Dictando la Electiva “Drogas, Bioética y Derecho” en la Universidad Libre en Cúcuta llegué a la conclusión de que no solo muchos estudiantes se drogan, sino también muchas directivas se drogan, bastantes profesores lo hacen, y los trabajadores, administrativos y egresados de igual manera, y en parecidas proporciones, se drogan. ¿Drogadictos todos?, ya veremos, les cuento mi experiencia.
Empecé a estudiar juiciosamente las drogas en 2015 y no fue fácil, el marco sociojurídico de las drogas en Colombia es amplio, complejo, cambiante, apasionante y a la vez impreciso. Está lleno de errores y con evidencias de ciertos atisbos de lucidez. Para aquel entonces de drogas sabía muy poco, solo tenía una investigación sobre los Centros de Atención Móvil a Drogodependientes CAMAD que operaba en el Bronx en Bogotá –investigación enfocada más en el acceso a la salud–, sin embargo, motivado por una pregunta y la propuesta de un estudiante, decidí que en el Semillero de Filosofía y Derecho se abriera un estudio sociojurídico con enfoque bioético sobre drogas en general.
Tiempo después, una llamada del Decano de la Facultad de Derecho me pregunta con acento ocañero: “Carlos, hermano, ¿tenés alguna propuesta de una electiva para dictar el otro año?”. No lo pensé dos veces, “sí, se llama ‘Drogas, Bioética y Derecho’”. Realicé la respectiva propuesta y fue programada para dictarla en todo el año de 2017. Tenía entonces la confianza del Decano y decidí con estudiantes de mi semillero diseñar todas clases y proponernos hacer algo novedoso y responsable en la forma de acercamiento a las drogas. En los párrafos que siguen narro algunos de los sucesos más relevantes, titulados con frases que se dijeron y que para mí fueron icónicas de lo que sucedió en el curso.
“Profesor, yo solo jarto: tomo cerveza y guaro, no me drogo”
Desde un inicio de la electiva comprobamos que el “estigma” es el mayor obstáculo para un conocimiento de las drogas. Que si hablamos estrictamente de drogas, el alcohol, por ejemplo, es la más dañina por ser, entre otras cosas, la que socialmente está permitida, la que más se comercia y más estragos genera si sumamos el daño para el consumidor como para la sociedad (ver artículo “Drug harms in the UK” de David Nutt para la revista The Lancet).
Desde un inicio comprobamos que el “estigma” es el mayor obstáculo para un conocimiento de las drogas.
En el curso casi todos los estudiantes admitieron que tomaban alcohol, pero no asimilaban bien que hacerlo es drogarse, lo que contrastaba con una pregunta que el iniciar la electiva les hacíamos en torno a si habían consumido alguna vez drogas, a lo que la muchos respondían que no. Las preguntas las realizábamos por escrito y exigíamos no colocar el nombre, para que en el anonimato pudieran responder con la mayor libertad posible. El objetivo no era calificarlos, sino realizar una evaluación diagnóstica sin ningún efecto en la nota del curso. El alcohol es una droga socialmente aceptada, pero que incluso la desinformación ha hecho entender que se consume en cantidad y no en calidad, obviando que todas las representaciones del alcohol tiene su propia forma de consumo: un vino, un wiski, un tequila, una cerveza, etc. Hay formas de servirse, de catarse y de disfrutar para no generar efectos adversos. Todo ello lo explicamos, dejando claro que incluso la droga que casi todos consumen, la consumen mal.
“Pepas para la electrónica, marihuana para el reggae y unas frías para el vallenato”
Una forma de consumo de drogas está íntimamente ligada a la cultura y allí aparece en su esplendor la música. Todas las clases, sin excepción, empezábamos escuchando una canción que representara de alguna forma la droga que íbamos a estudiar. En ocasiones, reflexionábamos, es un error pensar que la música puede ir por un lado y la droga por el otro; desde el estudiante de Valledupar que instintivamente piensa en cerveza cuando escucha un vallenato, hasta llegar al reggae que establece una conexión más fuerte con la marihuana que hace que no se puedan pensar sin tenerse en cuenta, sin implicarse una a la otra. Esta conexión incluso se funde en la cultura política y religiosa del movimiento rastafari: marihuana, reggae, religión y política son una unidad, son uno solo.
Comprender estas conexiones fueron claves para que los estudiantes vieran la distinción de los principales –no los únicos– tipos de consumo de droga, a saber: el recreativo (quien se droga por diversión o esparcimiento, y si no hay fiesta o “parche”, no lo hace); el religioso (como el del rastafari); el del drogodependiente (que no elige consumir, sino que psicológicamente y biológicamente su cuerpo lo demanda); el medicinal (para tratamientos médicos).
“La coca es nuestra forma de vida”
Estando en Cúcuta dictando esta electiva, invitar a los campesinos del Catatumbo lo considero un deber. Los campesinos aceptaron ir en cada semestre para conversar y entender su rol en el proceso de producción de la coca y cómo, por abandono estatal en las vías, en la industria, en la empresa y en la comunidad en general, si ellos no cultivan coca y comercian con ella se mueren de hambre. No hay alternativas. Las condiciones son precarias y sin grandes esperanzas a que a corto o mediano plazo cambien.
Al comenzar el foro empezó a sonar la canción “El hijo de la coca” del cantante Uriel Henao conocido como el rey del corrido prohibido. La canción la sentían como propia, narra la historia de cómo un niño por el abandono estatal no tiene otra opción que dedicarse a la coca (esta canción la eligieron los campesinos al comentarles la tradición en el curso de empezar con una canción alusiva a la droga que se iba a estudiar). Luego empezó el foro, en donde hubo una contextualización de primera mano sobre cómo el negocio de la droga no es solo el disfrute de consumidores y el enriquecimiento de los narcos, sino también la salida de gente humilde, pobre, que ama su tierra y que se ve obligada en medio de un conflicto armado a cultivar la hoja de coca.
“Tuve el mejor promedio en la Universidad Externado, terminé varios años fumando bazuco, ahora cumplo ocho años sin probar droga alguna: quiero aportar a su electiva”
La electiva fue un éxito, pero no se ofertó para el año siguiente, pese a que el contexto social, histórico, cultural, universitario, jurídico y ético sin duda lo demandan.
¡Decidimos hacer arte! La última sesión de la electiva fue una obra de teatro que tuvo como protagonista a una persona que siendo estudiante durante muchos años fumó marihuana y bazuco, olió coca, consumió LSD, éxtasis, hongos, heroína, en fin, su cuerpo era testigo de ser llevado al límite de lo humano, de lo demasiado humano. Sus tropiezos y aciertos, sus lecturas e interpretaciones, sus vivencias y recuerdos fueron el alimento que yo escuchaba varios sábados con personas del Semillero que me ayudaron, como un egresado que al enterarse de la electiva quiso contar su experiencia. De esta forma íbamos creando representaciones artísticas para plasmarlas en un monólogo teatral: se compuso rap, se hizo poesía, se danzó, se cantó, todo ello para que se comprendieran conceptos claves de las drogas como la tolerancia, la abstinencia, los efectos, etc.
Para estudiar la droga producimos arte basado en experiencias, fue imposible quedarse solo con la clase magistral.
“Profe, ¿usted consume droga antes de entrar a clase?”
La curiosidad no es mala, pero si se suma a la desinformación puede producir desde una adicción evitable en un universitario, hasta una política estatal errada para el manejo de las drogas. Los estudiantes preguntaban durante las sesiones y por fuera de ellas si yo había fumado o consumido alguna droga o si recomendaba iniciar con alguna, ante estas preguntas tenía una responsabilidad mayor pues uno siente que está siendo profesor siempre, que está en clase permanente. Mientras tanto, respondía con franqueza preguntas sobre el consumo intentando informar y que en la autonomía que tenía cada estudiante sacara sus propias conclusiones. Consideraba que un enfoque prohibicionista y paternalista, además de fracasado, impedía conocer bien las drogas, y nosotros intentábamos enseñarlas en su contexto social, cultural, jurídico y ético.
Ahora bien, intentar enseñar en la universidad un tema de por sí controvertido e increíblemente desconocido en una ciudad como Cúcuta implica un apoyo institucional radical. Los modelos pedagógicos y la investigación sobre drogas, no son posibles a medias, debe existir un compromiso real y, si no es así, el proyecto lo consumen los prejuicios, la ignorancia. La electiva “Drogas, Bioética y Derecho” fue un éxito, obtuvo alta calificación docente por parte de los estudiantes y ellos la recuerdan con agrado; se logró consolidar un currículo único en el país replicable en cualquier momento. Una experiencia que espero volver a implementar, ya que la electiva no se ofertó para el año siguiente, pese a que el contexto social, histórico, cultural, universitario, jurídico y ético sin duda lo demandan.