La verdad es que nunca quise ir a Vietnam. La culpa fue de Max, aunque Max nunca quiso ir a Vietnam tampoco. Decía que le iba a caer una serpiente en la cabeza a mitad de su sueño, que no habría hamburguesas ni buena cerveza y, lo peor, sin yerba en un país cuyo idioma es ininteligible. Además, llegar ahí toma toda una vida. Pero Max está enamorado y su novia vietnamita lo acabó convenciendo y, después, me convencieron a mí. ¡Qué equivocado estaba! Vietnam resultó ser un lugar increíble y tan diverso que podrían ser varios países: una Yugoslavia asiática, una nación que va progresando y a precios más que accesibles. ¿Y la mota? Digamos que no tuvimos ningún problema. ¡Acompáñenme en esta aventura!
La República Socialista de Vietnam (en vietnamita: Cộng hòa Xã hội chủ nghĩa Việt Nam) se encuentra en la península Indochina, en el Sudeste Asiático, y cuenta con cien millones de habitantes. El país colinda al norte con China, al noroeste con Laos y con Camboya por el suroeste, hacia el este tiene una extensa costa bañada por el mar de la China Meridional. Su capital es Hanói, y es ahí donde empezamos nuestro recorrido. Cabe mencionar que me tomé cuatro meses en esta zona, de los cuales tres los dediqué a recorrer Vietnam de cabo a rabo. No ahondaremos en su historia, que es muy vasta y compleja para un artículo acerca del cannabis, ni en el tema del visado. Les recomiendo que investiguen ambos aspectos.
El norte
La llegada a Hanói puede ser caótica: cientos de autobuses y motocicletas permean las calles, hay ríos de gente por todos lados y comida callejera por doquier. Puede ser un poco desconcertante caminar por una ciudad que parece no tener leyes ni silencios. Una cacofonía constante. Sin embargo, uno se acostumbra a todo y, como a un libro de Dostoievski, le empieza a agarrar el gusto conforme se comprende mejor la cultura del país. Mis primeros días fueron de exploración. Hanói tiene varios lagos citadinos que vale la pena recorrer; Hoam Klem es el más turístico. De mota, nada; tenía un poco de temor, ya que había escuchado historias de terror, de ejecuciones y condenas fulminantes.
El contacto fue vía Praga. Mi amigo Jindrich me había presentado a Pham, un vietnamita que vive en la capital checa. Él me pasó un par de contactos. Los cité cerca del lago Ho Tay, donde existe una notable comunidad de extranjeros que habitan en la capital. Mis contactos son tres yuppies vietnamitas, bien aseados y con un inglés impecable. Son cultivadores y tienen los últimos aparatos a la moda para fumar. Me dicen que es muy peligroso cultivar, pero los policías hacen la vista gorda con los turistas que fuman, ya que quieren atraer al mayor número de visitantes. No hace tanto tiempo que Vietnam se abrió al turismo. Lo que fumamos en un vaporizador me pone atómico; ellos dicen que trajeron las semillas desde Holanda. A pesar de fumar en la terracita de un café, John nos dice: “Lo mejor es no arriesgarse y fumar en espacios abiertos o privados, porque a pesar de que los policías son corruptos, no es agradable tener que lidiar con eso y mucho menos pisar una cárcel vietnamita, amigo”. Entendido y anotado.
¿Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí que había un bareto llamado Indica? Llegamos con mi porrito armado y mi sorpresa creció aún más cuando vi gente fumando mota en las mesas. El bareto es frecuentado por extranjeros europeos que degustaban sus porros y cervezas. My kind of place. Al parecer, existen un par de bares de este tipo, que no venden marihuana pero alguno de los clientes puede proveerte. Los precios varían dependiendo de la calidad y el vendedor. En Hanói, lo que me vendieron los amigos yuppies vietnamitas costó quinientos mil dongs, que son casi veinte euros el gramo, pero es calidad holandesa que pone como regadera. Los taxistas también venden, pero es de calidad menor y te dan bolsitas de cinco gramos por diez euros. Bastante asequible.
Armados hasta los dientes, salimos hacia Sa Pa, en la región montañosa de Vietnam, cercana a la esquina donde convergen Laos y China. Esta ciudad montañosa –está a mil seiscientos metros de altitud– se encuentra en la provincia de Lào Cai, a unas cinco horas. Es un lugar mágico donde la neblina siempre está ahí para darte los buenos días. Los tours incluyen senderismo por las increíbles terrazas llenas de campos de arroz enclavados en las montañas con hospedajes insólitos. La raza étnica ahí son los hmong, y precisamente una señora de esta etnia me ofreció algo de la marihuana que cultivan allá arriba. La calidad, bastante pobre, pero me cobró lo equivalente a un par de euros.
A dos horas de la capital se encuentra la bahía de Ha Long, patrimonio de la humanidad. Existen diferentes tours que navegan desde un día hasta una semana. Sus aguas cristalinas están sembradas de formaciones rocosas llamadas karsts: es un lugar alucinante, que parece salido de un cuento de fantasía. Se recomienda llevar una buena dotación de maría y pernoctar por lo menos una noche en la bahía enclavada en el golfo de Tonkin. Dos días dan la posibilidad de subirse a un kayak y visitar una aldea de pescadores. Cerca de ahí, en tierra firme, se encuentra la ciudad de Ha Long, que tiene una gran influencia china debido a su cercanía, pero no vale mucho la pena quedarse ahí a menos que se sea fanático de los casinos y la comida china. Es increíble el contraste del cemento de la ciudad con las aguas prístinas de la bahía.
"Yo, como siempre, escondía la yerba dentro de un calcetín, que iba dentro de un calzón, que a su vez iba enrollado en una toalla de aspecto repugnante"
A dos horas, pero hacia el sur de Hanói, se encuentra Ninh Bình, una ciudad pequeña en el delta del río Rojo, otro lugar fantástico por donde se puede recorrer el río en canoas, visitar un par de templos y subir un par de cerros. Si gustamos de ambientes hippiosos debemos considerar quedarnos unos días aquí, rodeados de naturaleza. Eso sí, no hemos de olvidar llevar una buena dotación de maría para esta experiencia inolvidable. Hasta aquí es lo que podemos llamar la primera parte del tour. Estos tours se pueden hacer en una semana, pero lo recomendable es pasar por lo menos tres días en cada lugar. Hanói es una ciudad digna de explorar tanto gastronómica como culturalmente. Hay un par de vecindarios donde viven los extranjeros, casi todos a las orillas del lago citadino de Ho Tay. Ahí se pueden encontrar restaurantes y bares occidentales; en uno de ellos llamado The Kniepe, cuyos dueños son alemanes, conocí a una pareja de vietnamitas que me vendieron “cigarros mágicos” de bastante buena calidad. Huelga decir que se convirtió en el bar de cabecera cuando regresé con Max a Hanói por dos semanas a cumplir con una misión importante, aunque esta es otra historia.
El sur
¿Pero qué pasó con la parte de en medio? Bueno, haremos un paréntesis, ya que bajamos por Laos y Camboya para volver a cruzar a Vietnam por el sur hacia Ho Chi Minh, anteriormente conocida como Saigón. Es recomendable viajar en los night buses, que literalmente tienen camas para dormir y se ahorra uno la noche de hotel. Ho Chi Minh es la ciudad más poblada de Vietnam, con catorce millones de habitantes. Esta bestia metropolitana está situada al oeste de la desembocadura del río Saigón y al norte del delta del río Mekong. Nosotros llegamos desde Nom Pen.
Conseguir marihuana en Ho Chi Minh es relativamente sencillo, muchos mototaxis la venden. Sin embargo, hay que tener cuidado. Un español que vive en esta ciudad al que llamaremos Araiza nos explica: “Su yerba viene de Camboya o venden la que cultivan en el campo sin mucha destreza; la calidad no es tan buena y me han dicho que algunos después de venderte le dan el toque a los polis, que van a por ti para sacarte una buena tajada. No es muy frecuente, pero ha llegado a pasar; luego los cerdos le dan una pasta al motoneto”. Nos dice el amigo, que se dedica a la cocina mexicana: “Lo mejor es ir a la calle de Bui Vien”. Y al calor de las copas nos lanzamos a esta calle, donde se encuentran los hostales y hoteles baratos para extranjeros, llena de centros nocturnos y bares de todo tipo. Hay mucha vida de noche en esta ciudad. Efectivamente, hay unas señoras que andan por ahí vendiendo cigarros y chocolatines, que bajo sus enaguas llevan el material, que venden a buen precio. Una calidad más decente, mota de Laos. Si uno quiere calidad superior, hay que pagarle a alguien que sepa cultivar.
No es recomendable ir por la calle fumando: aunque los policías no sean tan estrictos, las leyes sí continúan siendo estrictas y pueden conllevar muchos años de cárcel. Yo fumaba antes de salir y solo portaba un porrito por si se me atravesaba algún parque por ahí o alguno de esos pubs en donde la gente puede fumar como en Hanói. Esta ciudad está llena de museos e historia, muchos lugares que vale la pena visitar, como la tumba de Ho Chi Minh.
Nosotros teníamos que ir más al sur, a la vera del imponente río Mekong hasta Ca Mau. Esta parte de Vietnam es bastante rural y atravesada por el agua. Es común transportarse en canoas. No hay tanta infraestructura turística, aunque se puede contratar algún tour desde la antigua Saigón. Una vez concluida la misión al sur de Vietnam, que incluyó visitas familiares de la novia de Max, regresamos a Ho Chi Minh para irnos a relajar a las playas vietnamitas y emprender el regreso por el norte hacia Hanói. Estábamos a la mitad del viaje. No quería llevar demasiada marihuana, ya que nos estábamos moviendo en autobuses y, aunque no revisan mucho, nunca falta el policía ganoso; yo, como siempre, escondía la yerba dentro de un calcetín, que iba dentro de un calzón, que a su vez iba enrollado en una toalla de aspecto repugnante.
Playas y cuevas
¿Qué puedo decir? En este punto ya había cambiado mi antigua e ignorante percepción de Vietnam, un pueblo que ha echado a todas las potencias que lo han invadido, incluidos los gringos, franceses y chinos. Un país con una biodiversidad enorme y un sistema de cuevas indescriptible. Todavía me faltaba descubrir las playas y otras bellezas naturales. Aún tenía un mes y medio para regresar a Hanói, así que empacamos los bártulos y partimos lejos del hormigón hacia la costa, por la que recorreríamos cientos de kilómetros.
Mui Ne no fue como yo lo esperaba. Sí, tiene su zona de turismo, pero no es tan atractiva, es un lugar donde hay mucha basura y es difícil moverse a pie. En la aldea de pescadores aún no han entendido que el progreso puede llegar a sus vidas si dejan de contaminar tanto, que con menos contaminación sería más agradable para vivir y visitar. A unos kilómetros de distancia se encuentran unas dunas gigantes donde se puede ir uno a flipar como chaval. También se puede practicar el kitesurfing en la parte descubierta.
Nuestra siguiente playa fue Nha Trang, que es una especie de Cancún vietnamita con grandes complejos hoteleros, restaurantes y clubs de playa. Por supuesto, todo más limpio y cristalino. Aquí pululan los paseos en bote, ya que hay sitios alucinantes para bucear en los arrecifes y recorrer las islas del litoral. Tiene teleféricos que cruzan sobre la isla Hòn Tre y las reservas naturales de las islas Hòn Mun y Hòn Tằm. Hay un parque acuático con un acuario que también vale la pena ver. El turismo es principalmente ruso, parece que estamos en una pequeña colonia rusa tropical, con carteles en ruso; se cree que hay hasta diez mil rusos que viven en la zona. Muchos llegaron a ayudar al gobierno vietnamita y se trajeron a sus familias, a partir de ahí se ha corrido la voz hasta convertirse en un centro turístico por excelencia para ellos. En una de mis aventuras viví en la capital rusa por seis meses, por lo que estoy familiarizado con su cultura. Así que fuimos a comer a un restaurante ruso donde había un grupo musical tocando los hits del rock ruso. Los tipos se sorprendieron cuando pedí el álbum Gruppa krovi, de Kinó, lo que provocó que después tomáramos una cerveza, lo que provocó que nos invitaran con la comunidad rockera rusa de Nha Trang a otro bar afterhours, lo que provocó que yo estuviera sentado junto a Dimitri y Anastasia cuando prendieron un porro. Y así, fumando y cantando hasta el amanecer mientras Oleg se va en su bicicleta a conseguirme más mota para tener suficiente para el siguiente destino. Mota local: diez euros por cinco gramos y dos porros para el camino. Muy recomendable pasar una semanita haciendo turismo de aventura acuática en este centro playero.
Desde Nha Trang hay dos opciones: irse hacia Kon Tom a explorar cuevas de formas inexplicables o seguir por la costa hacia Hoi An, que es una pequeña ciudad pintoresca con hermosos canales que se iluminan en la noche haciéndote sentir como si estuvieras en una película del Studio Ghibli. Muchos mochileros la visitan por su belleza y otros por las tiendas de artesanía o por sus sastrerías, que crean trajes a medida a un precio muy asequible. Existen numerosos cibercafés, bares y restaurantes que han abierto a lo largo de la ribera del río. Vale la pena quedarse un par de días ahí; nosotros no vimos movimiento cannábico, pero no importó, pues traíamos el material selecto de los rusos. A unos cuarenta minutos encontramos Da Nang, que está prácticamente a la mitad del país. Es un puerto que no tiene playas tan lindas como Nha Trang pero sí mayor comercio, y cuya población casi la triplica, llegando a un millón. Tiene construcciones monumentales, como el puente del Dragón o el puente Dorado, y vale la pena ir a las colinas de Ba Na y a dos o tres buenas playas. También hay un parque de diversiones inmenso, como en muchos lugares de Vietnam.
Tenía dos semanas más de viaje y aquí me separé de Max, que tomó un avión hacia Hanói y regresó a Vancouver. Yo seguí hacia la ciudad imperial de Hue, donde convergen lo moderno con lo antiguo y un emblemático lago citadino con el río. Vale la pena subir a los bares en los techos de los edificios y, por supuesto, reservar un día entero para recorrer la antigua ciudad imperial y remontarse al 1700. Un par de días creo que serían suficientes para esta ciudad de un cuarto de millón de personas. Lo guay es que hay un parque que se encuentra a la vera del río, donde se puede fumar a gusto.
La conexión Praga-Hanói resultó fructífera, ya que Nguyen, que me había agregado al FB y estaba siguiendo mi viaje, me había estado escribiendo que fuera a donde él vivía: “Come to Quảng Bình Province”, me decía. Al principio no le hice mucho caso porque “quién sabe dónde sería eso”. Después me dijo que desde Hue podría llegar a su ciudad, que era Đồng Hới, muy rápido. Pues qué más da, todavía había algunas cuevas que visitar, pero ya el dinero empezaba a escasear y pensé que él me podría alojar y convidar a algo de su material, así que tomé el tren a primera hora hacia allá. Una aventura más dentro de la aventura.
Estuve una hora esperándolo en una estación maloliente. Ya me estaba arrepintiendo, tenía hambre y solo me quedaban unas bachas. De pronto llega en su moto con una cara sonriente; viene con su amigo Hai Lon, un monje experto en kung-fu que desde que descubrió la marihuana se cambió el nombre a High Long. Pasamos a su casa, donde veo una familia numerosa y poco lugar donde dormir. Nguyen se dedica a vender tenis y criptomonedas, además de cultivar marihuana. Nos vamos en un taxi hacia otra locación. Es un hostal en la playa, fuera del caótico centro de la ciudad, que no me había agradado. Me cobran siete euros la noche por un cuartito con desayuno incluido y cervezas a treinta céntimos. No me lo podía creer. Ya solo tenía que resolver lo de la marihuana. Y entre chelas y anécdotas, Nguyen saca un frasco de esos de medio litro de mayonesa repleto de marihuana y me la obsequia, me la regala con un grinder y unos papeles. Ponte. ¿Cuál sería mi sorpresa cuando se ponen a fumar frente a todos?
Dong Hoy abarca unos ciento cincuenta y cinco kilómetros cuadrados y tiene ciento cincuenta mil habitantes. Está a solo quinientos kilómetros al sur de Hanói, así que después de dos noches en esta playa casi desierta decidí quedarme aquí a relajarme. Podía sentarme en el bar al aire libre viendo el mar, tomando mi desayuno y fumándome un porrito, innumerables porritos; ir a la playa a caminar y regresar a beber cerveza y seguir fumando. Cabe decir que estábamos ya a nada de la época del monzón, el calor no lo era tanto, por lo que muchos ya se habían ido y el viento comenzaba a correr.
Nguyen pasa por mí con High, un taxista y un bong gigante. Vamos a ir a explorar unas cuevas a una hora de ahí. Todo el camino fumando del bong, el taxista como si nada. Llegamos a las cuevas atómicos. Hay un poco de fila. Nguyen saca el bong frente a todos, incluso delante del guardia de seguridad, y fuma como si nada, fuma en el chiringuito del lugar. Se comporta como si fuera legal. “Aquí todos me conocen, todos saben que los turistas vienen con dinero y fuman mota. Nos conviene a todos que se normalice y que los vietnamitas se acostumbren a que es algo normal. Mira, fuma”.
Al final la aventura con este par de personajes fue sin igual. Me fumé todo el frasco. Miento, dejé dos porritos para Hanói, donde en la última noche fui al bar Indica a disfrutar y llorar por tener que dejar este país tan singular. Al día siguiente me esperaba la bestia de acero para cruzar el océano hacia Vancouver. Me fui el día que llegó el monzón.
Epílogo
Después volvería a Hanói a otra misión y volaría a la isla de Phu Quoc, donde hacen la famosa salsa de pescado. Otro paraíso tropical al sur, donde se cultivan perlas y donde no fue tan difícil adquirir yerba. Pero eso es ya otra historia.
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