“Esta fiesta la he provocado yo con mis superpoderes mentales”, dice Noelia antes de agarrar una pistola de agua y correr hacia la siguiente prueba. Estamos en las Olimpiadas Acuáticas del Raval, organizadas como parte de la campaña global de sensibilización “Support. Don’t punish” (Apoye. No castigue), que aboga por unas políticas de drogas basadas en la salud y los derechos humanos. Es domingo, 26 de junio, y una parte de la Rambla del Raval ha sido tomada por unas cincuenta personas, la mayoría mujeres que usan drogas, dispuestas a “mojarse por sus derechos”.
Mesas, sillas y vallas delimitan el espacio de juego junto al gato gigante de Botero. Hay pancartas y carteles coloridos que señalan las pruebas de la yincana reivindicativa: “Escurre el estigma”, “Suénate los prejuicios”, “Pasapalabra” o “Diana de los derechos”. La camiseta más repetida es la de “Apoyo, no castigo”, seguida por la de las Metzineres, sin mangas, cuyo lema interpela al lector: “Womxn Take Drugs, Deal with it!” (Las mujeres se drogan, ¡asúmelo!). El premio al mejor atuendo acuático habría que dárselo a la psiquiatra Tre Borràs que llega ataviada con un bañador rojo de corte decimonónico, “de antes de la prohibición de las drogas”, me aclara cuando le pregunto.
Hay cubos, barreños, garrafas, globos, pistolas y metralletas de agua, y un tal Mohamed de cinco años que se ha escapado del parque infantil vecino y moja por derecho a todo el mundo. “Mohamed”, le digo, y me moja. Parece un chiste, pero acaba de empaparme el bloc de notas. En realidad, el reportaje que tengo que hacer es otro y no necesito de momento tomar notas. Hay música de fondo, reguetón que las Metzineres y el resto de trabajadores de otras asociaciones convocantes –reunidas todas en la CATNPUD (Catalan Network of People who Use Drugs)– siguen con algún paso de baile o coreando alguna frase del estribillo: “Yo la conocí en un taxi de camino hacia el club”. Es la una del mediodía y el sol cae a plomo, decido vaporizar un poco de hierba para entonarme. “Yo, yo, yo, yo, yo te paré el taxi”, suena a todo trapo por el altavoz.
Pasión transformadora
He venido para hacer un reportaje sobre las Metzineres, un proyecto activista de atención a mujeres que usan drogas. Mi primera intención era pasarme una tarde entera en su local de la calle de la Luna y contar lo que allí sucede un día cualquiera entresemana, pero no era posible, al estar vetada la entrada de hombres. Así que el plan es asistir a estas Olimpiadas Acuáticas dominicales, para que al día siguiente dos o tres mujeres participantes del proyecto me hagan una visita guiada.
“Llevo dos años en Metzineres y no hay un sitio como este, se crea un ambiente muy familiar y te dan libertad para llevar el camino que tú quieres”, dice Koral
Lo de organizar juegos acuáticos tiene que ver con el calor, como era de esperar, pero también hay un principio taoísta de fondo –“hay que ser como el agua, que a nada se resiste y nunca es vencida”, que decía el Tao Te King– o, si lo prefieren, algo de la filosofía de Bruce Lee y su marcial recomendación de “Be water, my friend”. “La idea es que al agua –me dice Aura Roig, la directora de Metzineres–, por muchos obstáculos que le pongan acaba superándolos. Y así son muchas de estas mujeres, de una resiliencia admirable”.
Metzineres no es un proyecto asistencial al uso y no resulta fácil definirlo. De hecho, si pones el acento en que atienden a mujeres que usan drogas, la directora te corrige: “Metzineres somos mujeres y personas de género no binario que sobreviven múltiples situaciones de vulnerabilidad y violencia. Damos la bienvenida a las que usan drogas, porque en ellas recae un fuerte estigma, además de quedar excluidas de la mayoría de redes de atención sociosanitaria, que o bien no acepta a las mujeres que usan drogas, o bien las expulsa por usarlas”. En su web, Metzineres se define como “una cooperativa sin ánimo de lucro dirigida a desplegar entornos de cobijo exclusivos para mujeres, que integra el espectro completo de reducción de daños”.
El discurso con el que Metzineres se presenta es también innovador y particular. Solo hay que leer la enumeración de valores en los que se basa su modelo de intervención para saber que estamos ante algo diferente: “Creatividad genuina. Ternura radical. Resiliencia colectiva. Coraje travieso. Activismo de los cuidados. Complicidad y apoyo mutuo. Compromiso antiprohibicionista. Transdisciplinariedad basada en la evidencia. Pasión transformadora”.
Este proyecto comienza en 2016 con el encargo de una investigación a Aura Roig, como antropóloga que venía de trabajar en salas de consumo de Barcelona, Vancouver y Colombia, sobre mujeres que se inyectan drogas. En teoría, se trataba de un estudio comparativo entre quince mujeres que hubieran hecho un taller de empoderamiento y quince que no: “A mí eso me parecía bastante absurdo, así que comenzamos a juntarnos los martes en el Ateneu Popular del Raval, yo le llamaba en el estudio encuentros focales, pero eran más bien reuniones informales con merienda. Ahí empezamos la XADUD, la Red de Mujeres que Usan Drogas. Acabamos la investigación, pero la XADUD siguió reuniéndonos los martes”. En aquellas reuniones horizontales y lejos de cualquier institución, Aura con sus compañeras pensaron en común cómo debía ser la asistencia a mujeres que viven en la calle y que usan drogas. Y lo primero que hacía falta era tener un lugar que no fuera la calle, ni tampoco un albergue que te obligara a la abstinencia.
Un año después, Maite Tudela, de la Fundación Salud y Comunidad, pide ideas para desarrollar un proyecto sobre reducción de daños para mujeres y es entonces cuando Aura Roig con Andrés Soto, su entonces compañero –con el que venía de desarrollar Cambie, una organización de intercambio de jeringuillas en ciudades de Colombia–, le presentan el proyecto de Metzineres. Así fue como en octubre de 2017 pudieron tener su primer local, en la calle Vistalegre. Dos años más tarde, con ayuda de la Open Society Foundations, se trasladan al lugar actual, más amplio y en la calle de la Luna. Allí llegaron un 31 de diciembre de 2019 Aura y todas las Metzineres que se animaron, la persiana de cierre de aquel antiguo taller de bicicletas con nombre pintoresco –Bicious– no abría bien y, en el forcejeo, los vecinos creyeron que eran okupas. No exactamente, eran vecinas del barrio y habían llegado para quedarse.
Un entorno de cobijo
Desde hace poco más de un año, Metzineres se ha convertido en cooperativa y, entre otras fuentes de financiación privada como la Open Society, reciben dinero de la Generalitat, del departamento de Feminismos y del de Drogodependencias, y alguna pequeña subvención del ayuntamiento de Barcelona. Parece que, tras un lustro de vida, el proyecto ya está asentado en el barrio y cuenta con reconocimiento institucional, sin haber perdido independencia.
¿A cuántas personas atienden en este “entorno de cobijo”? “Actualmente desde Metzineres acompañamos a más de 360 mujeres muy heterogéneas. La más joven tiene 18 años y la mayor 75. Esta semana hemos tenido una media de 40 personas al día, cinco de ellas nuevas”. ¿Y cómo son estas mujeres y personas de género no binario? “Un 84% tiene problemas relacionados con drogas; alrededor de un 86% está sin hogar y un 67% está sin techo; un 48% tienen experiencia migratoria; un 30% de ellas están racializadas; el 39% se identifica como LGTBIQ+; un 53% son trabajadoras sexuales y un 68% hacen sexo por supervivencia; un 33% han estado en la cárcel y alrededor de un 74% están o han estado psiquiatrizadas”.
Como soy torpe con los datos le pregunto a Aura cómo es que un 86% está sin hogar y un 67% vive en la calle. ¿Dónde viven ese casi 20% que no está en la calle pero no tiene hogar? “Las mujeres y las personas de género no binario antes de irse a la calle aguantan muchas situaciones de violencia, porque les da mucho miedo vivir en la calle. Todas las mujeres que han vivido en la calle han sufrido agresiones sexuales, si no todas, el 90%, al menos de las que vienen a Metzineres. Y antes que estar en la calle prefieren vivir en una casa okupa que se está derrumbando, convivir con familiares con los que se llevan a matar, intercambiar sexo por techo y comida… Te lo dicen además muy claro: ‘prefiero que me viole uno a que me violen muchos’. Otras viven en hostales o en hoteles, que es un techo pero no es un hogar”.
"Lo bueno de Metzineres es que tienes de todo y te pueden ayudar y se mueven. Y no te juzgan, porque mucha gente no pide ayuda por pensar que van a ser juzgadas"
¿Y qué diferencia hay entre ese 53% que son trabajadoras sexuales, y ese 68% que hacen sexo por supervivencia? “Las trabajadoras sexuales son aquellas que se identifican como tal. Muchas de ellas lo viven como su mejor opción, pero hay otras que, a pesar de identificarse como trabajadoras sexuales, lo hacen porque no encuentran otra manera de ganarse la vida, lo viven con trauma. Y luego tenemos a aquellas que no se identifican como trabajadoras sexuales pero que utilizan el sexo en determinadas ocasiones cuando el resto de estrategias que tenían les han fallado. Dentro de ese tanto por ciento que hacen sexo por supervivencia estarían las trabajadoras sexuales que se identifican como tales, pero lo viven con trauma, y estas otras que no se identifican como trabajadoras sexuales, pero, aun así, intercambian sexo en ocasiones aisladas”.
Koral, tallerista de maquillaje
Para no mojarme en el fuego cruzado de Noelia y Mohamed, me he sentado junto a Koral. Koral, es una mujer trans que participa en el proyecto de Metzineres y esta noche tiene que volver a dormir a la cárcel. Está sentada porque arrastra todavía los síntomas de un covid persistente. Está en tercer grado penitenciario por un lío en el que se metió en 2018. Cumplió condena y estaba en libertad condicional, pero por no presentarse a firmar en el juzgado, “estaba muy deprimida”, la volvieron a meter entre rejas. Gracias a la labor de Marta Valldaura, la abogada de Metzineres, está ahora en tercer grado, en nivel observación, con permisos de fin de semana. “Me parece desproporcionado que sin ser yo delincuente, por un problema que tuve en 2018, todavía hoy siga pagando por ello”. Estando en tercer grado no puede dar positivo en consumo de drogas, pues se juega volver a estar presa. No es fácil para una persona con problemas de adicción a la cocaína inyectada, pero está en ello. “Yo llevo dos años en Metzineres y no hay un sitio como este, se crea un ambiente muy familiar y te dan libertad para llevar el camino que tú quieres. A mí ahora me toca llevar el camino de deshabituación de drogas y en Metzineres me apoyan, pero he estado dos años consumiendo y también me daban libertad para consumir, con lo de reducción de daños, eso sí. Aparte me siento como en casa, me tienen en muy buena consideración y trabajo para ellas, y eso me encanta porque me ven unas cualidades que yo no me encuentro ni de casualidad. Hago dos talleres, los miércoles uno de cosmética natural, que consiste en hacer jabones, desodorantes, cosas de higiene con ingredientes de estar por casa, y los sábados hago un taller de maquillaje, porque yo soy maquilladora profesional, y maquillo a las chicas y les hago lo que me pidan. Este es el taller que más éxito tiene de todo lo que se hace en Metzineres. Me encanta que llegue el sábado, me paso la semana entera esperando a que llegue, no solo por lo que me pagan, que me viene muy bien, sino porque me lo paso bien.”
La última prueba de la yincana, “Golpea al patriarcado”, ha terminado con la victoria, según parece, del equipo de las Barbis. Trato de confirmar quién ha ganado, “han ganado todas o ninguna”, me dice la que hace de árbitro.
Son las dos y Gemma, cocinera y hermana de Susana, una de las Metzineres, ha preparado un festín pantagruélico. Se disponen tres mesas a pleno sol con las tortillas, el gazpacho, las ensaladas de pasta, el guacamole, el hummus y la escalibada. “Ahora es cuando nos salen amigos de debajo de las piedras”, me dice Aura y, efectivamente, la jornada alcanza ahí su pico de asistencia.
“Metzineres me ha salvado”
Con la barriga llena, me sumo a un contingente de trabajadoras que van al centro de Metzineres a dejar algunos bártulos empleados de las Olimpiadas Acuáticas. Aura Roig le pide a Úrsula y a Manu a ver si me pueden adelantar a hoy la prometida visita guiada por el local. Hasta que empiece el programa de radio tenemos margen. Úrsula se trae a Conchi, su madre, y al llegar nos encontramos a Mariana con su perro y un amigo, sentados los tres a la puerta. Metzineres está cerrado porque es domingo, su horario es de lunes a viernes de dos de la tarde a nueve de la noche, pero hasta cerrado mantiene su influencia protectora. Mariana y su perro –Listo se llama– despiden a su amigo y se suman a la visita.
"Cada una de ellas tiene una novela detrás, una novela de aventuras y supervivencia llena de violencias y abusos, donde la autoridad muestra su cara menos amable y la guerra contra las drogas se manifiesta en toda su crudeza"
Úrsula comienza explicando la pizarra de Estrategies D’Autodefensa que está a la entrada. Sabe de lo que habla, empezó como participante en Metzineres y ahora es técnica comunitaria con un contrato de 38 horas y media semanales. Úrsula tiene un entusiasmo contagioso y eso que algunos llaman carisma: “La idea es que cuando las chicas entren se sientan como en su casa, porque es un espacio abierto. Aquí está la pizarra que es muy importante para nosotras. A lo largo de toda la existencia de Metzineres hemos ido poniendo las estrategias de cada consumo, y de la calle, de la prostitución, de las hormonas, de dónde podemos reciclar comida…”. En la otra pared cuelga una tela con dedicatoria bordada: “Tatiana: por siempre estarás en nuestro corazón”, Úrsula se gira, la señala y rinde homenaje a las caídas: “Tatiana fue una chica que se nos murió de sobredosis. También se murió Aixa de un infarto. Sheyla murió durmiendo y Mari Carmen, que murió hace un mes de sobredosis de alcohol y benzodiacepinas, drogas legales”. Pasamos a la cocina: “Cada día tenemos comida caliente. La verdad es que es de puta madre porque hemos conseguido, gracias a nuestra administradora, un catering de 365 Obradors. La verdad es que es muy guay, la comida es súper chula. Y aquí tenemos lo de cosmética natural, hacemos unos botiquines para repartir a las chicas, porque vamos a empezar el trabajo de calle y les vamos a repartir a las mujeres productos que hacemos nosotras y que necesitan: pasta de dientes, champú, desodorante y de todo, todo natural”. Luego me enseña las duchas, el rincón de los profesionales, la despensa y el ropero: “Cada día ponemos ropa y las chicas se cambian. Tenemos hasta espejo”. También tienen un altillo donde guardan las cosas que venden en el mercadillo, taquillas para sus pertenencias, literas para echarse un rato a dormir, enfermería y el tocador de consumo, “y ya aquí el patio, donde tenemos la lavadora y la secadora”.
Veo a Lexuri, una de las tres enfermeras en plantilla, entrar en el “tocador” y le pregunto cómo es el trabajo de una enfermera en un proyecto que se esfuerza por desmedicalizar el trato a las usuarias de drogas. Lexuri hizo un master de psicofarmacología y drogas de abuso y desde entonces viene trabajando con personas drogodependientes, primero en Madrid y más tarde en Barcelona, en una sala de consumo del barrio de la Mina. “Pero Metzineres es diferente. La perspectiva es la de cuidar la salud de las mujeres que acuden, no solo respecto al consumo sino también a cualquier tipo de herida, o a infecciones debidas a la hepatitis o al VIH, o a lo que ellas demanden. Intentamos trabajar desde esta horizontalidad, ajustándonos a sus necesidades. Aquí el trato es más integral, no solo dirigido al consumo. Yo llevo aquí solo un mes y lo que estoy aprendiendo es a quitarme la bata blanca, intentando entender que más allá del trabajo esto tiene una dimensión política y activista. Lo de la bata blanca no es solo que vamos vestidas de calle, tenemos que deconstruir muchas cosas que hemos ido aprendiendo mal, por ejemplo, ese paternalismo con el que hablamos a las pacientes, ese yo te voy a decir lo que es bueno para ti, porque yo he estudiado…”.
Antes de terminar el recorrido, le pregunto a Úrsula cómo explica este proyecto a la gente que lo desconoce: “Explico que es un centro de día donde ayudan a las mujeres que sufren violencias, que ejercen la prostitución, que son consumidoras… Les explico que es un sitio muy guay, porque yo he sido participante, ¿sabes? Cuando yo llegué venía tan loca que no entendía bien el proyecto hasta que un día pregunté si había psicólogo. Lo bueno de Metzineres es que tienes de todo y te pueden ayudar y se mueven. Y no te juzgan, porque mucha gente no pide ayuda por pensar que van a ser juzgadas. Y aquí no. Yo llevaba seis años consumiendo crack y estaba muy mal, entrando y saliendo de la cárcel, pero poco a poco me fui incorporando y entendiendo el proyecto. Tú sabes, una va tan loca siempre pendiente de su consumo, y yo que era ladrona, pun, pun, pun, y no miraba. Pero muy guay, Metzineres me ha salvado”.
Una luz que desafía las sombras
Úrsula, Conchi, Manu y Mariana, con Listo a sus pies, se sientan en la mesa del patio a fumar. En el tocador se consumen drogas inyectadas o esnifadas, y aquí en el patio las que quieren pueden fumar o consumir alcohol. Fumar tabaco, cannabis, metanfetamina, crack… Me siento con ellas y charlamos sobre cómo llegaron hasta Metzineres. Cada una de ellas tiene una novela detrás, una novela de aventuras y supervivencia llena de violencias y abusos, donde la autoridad muestra su cara menos amable y la guerra contra las drogas se manifiesta en toda su crudeza. En estas novelas de vida al límite la realidad supera con creces la ficción y, por paradójico que suene, encuentras también momentos de alegría. La oscuridad del mundo es mucha, pero hay una luz en la mirada de Úrsula, de Conchi, de Mariana y de Manu que desafía las sombras, un impulso vital que resulta inspirador y una visión de la existencia que desarma cualquier idea de superioridad moral que podamos tener, que pueda tener gente como yo. Escucharlas, en fin, es darse cuenta de lo mucho que nos queda por aprender.
Se hace tarde y hay que regresar a la Rambla del Raval para asistir al programa de radio en directo conducido por la periodista Marta Molina sobre la campaña internacional de “Apoye. No castigue”. Por la mesa de debate, ya a la bendita sombra de los árboles, van pasando muchos de los concurrentes y descubro biografías de auténticos héroes que llevan décadas de lucha para acabar con esta guerra absurda contra las drogas, que es en realidad una guerra contra los pobres. Vidda Priego, actriz trans no binaria que se gana el sustento con sus monólogos cómicos, pone su talento leyendo historias de vida de las Metzineres, buenos ejemplos para entender la necesidad de dar apoyo y de acabar de una vez por todas con la política represiva del castigo.
Alrededor no parece que los viandantes reparen en todo lo que está pasando, nadie se acerca a preguntar. Con excepción de los amigos que se apuntaron al festín y del pequeño Mohamed que se entregó con pasión a los juegos de agua, nadie parece haber reparado en la protesta. En otros países, la guerra contra las drogas forma parte del debate nacional y estos eventos, sin llegar nunca a ser multitudinarios, se reciben con mayor interés.
Oigo a mi espalda un grupo de entusiastas, ¿vendrán a sumarse a la campaña? Qué va, son un grupo de turistas veinteañeros que se ríen con la explicación del guía sobre el gato monumental de Botero. No sé qué les ha dicho, pero se ponen a la cola para tocarle los esféricos testículos al felino, con la misma devoción con la que en Madrid le besan los pies al Cristo de Medinaceli.