El nuevo presidente de Estados Unidos es un viejo político que arrastra un deleznable historial prohibicionista. Desde 1973 hasta 2009, cuando era senador, dio apoyo a la guerra contra las drogas fuera de las fronteras americanas. En 1994 ayudó a redactar una ley que apoyaba la pena de muerte para quien cometiera tráfico de drogas a gran escala y, como vicepresidente de Obama, abogó contra la legalización federal del cannabis e impulsó la Iniciativa Mérida para militarizar México. No son buenos indicios para un presidente del que se espera que –ahora sí– amplíe la legalización a nivel federal. Nos consta que sus vecinos mexicanos van a querer adelantarse, y quizás esto sea un argumento sin retorno para él, pues Canadá y México habrán pasado la mano por la cara al más listo de la clase. Por otro lado, Argentina ha tomado la delantera en el Cono Sur y el mismo presidente defiende una regulación. A su vez, muchas voces de activistas advierten que la legalización la carga el diablo y que presentaran batalla para que los cultivadores no sigan siendo criminalizados y los beneficios de la legalización privatizados.
Menos que un caramelo en la puerta de un colegio es lo que duró la propuesta de legalización del cannabis medicinal en Marruecos. Aun así, ya es más lejos de lo que ha llegado el gobierno más progresista de la historia en Españistán. Que el primer productor mundial de cannabis rompa el tabú y se abra a debatir la legalización debería ser un toque de atención para todos los diputados que deambulan por la Carrera de San Jerónimo. Según un estudio, las personas que tienen experiencia de primera mano con sustancias psicodélicas sí tienen un estigma en relación a las personas que los toman, un estigma que los lleva incluso a desacreditar la veracidad de estudios científicos si estos vienen firmados por científicos que han usado estas sustancias. Ya lo dijo Martín Barriuso hace años, los prohibicionistas son aquellos que quieren enseñar natación y, a su vez, se vanaglorian de no haberse tirado nunca a la piscina.