El tema que trataremos hoy solo muy remotamente tiene que ver con el objeto de esta sección: comentar temas legales de interés para los lectores. Hoy hablaremos de un empresario de Barcelona que era muy conocido en el mundo del cannabis por haber montado muchos negocios relacionados con esta sustancia. Si hablamos en estas páginas de él es solo porque a lo largo de su trayectoria profesional me hizo bastantes consultas relacionadas con las posibles consecuencias legales que podían derivarse de los muchos proyectos que iba emprendiendo. De hecho, fue uno de los primeros en atreverse a vender semillas de cannabis en España, pero con el tiempo fue diversificando sus actividades, a cual más audaz e innovadora.
Pues bien, hace tres años, Roberto, así se llamaba, nos dejó. La noticia de su muerte se fue difundiendo en el mundillo del cannabis muy rápidamente y se informó de ella por internet en todos los medios de comunicación especializados. Al funeral, que tuvo lugar en un tanatorio de la parte alta de la ciudad de Barcelona, acudió muchísima gente. Aparte de los familiares y de los muchos amigos que tenía, asistieron a la ceremonia empresarios del mundo del cannabis, alguno del extranjero. También propietarios de grow shops, muchos de los cuales seguramente habían vendido sus primeras semillas gracias a nuestro amigo Roberto. Y no solo personas relacionadas con las empresas y el comercio; muchos activistas, sobre todo catalanes, pero también algunos del País Vasco y de alguna otra región de España quisieron estar presentes. Asistieron incluso personas que no habían llegado a conocerle personalmente, pero que sabían de las muchas cosas que había hecho Roberto por la normalización del comercio de muchos productos relacionados con el cáñamo, no solo de las semillas.
Ni que decir tiene que el ambiente que se creó en el tanatorio fue un tanto peculiar. La brisa que soplaba aquella mañana llevaba hacia la entrada del mismo un olor a marihuana procedente del pequeño jardín que había junto al edificio, un olor que sorprendió a más de un visitante que no acudía a despedir a Roberto. En ese pequeño jardín se fueron congregando grupos a lo largo del día para fumar en honor del difunto. Otro lugar bastante concurrido fue la cafetería existente en el mismo tanatorio. Como suele ser paradójicamente frecuente en estos casos, allí reinaba un ambiente festivo con rostros alegres, risas y griterío. El bar estaba bastante lleno, básicamente de personas que habían acudido a despedir a Roberto.
Recuerdo perfectamente que uno de los activistas que había venido del País Vasco y que aparte de activista es muy activo y dicharachero, empezó a comentar insistentemente con la gente que estaba no solo en la cafetería, sino también en el velatorio, en el piso en de arriba, lo buena que estaba la tortilla de patatas que había pedido en el bar para desayunar. Quiso incluso hacérselo saber al responsable del mismo. Este le dijo al activista vasco que el mérito no era suyo sino de su sobrina Mari Paz. Mari Paz había empezado a trabajar en la cocina de la cafetería hacía tres meses, después de haber dejado Málaga, localidad en la que había nacido y se había criado. Comoquiera que la tortilla, después de las recomendaciones de que fue objeto, pronto desapareció, la cocinera recibió instrucciones de que debía ponerse a preparar unas pocas más, las que pudiera: la demanda era enorme. Llegó un momento en que tanto se hablaba de la tortilla que Mari Paz tuvo que salir a saludar a la concurrencia. Yo mismo comí allí un trozo, buenísima, y me fui a media tarde. Más adelante supe por personas que se habían quedado hasta el final del velatorio que las tortillas volvieron a acabarse y que seguía hablándose de ellas.
Lo que verdaderamente me sorprendió, hace no mucho, fue enterarme de que aún muchos meses después de la muerte de Roberto muchas personas que habían asistido al funeral volvían regularmente a la cafetería del tanatorio. Y no precisamente para velar a algún difunto, sino especialmente para degustar la tortilla de patatas de Mari Paz. Aunque parezca increíble, según me dijeron, durante un tiempo se puso de moda, incluso entre personas ajenas al mundo del cannabis, ir a ese tanatorio de la zona alta de Barcelona, pero directamente a su cafetería. Tanto corrió la noticia de lo buena que estaba la tortilla de patatas que allí servían. Me llegaron a decir que alguno de los que allí acudía con la única finalidad de degustar la famosa tortilla se aventuraba, una vez saciado su apetito, a pasear por las salas del velatorio para dar, mezclado discretamente entre los visitantes que sí habían sido convocados, un último adiós a los difuntos presentes ese día. No sé si en la actualidad sigue estando Mari Paz en la cafetería, pero yo solo probé la tortilla el día que asistí al velatorio de Roberto.