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De porros por Ucrania

El país está en guerra hace más de dos años y medio. A pesar de que hubo miles de muertos y millones que tuvieron que abandonar sus hogares, la población sigue su vida con la mayor normalidad posible y el cannabis sigue ofreciendo su compañía. ¿Cómo se consigue marihuana durante un conflicto bélico? ¿Cuál es el precio y la calidad de la yerba? ¿Cuándo funcionará la ley para uso terapéutico? Para responder estas preguntas, Cáñamo viajó hasta allí. Se compartieron porros por Kiev y hasta se entrevistó al principal asesor presidencial de Ucrania.

Existen muchos tipos de sirenas y cada una tiene una música singular, con un drama acorde a su urgencia. Están las que usa la policía, los bomberos o las ambulancias; por su sonido cualquiera puede identificar al vehículo, y las alarmas de un ataque aéreo se destacan con claridad entre la armonía de las sirenas. Cuando los misiles se aproximan por el cielo, lo que suena es un aullido mecánico, como si se siguieran usando dispositivos a manivela, y ensordecedor. Este sonido cargado de angustia fue mi despertador la primera mañana que dormí en Kiev. Al escuchar el peligro asomé el rostro por la ventana de la habitación para ver qué sucedía. Gran error. Si algún proyectil estallaba cerca, los cristales me habrían degollado. Ha sido mi primera cobertura bélica y cometí los típicos errores de principiante. Pero la verdadera sorpresa fue cuando noté que a nadie parecía importarle que Rusia estuviera atacando Ucrania en ese momento y que la bomba pudiera caer sobre sus cabezas. Desde el hostel donde me hospedaba podía ver la Plaza de la Independencia, más conocida como Maidán, y la gente paseaba como si se tratara de un domingo del Rastro, en Madrid. Entonces, pensé: “si no fuera por el detalle de las sirenas es muy probable olvidar que el país en el que me encuentro está en guerra hace más de dos años y medio”. Estas situaciones se acumularían durante los siguientes días mientras trabajaba como corresponsal para un canal de televisión argentino. La gran mayoría de las veces sucedería con el humo de cannabis en mis pulmones. 

El divague sobre la cotidianeidad de la guerra se interrumpió por un mensaje de texto de Nacho. “En quince minutos paso por ti”. Nacho es un extremeño muy argentinizado que se convirtió en mi gran compañero durante los días de Ucrania. A veces, él decía que es un gaucho cosaco porque tiene la bravura y la genética tanto de las pampas, como de la llanura del este. Nacho se encuentra en Ucrania hace dos años y está formándose para ser médico en el frente de batalla. En este día, el primero para mí como corresponsal de guerra, teníamos una misión especial: conseguir marihuana.

Nacho me explicó que los tres gramos cuestan mil grivnas, la moneda ucraniana. Al tipo de cambio se trata de unos 24 euros, aproximadamente. Unos ocho euros el gramo; nada mal para tiempos de guerra. “Me lo consigue un amigo de aquí”, me dijo Nacho cuando le pregunté si sabía la genética o cómo había sido cultivada la maría. La simpleza de su respuesta hablaba por sí sola de la información que tendríamos del producto que adquiriríamos de cualquier forma. La transacción fue responsabilidad de mi compañero y se realizó en una cafetería cercana a la Universidad Nacional Tarás Shevchenko. A Nacho lo volví a ver cuando ya se había hecho el negocio y se acercó a la camioneta con la que nos trasladábamos. Fuimos a probar la mercancía al Maidán. Si bien estábamos cometiendo un delito, a nadie parecía importarle. Ni siquiera a los militares que patrullaban la zona o que andaban por allí. Menos a las personas que se acercaban a rendir homenaje en el improvisado memorial que se encuentra en el lugar y que tiene cientos de banderas de diferentes países en honor a las nacionalidades de los caídos en batalla. Durante las pitadas, Nacho me dijo que a la noche me presentaría algunos amigos en un bar. Allí volvimos a fumar marihuana. Los cogollos eran pequeños y no había forma de identificar algún sabor. Era simple porro y servía.

Cannabis: qué se puede hacer en Ucrania

De porros por Ucrania. Por Santiago Carrillo

Myjailo Podolyak, principal asesor presidencial de Ucrania, dijo que los cannabinoides ayudan al tratamiento de estrés postraumático de los soldados afectados por la guerra.

En el camino de vuelta a mi hospedaje pensaba qué tan grave había sido mi primera noche en un bar de Kiev. No creí que fumar marihuana fuese un problema grave porque nadie en el lugar parecía alarmado y los dueños del local –amigos de mi compañero Nacho– estuvieron al lado nuestro cuando exhalábamos el humo cargado del cannabis y en ningún momento nos llamaron la atención. Pero en las cinco calles de distancia que tenía hasta mi habitación fui pensando en un nuevo hecho que me hizo creer por un rato que no estaba en un país en guerra. Al día siguiente conversaría sobre esto con una de las personas más importantes del actual gobierno: Myjailo Podolyak, el principal asesor del presidente Volodímir Zelenski.

"“Es muy bueno poder ayudar a la gente que atraviesa enfermedades complejas y que no sea con un antidepresivo. El cannabis está empezando a funcionar en nuestra sociedad”, aseguró Myjailo Podolyak, principal asesor presidencial de Ucrania"

No hizo falta preguntarle a Podolyak sobre la legalidad del cannabis para saber que su uso adulto y cultivo están penados por la ley. Pero sí se le consultó sobre la reciente implementación de la regulación medicinal que fue promulgada por Zelenski, a mediados del pasado febrero. La normativa permite el uso terapéutico de los derivados de la planta para tratar el síndrome de estrés postraumático de los soldados que participan en la guerra y que, hasta el momento, solo podrán consumir productos importados.

“Es bastante correcto decir que se trata de una ley análoga que está en vigor en un gran número de países europeos. Los cannabinoides permiten contrarrestar eficazmente no solo el estrés postraumático, sino también enfermedades crónicas que tienen un efecto bastante grave en el estado psicológico de las personas”, dijo Podolyak, en diálogo con Cáñamo.

Según el asesor presidencial, ya existen los primeros pacientes que lograron adquirir aceites medicinales de cannabis a partir de la indicación médica. “Se aplica en personas con cáncer y ya veremos la información real al respecto. Pero lo cierto es que la gente lo está utilizando porque hay ejemplos bastante efectivos”, aseguró Podolyak. Además, dijo que la utilización del cannabis para las personas que sufren estrés postraumático “es importante porque el número de personas que vuelven con discapacidades de la guerra es muy grande. Hay condiciones físicas y psicológicas muy complejas y Ucrania necesita medicamentos eficaces”, dijo. 

“En muchos países de Europa están funcionando leyes como esta”, dijo Podolyak sobre la regulación de cannabis medicinal. “Está muy bueno poder ayudar a la gente que atraviesa enfermedades complejas y que no sea con un antidepresivo o un medicamento fuerte. El cannabis está empezando a funcionar en nuestra sociedad”, sostuvo el asesor presidencial.

Durante los 35 minutos de entrevista con Podolyak se abordaron diferentes temas de la delicada actualidad de Ucrania. No me animé a preguntarle si dentro del gabinete usan cannabis para lidiar con la tensión de gobernar un país que atraviesa una guerra. Pero sí averigüé qué herramienta tiene el asesor presidencial para relajar su mente y tomar mejores decisiones. “La literatura”, dijo.

La noche de Kiev

De porros por Ucrania. Por Santiago Carrillo

En pleno centro de Kiev, la juventud se reúne cada noche en el bar Doska para compartir porros y copas.

Unas horas después de la entrevista con Podolyak, fui nuevamente al bar que ya se estaba transformando en un hogar. Allí conocí a Ruslan, un ucraniano que se había criado en Argentina desde los siete años. “Mi padre tenía un comercio y tuvo que dejarlo porque había problemas económicos. Así que mi familia decidió construir una nueva vida en el país campeón del mundo”, dijo Ruslan con un perfecto lunfardo. Su acento era áspero y robótico, como cualquier europeo del este que sabe hablar español. Pero cuando tenía que decir frases argentas, su impronta se volvía rioplatense. Nuestra conversación fluía con gracia porque la escena era bien surrealista: dos argentinos compartían un porro en la puerta de un bar de Kiev. Aunque la situación se tornó aún más extraña cuando le pregunté a Ruslan qué hacía en Ucrania. “En Argentina trabajaba en la inteligencia del ejército. Cuando comenzó la guerra aquí, me vine. Y ahora trabajo de lo mismo, pero para el ejército ucraniano”, contó. En Argentina, donde todo lo respectivo a lo militar tiene la más grande connotación conservadora, esto no habría sucedido.

Le pregunté a Ruslan sobre la situación en el frente. “Complicado”, sintetizó. Luego, contó que Rusia está avanzando fuerte sobre diferentes ciudades que están disputándose en la zona de la frontera. “En Jharkiv están empezando a evacuar gente”, dijo, y no quiso darme mayores detalles. Le consulté si los soldados fuman cannabis. Él me contó que sí, en su gran mayoría. “La mayoría de los que están en el frente son personas comunes que antes tenían una vida normal. En el frente no se puede fumar porque uno tiene que estar atento. Aunque cuando se tiene la oportunidad de volver al hogar, muchos eligen la marihuana para relajarse un poco. Es muy duro lo que se vive”, dijo.

Los días en Ucrania también son complicados, aunque no se tenga que ir a la guerra. Un caso es el de Max, uno de los dueños del bar Doska. Él será padre dentro de treinta días, en el momento que estén imprimiéndose estas letras, y su esposa dará a luz en Portugal, donde lleva viviendo desde que se enteraron que estaba embarazada. “Ella está en Lisboa y no quiero que vuelva. Me gustaría estar ahí, pero no se puede. Es una putada”, dijo Max en relación a la estricta prohibición para que los hombres puedan salir del país. Todos pueden ser llamados para servir en el frente de batalla y se trata de un momento en el que los varones ucranianos lo observan con cada vez más inminencia. Sin embargo, mientras Max contaba esto, el Doska albergaba más de 50 personas que bailaban reguetón. En una nueva oportunidad, la guerra se tornaba inexistente. Aunque empezaba a notar que nadie la estaba olvidando, sino que ya habían aprendido a convivir con ella. Y la vida tenía que seguir. 

Al día siguiente volví al bar y busqué a Sasha Sapiga, el otro dueño del bar, para hacerle una entrevista. Le dije que quería hablar sobre la importancia de mantener la fiesta durante los tiempos de guerra. Aceptó con gusto. 

Sapiga tiene 38 años y es el dueño del bar Doska. Tiene dos hijos que viven en Alemania con su hermana. Cuando comenzó la guerra en Ucrania, la familia de Sapiga abandonó el país. Él se sumó al ejército, pero todavía no tuvo que ir al frente de batalla. Su misión estuvo en la ciudad de Lvyv, a pocos kilómetros de la frontera con Polonia. Allí trabajó como traductor de los militares ingleses que 
formaban a las tropas locales en el manejo de los armamentos entregados por la OTAN. Lo primero que se le pregunta a Sapiga es por qué funciona un bar mientras el país está en guerra. La respuesta no tiene fallas en la lógica de alguien cuya vida está atravesada por la guerra. “Necesitamos un lugar para descansar y hablar como personas normales”, contó Sapiga. 

De porros por Ucrania. Por Santiago Carrillo

Al comienzo de la guerra, Rusia asesinó a cientos de civiles en la ciudad de Bucha, a pocos kilómetros de Kiev. En la foto, los agujeros de bala fueron transformados en flores por una artista local.

“Estamos en un mundo donde las 24 horas del día la guerra está presente. Necesitamos una vida normal para ser educados en la sociedad”, explicó el dueño del Doska. Después de haber estado nueve meses trabajando con el ejército, Sapiga dijo que “todo lo que tenía en la cabeza era sobre la guerra y resultaba muy difícil dormir. Cuando vine por primera vez a Kiev fue muy agradable llegar al bar y ver la vida normal, con las barras abiertas y la gente bailando”.

Sapiga sostuvo que “todo el país debe ayudar a Ucrania por su independencia y sus territorios”. Él aseguró que lo hará desde el lugar que le toque, sea traduciendo a soldados o en el frente. Por lo pronto, su rol en el bar también es importante. “Si el ejército me necesita, iré. Pero si tengo que quedarme aquí, seguiré ayudando. Para mí, la duda no es cómo terminará la guerra. Sino cuándo. Espero que sea rápido y que mis hijos regresen a Ucrania porque amo este país. Quiero vivir aquí”, dijo. “En el futuro ganaremos la guerra y aquí tendremos la fiesta más grandiosa. Beberemos alcohol y bailaremos por semanas. Pero aún es como un sueño. Todavía tenemos que defender el país”, concluyó uno de los dueños del Doska.

Unos minutos después del reportaje con Sapiga se cortó la luz en el bar y la oscuridad se extendió por todas las calles de Kiev. Desde hace unos días, el gobierno decidió restringir el uso eléctrico en su totalidad a partir de las 19 horas por los ataques rusos a las centrales energéticas de Ucrania. Las mesas del Doska se iluminaron con velas. En una esquina del local, cuatro amigos chocaron sus copas de cerveza. En el brindis, uno de ellos dijo: “Por nuestra última noche en libertad”. Al día siguiente entrará en vigor la ley de movilización, por la que todos los hombres entre 18 y 60 años estarán a plena disposición del ejército para ser mandados al frente de batalla. En este país nadie cree que la guerra esté pronta a terminar.

Un porro con los nazis

De porros por Ucrania. Por Santiago Carrillo

La violencia entre Rusia y Ucrania comenzó en la Plaza de la Independencia, en 2013. Hoy, en este lugar emblemático de Kiev, se recuerda a los caídos en la guerra.

Uno de los reportajes que tenía que hacer para el canal argentino fue la cobertura de la final de la Copa de Ucrania de Fútbol. El partido lo disputaron el Vorskla Poltava y el Shakhtar Donetsk, quien terminaría imponiéndose por dos tantos contra uno. Como el reportaje televisivo se publicaría en el país que seguramente sea la tierra más futbolera del universo, el resultado deportivo no era lo más importante. La prensa del evento me marcaba con emoción que se esperaba un público de tres mil personas para el encuentro y yo tan solo sentía vergüenza al pensar que esta convocatoria es la que se tiene en un partido de cuarta división en Argentina. Entonces, mi objetivo sería la gente. La idea sería un reportaje de sociedad anclado en la emoción de la gente por ver a su equipo consagrarse campeón mientras sucede la guerra.

La organización me concedió permiso para fotografiar el encuentro y solo podía posicionarme detrás de los arcos. El único obstáculo que se me presentaba para el acceso a las tribunas eran unas escaleras con una seguridad bastante flexible que me dejó ingresar con tan solo presentarme como periodista. Había observado a un grupo de veinte hombres que eran los más animados entre la afición. Tenían bombos y cantaban bien fuerte. Me acerqué hasta ellos y empecé a filmarlos. Uno me preguntó de dónde era. “Argentina”, contesté, y se pusieron como locos. No podían creer que allí se encontrara una persona tan lejana a su tierra. Me dedicaron alguna canción y uno de ellos me invitó a fumar un porro al término del encuentro. Acepté la invitación, aunque antes le pregunté a este nuevo amigo si podía realizarle una entrevista. Él también dijo que sí y conversamos unos minutos. En ese tiempo me contó dos cosas importantes. La primera fue que me admitió que eran los ultras del Vorskla Poltava. Después me contó que tenían colgadas unas banderas con los rostros de otros integrantes del grupo que habían fallecido en la guerra. Me pareció un elemento interesante para el artículo y les pedí que posaran junto a las banderas. Cuando disparé el obturador de la cámara comprendí que había fotografiado a un conjunto de neonazis.

No había sido un ultra que por error posó su brazo derecho con el infame saludo nazi. Eran más de cinco los que estaban en esa posición, mientras uno alzaba sus manos con violencia para figurar un fuck you y otro rugía como un león. Eran neonazis y, si existían algunas dudas, estas fueron disipadas cuando finalmente fui a compartir un porro con ellos al término del partido. 

De porros por Ucrania. Por Santiago Carrillo

En la Plaza de la Independencia una mujer llora frente al retrato de su marido fallecido en la guerra. En febrero, dos años después del comienzo de la guerra, el presidente Zelensky dijo que 31.000 soldados ucranianos habían muerto.

Mi fuente nazi me envió la ubicación de la fumata mediante un chat de Instagram. El lugar convenido era el lugar donde habían aparcado los ómnibus de los ultras, en un bosque completamente a oscuras. Este joven me esperaba con una pipa de agua casera que había sido confeccionada a partir de una botella de agua pequeña. La hierba se colocaba por encima de la tapa y el envase absorbía el humo al apretarlo. Luego, se quitaba la tapa y se aspiraba por el pico de la botella. Nunca había visto un artefacto así, pero fue efectivo. Aunque lo verdaderamente extraño fue la sustancia a la que me convidaron los nazis. Tan solo una calada bastó para que estuviera hasta arriba por más de cuatro horas. Esto nunca me había pasado ni siquiera cuando consumí extracciones como el rosin. Por eso estoy seguro que esa pipa contenía otros estímulos además de la hierba. 

Todo era risas y una fuente inagotable de información nazi, hasta que empezó a florecer la paranoia por las dudosas sustancias que había ingerido y una situación que incomodó a varios. Uno de los ultras empezó a contarme algo salvaje. Este grupo suele juntar veinte personas y encontrarse en un descampado con algún adversario igual de numeroso para darse los golpes más violentos. Para entender mejor la situación, este joven nazi me mostró un video sobre estos eventos en los que se llegan a patear cabezas y repartir puñetazos hasta que el contrincante se desmaya. El ambiente se tornó tenso cuando otro, quien parecía ser un líder en el grupo, regañó al joven por estar contándome esas cosas. Recordé que estaba rodeado por quince nazis y que era el momento de escapar. Nos saludamos amistosamente y me fui caminando hacia la estación de tren de la ciudad de Rivne para volver a mi hospedaje en Kiev.

No te mueras, Vogdla

La final de la Copa de Ucrania fue uno de los últimos reportajes que tenía que hacer. Me quedaban unos dos días hasta volver a Madrid y decidí dejarlos libres para pasear con la cámara por las calles de Kiev y reunirme con la gente que fui conociendo para empaparme de la cultura ucraniana. El siguiente plan fueron unos porros en la casa de Olenssa y Vogdla, una pareja de artistas. Les conté sobre mi encuentro con los neonazis y ellos me explicaron que no representan la ideología del país, que son un grupo minoritario relacionado con el fútbol. 

Vogdla me contó que es músico y le pedí que se tocara algo. Él prefirió mostrarme un video de unas canciones que estaba grabando con un amigo. Era un rock pesado con cierta influencia de MegadethMe gustó y le propuse que podría utilizar su música en un corto documental sobre mis días en Ucrania. Él me respondió que no puede pensar a futuro. Entonces, me explicó:

“Yo sé que me van a llamar para ir a la guerra y sé que voy a morir. A varios amigos ya les pasó. Yo soy artista, ¿qué hago yo en una guerra? Voy a morir. Te agradezco la propuesta, pero no puedo pensar más allá del próximo día”, dijo Vogdla. Con Nacho, quien también estaba presente, insistimos a nuestro amigo ucraniano: “escápate. No vayas a la guerra, Vogdla. Salva tu vida”, le propusimos. Pero él fue contundente: “Voy a defender a mi país porque es lo correcto”. Todos nos quedamos en silencio y Olensa se quedó mirando a su novio. Ella le pasó la pipa con hierba que estábamos compartiendo en el salón de su casa. Vogdla fumó y exhaló el humo con parsimonia. Le pedí que no se muera. Me contestó que iba a hacer lo posible para que pudiéramos compartir un nuevo porro. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #319

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