Los miembros de las maras salvadoreñas no fueron los primeros en tatuarse para indicar su pertenencia a una organización criminal. De hecho, la historia entre las marcas de tinta y el crimen tiene un historial antiquísimo que se remonta a la época del Imperio romano. Desde el siglo vi aC, a los ladrones les tatuaban, a la fuerza y en la frente, las iniciales FVR (que significan ‘ladrón’ en latín) o la K si el delito que habían cometido era el de calumniar. Una vez salían de prisión, la marca les seguía por siempre. De hecho, en la antigua Roma se comercializaban una especie de parches color piel (el antecesor del peluquín, quizás) para que los delincuentes (o los esclavos, a quienes también tatuaban a la fuerza) pudieran ocultar su origen; al igual que los peluquines, no eran muy eficaces. En los siglos xvii y xviii, la misma práctica se extendió por el mundo: en Gran Bretaña, por ejemplo, con los presos que enviaban a Australia y marcaban, por ejemplo, con una D (si el preso era un desertor del ejército). En este número de Cáñamo hacemos un repaso de la forma como en Japón y Rusia los criminales se apropiaron de los tatuajes para crear un complejo lenguaje.
Japón
La historia de los tatuajes japoneses se remonta al periodo Edo (entre el 1600 y el 1800), cuando surgen las Yakuzas, agrupaciones de samuráis mercenarios que se vendían al mejor postor. Cuando vino la paz, se dedicaron a brindar protección en las zonas rurales a cambio de comida. Con el tiempo, la Yakuza fue “evolucionando” para controlar el contrabando, las apuestas, la prostitución y el resto de actividades ilícitas. Algunos criminales se tatuaban el símbolo del emperador Tokugawa en la parte de atrás del cuello para evitar que les decapitasen. No era una muy buena idea: tatuarse el nombre de la familia imperial era considerado una ofensa gravísima, y los verdugos les desollaban ese trozo de piel antes de ejecutarlos. Los integrantes de la Yakuza no solo se tatuaban, sino que también se amputaban el dedo meñique para indicar su pertenencia a la organización.
Una de las diferencias importantes de los tatuajes en la Yakuza frente a otros grupos criminales es que la tinta, en el caso de los primeros, se esconde debajo de la ropa y rara vez se exhibe. “Nunca tatúo por encima del cuello o en las manos –confesó Horiyoshi 3, uno de los tatuadores predilectos de la Yakuza, en una entrevista a Vice–. No se tatúan para mostrar su masculinidad ni para demostrar a la gente que están en una pandilla. No son tan estúpidos”. Algunos miembros de la Yakuza tienen todo el cuerpo tatuado, pero es imperceptible a menos que se quiten la ropa. Se solían reunir en onsens (‘saunas’), en parte para verificar que nadie iba armado. La tinta servía, además, para que todos supieran cosas sobre la historia de las personas que se estaban reuniendo.
El irezumi, como se llama al tatuaje japonés, cuenta historias sobre la vida de la persona que los lleva. Un koi, por ejemplo, es un pez que nada a contracorriente y que se dibuja para simbolizar que su portador se sobrepuso a alguna adversidad. No cualquiera puede hacerse un tatuaje con los artistas preferidos por la Yakuza. De hecho, es el artista quien decide si la persona que se quiere tatuar es lo suficientemente “buena” para portarlo. Uno de estos tatuajes puede tardar hasta un año en realizarse y llega a costar hasta quince mil euros. Un buen artista no utiliza equipo eléctrico, sino que lo hace con una vara de madera con cuatro agujas que acciona manualmente a una velocidad de dos pinchazos por segundo.
Los especialistas calculan que en la actualidad hay unas dos mil quinientas familias de la Yakuza, y que en total tiene unos cien mil integrantes. Una de las formas en las que las familias atraen a chavales para que se unan a las pandillas es a través de los tatuajes: les ofrecen pagárselos (y convencen al maestro tatuador que el chaval es lo suficientemente “bueno”). A cambio, el chaval se compromete a trabajar para ellos hasta pagar su deuda.
Rusia
"Los dibujos que un preso se hace en el cuerpo cuentan sus crímenes, sus condenas y sus gustos. Si descubren que un tatuaje es falso y solo se hizo para fardar, al agresor le espera una paliza y un castigo que va desde obligarle a quitarse el tatuaje con un cuchillo, lija o ladrillo, a la muerte para quienes ostentan un tatuaje reservado para los capos de la cárcel"
Cuando Stalin creó los gulags, en 1930, puso la semilla para que floreciera el crimen organizado ruso. Un grupo de presos se organizó en torno a su repudio al régimen soviético (se negaban a colaborar con los carceleros), y así nacieron los vor v zakonye, ‘ladrones de ley’. Desarrollaron su propio lenguaje –que incluía los tatuajes–, sus códigos de comportamiento, y celebraban tribunales en los barracones en los que castigaban a quienes transgredían sus normas. “Los mafiosos viejos suelen tener tatuados a Lenin, a Stalin o a Marx en el pecho”, relata Evgeny Novikov en el documental sobre el lenguaje de los tatuajes carceleros rusos, The Mark of Cain, que rodó Alix Lambert en el 2000. Novikov pasó décadas en la prisión de Samara condenado por asesinato y explica: “Si te sentenciaban a muerte y tenías ese tatuaje, no te podían fusilar porque estarían disparando a la cara de nuestros líderes”.
Lambert supo del lenguaje de los tatuajes rusos en 1995 y se decidió a rodar un documental, aunque tardó cuatro años en conseguir financiación. “Fuimos a cuarenta y cuatro cárceles y nos dejaron grabar en ocho. La respuesta inicial siempre era no –evoca Lambert–, pero si insistías y llevabas vodka…”. Documenta la jerarquía de la cárcel y aparecen personajes con los párpados tatuados: “No molestar, estoy durmiendo”. Ese es uno de los diseños reservados para los vor, al igual que los galones militares, las estrellas de cinco picos o las cruces e iglesias ortodoxas. Los tatuajes de barajas de cartas también son populares entre los presos: las figuras negras están reservadas para los vor (especialmente el rey de tréboles), mientras que la baraja roja se aplica a la fuerza para marcar a chivatos o a quienes no pagan las deudas del juego.
Los dibujos que un preso se hace en el cuerpo cuentan sus crímenes, sus condenas y sus gustos. No es fácil leerlos, una misma imagen puede tener varias interpretaciones dependiendo de la parte del cuerpo en la que se haya grabado. Cualquier mentira se considera una blasfemia, y si descubren que un tatuaje es falso y solo se hizo para fardar, al agresor le espera una paliza y un castigo que va desde obligarle a quitarse el tatuaje con un cuchillo, lija o ladrillo, amputarle un dedo o pasar a formar parte del lumpen de “la zona”. La pena para quienes ostentan un tatuaje reservado para los capos de la cárcel, los ladrones de ley, es la muerte.
La anécdota está recogida en la Russian Criminal Tattoo Encyclopedia, de Danzig Baldaev, un funcionario que trabajó en la cárcel más grande de San Petersburgo durante treinta y tres años (entre 1948 y 1981), en los que dibujó y documentó el significado de unos tres mil seiscientos tatuajes. La “tradición” se está perdiendo. “Los presos más jóvenes saben que algún día saldrán de la cárcel y no quieren estar marcados de por vida como criminales –apunta Lambert–; desde que Rusia cambió y abrió su economía, el estatus en la cárcel se puede mostrar con dinero y chándales Adidas”.