Globalización del yagé
Las ceremonias de yagé, brebaje conocido internacionalmente con el nombre quechua de ayahuasca, se han establecido como un fenómeno importante en los mercados y todo parece indicar que tanto la demanda como la oferta siguen creciendo internacionalmente. El yagé comenzó a abandonar la jungla en Brasil en la década de 1930 a través de la aparición de prácticas espirituales sincréticas propagadas por seguidores de personas como Mestre Irineu. Esta migración dio lugar a un movimiento de iglesias de ayahuasca con amplia presencia internacional. Las mas conocidas son el Santo Daime, Barquinha y União do Vegetal (UDV). En Colombia, desde la década de 1990, taitas originarios de las regiones Amazónica comenzaron a oficiar ceremonias en varias ciudades del país. Con los años el consumo urbano de yagé ha ido creciendo y consolidándose. Iquitos, la histórica ciudad amazónica famosa por ser uno de los mayores centros de la bonanza cauchera es hoy día considerada la capital de la ayahuasca, el equivalente peruano de Huautla de Jiménez o Real de Catorce, respectivamente las mecas turísticas mexicanas de los hongos psilocibios y del peyote. Hoy día es posible participar en rituales de yagé en varios países todos los días no obstante que el estado jurídico internacional del brebaje, de las plantas que lo componen y de sus principios activos es generalmente incoherente y orientado hacia la prohibición.
¿Otra bonanza?
La Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana (UMIYAC) es una organización de autoridades espirituales, cuyos miembros son médicos tradicionales y seguidores especializados en la practica de la medicina del yagé. La UMIYAC también trabaja con mujeres sabedoras y conocedoras de plantas medicinales. Esta organización tiene presencia en los departamentos de Putumayo, Caquetá y Cauca, regiones que siguen siendo epicentros del conflicto armado colombiano, un conflicto que a lo largo de mas de cincuenta años ha causado 6,8 millones de desplazados internos y 8,6 millones de víctimas. La misión de la UMIYAC consiste en proteger los territorios indígenas y la selva tropical; preservar el conocimiento y las prácticas medicinales ancestrales y fortalecer la autonomía y la autodeterminación de los pueblos indígenas.
Dentro de la UMIYAC, la expansión del yagé se observa con ambivalencia y preocupación. Los médicos tradicionales más jóvenes acostumbrados a viajar ven de manera favorable la posibilidad de acceder a mercados en crecimiento en zonas urbanas de Colombia y en el extranjero. Al mismo tiempo, existe una preocupación muy real de que, con el crecimiento del mercado de las ceremonias de yagé, aumenten las malas practicas y los pueblos indígenas pierdan el control de un valioso patrimonio cultural y espiritual que consideran propio. Algunos miembros de la UMIYAC entienden que el brebaje ancestral y las ceremonias de sanación son ya parte de un nuevo fenómeno extractivo que inevitablemente debilita a las comunidades indígenas y pone en peligro su supervivencia.
La extracción en las selvas amazónicas de quinina, de caucho, de hidrocarburos, de oro, de cocaína, de madera, juntos a una larga lista de compuestos bioactivos, han generado grandes fortunas y también han contribuido a la ciencia, al progreso y a la medicina. Bonanza es el término utilizado para describir estos ciclos de extracción frenéticos de auge y caída.
¿Pero bonanza para quién y a qué precio? Cada vez que un nuevo bien de consumo internacional es “descubierto” en la selva amazónica, el precio pagado por los pueblos indígenas es incalculable: esclavitud, violaciones, mutilaciones, devastación ambiental, terror, atrocidades, pérdida de tierras, empobrecimiento, desplazamiento masivo y exterminio cultural y físico. Este es el legado perpetuo de las bonanzas en la selva amazónica.
El rol comunitario del yagé
Hombres, mujeres y niños de hasta cinco años participan en las tomas de yagé. Una toma generalmente congrega a uno o más médicos tradicionales, varios seguidores, invitados ocasionales y pacientes. Las y los pacientes son personas que necesitan curarse de una enfermedad o buscan ayuda para algún problema personal. Los rituales tienen lugar rigurosamente de noche, en casas ceremoniales construidas en madera y llamadas “casas de remedio” o malokas, término, este ultimo, prestado de las comunidades murui.
El canto, las armónicas, las guitarras, las flautas y las percusiones juegan un papel importante en las largas noches ceremoniales. La música cura y alivia el dolor de las duras pruebas que a veces el yagé inflige a quien participa en los rituales. El parloteo y la narración de historias y anécdotas son también características importantes de las tomas de yagé en las comunidades indígenas colombianas. Las casas de curación son espacios privilegiados de discusión y pensar colectivo. Las personas discuten problemas que afectan a sus comunidades y territorios o hablan de problemas personales. Temas frecuentes son el conflicto armado, los retos de la vida campesina y la injusticia social. Durante estas charlas, la empatía colectiva es siempre palpable y se expresa a través de palabras amorosas, amables o silencios compasivos.
La burla y la risa son también parte de los rituales. A veces, los chistes sobre temas delicados como las injusticias sociales, la pérdida de trabajo o la falta de recursos económicos son motivo de risas colectivas, ruidosas y liberadoras.
Brigadas de Salud Espiritual: transcender el trauma del conflicto armado
El riesgo de exterminio cultural y físico es la forma en que la Corte Constitucional de Colombia definió la situación de treinta y cuatro de los ciento dos pueblos indígenas en 2009. Cinco de estas etnias están representadas en la UMIYAC y todas usan el yagé como parte de sus prácticas espirituales, sociales y curativas.
Desde una perspectiva de salud pública, los departamentos donde la UMIYAC tiene presencia muestran cifras alarmantes. De los aproximadamente 337.054 habitantes del Departamento de Putumayo, el 43,7% aparece inscrito en el Registro Único de Victimas. Si consideramos que una familia generalmente es compuesta por un mínimo de dos personas, esto significa que casi toda la población del departamento ha sufrido indirectamente por un evento traumático relacionado con el conflicto armado. Las cifras son igualmente alarmantes en los departamentos de Cauca y Caquetá, donde, respectivamente, el 23% y el 44% de las poblaciones totales están registradas como víctimas del conflicto.
En zonas indígenas fuertemente afectadas por el conflicto armado, el acceso a puestos de salud puede requerir viajes largos y costosos. Sin embargo, las comunidades pueden tratar una gran cantidad de afecciones gracias a la farmacopea local y al conocimiento de las plantas medicinales.
En este contexto, las ceremonias de yagé son los únicos espacios donde las personas que padecen los efectos psicológicos de la guerra pueden buscar y recibir atención. Las ceremonias de yagé, bajo la guía de médicos tradicionales reconocidos localmente, brindan el apoyo especializado que necesitan las personas y las colectividades para procesar y trascender experiencias traumáticas relacionadas a hechos violentos.
Históricamente los médicos yageceros solían viajar de comunidad en comunidad ofreciendo sus servicios. Uno de los objetivos de la UMIYAC es fortalecer esta tradición promoviendo las Brigadas de Salud Espiritual, es decir, delegaciones de médicos yageceros y mujeres sabedoras que viajan a las comunidades para realizar ceremonias de yagé y rituales curativos. Las brigadas espirituales son un ejemplo único e invaluable de salud comunitaria indígena en un contexto en el que ni el Estado ni las agencias humanitarias internacionales tienen idea de la magnitud del daño psicológico infligido en cincuenta años de guerra a grandes sectores poblacionales.
Peacebuilding indígena: yagé, espiritualidad y construcción de paz
En las ceremonias, las y los participantes pueden llegar a un estado no ordinario de espiritualidad y conciencia, mediado por el espíritu vivo de las plantas del yagé. En estos contextos muy particulares, sagrados e íntimos pero también colectivos y políticos, los comuneros y las comuneras, autoridades, lideres y lideresas reconstruyen los tejidos sociales de sus comunidades, forjando y reforzando afectos, lazos y alianzas. En una sociedad lacerada por la guerra y sus trágicos legados de asesinados, desapariciones, confinamientos, desplazamientos y despojo, este es un proceso clave tanto de peacebuilding como de sanación de traumas, individuales y colectivos.
En palabras de un miembro de la UMIYAC: “Las personas que han elegido caminos de violencia en los grupos armados, legales o ilegales, están volviendo a las aldeas. Esto genera desconfianza. La gente dice que la violencia todavía está dentro de ellos. Esta falta de confianza se supera solo con las tomas de yagé. Cuando los excombatientes participan en las ceremonias y se dejan curar por los abuelos yageceros, están demostrando estar dispuestos a cambiar. Y esto genera confianza en la comunidad porque la gente sabe que gracias a la medicina del yagé estas personas aprenderán nuevas formas de ser y de comportarse”.
La historia de Homer, un seguidor de la medicina del yagé del bajo Putumayo, resulta en este sentido ilustrativa y merece que nos detengamos a escucharla. En sus propias palabras:
“Fui miembro de un grupo armado por casi diez años. Me reclutaron muy joven y crecí en la vida guerrillera. Después de años de combates y vida dura me cansé y decidí volver a mi comunidad. Me hacían falta mis papas y toda mi familia. Varios de mis compañeros sabían que yo estaba cansado de la vida en el monte y que estaba esperando una oportunidad para irme. Esto me puso en riesgo porque en la guerrilla la deserción se paga con la vida.
Logré fugarme poco antes de la firma de los acuerdos de paz. Al volver a la vida civil trabajé en los cultivos de coca, una de las pocas salidas económicas para los campesinos de mi región. Es un trabajo muy ingrato porque para obtener una buena producción hay que usar muchos venenos químicos. Sufre y se enferma el hombre y sufre y se enferma la tierra.
En mi comunidad tengo un primo mas joven que fue reclutado por los paramilitares. El cuando volvió a la comunidad no hablaba. No salía de la casa. Tomaba trago todo el día y lloraba y lloraba. Un día su mama vino a mi casa y me pidió que hablara con el. Yo fui a hablar con un abuelo yagecero para pedir consejo. El abuelo me digo que los dos teníamos que ir a curarnos con el yagé. Fuimos y empezamos una larga curación que años después todavía sigue. Ahora los dos somos seguidores de la medicina del yagé y secretarios. Es decir, acompañamos al abuelo de comunidad en comunidad y prestamos asistencia durante las ceremonias.
Hace años nuestra propia comunidad nos tenia miedo, decían que éramos hombres acostumbrados a resolver los problemas con las armas. Nuestros mismos familiares pensaban que no íbamos a cambiar y nos tenían miedo. Hoy nos ven como seguidores de la medicina, como personas comprometidas con la espiritualidad, con el territorio, con nuestra identidad y con la cultura.”
La medicina ancestral y el yagé promueven la salud mental y espiritual de las comuneras y de los comuneros, así como propician la construcción de la paz y la reconciliación. Gracias a la medicina del yagé las comunidades indígenas reparan sus tejidos sociales, forjan unidad y construyen nuevos liderazgos. Por esta razón, los médicos yageceros y las mujeres sabedoras de la UMIYAC trabajan para mantener viva las practicas espirituales. Con el yagé y la espiritualidad los pueblos indígenas amazónicos forjan su resistencia y generan la fortaleza necesaria para seguir defendiendo los territorios, la biodiversidad, la cultura y detener el ecocidio y el genocidio.
Un saber amenazado