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Medalla al mérito ciudadano

Al parecer, un vecino de los que anda fisgoneando en la vida de los demás porque no tienen vida propia empezó a sospechar algo, y sacó unas fotos de la ventana cerrada y sellada y la salida del extractor, y grabó unos vídeos con el sonido que hacían los ventiladores y extractores. Y se fue a la Policía Nacional.

Laura y Juan, así les llamaremos, estaban hartos de currar sin parar y de ganar un mísero salario. Todo el día en el tajo sin sacar para darse algún lujo de vez en cuando, como una buena cena en un restaurante o una salida a un hotel mediano en una capital de provincia. Les hacía ilusión irse a una cata de vinos en una bodega riojana y dormir en algún hotel gastronómico. Nada muy especial, algo que les permitiera romper la rutina agotadora. Pero sus sueldos, descontado el alquiler y los otros gastos fijos, no llegaban. Así que decidieron probar suerte. Vivían en una zona de casas baratas en Hospitalet de Llobregat, a unos diez quilómetros de Barcelona. Tenían una habitación sobrante y más o menos adecuada para cultivar, con una única ventana que daba a un patio de luces, y en el último piso del edificio. El problema sería el ruido, pero les habían dicho que con un poco de inversión se podría insonorizar muy bien. Decidieron jugársela e invertir lo poco que tenían ahorrado, con algo más que les prestaron. Serían solo unos pocos cultivos, además, les vendrían a recoger la hierba a su propia casa, con lo que no tendrían riesgo en el transporte.

Se pusieron manos a la obra con un par de amigos y uno de los compradores. En un par de fines de semana lo dejaron instalado, plantaron y todo parecía prometedor. No había quejas de vecinos, realmente no se escuchaba nada, o casi, solo un rumor constante y grave, nada molesto, aunque por la noche cantaba un poco más. Sin embargo, tuvieron mala suerte. Al parecer, un vecino de los que anda fisgoneando en la vida de los demás porque no tienen vida propia empezó a sospechar algo, y sacó unas fotos de la ventana cerrada y sellada y la salida del extractor, y grabó unos vídeos con el sonido que hacían los ventiladores y extractores. Y se fue a la Policía Nacional. Los del Cuerpo Nacional de Policía se lo tomaron muy en serio; los hechos relatados por el ciudadano anónimo eran muy graves: ¡un cultivo de drogas! Merecía una investigación en profundidad. Y enviaron a varios agentes a la casa del vecino, que les abrió gustoso y orgulloso de colaborar con la Policía. “Esa es la ventana ‒les dijo‒, y oigan qué ruido!”. De nuevo, fotos y vídeos. Luego investigaron quién vivía allí, si tenían antecedentes, los bienes que tenían registrados, las entradas y salidas del domicilio y si recibían visitas. También hicieron venir a un técnico de Endesa para comprobar la tensión utilizada y la contratada. Una gran pérdida de tiempo y recursos para intervenir cuatro plantas. Pero parece que para a la Policía ese tiempo y dinero empleados le reportan una gran rentabilidad. Con toda la información recopilada, solicitaron al juez nada menos que una orden de entrada y registro en domicilio. El juez de turno se la concedió, como si no hubiera cosas más graves que investigar. Hallaron ciento once plantas en estado de crecimiento y una instalación de electricidad fraudulenta, por escapar a la acometida del contador. La Policía esperó a que ambos estuvieran en el domicilio y llamaron a la puerta. Laura y Juan se quedaron de piedra. No se lo esperaban. No había habido ni una sola protesta, una mala mirada entre los vecinos. Nada. No se imaginaban que esto fuera a ocurrir y, sobre todo, les dolía mucho más porque no habían conseguido ni siquiera una maldita cosecha. Toda la inversión al garete sin obtener ni un solo gramo de hierba, ni siquiera para al menos fumarse algo del producto obtenido del propio esfuerzo.

Les detuvieron y llevaron a comisaría. Allí les ficharon, les hicieron las oportunas fotografías y les tomaron declaración como investigados. Los dejaron en libertad con cargos. Todas las plantas, intervenidas; unas muestras, ya enviadas al Instituto Nacional de Toxicología; todos los aparatos de cultivo, decomisados y depositados en dependencias policiales. Un total desastre. Una vez salieron de comisaría, el aire fresco de la tarde les resultó agradable, pero no les borró el sabor amargo de toda una inversión de tiempo, esfuerzo e ilusión perdida por culpa de un vecino, o vecina, con muy malas pulgas. ¿Quién sería? Ahora Juan y Laura están procesados y a la espera de que el Ministerio Fiscal formule acusación y se celebre el juicio. De momento tenemos el informe de Toxicología. Han analizado muestras de treinta plantas, por un lado, y el total de cinco plantas juntas, por otro. A ver cómo hace los cálculos el fiscal y por cuánta cantidad acusa. En los próximos números os comentaremos el desenlace.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #278

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