway 110, entre los que había apartamentos, un motel (que dirigía su mamá) y un equipo de baloncesto semiprofesional. Sus trabajadores llevaban walkie-talkies. Vestía siempre un chaleco antibalas y una nueve milímetros. Sin embargo, Ross era relativamente discreto en el vestir y viajaba en un coche de segunda mano. “En lugar de comprar cosas lujosas, cogí mi dinero y compré más droga”, explica en su biografía. Entre 1982 y 1989, según la Fiscalía, Ross compró tres toneladas de cocaína. Su negocio generaba unos novecientos millones de dólares anuales (dos mil quinientos millones en dólares de hoy). Durante su apogeo llegó a distribuir en cuarenta y dos ciudades de Estados Unidos.
La Policía lo detuvo por primera vez en 1990 por tráfico de drogas. Aunque le condenaron a diez años de prisión, salió libre al cabo de cinco porque colaboró con la Fiscalía en un caso para descubrir la corrupción al interior de la Policía. Durante su estancia en prisión, con veintiocho años, aprendió finalmente a leer. Nada más quedar libre, Ross recibió una llamada de Blandón, su socio nicaragüense. Le propuso comprar un alijo de trescientos mil dólares y él aceptó sin saber que Blandón estaba colaborando con la Fiscalía para detenerlo. El juez le condenó a cadena perpetua, dado que era el tercer delito que cometía relacionado con el tráfico de drogas.
Durante su segunda estancia en prisión, Ross se dedicó a leer. Primero libros de autoayuda y de negocios. Posteriormente, empezó a leer libros de derecho. “Empecé a leer de la misma manera que vendía drogas. Cuando abría la biblioteca cada mañana estaba en la fila. Si me quedaba sin comer, me quedaba sin comer. Todo mi dinero lo usaba en hacer fotocopias porque no nos podíamos llevar los libros a las celdas”, relató a Esquire. Durante su estancia en prisión asegura que leyó trescientos libros.
En una de sus lecturas jurídicas se percató de que había un error en el procedimiento que le había condenado a cadena perpetua. Tras presentar su caso ante un juez, este le redujo la condena a veinte años, aunque salió libre tras catorce, en mayo del 2009. Desde su liberación ha mantenido un alto perfil mediático, dando entrevistas, escribiendo libros y montando su página web. En el 2015, le detuvieron y le encontraron cien mil dólares, que las autoridades sospechaban provenían del tráfico de drogas. Ross alegó que era dinero para comprar una casa, producto de sus regalías. Tenía razón, porque las autoridades le retiraron los cargos.