El estudio analizó a 61 adultos con consumo intensivo de alcohol que también usan cannabis con regularidad. Cada participante realizó dos sesiones en un laboratorio móvil instalado afuera de su vivienda, una estrategia pensada para manejar las restricciones federales sobre el cannabis en campus universitarios. En una visita bebieron alcohol sin cannabis y, en otra, pudieron autoadministrarse su propio cannabis del mercado legal antes de beber. En ambas condiciones se ofrecieron bebidas cada quince minutos durante una hora y se registró el número de tragos consumidos y la intensidad del antojo (craving) de alcohol.
Los resultados fueron consistentes, ya que tras el uso de cannabis, las personas bebieron alrededor de un 25% menos que cuando sólo se les ofreció alcohol. Además, se observó una tendencia a la reducción aguda del deseo intenso de consumirlo.
Más allá del hallazgo principal, el diseño ofrece algunas claves metodológicas. El uso del laboratorio móvil permitió evaluar comportamientos en un entorno controlado pero cercano a la vida real. También estandarizó la oferta de alcohol en intervalos regulares, facilitando comparar condiciones. Con todo, las autoras y autores advierten que el orden de administración no se invirtió (siempre marihuana antes del alcohol), lo que impide descartar por completo que parte del efecto observado se deba a ese orden y no a la sustancia en sí.
El contexto más amplio sugiere que no se trata de un caso aislado. Encuestas publicadas en 2024 en Harm Reduction Journal reportaron que seis de cada diez personas usuarias perciben que, al usar cannabis, beben alcohol con menor frecuencia. Estudios observacionales han detectado descensos en las ventas de alcohol tras cambios regulatorios sobre cannabis en ciertos estados de EE UU, y análisis diarios muestran menos consumo de alcohol en días con uso de cannabis. La novedad de este trabajo radica en acercar esa discusión a un entorno experimental y en población con consumo intensivo, un grupo clave para políticas públicas.
Hay limitaciones importantes que obligan a la cautela, ya que la muestra fue mayoritariamente masculina y blanca, lo que restringe la generalización. El entorno móvil, aunque innovador, no reproduce la complejidad social de bares o fiestas. Y, sobre todo, no se probó la condición inversa (alcohol antes de cannabis), que podría arrojar resultados diferentes. El propio equipo pide más investigación para delimitar quiénes se benefician de la sustitución y en qué contextos.
Si la evidencia se consolida, la sustitución parcial del alcohol por cannabis podría convertirse en una estrategia eficaz para personas con consumo intensivo, desplazando parte de un patrón de alto riesgo hacia otro potencialmente menos dañino.