Desafiando la legislación brasilera, el centro Camino de Luz hace de la ayahuasca la piedra angular de un tratamiento para la drogodependencia, mestre Muniz, el carismático fundador, nunca dice no: indigentes, ladrones o asesinos, rechazados por la sociedad y la familia, encuentran en la experiencia extática inspiración para salir del abismo.
Serán cuatro días de preparo, que es como decir cuatro días de fiesta. Suena la música, corren los chiquillos, cocinan las mujeres el almuerzo, trabajan los hombres con eficiencia y circunspección. Son decenas: unos lavan la ayahuasca, otros la machucan, la pasan por una trituradora, la mezclan en enormes ollas con la chacruna y la ponen al fuego en los nuevos hornos que recién se inauguran en esta nueva casa de preparo. Todos tienen un cometido, que desempeñan orgullosos. Bien vestidos, aseados, cuesta creer que hace unos años fueran indigentes, ladrones o sicarios. Que la adicción les llevara a la marginalidad. Que perdieran el apoyo de sus familias. Y que, inopinadamente, se encendiera una luz en sus vidas: el vegetal, como llaman a la ayahuasca los seguidores de la iglesia União do Vegetal (UDV), a la que está vinculada Camino de Luz.
Si le pregunto a Jorge, un cuarentón gordito y sonriente: “Mi madre me ayudaba pero escogí la droga, pasta básica y marihuana”. Titubea para explicar cómo pagaba el consumo: “Matar gente por dinero”. Se levanta la camisa y muestra cicatrices de bala: “A mis amigos de entonces los mataron a casi todos. Éramos cincuenta, quedamos cinco”.
Si le pregunto a João, desde el 2005 exalcohólico y excocainómano, me dice: “Vine para calmar a mi esposa. Vine en la tarde. Por la noche había sesión. Bebí vegetal, todo lo que estaba pasando en mi vida lo vi como una película. Solo había cosas horribles, cosas buenas nada. Decidí iniciar una recuperación. El vegetal te da calma en el espíritu, paz”.
No me atrevo a preguntarle al gigante de la cara tatuada. Algo feroz en su mirada sugiere un pasado truculento. Emplea su musculatura descomunal en golpear con un mazo las lianas. Se procesarán tres toneladas para abastecer a los quinientos internos de los nueve centros de recuperación que pertenecen a la Associação Beneficente Caminho de Luz. El preparo del vegetal tiene siempre una connotación festiva, pero en esta ocasión hay más razones para la celebración: es el vigésimo aniversario de la asociación, que ha visto transitar a miles de personas desde el lado tenebroso del consumo de droga hacia la lucidez y la abstinencia. Y se celebra el cumpleaños de mestre Muniz, el fundador, un hombre con una misión.
Terapia prohibida
La UDV es, cronológicamente, la última de las tres iglesias de la ayahuasca que nacieron en el oeste amazónico brasilero. Al igual que el Santo Daime y la Barquinha, la UDV es fruto del encuentro entre los trabajadores del caucho llegados desde el nordeste brasilero y los ayahuasqueros nativos de esa triple frontera Brasil-Perú-Bolivia. Fascinado por la ayahuasca, el bahiano José Gabriel da Costa, mestre Gabriel, fundó la UDV el 22 de julio de 1961. Como el Santo Daime y la Barquinha, la UDV integra elementos de catolicismo, espiritismo y cultos afrobrasileros. Las tres también se parecen en la sucesión de escisiones (siempre en nombre de la legitimidad o la ortodoxia) que las dividió tras la muerte de sus fundadores. La que nos interesa la encabezó en la ciudad de Río Branco, estado de Acre, José Muniz de Oliveira, que en los noventa dejó el centro de la UDV que frecuentaba y creó el suyo, el Centro Espírita Beneficente Templo da Ordem Universal de Salomão, a cuyo resguardo nació Camino de Luz.
Cuenta el mestre Muniz que ninguno de los medicamentos que vendía en su farmacia combatía la adicción a las drogas, una plaga en Río Branco, puerto de entrada de gran cantidad de cocaína y pasta base. Por aquel entonces, Muniz presenció, en breve tiempo, la metamorfosis que experimentó un buscador de oro, recién llegado de la selva. “Ese hombre era un fracaso, sin dientes, cabelludo, blanco, parecía un muerto viviente. Y entonces bebió vegetal, mejoró y pasó a ser una persona diferente, en lo que hablaba, en su comportamiento, consiguió una ropa mejor, se cortó el pelo, se puso dientes. Y eso lo hizo el té. Cuando yo vi eso le di a otros enfermos, y vi que los dependientes químicos mejoraban”.
Para poner en marcha su misión, mestre Muniz tuvo que enfrentar el rechazo de las iglesias de la ayahuasca, que no querían que se relacionara esta “bebida sagrada” con consumidores de drogas. Estaban (y están) en lucha por legitimarse ante la sociedad. En 1991, los grupos religiosos ayahuasqueros habían renunciado en una declaración pública al uso terapéutico de la ayahuasca (tratando de evitar acusaciones de charlatanería) para garantizar la legalidad del uso espiritual en virtud de la libertad religiosa. Mestre Muniz explica que las iglesias “no aceptaban en sus sesiones drogodependientes para que no se relacionara vegetal y droga. Si se enteraban de que el asistente era usuario, se le apartaba”. Aunque la legislación brasilera solo permite el uso religioso de la ayahuasca, el programa terapéutico que se desarrolla en Camino de Luz es conocido y apoyado por diversas instituciones oficiales del estado de Acre. Se han dado cuenta de que el paso por este programa terapéutico puede sanar lo que la cárcel solo pudre.
Éxtasis y disciplina
El preparo no cesa. Día y noche lavan, machucan, ollas al fuego. Me acerco al gigante tatuado: cruces cristianas en las mejillas, alambre de espino en la frente, determinación en el ceño: machucar, machucar. Se toma un respiro, se acerca a la mesa que queda en el centro de la casa de preparo y pide a un conselheiro que le sirva vegetal. De una gran jarra le pone un vasito que apura de un trago; es una dosis menor que la que se consume en las ceremonias religiosas, cuando se persigue el astral. Vuelve al trabajo. Me atrevo a preguntarle por qué toma. “Sensación de paz y armonía, es bueno para trabajar. Sintonía con el preparo”, dice serio, amable.
La gran casa de preparo se transforma a medida que anochece; va a comenzar la sesión. La gente aparece con su uniforme de pantalón blanco o falda amarilla y camisa verde, salvo los mestres, que se identifican por su camisa azul (cosas de la jerarquía). Se congregan doscientas personas entre internos, exinternos, familiares, simpatizantes y curiosos. En un extremo, la mesa presidida por Muniz, con la gran jarra de vegetal. A lo largo de los laterales, sillas en las que viajarán hombres, a un lado, y mujeres, a otro. Las seis grandes ollas siguen borboteando al otro extremo. Una larga fila humana conduce alrededor de la mesa hasta el vasito de vegetal, que cada persona recoge antes de ocupar su puesto. Después de un padrenuestro, el mal trago, que unos suavizan con un poco de agua y otros con un dulce.
Bajo una intensa luz blanca, que no se apagará, los participantes cierran los ojos y aguardan. Uno de los conselheiros, junto a la mesa presidencial, envía desde su computador la música que guiará la experiencia. Temas en clave de pop, folk, forró o balada, realizados por la UDV, que suenan a través de altavoces. El mestre Muniz toma ocasionalmente el micrófono y realiza chamadas, invocaciones cantadas. “La fuerza del marirí [la liana], la luz de chacruna, los dos unidos, para tener visión. Es fuerza superior, es ciencia de Salomón”. El rey Salomón, que en un pasado mítico entregó el conocimiento del vegetal al mestre Caiano, encarnación anterior del mestre Gabriel, fundador de la UDV.
A medianoche, cuando se cierra la sesión tras una serie de discursos, agradecimientos y recomendaciones, se abre el acto social. La gente conversa animada, intercambia sonrisas, abrazos, felicitaciones, comida. “Paz interior. Nuestro espíritu se eleva”; “Las orientaciones que uno consigue viajando a un plano astral son las más bellas posibles”; “La gente consigue ver un mundo más allá de este”; “Recibí orientaciones, cosas que hago cada día que no están bien”; “Vi la luz de Dios iluminando mi vida, aclarando mi mente”: son algunas de las explicaciones que los participantes ofrecen de su experiencia.
"Bebí vegetal, todo lo que estaba pasando en mi vida lo vi como una película. Solo había cosas horribles, cosas buenas nada. Decidí iniciar una recuperación"
También ha tomado vegetal el psicólogo Mailton Bernardelli, que concluye un mes de trabajo de campo. Experto en centros para el tratamiento de la drogodependencia, tiene la certeza de que el uso del vegetal supone un salto de eficacia. “A través de la expansión de conciencia ellos consiguen vivir aspectos de la vida, eventos traumáticos, violencia que hicieron contra otras personas. Hay una revisión de las actitudes, y se abre la posibilidad de modificar hábitos, incluyendo el uso de drogas. Personas muy agresivas que hicieron cosas muy graves, con sus vidas o las de otros, tienen una redención, y consiguen entender que hicieron daño a alguien, y que eso no es lo adecuado”. Bernardelli subraya que el viaje interior supone una diferencia esencial respecto a otras comunidades terapéuticas. “El hecho de repensar sus vidas se debe a un proceso interno producido por la expansión de conciencia que produce el té, no a la moralización que un terapeuta o un pastor hacen sobre lo que está bien y mal”.
Sin embargo, para Bernardelli, solo la experiencia extática no basta. Lo sabe el interno Carlos Machado, de una familia acomodada de Brasilia. Carlos probó a salir del crack tomando vegetal esporádicamente en un centro de la “legítima” UDV. “Antes de venir aquí tomé el vegetal durante diez años pero no conseguía abandonar la droga, porque no me metí dentro de la doctrina, no me asocié a la UDV. Llegó un punto en el que consumía crack por la tarde y por la noche el vegetal. Tenía una fuerza mala dentro de mí y una fuerza buena queriendo entrar, y la positiva ganaba. Me daba diarrea y vómito, que es la forma que tiene el vegetal para limpiar”. La limpieza, sin el contexto y la continuidad del tratamiento, duraba poco.
Sudar castañas
Desarrollado por antiguos internos que superaron su adicción, el tratamiento en Camino de Luz tiene tres fases. En la primera, los enfermos permanecen durante treinta días en Rey Salomón, un complejo aislado en la selva. Después se les deriva a alguno de los otros centros que dependen de la asociación para cumplir con la segunda fase. Buena alimentación, descanso, actividad física, reuniones de grupo y un horario de actividades que los internos deben respetar disciplinadamente durante nueve meses.
El centro más antiguo, Camino de Luz, que le dio el nombre a la asociación, se encuentra a las afueras de Río Branco, en una finca del mestre. Aunque el entorno está siendo engullido por la urbanización, Camino de Luz conserva amplios espacios verdes, entre los que destaca una hermosa plantación de chacruna. Los internos se alojan en humildes casitas de madera. Una casa hace las veces de cocina, comedor y sala de televisión. Otra más pequeña alberga las dependencias del equipo terapéutico y un gran porche lateral, en el que los internos, seis horas al día, sudan la gota gorda pelando castañas del Pará, que serán convertidas en dulces y vendidos en las calles para sustentar el programa. Además de contribuir a la financiación del centro, contribuyen a su curación. “La desintoxicación se hace mediante el trabajo, lo que se llama laborterapia”, explica Everson dos Santos, coordinador terapéutico, con otra historia escabrosa que no se adivina tras la diligencia y seriedad con la que supervisa el recinto. “La persona va a pelar castaña, va a trabajar en la cocina, limpiar su cuarto… Que la persona sude para que la toxina salga del cuerpo”.
En Camino de Luz, el vegetal desempeña un papel crucial en la desintoxicación y la superación del síndrome de abstinencia. En un cobertizo, a la entrada del recinto, tres veces al día se forma una fila de pacientes a la espera de una pequeña dosis. “Los internos, cuando llegan, toman dos o tres veces al día vegetal, porque es desintoxicante y porque ayuda mucho con la abstinencia. Hace que la persona se calme, que tenga paz y reflexione”, explica Everson. La dosis no suele ser potente como para impedir que el interno realice sus actividades labor-terapéuticas, pero no es raro ver a alguno en un rincón, en silencio y soledad, yendo para adentro. No solamente la dosis es menor a la que se consume ritualmente, la composición es diferente. Se trata del vegetal das nove, una fórmula ideada por el fundador de la UDV, mestre Gabriel, para curar el cuerpo, que además de ayahuasca y chacruna contiene otras nueve plantas medicinales. Y así, Camino de Luz cuestiona la posición pública de las iglesias ayahuasqueras, comprometidas a usar exclusivamente en su fórmula ritual ayahuasca y chacruna y a renunciar a cualquier indicación terapéutica.
Everson dos Santos cuenta que, en su caso, la curación fue más allá de la dependencia. “Llegué con un tumor cancerígeno en el pulmón, que venía creciendo. Mestre Muniz me sugirió que bebiese el vegetal tres veces al día, como si fuese un medicamento. Y así lo hice durante un tiempo hasta que fui al hospital, me hice una tomografía, y el médico me dijo que el tumor estaba disminuyendo”. Pero tal vez Everson no debería haber dicho eso ni yo haberlo escrito: nos pueden acusar de charlatanes. Volvamos al tratamiento de la dependencia: Everson explica que, para mantenerse firme y sano, toma el vegetal das nove cada dos días, además de los miércoles y los sábados, en los que se celebran rituales con la dosis completa del vegetal normal.
¿Droga o remedio?
Alguien puede argumentar que lo que estos dependientes químicos hacen es cambiar una droga por otra. “A quienes dicen que el vegetal es droga yo les digo que si fuese droga sería muy buena, porque además de hacer que la gente pare de usar otras drogas, te da la voluntad de vivir de nuevo”. El testimonio de Elton Nunes Vera, único terapeuta titulado de Camino de Luz, es revelador. Nacido en Minas Gerais, a tres mil kilómetros de Río Branco, Elton fue usuario de drogas durante veinte años. Los dos últimos se hundió en el crack. Buscando una salida, allá en Minas participó en varias sesiones en un centro de la línea original de la UDV. Le ayudó. “El vegetal era la fuerza que yo necesitaba para dejar el crack”. Sin embargo, las sesiones solo tenían lugar cada quince días, y a él le acometía el vacío con más frecuencia. Le pidió al mestre que le diera una cantidad para tomar en casa. El mestre dijo no: ni drogodependientes asociados a la UDV ni terapia con el vegetal.
Elton buscó un tratamiento cristiano, en la selva del estado de Rondonia. Oración, trabajo y una buena cantidad diaria de estabilizadores del humor y antidepresivos le sacaron, por fin, del crack. Permaneció en el centro como monitor y se formó como terapeuta holístico. A los cuatro años de su llegada, atendió a un joven dependiente que había pasado por Camino da Luz: le habló del mestre Muniz, del uso del vegetal. Se prendió su curiosidad, Río Branco estaba cerca, viajó. Permaneció en Camino de Luz un mes. Fue a la selva y participó en la elaboración del vegetal das nove. “Cogimos cortezas de árboles, preparé con ellos y comencé a tomar ese vegetal como si fuera un medicamento. Todos los días. Fue un proceso increíble, porque yo estaba hinchado por causa de los medicamentos que tomaba. Fui bebiendo vegetal, dejé los medicamentos y adelgacé. Me sentía vigoroso, con disposición”. Se quedó en Camino de Luz. ¿Cambió su adicción al crack por la química farmacéutica y luego esta por un potente psicoactivo? Tiene claro que no. “No siento abstinencia del vegetal. Debía tomar estabilizadores del humor tres veces al día para equilibrar, y sentía pereza, con el cuerpo hinchado. Era dependiente. En este momento ya estoy casi veinte días sin beber vegetal”. Esa es la gran diferencia: por primera vez en veintidós años está libre de sustancias, legales o ilegales, sintéticas o naturales. “No existe un síndrome de abstinencia del vegetal –enfatiza Elton–. Es al contrario. Las personas que beben vegetal, al siguiente día no les hables de vegetal. Al expandir la conciencia, muchas veces se tiene un viaje duro: muestra comportamientos inadecuados, y entonces quieren solucionar eso primero para tomar otra vez”.
Tratamiento en Sociedad
Pero al fin llega el momento de abandonar el bienestar garantizado del centro para enfrentarse al mundanal desastre, a la competición, a la desconfianza. No es raro que ese paso tenga como consecuencia la recaída. No existen datos fiables del éxito del tratamiento. Mestre Muniz cree que el cuarenta por ciento de los que lo empiezan llegan al final, cifra superior a la de cualquier otro centro. Más difícil es saber cuántos de los que terminan no recaen. El psicólogo independiente Mailton Bernardelli, con una larga trayectoria de investigación, cree que el éxito es aquí mayor que en otros centros. También lo piensan muchos de los internos, que han pasado por otro lugares antes de Camino de Luz. Pero todos ellos, mestre, terapeutas e internos, remarcan que el vegetal no es suficiente. Laborterapia (típico), reuniones de grupo (mañana y tarde), disciplina (necesaria) y una innovación que aporta una ventaja decisiva: la tercera fase.
La finca de mestre Muniz está dividida en dos. A un lado, aislada por una precaria casi-valla está la unidad de internamiento. Al otro crece la Sociedade. Los internos que no sienten la confianza de afrontar el mundo exterior, que no tienen vivienda, trabajo o respaldo familiar, se alojan en alguna de las casitas construidas alrededor de la casa de preparo por el mestre y cedidas a sus pupilos. “El problema de las comunidades terapéuticas –explica Muniz– es que son cerradas completamente y, concluido el tratamiento, completamente abiertas. Aquí esa reintegración es progresiva. En el lenguaje legal esta tercera fase sería un régimen semiabierto. Está yendo, está viniendo, está siendo cuidado todavía, para que vuelva a la sociedad con seguridad”.
El sustento y el cobijo siguen garantizados por el mestre, aunque la mayoría de los residentes en la Sociedad consiguen un trabajo más o menos regular. Algunos nunca se van de la Sociedad, forman su familia y permanecen cerca del vegetal, siempre disponible cuando arremete la ansiedad, rodeados de gente que les comprende y estima. Una pequeña sociedad, una gran familia, un líder carismático, un remedio maravilloso. Camino de Luz es la constatación de que la curación no puede reducirse a técnicas sobre el papel ni a moléculas en el riego sanguíneo.