Solo posible en Brasil: Raimundo Irineu Serra, un negro descendiente de esclavos funda en la Amazonia una religión que combina la ayahuasca con creencias católicas, africanas y espiritistas. Medio siglo después de su muerte, discípulos como Luiz Mendes reivindincan la vigencia del Santo Daime: “El objetivo de esta doctrina es que usted conozca su propio valor y pueda así conocer el mío. Mi luz enciende la tuya porque la tuya enciende la mía”.
“El daime me lo ha dado todo: una familia, una casa y muchos amigos, pues siempre me gustó hacer amigos, y esas cosas son mucho mejor que el dinero, que es necesario, pero no compra lo más importante”. El Mestre Conselheiro Luiz Mendes ha hablado con gravedad, raro en él, más dado a la risa estrepitosa o la tranquilidad. Apoya sus casi ochenta años de vida sobre el azadón con el que cada mañana trabaja en su huerta y dice: “Doy gracias al daime por estar aquí todavía con buena salud”.
Mestre Conselheiro porque fundó el Centro Eclético Flor do Lótus Iluminado, CEFLI, una de las ramas más prestigiosas del Santo Daime. Mestre Conselheiro porque es la encarnación del sabio que se retira del mundanal ruido en busca de una vida sosegada, aunque el mundanal ruido le encuentre: su trayectoria en el seno del Santo Daime, al que ingresó en 1962, le convierten en una referencia fundamental y su apartado refugio de Fortaleza, en la frontera amazónica de Brasil con Bolivia, es un centro de peregrinación al que llegan incesantemente daimistas e investigadores.
Este prestigio, ya internacional, era impensable cuando, tras casarse con una mujer de la doctrina, conoció el daime. “En la ciudad de Rio Branco se consideraba un vicio, yo no quería probar. En aquel tiempo había muchos prejuicios, incluso hoy perduran: que puedes enloquecer, que es brujería. Pero un día acompañé a mi mujer, me gustó, hice amistades…”. Hasta que decidió tomar, porque se sentía enfermo “espirituamente”: alcoholismo. “La primera vez que tomé daime, dejé de beber. Fue una cura. Dentro de mi miraçao se me mostraron dos caminos y alguien me interrogó: ‘Tú eliges, ¿quieres tu destrucción?’ Triste camino, muy triste. Y luego me mostró el otro, ¡qué cosa tan linda!” Eligió el Santo Daime y a su líder y fundador, Raimundo Irineu Serra, el Mestre por antonomasia: “El Mestre Irineu es Jesús. Dos personas diferenciadas, que nacieron en distintos tiempos, pero para mí el Mestre Irineu fue una persona en cuya carne y espíritu Jesús hizo morada. Creo mucho en eso sin miedo de fanatizarme”.
El Mestre y la Diosa Universal
Raimundo Irineu Serra nació en 1890 en el nordeste brasileño, en el estado de Marañón, y como miles de coterráneos llegó en 1912 a Acre, en la frontera amazónica con Bolivia y Perú, para trabajar en la extracción de siringa, el caucho amazónico que nutría la floreciente industria automovilística mundial, un gran negocio para Occidente y una gran tragedia para los pueblos indígenas: invasión, expolio, marginación o esclavitud. Mientras Mestre Irineu sangraba caucho de los árboles para alimentar a la Gran Máquina, conoció la ayahuasca. Fue pocos años después de su llegada. Primero en un ritual indígena, con temor/sospecha de estar participando en algo satánico. Después, fascinado, en su casa, acompañado por otros siringueiros. Se cuenta que era una noche de luna llena, que el Mestre tomó ayahuasca y la luna bajó hasta él convertida en Diosa Universal, Reina de la Floresta, Clara, Nuestra Señora y le habló: “Para usted recibir algo que le quiero dar, debe dietar en el bosque ocho días, solo, comiendo yuca sin sal”. Y así como Jesucristo superó las tentaciones en el desierto, Mestre Irineu hizo lo propio en la selva; entonces regresó la Reina de la Floresta y le entregó su misión: librar la ayahuasca de los lastres indígenas, satanismos y hechicerías, y utilizarla para la curación. Un civilizador de la ayahuasca, bebida que ya no se llamaría así. “Daime”, bautizó la Diosa. “Su verdadero nombre es daime. Daime salud, daime amor, daime paz. Se puede pedir cualquier cosa, porque esta bebida es sagrada y tiene todo lo que la gente necesita”.
En las siguientes décadas Mestre Irineu fue mucho más que un curandero de siringueiros, colectivo humilde y en crisis, sometido al desarraigo y a los vaivenes del mercado internacional del caucho, y paulatinamente ocupó la posición de reverenciado líder espiritual. Era un hombre imponente, alto y musculoso, de rasgos decididos, parco en su expresión, y ejerció una influencia fundamental en la vida de sus seguidores. Francisca do Nascimento, hermana de Luiz Mendes, cuenta se curó gracias al daime y que después su vida pasó a girar en torno al Mestre y su doctrina. “Yo era un niña tímida, pero cuando me enamoré fui a preguntar al Mestre si tenía fundamento continuar con ese enamoramiento y él me animó. Salió bien, ya vamos a hacer cincuenta años de casados”.
Legitimidad
La construcción del Santo Daime como religión organizada es búsqueda de reconocimiento y legitimidad social. Primero, contra el estigma de salvajismo y hechicería que hasta hoy pesan sobre las prácticas chamánicas de los pueblos indígenas. Las tres iglesias de la ayahuasca (Santo Daime, União do Vegetal y A Barquinha) mantienen una cierta ambigüedad hacia el origen indígena de sus prácticas, que reconocen pero también menosprecian. Que “el Mestre perfeccionó la ayahuasca” o que “la civilizó” son ideas habituales entre los daimistas. Eso explica que la bebida pasara a llamarse daime, la liana jagube y la chacruna rainha, reina, en honor de la Reina de la Floresta; es por eso que los rituales se realizan con luz, en vez de la oscuridad inquietante de las sesiones nativas; que el espacio y la disposición ritual recuerden a una iglesia; que los uniformes que suelen vestir los daimistas sugieran el respeto y la admiración del Mestre por el Ejército brasileño.
“El Mestre Irineu es Jesús. Dos personas diferenciadas, que nacieron en distintos tiempos, pero para mí el Mestre Irineu fue una persona en cuya carne y espíritu Jesús hizo morada”
Además del estigma de lo indígena hubo que combatir el de la “droga”. En 1982 el gobierno brasilero prohibió el uso de la ayahuasca, y solo en 1987 autorizó su uso, exclusivamente ritual, prohibiendo a las iglesias establecer cualquier asociación de la ayahuasca con curación, pese a que Mestre Irineu se consideraba fundamentalmente un curandero, y la mayoría de sus seguidores llegaron a él por motivos de salud.
Aunque públicamente no se pueda asociar daime con curación, lo hacen frecuentemente los miembros más antiguos. Cuenta Luiz Mendes que cuando, hastiado de la vida en la ciudad de Rio Branco y nostálgico de su infancia en la selva decidió trasladarse a vivir a Fortaleza en los años noventa, tuvieron que hacer enfrente a una grave crisis de malaria. “No murió gente pero lo pasamos mal, aunque no abandonamos y fue una bendición”. Mendes explica que para combatir la malaria tuvieron que hacer trabalhos, el nombre que se da en el Santo Daime a los rituales. “Ahí fue cuando vi que toda enfermedad es un espíritu malvado que se manifiesta y fue preciso una guerra para que cogiera otra dirección. Ahí desapareció, gracias a Dios. Hicimos una guerra espiritual, porque nosotros tenemos autoridad para reprender lo que es ruin. ¡Sal de aquí!” Hoy Fortaleza es un lugar idílico, con espacios despejados que colindan con una gran extensión selva donde encuentran refugio los animales que huyen de la deforestación circundante, y una veintena de casitas de miembros del CEFLI que han establecido allí su primera o su segunda residencia, para estar cerca de los trabalhos que se realizan periódicamente, ya sea en la iglesia Estrela D’Alva, o en Tataniké, una maloquita de inspiración indígena que dirige Solón Brito, uno de los hijos de Mendes.
Lo indígena
Solón Brito dice haber visto en el transcurso de sus miraçoes que en el pasado vivió en una aldea indígena. Siente una gran afinidad con los rituales nativos que conoció durante sus viajes por la región. “Me apasioné por el chamanismo, y a medida que participaba en rituales, conseguí acceder a esos conocimientos tradicionales”. Para Solón, las diferencias entre los rituales indígenas y los daimistas son superficiales. “Esencialmente es lo mismo, simplemente hay una diferencia en los nombres. En el contexto de la doctrina del Santo Daime la gente habla de Yemanyá o de Yurema, y los indígenas, en su lengua, hablan de los espíritus de la naturaleza, del agua o del universo. Son los mismos seres, la única diferencia es el nombre”. En el plano material, sin embargo, un trabalho daimista presenta diferencias notables respecto a la típica sesión de curanderismo amazónico, que se celebra en la oscuridad, donde solo canta el curandero y el ambiente se tensa cargado de algo indescriptible. Un trabalho es más light, ligero y luminoso, alegre.
Una treintena de daimistas, la mayoría de Rio Branco, llegan hasta Fortaleza en la tarde del sábado para participar en uno de los trabalhos de Solón. El ambiente es festivo. Hombres, mujeres y niños conversan animadamente mientras se prepara el espacio. Tataniké es una maloca, una construcción sencilla hecha con materiales naturales, pero la disposición de personas y elementos rituales es idéntica a la que tiene lugar en cualquier iglesia daimista: una mesa central, encabezada por el Mestre Conselheiro, Luiz Mendes, y flanqueada por sendas hileras de daimistas, sentados a la izquierda los hombres, encabezados por Solón, a la derecha las mujeres, vestidas con largos vestidos blancos, al fondo los niños que, como muchos de los presentes, toman daime desde antes del nacimiento, en el vientre de sus mamás. “Esta bebida sagrada no tiene contraindicación a niños, siempre y cuando se haga una dosificación adecuada”, explica Solón. “Si es un recién nacido, una gotita, y a medida que crecen aumenta la cantidad”. Solón recuerda sus experiencias infantiles: “Veía muchas luces coloridas pero, al ser niño, no conseguía decodificar esas imágenes. Hoy, cuando recuerdo esto, me vienen a la cabeza los mandalas y los diseños de los indígenas”.
La ceremonia da comienzo con la ingestión del daime; enseguida, los cantos. Aquellos que no los saben de memoria tienen a su disposición un librito con las letras. Las melodías son sencillas, repetitivas, y cuando el daime hace efecto resulta natural unirse al coro. Se agitan las maracas y el hijo de Solón, frente al Mestre Conselheiro, toca la guitarra incansablemente. Tras dos horas Mendes invita a los presentes a tomar una segunda copa de daime. Todos repiten para poder dar cuenta del himnario Misterios da Natureza, recibido por Solón en el curso de sus experiencias con pajés indígenas. La elevación dura hasta bien entrada la madrugada. El ritual se cierra con un reponedor bufé.
Himnos y escisiones
Los himnos, iluminados por la luz dorada del daime, constituyen la esencia de esta doctrina. No hay sermón ni confesión sino contacto directo con la divinidad a través de la música. “Los himnos son instrucciones”, explica Mendes, “como un alumno que va a clase y el profesor da las explicaciones. A través de los himnos, el Mestre Irineu sigue hablando a la gente”.
El principal himnario es el del propio Mestre Irineu, llamado Cruzeiro, que consta de 132 himnos. Pero hay otros, obra de respetados daimistas cuyo origen divino ha sido reconocido de manera generalizada. Cuando ingresó a la doctrina Mendes, que actualmente tiene dos himnarios, dudaba de que los himnos se “recibieran” por inspiración divina. “Yo pensaba que la gente se inventaba unas rimas y después ponían una musiquilla. Pero un día recibí mi primer himno. Estaba en plena miraçao cuando vi un trono en la altura, hacia el que subían unas columnas. Del trono nació un hilo, que llegó a mí. Aquel hilo era una música y comencé a cantar las palabras que venían con él. Y ahí me convencí de que los himnos se reciben, la mayoría durante la miraçao y otros soñando o con pura intuición”. Una de las primeras responsabilidades de Mendes dentro del Santo Daime fue la zeladuría del himnario de Germano Guilherme, un miembro antiguo y prominente, a cuya muerte se convirtió en el depositario de sus himnos, encargado de memorizarlo y velar por su integridad. En poco tiempo Mendes se había granjeado el respeto y la simpatía de la dirigencia y, debido a su elocuencia, el Mestre le como orador oficial, uno de los cargos más importantes en la estructura ritual.
“Su verdadero nombre es daime. Daime salud, daime amor, daime paz. Se puede pedir cualquier cosa, porque esta bebida es sagrada y tiene todo lo que la gente necesita”
Pero en 1971 falleció el Mestre Irineu, y lo que su carisma había unido, lo separaron las aspiraciones de sus seguidores. La primera y más importante escisión la lideró otra figura clave del Santo Daime, el Padrinho Sebastián, un miembro muy popular que contaba con su propio “pueblo”, por el que era considerado la encarnación de San Juan Bautista. Antes de su passagem, el Mestre había designado a Leoncio Gomes como sucesor, y el Padrinho Sebastián optó por emprender su camino y creó CEFLURIS, Centro Eclético da Fluente Luz Universal Raimundo Irineu Serra, la rama del Santo Daime que se internacionalizaría y que incorporaría a sus prácticas el consumo ritual de cannabis (aunque ésa es otra historia y debería ser contada en otra ocasión).
Luiz Mendes tampoco se sintió a gusto con la nueva dirigencia. Primero acompañó al Padrinho Sebastián y, después de un breve regreso a la iglesia matriz, en los siguientes años fue cofundador de dos nuevas ramas escindidas del Santo Daime hasta que, finalmente, fundó el Centro Eclético Flor do Lótus Iluminado.
Cosecha en Alto Santo
Mauro es feitor de CEFLI, es decir, el encargado de la elaboración del daime. Le conozco por casualidad, mientras me entrevisto con otro histórico del movimiento daimista, Fernando Peixoto, en su casa de Alto Santo, el barrio Meca del Santo Daime, donde vivió el Mestre y reposan sus restos, y donde se encuentran las cuatro iglesias más ortodoxas (CICLU-Alto Santo, CICLU, CICLUJUR, CEFLIMMAVI). Pese a que nacieron de escisiones más o menos traumáticas, las relaciones entre estas ramas son buenas. En el jardín de Peixoto, de apenas 20 metros por 10, medra una exuberante plantación de chacruna/rainha, a disposición de todas las iglesias. “Esta hoja está madura ya, a punto echarse a perder, por eso nos invitaron a que la cosecháramos”, cuenta Mauro mientras arranca las hojas meticulosamente, una por una, al ritmo de los himnos que brotan de su celular. “De aquí a tres meses ya está renovada la hoja de nuevo y se puede volver a sacar”.
Ayudando a Mauro se encuentra Jorge Oliveira, otro miembro del CEFLI. Comenzó a tomar daime en el vientre de su madre, pues su familia ya seguía la doctrina. “Soy hijo del daime”, sonríe. Participa en los feitíos desde que tiene doce años. Como tantos otros daimistas, vive en Alto Santo, una loma que domina Rio Branco y que le fue entregada al Mestre Irineu en 1945 por un ex gobernador del estado de Acre. Muchos de los pacientes del Mestre debían quedarse para terminar sus tratamientos, otros simplemente atraídos por su personalidad, decidían establecerse allí. El Mestre les entregaba un pedazo de tierra. Setenta años después, Alto Santo es un barrio agradable de casas unifamiliares con amplios jardines, mayoritariamente ocupadas por daimistas. “Cuando alguno de los vecinos decide dejar el barrio y poner en venta su casa”, cuenta Oliveira, “hay daimistas con dinero que lo compran para que no lo compre alguien de fuera de las religiones, que pueda poner música alta, o practicar costumbres que trastornen la tranquilidad”.
Fiesta del Feitío
El daime que Mauro y Jorge Oliveira van a cocinar será consumido en Luzeiro da Manhã, la iglesia que el CEFLI construyó en el pueblo de Bujarí, cerca de Rio Branco, pensando en aquellos miembros para quienes desplazarse hasta Fortaleza resultaba difícil. Es ahí donde una docena de personas se reúnen en noche de viernes para el feitío, el ritual para el procesamiento de plantas. “El feitío es una de las mejores cosas de esta doctrina, porque es una reunión amistosa y un festejo divino”, explica Mauro. Antes de comenzar la elaboración, se ofrece un vaso de daime a los participantes. “Cuando tomas daime llega la fuerza, y se trabaja mejor”. El primer paso es limpiar con un cepillo los pedazos de liana. Después comienza la machucada, espectacular en su escenificación, con dos hileras de yunques de madera sobre los que, de manera acompasada, al ritmo de la música, los daimistas, desde niños a viejos, supervisados por un retrato gigante del Mestre, golpean las lianas con grandes mazos de madera. Hay algo de marcha militar en el batir coordinado con los himnos daimistas reproducidos en un equipo de sonido. Habitualmente son mujeres las que, viva voz, entonan los cantos; esta noche se las echa de menos.
“Esta bebida sagrada no tiene contraindicación a niños, siempre y cuando se haga una dosificación adecuada”
Emilio Mendonça, coordinador de Luzeiro da Manhã, se encarga de retirar las lianas machucadas. Mendonça tiene 73 años y, con agilidad de quinceañero, se agacha y desliza por el suelo para recuperar hasta la última fibra. Conoció el daime a mediados de los sesenta porque la picadura de un insecto había producido una llaga que descubría toda la pierna. “En los centros de salud a los que iba me decían que no tenía cura. Una mujer me contó que había un señor que curaba con un ‘aparato’, y ese ‘aparato’ era el daime”. Por aquel entonces los trabajos del Mestre eran fundamentalmente de cura. Cada miércoles y sábado se presentaban en su casa de Alto Santo personas con diversos problemas de salud, a los que trataba con daime. En el grave caso de Mendonça, le invitó a quedarse en Alto Santo. La convalecencia fue larga, dos años en los que prácticamente no pudo realizar ningún trabajo y dependía de la generosidad del Mestre y sus compañeros. “Hasta hoy no he encontrado cómo pagar al Mestre”, dice, al borde de las lágrimas, pero rectifica: “Mi forma de pagarle fue seguir haciendo este trabajo y ayudar a las personas como me ayudaron a mí”.
Mendonça se siente orgulloso de que esta doctrina haya pasado de la marginación a la admiración, de que jóvenes profesionales se acerquen al Santo Daime con humildad. “Hoy en día la gente llega por curiosidad. Se canta, se concentra, se danza. Antiguamente, cuando yo llegué, solo era para los enfermos. Al Mestre le gustaba curar a aquel que no tenía más cura”. El joven artista plástico Clementino Almeida, acreano, con sangre indígena en sus venas, personifica la vigencia y el futuro de la doctrina: “El daime te muestra donde debes ir. Saber qué estás haciendo, cuáles son tus guías. Protege tu cuerpo. En cuanto a mi pintura, despierta toda una sensibilidad más acusada y puedes percibir cosas que no percibías antes. Con el daime conocí otros efectos, otras texturas, otras informaciones, que estoy usando ahora en mis cuadros. Para mí fue un despertar, una nueva era, una nueva fase de conciencia”.