El goteo de artículos y reportajes que alertan del regreso de la heroína en España se mantiene constante desde hace años, sin que parezca importar que el vaso esté ya desbordado de datos entremezclados, testimonios convertidos en análisis sociológicos y muchas ganas de sacar un artículo de donde no hay nada que rascar. A pesar de que los medios de comunicación conforman la primera fuente elegida por la población española para informarse sobre drogas (56,9 % en 2013), los periodistas continúan alimentando una narrativa que no se corresponde con la realidad objetiva.
De manera bienal, el Plan Nacional sobre Drogas saca a concurso la realización de dos importantes estadísticas acerca de los hábitos de consumo de drogas en España: ESTUDES y EDADES. La primera, centrada en estudiantes de secundaria de entre 14 y 18 años; la segunda, dirigida a la población general, de 15 a 64 años. El coste total de confeccionar ambos estudios supera los 700.000 euros: tratemos de rentabilizar la inversión.
Con los datos que muestran estos informes, se han elaborado los gráficos adjuntos. Para entender cómo han evolucionado las prevalencias de consumo a lo largo del tiempo, se ha optado —previa consulta a David Conde, doctor en Estadística y profesor en la Universidad de Valladolid— por dibujar líneas de tendencia basadas en medias móviles centradas de orden 3. Este cálculo promedia cada observación con la anterior y la siguiente, resaltando las tendencias a largo plazo según avanzan las series temporales.
Como indicaba de manera explícita la nota de prensa sobre la última EDADES (2017-2018), difundida el pasado 10 de diciembre, “el consumo sigue estabilizado en niveles muy bajos”. En 2017, el 0,6 % de la población general había probado la heroína alguna vez en su vida, pero sólo un 0,1 % la había consumido en el último año. Es decir, que 5 de cada 6 personas que en algún momento tomaron heroína no la volvieron a usar durante el año anterior a la encuesta.
Si el porcentaje de población que lo ha probado alguna vez en su vida se distancia de los dos datos referidos al último año y mes, no hay motivo para alarmarse. Al contrario: gente que experimentó con heroína o la consumió con cierta frecuencia en el pasado no ha incurrido en su uso recientemente. Esto puede guardar relación con que la percepción de riesgo sobre esta droga sea notablemente alta, ya que todos los grupos de policonsumidores valoran como problemático el consumo de heroína una vez o menos al mes.
Además, en 2017, el porcentaje que decía haber consumido heroína alguna vez en su vida era mayor en el grupo de 35 a 64 años que en los de menor edad. Esto supone un cambio significativo respecto a 1995, cuando el consumo experimental de esta droga era siete veces más habitual entre los del grupo de 15 a 34 años.
Para saber con mayor detalle a qué se dedica la chavalada, toca revisar el informe más reciente de la ESTUDES (2016-2017). Entre los estudiantes de 14 a 18 años, el porcentaje de los que han probado la heroína se sitúa en el 0,8 %. Este indicador nunca ha rebasado el 1 % desde 1994. Tras una remarcable subida anterior a 2008, su consumo inició una tendencia descendente que aún se mantiene, a la luz de las últimas estadísticas.
Tal y como advertía la ESTUDES de 2012, “es necesario tomar estos datos con cautela, por el escaso número de jóvenes que indican consumo de esta sustancia”. Los informes ofrecen una precisión de un decimal, y por tanto las subidas o bajadas puntuales de 0,1 % no deberían ser sobredimensionadas; esto es aplicable también a los datos ofrecidos por la EDADES. En cualquier caso, la heroína sigue siendo una de las drogas que menos atraen a los estudiantes.
Por supuesto, los datos reales son menos impactantes que los relatos fatalistas sobre los descensos a los infiernos del caballo. Pero también es cierto que, tal y como están las cosas, un reportaje riguroso acerca del fenómeno de la heroína resultaría tan extraordinario que bien se merecería un hueco en algún medio de comunicación nacional.