Reportaje fotográfico de Paulina Flores
La lluvia no fue impedimento para que la Spannabis se convirtiera en una celebración multitudinaria. Tras dos años de pandemia y con una guerra en Ucrania, la lluvia era una minucia que no iba a impedir que la comunidad cannábica se reuniera a lo grande en Cornellá (Barcelona) durante el fin de semana del 11 al 13 de marzo. Tres años hacía desde la última vez en Spannabis, algunos contaban la aventura de la fallida edición de 2020, cuando, unas horas antes de dar comienzo, la feria se suspendió: “Con la pulserita de expositor puesta me tuve que volver a casa”.
No había nostalgia en el ambiente, un empleado de PlantaSur, viendo los pasillos llenos lo resumía muy bien: “El coronavirus y ahora la guerra… el usuario cannábico se ha dado cuenta de que hay que vivir el momento”. Aunque no había miedo en el ambiente y algo de ese espíritu del carpe diem se palpaba en el aire, saltaban a la vista algunas evidencias de que habíamos cambiado lo nuestro desde que se celebrara la anterior edición de esta feria, “la más grande y seria del sector del cáñamo a nivel mundial”, a decir de sus organizadores. Si hace tres años el personal de seguridad te pedía que apagaras el porro ahora ya no hacía falta, pues a casi nadie se le ocurría encenderse un canuto en el interior de los pabellones. Sí que te recordaban, al entrar desde la calle o desde el patio central a cada uno de los sectores, que te pusieras la mascarilla. Si hace tres años nos hubieran enseñado fotos del interior de la feria de este año no nos lo habríamos creído: la gente con mascarilla puesta, el aire sin volutas de humo y los pasillos limpios, sin papeles ni folletos publicitarios por el suelo.
Una normalidad apocalíptica
“Somos una pequeña gran familia que se ve de feria en feria, una docena de veces al año, y es mucha la emoción de volver a vernos después de este parón de dos años. Ha sido muy bonito”
Lo que en una anterior edición nos habría parecido una imagen apocalíptica y distópica en esta se vivió con naturalidad y alegría. Aunque también había quienes guardaban la distancia de seguridad, fueron muchos los abrazos por el reencuentro: “Somos una pequeña gran familia que se ve de feria en feria, una docena de veces al año, y es mucha la emoción de volver a vernos después de este parón de dos años. Ha sido muy bonito”, contaba un trabajador veterano de un conocido banco de semillas, que, como otras marcas del sector, cuenta con un colorido stand desmontable que recorre el mundo de feria en feria.
Que nadie se llame a engaño, estos dos años pasados han dado grandes beneficios al sector. Con los confinamientos y la dificultad de movimientos a muchos fumetas les dio por la jardinería y el autocultivo. Un veterano al cargo de un banco de semillas del Levante español aclara mis dudas: “Llevo 17 años en este mundo y tengo comprobado que cada vez que hay crisis nuestro sector lo vive de forma inversa. El usuario de cannabis en lo primero que piensa cuando hay crisis es en tener su despensa abastecida, y, ante la incertidumbre del mercado negro, se inclina por el autocultivo. 25 euros en semillas, 25 en fertilizante… por unos cien euros puedes tener tu propio cannabis y ahorrarte andar buscando por ahí con la inseguridad de no saber lo que te puedes encontrar. De manera que nuestro sector se ve potenciado en tiempos de crisis”. ¿Y con la llegada del coronavirus también ha sido así? “En la pandemia en particular las mafias se vieron bloqueadas. Veía a mis amigos lamentarse de no tener para fumar, maldiciendo no haber cultivado para tener sus reservas. Los usuarios se volcaron hacia el autocultivo y se vendieron muchas semillas, semillas de las marcas (las mafias no cuentan por suerte con nosotros, se abastecen de otros proveedores), lo que ha generado grandes beneficios. Al hablar con amigos que trabajan para otros bancos he comprobado que todas las marcas han vendido muchísimas semillas en estos dos años”.
Pero ¿y las tiendas físicas? El dueño de un grow shop de la capital nos cuenta que el golpe al principio fue muy duro: “Al no ser considerados los productos de jardinería doméstica un bien esencial nos vimos obligados a cerrar. Alguno tenía licencia de venta de comida para mascotas y eso le permitió seguir abierto, pero la mayoría tuvimos que bajar la persiana”. Los pequeños negocios sufrieron un gran golpe mientras veían cómo las tiendas online hacían su agosto, desbordados estas últimas por la demanda y teniendo que sortear problemas como las dificultades para encontrar bolsitas y sobres con los que empaquetar sus semillas.
La flecha no da en la diana
Pasada lo más grave de la pandemia, y visto el entusiasmo consumista de los asistentes a la feria de Cornellá, nadie parece cuestionar la tendencia ascendente del sector. Ni siquiera la guerra en Ucrania y la consiguiente crisis que se avecina, parecen enturbiar la confianza en que el negocio siga creciendo. Porque a la probabilidad apuntada de que la crisis potencie de nuevo el autocultivo se suma la corriente internacional en favor de la regulación a la que cada vez se unen más países.
Sobre la situación española precisamente hablaron algunos políticos implicados en defender la regulación, el debate fue moderado por el abogado Bernardo Soriano y fue uno de los platos fuertes de la World Cannabis Conferences, que se realiza en paralelo a la feria comercial. Uno de los ponentes, Jorge Moruno, diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid, y uno de los políticos que más ha defendido la regulación, alucinaba con la cantidad de asistentes a la feria y con la especialización de los productos a la venta: “Hay hasta máquinas para pelar cogollos”, me dijo antes de que Rubén Valenzuela, ingeniero agrónomo y CEO de Valenveras, se lo llevara al puesto de Energy Control en cuya esquina estaba una nueva máquina de análisis de cannabinoides basada en tecnología espectroscópica del infrarrojo cercano.
"Estos dos años pasados han dado grandes beneficios al sector. Con los confinamientos y la dificultad de movimientos a muchos fumetas les dio por el autocultivo"
La regulación se espera en el sector con desesperación y pesimismo. Entre los cannábicos se está viviendo una gran decepción hacia el gobierno de coalición por su falta de interés real en el tema. Nunca hemos estado tan cerca y, sin embargo, la impaciencia nos hace sentir lo contrario. La defensa entusiasta de una regulación integral que ponga en orden la realidad cannábica de este país no entra en los cálculos electoralistas de los políticos. ¿Y si a lo mejor hubiera sido más eficaz apostar por legalizar el autocultivo y el cannabis medicinal como en Malta y dejar las aspiraciones más ambiciosas para después? Participo en una conversación de pasillo con abogados y activistas en horas bajas. Uno declara que la política es el arte de lo posible, criticando el error táctico de querer de golpe una regulación integral en un país tan facha como el nuestro. Otro recita un dictamen del I Ching, el libro chino de las mutaciones: “Por apuntar demasiado lejos, la flecha no da en la diana”.
Entre la ambición y el posibilismo, todos estamos de acuerdo en que es una vergüenza y una hipocresía que los políticos no reconozcan la realidad cannábica, violenten los derechos de los usuarios y torpedeen el desarrollo de un sector lleno de vitalidad y de profesionales con experiencia y tesón.
La alegría de estar juntos
"Ni siquiera la guerra en Ucrania y la consiguiente crisis que se avecina parecen enturbiar la confianza en que el negocio siga creciendo"
Tengo que decir como periodista que esta ha sido la primera vez que en una feria cannábica varios de los entrevistados me han pedido mantener el anonimato. Una prevención comprensible dada la ola represiva que está viviendo la comunidad con el cierre de muchos clubs y la intervención al banco de semillas Dinafem y a distintos grows de toda España. La gente sigue haciendo lo de siempre, pero hay miedo a ser el siguiente en caer.
Desde el anonimato, un empleado de una de las marcas más relevantes del sector concluye: “La falta de regulación nos deja en una situación muy mala, estamos muy desamparados, en una situación de gran vulnerabilidad. Desde las tiendas pequeñas a los grandes negocios. La gente lo está pasando mal. Hay mucho miedo”. ¿Y se está haciendo algo? “Sí, hay un frente común en el que está representado gran parte del sector. La reacción ha sido agrupar al gremio para defendernos legalmente. Hay un documento elaborado por abogados cannábicos buscando articular una defensa que sirva a los grandes y a los pequeños”.
Si no es por una cosa es por otra, pero, con más o menos intensidad, el miedo siempre ha estado presente, forma parte de la “normalidad” cannábica: “Conozco el miedo desde que entré en este sector, son como oleadas que arrancan por un pequeño cambio en una ley. Unos abogados dicen entonces que ya somos legales y otros dicen que no, que todo lo contrario… La falta de regulación siempre trae inseguridad y miedo. Este miedo desaparece con unas buenas ventas, pero no tarda en volver”.
En uno de los pasillos me encuentro a Albert Tió, condenado por haber sido presidente del club AIRAM. Enfundado en su camiseta del partido cannábico Luz Verde Albert me cuenta que ya solo tiene que ir cuatro días a dormir a la cárcel y que para Sant Jordi publicará un libro con los textos que escribió entre rejas.
El viernes y el sábado llueve, pero el domingo sale el sol. No hay mal que dure cien años, pienso. Luego miro los rostros de felicidad a mi alrededor y también sonrío: el pasado pasó y el futuro es borroso, pero el presente es nuestro y hemos aprendido a disfrutarlo en alegre compañía. Esa es nuestra fuerza.