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Anarquía, drogas y esperanza en una Siria en transición

Anarquía, drogas y esperanza en una Siria en transición

Plaza de los Mártires en Damasco. Familiares de desaparecidos durante el régimen de los Al Asad los buscan compartiendo sus fotos y datos. En esta plaza fue ahorcado el 18 de mayo de 1965 el espía israelí Eli Cohen, quien estaba a punto de convertirse en ministro de Defensa de Siria cuando fue descubierto. La historia la cuenta Netflix en la miniserie El espía, con Sacha Baron Cohen.

/ Iñaki Estívaliz

Un nuevo gobierno ha restaurado la paz en Siria tras medio siglo de tiranía de los Al Asad, que convirtieron el país en un narcoestado para financiar su régimen sátrapa. Los primeros días de transición la gente espera un futuro mejor en una especie de utopía ácrata.

El ocho de diciembre pasado, grupos rebeldes consiguieron destituir al dictador Bachar el Asad, que se exilió en Moscú, concluyendo una guerra civil de 14 años y 54 de sangrienta tiranía familiar que había convertido a Siria en un narcoestado.

Bachar había sucedido en el año 2000 a su padre, Háfez, quien había sido primer ministro en 1970 y se convirtió en presidente y secretario general del Partido Baaz Árabe Socialista en 1971, hasta su muerte.

La guerra civil destruyó barrios y ciudades enteras, a menudo con la ayuda y las bombas de la aviación rusa; se cobró cientos de miles de vidas, y en las cárceles del régimen se torturó hasta la muerte a un número incalculable de opositores. Muchos que sobrevivieron a las torturas se volvieron locos y hoy se les puede ver con la mirada y los pasos perdidos por las calles de Damasco. Algunos olvidaron sus nombres y solo recuerdan su número de preso en cárceles como la infame Saydnaya, conocida como “el matadero humano”.

El grupo islamista Hayat Tahrir al Shams (HTS), que se hizo con el control del país en una ofensiva relámpago de 13 días, se propuso como primer objetivo vaciar esas cárceles, donde se perpetraban ahorcamientos masivos periódicos y cientos de asesinatos por tortura a diario.

Utopía en Damasco

Anarquía, drogas y esperanza en una Siria en transición

La belleza de los puestos de recuerdos de Damasco es inabarcable.

Llegué a Damasco un mes después de la caída del régimen carnicero de los Al Asad, el día después de Reyes, cuando los rebeldes empezaban a controlar poco a poco las instituciones del Gobierno y todavía no tenían suficiente gente como para tener presencia en las calles.

Pasé tres días en Damasco hasta que me tropecé con el primer kalashnikov. Se veían soldados rebeldes subir y bajar a vehículos de camino a alguna parte más importante que el centro de la ciudad o el casco antiguo. Los hombres de Ahmed al Shara, presidente de la Siria en transición, estaban más preocupados de tomarle el pulso al aparato burocrático del Estado que a la seguridad en las calles. Solo los más altos funcionarios han caído en desgracia, los demás están siendo reciclados ante la falta de recursos humanos de los rebeldes. 

Anarquía, drogas y esperanza en una Siria en transición

Jóvenes voluntarios, esperanzados con el gobierno de transición, son destacados para ofrecer seguridad enfundados en relucientes uniformes negros y pasamontañas, armados con viejos kalashnikovs.

Lejos de sentirme amenazado, disfruté las calles bulliciosas, los mercados abarrotados de productos y clientes, con la gente haciendo su vida sin autoridad a la que temer, viviendo unas semanas de breve utopía anarquista. Una anarquía feliz y pacífica sin turistas, pero con muchos periodistas.

Hay que recordar que en los tiempos de los Al Asad la gente temía expresarse libremente en público, las autoridades tenían espías en todas partes tomando notas, en las cafeterías, los restaurantes, las escuelas. Un comentario antipático al régimen anotado en una libreta significaba la desaparición automática de quien lo había emitido, que terminaría siendo desposeído de todos sus bienes, torturado hasta la muerte o ahorcado o fusilado o simplemente desaparecido. Esos odiados espías también eran víctimas del sistema, ya que provenían de las capas sociales más desfavorecidas y no tenían otra alternativa que la de morir de hambre.

El entusiasmo por el nuevo gobierno, que se ha mostrado moderado hasta el momento, hizo acercarse a cuarteles y comisarías a miles de jóvenes para presentarse como voluntarios. Poco a poco esos jóvenes van siendo distribuidos en lugares urbanos susceptibles de necesitar seguridad. Visten relucientes uniformes negros con pasamontañas, no llevan más consignas que brazaletes improvisados y van armados con viejos kalashnikovs.

Como los rebeldes necesitan buena prensa, las armas no intimidan a los periodistas, que nos movemos libremente por el maravilloso enjambre de mercados y mercadillos, bazares y zocos que no se acaban, con calles dedicadas a productos u oficios concretos. Hay intrincados callejones donde los herreros copian llaves o sueldan calentadores; pasadizos de alfombras persas; otros de hokaahs, que, en Siria, donde se inventaron estas pipas de agua, se llaman shishas; otros de perfumes; otros de ebanistería; otros de frutos secos; otros de especies; y hay hasta una calle donde se fabrican y reparan futbolines.

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Los comerciantes de los interminables mercados, bazares y zocos de Damasco ofrecen sus mercancías.

Lejos de sentirme amenazado, disfruté las calles bulliciosas, los mercados abarrotados de productos y clientes, con la gente haciendo su vida sin autoridad a la que temer, viviendo unas semanas de breve utopía anarquista. Una anarquía feliz y pacífica sin turistas, pero con muchos periodistas

Hay puestos de comida a cada pocos pasos y cafeterías escondidas al final de cada oscuro callejón. En el centro del mercado principal del viejo Damasco se encuentra la majestuosa Mezquita de los Omeyas, construida sobre mármoles romanos y una catedral cristiana y junto a la cual descansan los restos del sultán Saladino, que fue el terror de los Cruzados y un hombre sabio y respetado que unificó la región bajo el islam.

El temor a que el gobierno islamista se torne extremista, no sea inclusivo y se cebe con los derechos de las mujeres y la comunidad LGBT+ es minimizado ante la máxima repetida por todos los consultados para este reportaje: “Nada puede ser más malo que el régimen de Al Asad”. Por ahora, las mujeres sirias deciden si usan burka, velo o llevan el pelo al aire. Algunas visten una coqueta boina francesa ladeada sobre el pañuelo. 

Mientras los rebeldes se acomodan en el poder, en enero todavía no funcionaban las tarjetas bancarias ni las gasolineras. En las aceras y arcenes de calles y carreteras se vendían bidones de agua rellenos de benzina para hacer funcionar los vehículos, que repostaban en cualquier parte ayudados por embudos improvisados.

Las sanciones internacionales y el narcoestado

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Un joven vende dátiles.

Ahora, la principal preocupación de los sirios son las sanciones internacionales impuestas al régimen de Al Asad que todavía siguen efectivas dificultando el progreso del país. 

Bachar, con la ayuda de su hermano Maher, el sanguinario de la División 4 Blindada del Ejército, responsable de numerosas masacres en campos de refugiados y barrios opositores, convirtió Siria en un narcoestado para financiar su régimen bajo las sanciones internacionales.

La periodista de La Vanguardia Helena Pelicano visitó, los primeros días tras la caída de Bachar, uno de los centros de producción de captagon incautados por los rebeldes. A las afueras de Damasco, oculto en la cima de una montaña al noroeste, donde no se encontraría nada si no se sabe que está allí, los rebeldes mostraban los millones de pastillas que se producían. Se estima que Al Asad conseguía unos cuatro mil millones de dólares al año produciendo captagon, una droga sintética conocida como el “éxtasis barato” del Medio Oriente. Cada pastilla costaba producirla unos céntimos de euro y se vendían de tres a 20 euros. Según cálculos de Naciones Unidas, la Siria de Al Asad generaba el 80% de la producción mundial de este estimulante, la fenetilina –Captagon es su antiguo nombre comercial– que se empezó a utilizar en Alemania en los años sesenta para tratar la narcolepsia, la depresión y el trastorno de déficit de atención.

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En un búnker escondido en la cima de una montaña en los alrededores de Damasco se fabricaba captagon, una droga sintética barata que se impuso en las discotecas y trincheras de la región, financiando al sanguinario régimen de Bachar al Asad a pesar de las sanciones internacionales.

Bachar, con la ayuda de su hermano Maher, el sanguinario de la División 4 Blindada del Ejército, responsable de numerosas masacres en campos de refugiados y barrios opositores, convirtió Siria en un narcoestado para financiar su régimen bajo las sanciones internacionales

En Oriente Próximo, se popularizó ya en el siglo XXI después de que en la mayoría de países europeos se prohibiera, al descubrir que era muy adictivo. Durante años al captagon se le ha conocido como la droga de los yihadistas. Pero es utilizado en muchos contextos: en fiestas y discotecas de toda la región, por taxistas y conductores para soportar el turno nocturno, por estudiantes en época de exámenes, por los soldados para soportar las largas guardias y el hambre del frente, incluso muchos la usan para tener más resistencia a la hora de practicar sexo. 

En las fábricas de Al Asad, los rebeldes custodios de los restos de la producción enseñaban a los periodistas las miles de pastillas escondidas en bovinas o en frutas de plástico para los centros de mesa de la casa de la abuela. “Los rebeldes estaban encantadísimos de ayudar para exponer la maldad del antiguo régimen”, asegura Helena Pelicano sobre su visita a este desmantelado centro de producción de captagon. La periodista asegura que los custodios del alijo insistían en que lo destruirían todo, que ellos no lo consumen porque está prohibido por el islam.

“Tienes que considerar también que antes de la guerra, Siria era el mayor productor farmacéutico de la región. Teníamos un gran número de fábricas farmacéuticas, hasta teníamos cuatro universidades públicas de Farmacia y varias del sector privado. Teníamos a mucha gente trabajando en este campo”, explica Antoine George Makdis en Alepo.

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Un joven vende cacahuetes en Bab Touma, una de las siete puertas de las murallas de Damasco.

Tony es un arameo siríaco, “pero soy católico latino”, apostilla con una cruz franciscana colgada al cuello. Sirio de Alepo, Tony es rubio de ojos azules y se parece al cantante de REM, Michael Stipe. Explica que cuando se fueron imponiendo sanciones al sector, todos los profesionales de ese ámbito empezaron a encontrar dificultades, sobre todo a partir de 2014, para alimentar a sus familias en medio del caos. Tony relata que “el régimen invirtió en las drogas porque ya había una infraestructura y teníamos mucha gente preparada en ese campo”. Lo peor fue en 2023, cuando Jordania, apoyada por otros países de la región, bombardeaba alegremente centros de producción de la droga y vehículos de transporte en el sur de Siria causando siempre víctimas inocentes. Porque no solo Israel se puso las botas bombardeando enclaves industriales y militares sirios cuando Bachar voló a Rusia. Siria ha sido las últimas décadas el coño de la Bernarda en cuanto a soberanía territorial.

Explica Tony que ya desde los 50 y 60 del siglo pasado muchos sirios habían ido a Rusia a formarse como farmacéuticos y que ya hubo entonces una gran inversión del Gobierno en el campo farmacéutico y químico. 

“No se trata de acusar ahora a quienes han estado relacionados con la producción de captagon. Cuando tienes hambre, cuando tienes que alimentar a tus hijos y vives en un caos como el de esta guerra, a veces tienes que hacer cosas que no te gustaría hacer o que no harías en otras circunstancias”, defiende el fundador del colectivo Warsha.

Compleja esperanza

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Sirios se manifiestan en solidaridad con Palestina en la antigua estación de trenes de Damasco.

A Tony le falta el dedo índice de la mano izquierda. Lo perdió el 2 de enero de 2019 cuando le explotó una mina mientras realizaba un proyecto fotográfico en un cementerio del antiguo Alepo. Por la oficina taller de Warsha ha pasado todo joven en Alepo con inquietudes artísticas. A Tony lo conocen en toda la ciudad. Es el típico tipo que vaya donde vaya se para a hablar con un amigo. Algunos de los actuales miembros del colectivo, que principalmente trabajan en la elaboración de documentales, son antiguos niños soldado rescatados por el arte audiovisual.

Es posible que la producción de captagón, identificada con el régimen caído de Al Asad, abandone la nueva Siria, trasladándose seguramente al vecino Irak. Pero, ¿y el hachís? 

Tony trabaja de fixer profesional, haciendo de guía e informante sobre el terreno a periodistas que pueden contratar sus servicios, aunque también ayuda como puede a los periodistas de bajo presupuesto como yo. A una periodista alemana le consiguió una habitación para que pernoctara en su parroquia. A mí me dejó quedarme una semana en un colchón en el suelo de una habitación del taller Warsha. Me protegía del frío con esas mantas grises de la ONU, ásperas pero efectivas.

Me iba a conseguir algo de cannabis para disfrutar de la belleza bombardeada de Alepo y su impresionante ciudadela fumándome un porrillo, pero Tony siempre siempre tenía algo más importante que hacer. También me habló mucho de la rica historia del cannabis en Siria, de los assassins (fumadores de hachís), de los bálsamos elaborados con la hierba sagrada para dormir a los niños, de los productos textiles que se han confeccionado con cáñamo a lo largo de la historia siria. “El cannabis es una parte importante de nuestro patrimonio”, me decía.

A pesar de comportarse como un genio despistado que habla a borbotones saltando de un tema a otro y volviendo a recuperar el hilo frenéticamente, gracias a Tony pude acercarme a comprender un poco mejor la realidad siria más allá de la superficie. Que no se trata de que unos son buenos y otros son malos. Se trata de que hay mucha gente de orígenes, culturas, etnias y religiones diferentes. Que todos han sufrido mucho y que todos están armados.

“Los sirios necesitamos un drama para vivir. Si pasan dos semanas sin un drama nos aburrimos y empezamos a pensar a quién matamos ahora”, bromea con su humor negro franciscano.

“Los sirios no somos racistas. Odiamos a todo el mundo por igual”, me troncho.

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Turistas locales disfrutan de la belleza de la ciudadela de Alepo bombardeada.

Tony me recuerda el genocidio armenio que lleva más de un siglo perpetrándose de manera silenciosa. Me contó el peligro que corren ahora los alauitas, facción del islam que superficialmente procesaban los Al Asad, que nunca se preocuparon por ellos pero que ahora tienen que enfrentar la ira de las víctimas de los tiranos. Que en Siria hay chiís y suníes, que se llevan a matar; los cristianos católicos y los ortodoxos; que también están los kurdos y los drusos; y que la gente de toda condición se sabe entender, pero siempre llega alguna fuerza de seguridad, alguna autoridad o el partido gobernante a dañar la convivencia. Insiste en que la gente se suele llevar bien, hasta que alguien se quiere pasar de listo o aparece una intervención externa. Que está Al Qaeda, pero también el Estado Islámico, los Hermanos Musulmanes y grupos rebeldes que aparecen y desaparecen con la velocidad de las balas. Que a veces la sociedad de estados islámicos de la Liga Árabe pinta un poco y otras veces no pinta nada. Que en ocasiones Turquía apoya a unos y en otras ocasiones a otros, como Irán o Rusia, siempre con la amenaza de Israel, pero que ahora todos están a la expectativa de lo que haga Donald Trump. 

Tony aseguró que “esto no empezó con la guerra civil, esto empezó a ser así en la región con Gamal Abden-Náser”, militar y estadista egipcio y principal líder político árabe de su época, conocido impulsor del panarabismo y del socialismo árabe y que ocupó el cargo de presidente de Egipto desde 1954 hasta su muerte en 1970.

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Un anciano lleva la compra a su casa por uno de los callejones de la capital siria, cerca de la tumba del legendario sultán Saldadino, donde un señor vestido a la usanza tradicional ofrece té a los turistas locales.

Entretanto, la gente esperanzada en las calles consume como si la prosperidad prometida hubiera llegado ya, y el gobierno rebelde de transición va dando muestras de moderación según pasan los días.

En su discurso del pasado 30 de enero, el líder rebelde y presidente interino, Ahmed al Shara, reafirmó su vocación inclusiva en un proceso de transición que es “parte de un proceso político que requiere la participación genuina de todos los sirios, tanto dentro como fuera del país, para moldear su futuro con libertad y dignidad, sin exclusión ni marginación”.

“Trabajaremos para formar un gobierno de transición inclusivo que refleje la diversidad de Siria, con hombres, mujeres y jóvenes trabajando juntos para construir nuevas instituciones nacionales que conduzcan a elecciones libres y justas. Una Siria que extienda su mano en paz y respeto mutuo”, expresó el presidente temporal sirio.

El monopolio del hachís por el Estado

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Turistas locales disfrutan de la impresionante majestuosidad de la ciudadela de Alepo y sus alrededores bombardeados. 

Siria es un país que linda con Jordania, Turquía, Líbano, Irak e Israel y tiene 370 kilómetros de fronteras difícilmente controlables por un Gobierno de nueva creación. Aunque las nuevas autoridades se desmarquen de la producción de captagon, y las exportaciones con drogas camufladas se hayan desplomado, mientras estuve allí había signos de que el tráfico se trataba de combatir en detalles como la prohibición a los periodistas de utilizar drones en las fronteras, para que no fueran confundidos por contrabandistas y ser derribados o que los contrabandistas no les robaran los equipos a los periodistas para usarlos para el estraperlo aéreo. 

La verdadera razón por la que no le pedí unos porritos para mí fue que pensé que, si de repente me denunciaban en el hotel o me arrestaban en algún sitio, me iban a preguntar de dónde había sacado la droga. Nunca traicionaría a mi amigo.

Es posible que la producción de captagón, identificada con el régimen caído de Al Asad, abandone la nueva Siria, trasladándose seguramente al vecino Irak. Pero, ¿y el hachís? Lamentablemente solo pude probar un único porro a mi llegada elaborado con marihuana libanesa y hachís local. El amigo sirio que me invitó es un caso de consumidor excepcional. No puedo dar mucha información sobre él porque podría ser fácilmente identificado y procesado. Pero se trata de un señor mayor que yo, que gracias a tener doble nacionalidad ha viajado por todo el mundo y en una docena de ocasiones a Ámsterdam, donde desde la primera vez se fuma el primer porro al llegar y el último antes de irse en la misma cafetería donde probó el hachís por primera vez. En Siria, él solo fuma en su oficina y cuando va en el coche. Nunca fuma cannabis en público en su país. Compra su marihuana libanesa y su hachís sirio una vez al mes, así que supongo que le podría haber pedido unos porritos para mí, pero fueron tan generosos su cálido recibimiento y su compromiso árabe irrenunciable en la atención a su huésped que, después de haber comido en su casa con su familia; de haberle pedido que me comprara la tarjeta SIM para el teléfono que solo venden a nacionales; de haber disfrutado sus contactos, historias y billetes de 100 dólares crujientes de nuevos que son los únicos que aceptan en la Siria en transición, que no quise abusar de él. Pero la verdadera razón por la que no le pedí unos porritos para mí fue que pensé que, si de repente me denunciaban en el hotel o me arrestaban en algún sitio, me iban a preguntar de dónde había sacado la droga. Nunca traicionaría a mi amigo. Y como afortunadamente todavía no he probado mi resistencia a la tortura, mejor prevenir que curar.

Tony me confirmó que en la actualidad no está generalizado el uso del cannabis entre la población local porque “el gobierno abusó de la gente para que no usaran el cannabis de ninguna forma”.

“Hemos perdido gran parte de nuestro patrimonio. Bachar prohibió cualquier uso de cannabis entre la población, pero siguió enriqueciéndose de las grandes plantaciones de cáñamo, tanto para su uso industrial como lúdico, monopolizó la producción y venta hacia el exterior robando al pueblo sirio un legado importante de su herencia cultural”, lamentó el artista.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #327

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