La reserva sioux de Standing Rock se convirtió en 2016 en baluarte de la lucha contra las energías sucias y las reivindicaciones de los indígenas de América. En 2017, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la lucha continúa.
Las plantas medicinales en los campamentos de los protectores del agua
Llevaba diez días en Standing Rock la primera vez que le di una calada a un porro de marihuana. En los campamentos de los protectores del agua en Dakota del Norte, Estados Unidos, están prohibidos el alcohol y las drogas. Pero a menudo, al entrar en un tipi, una yurta o una carpa de campaña, un agradable olor a mota recibe al visitante. El cannabis y el peyote no son drogas ilícitas para los indígenas de Norteamérica, que consideran estas sustancias plantas medicinales y ceremoniales. Sin embargo, solo en el interior de las reservas indias son libres de utilizarlas sin temor a tener problemas con las autoridades.
Patricia Villegas es una colombiana de sangre mapuche que conocí en el campamento Sacred Stone (‘Piedra Sagrada’), donde se encendió el primer fuego ceremonial con el que comenzó el movimiento de los protectores del agua. Patricia había vivido en Australia ayudando a mejorar las condiciones de vida de la nación aborigen Woomera en la comunidad Yarrabath, en el noreste del país austral. Las condiciones de pobreza y aislamiento siguen siendo extremas en el siglo xxi para esos indígenas australianos, a los que la civilización llega ahora en forma de veneno azucarado dentro de latas y botellas de refresco, que los mata de diabetes porque es el único producto accesible que pueden comprar barato.
La bandera de las franjas negra y roja y el sol central de los aborígenes australianos ondeaba en el campamento Sacred Stone, establecido en el interior de la reserva sioux de Standing Rock, en uno de los márgenes del río Cannon Ball. Al otro lado del río se encuentra el campamento Oceti Sakowin, mucho mayor que el Sacred Stone, y donde estaban asentadas unas diez mil personas el pasado diciembre. El Oceti Sakowin se encuentra justo en el trazado del oleoducto Dacota Access, impidiendo su finalización en un terreno que el Gobierno federal de Estados Unidos considera fuera de la reserva, contradiciendo, como ha sido habitual en la historia del país, los tratados firmados con los indígenas. Por ello, y para evitar que las autoridades no indígenas tomen como excusa la presencia de la marihuana para desmantelar el campamento y realizar más arrestos, en el Oceti Sakowin el consumo de la planta medicinal se realiza con cautela, es menos abierto, más íntimo.
Conociendo el campamento sagrado donde comenzó todo
Según los campistas del Oceti Sakowin, en el Sacred Stone estaba la gente más flipada, les llamaban despectivamente los locos del Burning Man (‘El Hombre en Llamas’, festival de siete días que se celebra en Nevada) o del Sacred Stoned (‘Sagrado Drogado’). Mucho más pequeño que el Oceti Sakowin, en el Sacred Stone apenas hay tiendas de campaña o estructuras modernas como en el primero. La mayoría de los alojamientos son tipis y yurtas. Estas últimas son casas mongolas que son más bajas pero más amplias y confortables que los tipis. El blanco de la nieve no está sembrado de suministros mal administrados, residuos por recoger o tiendas de campaña modernas abandonadas a diestra y siniestra como en el Oceti Sakowin en diciembre. Se respira otro ambiente, más calmado, más espiritual.
Acudí a una de las cocinas del campamento a buscar a alguien que hablara español que me pudiera servir de traductor, ya que mi inglés sigue dejando mucho que desear.
Al final de una fila de personas que se afanaba en distintas tareas en la cocina, una muchacha de facciones indígenas, con negras trenzas largas sobre los hombros, ojos llenos de vida y una sonrisa generosa y acogedora, se ofreció a traducirme y presentarme a quien necesitara con ilusión desprendida.
Comencé a caminar por las nubes acompañado de la belleza interior y exterior de Patricia, que se manifestaba a mi lado como una deidad terrenal. Yo trataba de no ser un periodista enamoradizo. Lo he tratado siempre. Todavía lo estoy tratando.
Sexo extraño en Standing Rock
Algunos amigos me habían recomendado que para la cobertura en Dakota del Norte llevara condones, que nunca se sabe, y que en situaciones extremas de frío –alguna noche llegué a experimentar los cuarenta grados centígrados bajo cero– los cuerpos calientes tienden a acercarse.
Pero yo lo más parecido al sexo que había tenido durante diez días había sido la relación con mi teléfono móvil y con mi encendedor. Ninguno de los dos funcionaba sin que los llevara pegados al pecho, en las manos dentro de los guantes o cerca de las partes más cálidas de mi cuerpo. Cuando los sacaba a la intemperie, no había manera de que se prendieran sin que les hiciera frotamientos que a veces me parecían obscenos. Si quería sacar una foto con el móvil, tenía que hacerle antes un vigorosísimo masaje en la espalda al aparato. Si quería encenderme un cigarrillo, le tenía que hacer una pajita al encendedor para que entrara en calor y me regalara su llama.
Patricia me explicó que los protectores del agua están aprendiendo, sobre la marcha, a vivir de una manera más acorde con la naturaleza: “A ser humanos otra vez, aprendiendo el respeto a la vida, a la tierra, al fuego, al aire, al agua y a los demás”.
Mi primera noche en Standing Rock había participado en una ceremonia de inipi o temazcal, en una cabaña del sudor, donde creí que me iba a morir asfixiado pero de donde salí como un hombre nuevo. Durante tres horas, quince personas desnudas en el interior de una cabaña rodeada de nieve, en una noche helada, rezamos, cantamos y escuchamos a un chamán contarnos historias sobre los lakota, dakota o nakota mientras echaba plantas medicinales y ceremoniales y agua sobre piedras incandescentes. Patricia me explicó que esa ceremonia es la más antigua que se conoce, y que es común a todos los pueblos indígenas del planeta. Con pequeñas diferencias, esa comunión con nuestro interior y los espíritus de nuestros antepasados en una cabaña de vapor ha sido celebrada por indígenas de todos los continentes. Una de las interpretaciones de las piedras incandescentes que se van introduciendo desde una hoguera en el exterior a la cabaña del sudor, es que se trata del Sol haciéndole el amor a la Tierra. Sinceramente emocionado, bromeé para mis adentros que mi relación con el teléfono y el mechero no había sido el único sexo que yo había tenido en Standing Rock.
Fumando yerba en la yurta de Tío Roberto
Patricia me llevó a conocer a Uncle Robert (‘Tío Roberto’) para que el líder indígena me explicara cómo empezó todo. Robert Eder, un lakota de nombre nativo Cante Chitika (‘Corazón Valiente’), de 64 años, estaba recostado en la cama de su yurta rodeado de jóvenes que le pedían consejo de todo tipo. El gurú resolvía las preguntas y disputas entre los jóvenes protectores del agua dejándolos hablar. Él apenas decía nada. Dejaba que los jóvenes se expresaran y encontraran la solución a sus problemas por sí mismos.
Cuando Patricia nos presentó, se incorporó, me animó a sentarme junto a él en su cama y me recordó la profecía lakota de las siete generaciones, que vaticina el día en el que las tribus volverán a estar unidas. Ese día había llegado en Standing Rock.
Un joven barbudo entró en la yurta a pedirle a Tío Roberto su bendición para viajar a su casa. El joven también le pidió un poco de planta medicinal para el camino. Tío Roberto tomó de debajo de su cama una bolsa de plástico, de la que sacó una moña de marihuana verde violeta del tamaño de un huevo de gallina y se la dio al joven con sus bendiciones.
Tío Roberto narró cómo el pasado primero de abril un grupo de jóvenes lakota llegaron a esas tierras montados a caballos a orar en solidaridad por otras reservas indígenas en las que se habían producido derrames de petróleo de los oleoductos que atraviesan el país. A Standing Rock pronto llegaría la construcción del oleoducto Dakota Access, y ese grupo de jóvenes indígenas quería evitar que en la reserva de Standing Rock pasara lo mismo.
Eran jóvenes que se habían negado a aceptar los trabajos que la compañía petrolera les había ofrecido y alegaban que el dinero que la empresa había destinado a paliar futuros derrames era insuficiente. El mensaje de que el agua y el medioambiente son más importantes que el dinero de la compañía petrolera se comenzó a extender.
Los jóvenes indígenas fueron a Washington a reivindicar la tierra sagrada de los lakota, el medioambiente en general y los derechos de los indígenas. Pidieron ayuda a activistas de todo el país que tenían experiencia en protestar contra los oleoductos. Los campamentos empezaron a crecer.
Tío Roberto defendió que desde el principio y durante todo momento los protectores del agua han expresado su oposición al oleoducto de manera pacífica. Plantaron sus tiendas de campaña, tipis y yurtas en el trayecto de la tubería y periódicamente acuden a celebrar ceremonias espirituales a las barricadas levantadas por la compañía Energy Transfer, un consorcio, especializado en construir oleoductos, de inversionistas del petróleo, entre los que se encuentra Donald Trump.
“Todos los enfrentamientos siempre han sido con oración”, por parte de los protectores del agua, insistía Tío Roberto.
A pesar de que recientemente la Administración de Barack Obama denegó el permiso de paso a la compañía para construir en la ruta prevista, en Standing Rock aseguran que, con la llegada de Donald Trump, inversionista del proyecto, a la Casa Blanca, esa decisión quedará en papel mojado. Además, ahora no se trata solo del oleoducto Dakota Access, se trata de reivindicar las energías renovables y los derechos de los indígenas de todo el planeta.
“No nos vamos a ninguna parte. Esta guerra, de oraciones por nuestra parte, no ha acabado. El agua es la vida. Mni Wiconi. No podemos permitir que destruyan el agua. Ese es el legado que vamos a dejar a nuestros hijos. El mundo entero se está levantando para esta lucha. El dinero no debe mandar sobre el agua en ninguna parte”, me insistía Tío Roberto enrolando un cigarrillo de planta medicinal.
Me pasó el porro. Fumé. Pasé el canuto a un joven a mi lado que tocaba una ocarina y seguí con la entrevista deseando que me volviera a llegar para darle un par de caladas más. Creía que no me había subido, pero cuando volví a darle otro par de caladas al canuto, la yurta de Tío Roberto comenzó a girar en mi cabeza como un platillo volador. Metí la libreta y el bolígrafo en la mochila y le dije a Tío Roberto que quería hacerme el tatuaje de los protectores del agua.
Mi tío sioux me dijo que otro de sus sobrinos, Damián, que vivía siete yurtas a la derecha, hacía el tatuaje de los protectores del agua. Que me lo haría a mí a cambio de un poco de tabaco que yo le diera. Además, sacó una moña grande de marihuana de la bolsa de plástico y se la extendió a Patricia para que se la diera a Damián como agradecimiento por hacerme el tatu.
Salimos Patricia y yo de la yurta de Tío Roberto al universo blanco paralelo de Sacred Stone con un subidón de antología. El sol resplandecía sobre la nieve. El cielo lucía un apacible azul celeste, interrumpido solo por el humo color hueso de las pequeñas chimeneas de los tipis y las yurtas, sobre la pradera nevada. Un perro lobo jugaba en el camino. Respiré profundamente mirando a Pocahontas, perdón, a Patricia.
“Tranquilo. Todo esta bien”, dijo Patricia con su amorosa sonrisa. Y fuimos a buscar a Damián.
Peyote para el corazón en las barricadas
Damián no estaba en su yurta aquel día ni al día siguiente cuando lo fuimos a buscar de nuevo. Nos encontramos a Tío Roberto en el camino y nos invitó a participar en un círculo de oración en las barricadas donde se había detenido la construcción del oleoducto Dakota Access.
Patricia sacó una bolsa de su abrigo y le ofreció a Tío Roberto un poco de peyote. Yo había llegado a Standing Rock con el espíritu abierto, decidido a asimilar sin prejuicios todo lo posible la cultura lakota, dispuesto, si hacía falta y con inevitable ingenuidad eurocentrista, a que me perforaran los pechos y me colgaran de un tipi ceremonial en un Juramento al Sol como al personaje que interpreta Richard Harris en la película de Elliot Silverstein Un hombre llamado Caballo (1970). No llegué a esos extremos. De hecho, ni siquiera tuve un viaje sicotrascendente de peyote del que presumir.
Felizmente emocionado, casi dando saltitos de alegría, le pregunté a Patricia si ella me iba a acompañar en el viaje de peyote. Que si sería mi guía. Que si iba a estar todo el tiempo conmigo. Me contestó, con su sonrisa tranquilizadora, que el puñadito que me daba no era para tener esa experiencia. Que los trozos secos de peyote que me regalaba y que debía dejar que se fueran disolviendo en mis encías eran solo para darme fortaleza, que era bueno para mi corazón.
Las únicas armas de los protectores del agua son las oraciones y la firme convicción de que el petróleo contamina, de que el agua es la vida, de que las energías renovables son la única alternativa para conservar el planeta y de que la solidaridad y la ayuda mutua son capaces de vencer a los intereses de las grandes corporaciones
Un poco más adelante en la pradera nevada se unió a nosotros un grupo de unas cuarenta personas de todas las edades, protectores del agua, que se dirigían, liderados por Tío Roberto desde ese momento, a las barricadas donde desde el pasado abril se habían producido enfrentamientos entre los pacíficos manifestantes, que impedían con su presencia el paso del oleoducto y los empleados de la compañía petrolera Energy Transfer, escoltados por policías de varios estados y efectivos de la Guardia Nacional, y pertrechados con equipos antidisturbios y de guerra avanzados, buldóceres, excavadoras, Humvees, helicópteros que sobrevolaban regularmente los campamentos e intimidantes reflectores de luz que iluminaban artificialmente las noches de Standing Rock.
Las únicas armas de los protectores del agua son las oraciones y la firme convicción de tener la razón, de que el petróleo contamina, de que el agua es la vida, de que las energías renovables son la única alternativa para conservar la vida en el planeta y de que la solidaridad y la ayuda mutua son capaces de vencer a los intereses de las grandes corporaciones.
Yo jugaba con el peyote de mi boca mientras reflexionaba sobre lo que había vivido durante mi estancia en Standing Rock. Por ejemplo, Patricia, la mapuche que recorría el mundo conviviendo con indígenas para profundizar en sus tradiciones ancestrales, me había presentado a Miguel Elliot, un arquitecto que había dedicado su carrera a construir estructuras de adobe. Me había pasado aquella mañana y parte de la tarde ayudando a Miguel a acabar de construir la Escuela de la Comunidad del campamento Sacred Stone. Me sentía pletórico después de haber sudado la gota gorda a pesar de la temperatura bajo cero grados ayudando a construir con mis propias manos una escuela. Se dice que un hombre ha dado sentido a su vida al plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Yo añadiría que construir una escuela es una de las cosas que más pueden engrandecer a un ser humano. La estructura del edificio es sencilla pero no menos acogedora.
Se trata de un rectángulo de gruesas paredes, bajo un techo a dos aguas, levantadas a partir de un andamiaje de madera y balas de paja cubiertas de barro. El tiempo que ayudé a Miguel me dediqué a rellenar de paja a presión, a puro músculo, unos palés que servían de estructura a lo que sería el recibidor de la escuela y que posteriormente serían cubiertos de adobe. En el interior de la escuela había una caldera, también de adobe, que, mediante conductos en el interior de las paredes de paja y barro endurecido, calentaba la estancia. En los bajos de las paredes, de la misma estructura de adobe, se habían construido bancos que transmitían el calor de la caldera. Allí se iba a aprender con el culo calentito. No he conocido en mi vida una escuela más acogedora que aquella en las remotas y heladas praderas de Dakota del Norte.
Otro de los jefes sioux que conocí en Standing Rock, de la confederación Oceti Sakowin, fue Akicita Hoksida (‘Chico Soldado’), el representante para el Gobierno de la Nación Sioux Mdewakanton Dakota. Chico Soldado me aseguró que el avanzado sistema educativo que Finlandia ha implantado los últimos doce años para convertirse en el mejor del mundo es prácticamente una copia exacta de cómo educaban los nativos americanos a sus hijos antes de que llegara el hombre blanco a las Américas.
Sin embargo, el actual sistema educativo de Estados Unidos “es un mecanismo para que los niños acaben en prisión, porque las prisiones son entidades para ganar dinero”. “Los indios podemos salvar a toda América de la especulación financiera”, defendió Chico Soldado, quien tiene claro que el arma de los indígenas ahora es la palabra, porque cuando han luchado los han masacrado.
Caminando en fila india, nunca había adquirido esta expresión tanto sentido para mí, atravesamos el río Cannon Ball helado en dirección a las barricadas. Atravesamos el campamento Oceti Sakowin. Al llegar al puente sobre el vecino río Misuri, Tío Roberto nos pidió que formáramos un círculo. Uno de sus sobrinos iba purificando a cada uno de los protectores del agua con el humo del fuego sagrado que traía en forma de rescoldos en una lata. Tras las barricadas al otro extremo del puente sobre el río Misuri, el nerviosismo de la Energy Transfer se manifestaba en los movimientos incongruentes de varios Humvees de la Guardia Nacional. Tío Roberto ofició la ceremonia. Regresamos sobre nuestros pasos sin mayores incidentes. Por hacer eso mismo, los últimos meses, unos 400 protectores del agua fueron arrestados en diferentes momentos, otros 300 debieron recibir atención médica, 30 de ellos por heridas de cierta gravedad por los gases lacrimógenos, las granadas aturdidoras, los chorros de agua a presión durante la noche a temperaturas bajo cero, los perros de ataque y otras técnicas de contención y represión. Una joven perdió la visión de un ojo, otra sigue luchando para recuperar la movilidad de un brazo que por muy poco no le tuvieron que amputar. Entre los heridos, un menor de trece años. Un anciano estuvo a punto de morir.
Los protectores del agua siguen resistiendo a pesar de que los medios de comunicación masivos dejaron de hablar de ellos tras la marcha de los tres mil veteranos de guerra de Estados Unidos que a principios de diciembre llegaron a Dakota del Norte para visibilizar la situación, atrayendo la atención de la prensa tradicional y presionando con éxito, aunque temporalmente, al Gobierno de Washington.
Como preveían los protectores del agua, a pocos días de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el nuevo presidente ordenó el 24 de enero la renegociación de las condiciones para continuar la construcción del oleoducto que había paralizado la Administración Obama.
No lo tendrán fácil. Como dijo el jefe Chico Soldado: “Les perdonamos todo lo que han hecho hasta ahora. Pero ahora vamos a negociar como iguales, como soberanos, que no vengan a tratar de aprovecharse como siempre del indio tonto”.