“Hay una política de tolerancia cero con respecto a los delitos relacionados con las drogas”, advertía el Ministerio de Asuntos Exteriores británico en su página web a los ciudadanos que pensaban viajar a Catar para el Mundial de fútbol celebrado en diciembre pasado. “Incluso los pasajeros que estén haciendo escala y que lleven una cantidad de drogas residual pueden ser arrestados”, continuaba el aviso. Las webs de los ministerios de exteriores de numerosos países se llenaron de avisos similares, recordando también que no se puede transportar alcohol ni pornografía. En Catar, la pena por traficar con drogas es de hasta veinte años de cárcel, y quienes reinciden se enfrentan a cadena perpetua o a la pena de muerte.
No es el único país de Oriente Medio con penas por narcotráfico draconianas, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes, por ejemplo, tienen leyes muy similares. Dicha política no significa que no se consuma droga; se hace a precios desorbitados. La Oficina contra las Drogas y el Delito de la ONU (UNODC) elabora estadísticas con el precio medio al que se vende un gramo de cocaína en diversos países del mundo. Los dos más caros son Arabia Saudí (un gramo cuesta 533 $) y los Emiratos Árabes (401 $), cifras que contrastan con los 66 $ que se pagan, en promedio, en España. Este precio obedece al riesgo asociado a transportar la drogas hasta allá.
Las autoridades cataríes detectaron la presencia del cártel de Sinaloa y del de Jalisco Nueva Generación desde el 2017. El periodista Óscar Balderas, del periódico Milenio, explica que con miras al Mundial de fútbol esos cárteles mexicanos hicieron una alianza con Hezbolá, el grupo terrorista chií, para utilizar sus rutas y transportar la cocaína desde América hasta Oriente Medio a cambio de un porcentaje de las ventas de los mexicanos allí. Desde hace décadas, Hezbolá se dedica al narcotráfico, en concreto a la producción de captagón, y según algunas agencias de inteligencia durante años fue el principal productor mundial de esta potente droga.
El captagón es una de las drogas más consumidas en Oriente Medio, un negocio que genera unos seis mil millones de dólares anuales. La prensa la llama “la coca de los pobres”, porque una pastilla cuesta entre uno y veinticinco dólares. La fenetilina, sustancia activa del captagón, fue sintetizada por primera vez en Alemania en la década de los sesenta para tratar la depresión y la narcolepsia; quien la consume es capaz de mantenerse despierto durante treinta y seis horas. Las autoridades sanitarias occidentales la retiraron del mercado en la década de los ochenta cuando se percataron de la adicción que generaba entre sus consumidores, pero se siguió sintetizando de forma ilegal.
Existen tres perfiles de consumidores. Uno de ellos es el de trabajadores inmigrantes que utilizan la droga para suprimir el apetito y poder aguantar las brutales jornadas de trabajo bajo el sol de Oriente Medio, donde en los meses de verano las temperaturas superan los cuarenta grados a la sombra. El diario The Guardian reveló que en la construcción de la infraestructura del Mundial murieron al menos seis mil quinientos trabajadores entre el 2010 y el 2020, aunque la cifra puede ser mucho mayor y numerosos medios han publicado sobre el consumo de captagón entre inmigrantes en estos países. Los otros perfiles de consumidores son soldados –también lo llaman “la droga de los yihadistas”– y, por último, entre jóvenes saudíes de familias pudientes.
La meca
Es muy posible que el tráfico de captagón sea el principal ingreso de la economía siria, o más bien de la del presidente Al Assad y su familia
La meca del captagón es Arabia Saudí. Los especialistas en narcotráfico destacan que, en el último lustro, el reino saudí se ha convertido en la capital mundial de esta droga. En septiembre pasado, las autoridades locales hicieron el mayor decomiso de captagón en su historia cuando descubrieron un alijo de cuarenta y seis millones de pastillas escondidas en sacos de harina. Según las autoridades locales, en los último ocho años han decomisado setecientos millones de pastillas provenientes del Líbano. En el 2021, después de que descubrieran un alijo de cinco millones de pastillas de captagón escondidas en un envío de granadas libanesas, el reino saudí suspendió las importaciones de frutas y verduras desde aquel país.
A principios de la década del 2000, el principal centro de producción estaba en el valle de Bekka, en el sur del Líbano, una zona controlado por Hezbolá y famosa también por sus plantaciones de marihuana y por su hachís. La tesis central del gobierno saudí es que Hezbolá, que es chií, está intentando acabar con el reino saudí –suní–, y por ello se dedica a inundar sus calles de captagón –una acusación que la organización terrorista niega–. En el 2015, un príncipe de la familia real saudí (Abdulmohsen bin Walid Bin Abdulaziz Al Saud) fue detenido, junto a otros cinco ciudadanos saudíes, en el Líbano con un cargamento de dos millones de pastillas escondidas en su jet privado.
La guerra civil en Siria, que se desató en el 2011, disparó la producción de captagón. Los traficantes vendían sus pastillas a los soldados del ejército sirio y del ISIS para que pudieran ser más valientes (eufemismo de salvajes) en el campo de batalla. Conforme se prolongó la guerra, algunas personas aprovecharon que había fábricas farmacéuticas que no estaban siendo utilizadas por la guerra (y farmacéuticos desempleados) y empezaron a producirla. Siria era el lugar ideal para producirla debido a su acceso al Mediterráneo, a que colinda con Arabia Saudí y con las rutas que utilizan los narcotraficantes en Jordania, el Líbano e Irak.
Es muy difícil estimar el volumen de negocio que supone el captagón. Sin embargo, si tomamos los decomisos, en el 2021 se descubrieron doscientos cincuenta millones de pastillas en todo el mundo. Esa cifra es dieciocho veces más alta que lo decomisado en el 2017, según un reportaje del New York Times. Las autoridades estadounidenses consideran que Siria es un narcoestado y han ido imponiendo sanciones al presidente Al Assad, sus familiares y amigos, a quienes señalan por dedicarse al tráfico de captagón. En marzo pasado, por ejemplo, dos primos de Al Assad fueron acusados de narcotráfico y se les congelaron sus cuentas en el extranjero.
Las autoridades creen que el capo de las drogas sirio más importante es Maher Al Assad, el hermano menor del presidente. Es quien encabeza la Cuarta División Acorazada del Ejército sirio, un grupo de élite que, según las autoridades estadounidenses, protege las fábricas donde se fabrica el captagón; también aseguran que en algunos de sus cuarteles se producen las pastillas. Los laboratorios son pequeños, se requieren un par de trabajadores que mezclen los químicos y después emplean una prensa artesanal para fabricar las pastillas –que llevan dos lunas crecientes–. Es muy posible que el tráfico de captagón sea el principal ingreso de la economía siria, o más bien de la del presidente Al Assad y su familia.
La huella del captagón se ha empezado a extender y las autoridades europeas han decomisado algunos alijos importantes. En el 2019 encontraron treinta y cuatro millones de pastillas en Grecia y un año después, un alijo de ochenta y cuatro millones de pastillas en Italia, con un valor de mercado de mil millones de euros.