Enero: ¡preparando el terreno!
El cultivo de cannabis en exterior es una afición que ocupa todo el año, aunque hay meses más tranquilos que otros. En invierno, la actividad se reduce a la limpieza y preparación de la próxima cosecha, tareas que pueden parecer menos importantes pero que tienen un gran efecto sobre el futuro desarrollo de las plantas. Las buenas cosechas empiezan mucho antes de germinar las semillas.
Enero es un mes tranquilo para el cultivador de exterior. Las plantas de la pasada cosecha ya están secas, curadas y almacenadas, pero el frío y las escasas horas de sol impiden sembrar todavía. Son semanas para limpiar macetas, abonar el terreno, compostar los restos de la cosecha anterior y planificar la próxima plantación.
Algunos cultivadores, los más impacientes, empiezan ya a germinar semillas en interior para sacar las plantas fuera en marzo y realizar una cosecha de primavera, o para usarlas como plantas madre de las que sacar esquejes. Esta última técnica resulta muy práctica, pues permite, a partir de una sola semilla, obtener tantas plantas para la cosecha de verano como se deseen.
En la cosecha de primavera, las plantas germinan y crecen en interior, iluminadas con lámparas de alta presión o fluorescentes de bajo consumo y un fotoperiodo de crecimiento 18/6, hasta que alcanzan un tamaño suficiente para florecer, por lo general cincuenta centímetros como mínimo.
Llegado el mes de marzo se sacan las plantas al exterior para que florezcan bajo el fotoperiodo natural, que es parecido al del otoño. Para obtener buenos resultados es necesario que las temperaturas suban por encima de los 15 ºC durante el día y que no haya heladas. Si el clima es más frío las plantas no florecen bien y los cogollos no engordan, por lo que la única solución es meterlas a florecer dentro de un invernadero.
Si el objetivo de la siembra temprana es obtener esquejes para la cosecha de verano, hay que ir podando las puntas de las plantas para potenciar su ramificación y aumentar la cantidad de brotes aptos para ser convertidos en esquejes. En este caso, las plantas no se sacan al exterior hasta que el fotoperiodo natural sea lo suficientemente largo como para que no florezcan, lo que sucede a partir de finales de abril o principios de mayo, dependiendo de la variedad y del fotoperiodo de crecimiento (si crecen a 16/8 en lugar de a 18/6, se pueden sacar algo antes).
Cultivo en macetas
Quien cultiva en macetas no tiene mucho trabajo que hacer en los meses de invierno, pero es conveniente que limpie a fondo y recoja el material. Con frecuencia, una vez acabada la cosecha, las macetas siguen a la intemperie durante meses, todavía llenas de tierra y con restos de ramas y hojas. Dejarlas así durante el invierno y no acordarse de ellas hasta la primavera tiene varios inconvenientes. La exposición al sol y al frío deteriora poco a poco el plástico de las macetas, que se vuelve quebradizo. Además, la tierra y los restos vegetales de la cosecha anterior pueden albergar plagas en hibernación, esporas de hongos o huevos de insectos, que son capaces de sobrevivir durante meses a la espera de la próxima plantación. Tras una cosecha, muchas macetas presentan manchas blancas, que no son otra cosa que depósitos de sales minerales que se han ido acumulando a lo largo de decenas de riegos, provenientes del agua y los abonos. Si no se eliminan, estas sales alterarán el pH y aumentarán la salinidad del sustrato de la próxima plantación.
Es conveniente vaciar las macetas, lavarlas para eliminar restos de tierra y posibles plagas, y guardarlas a cubierto durante el invierno. Un buen sistema es llenar un gran bidón (o la bañera) con agua y lejía (un litro de lejía en cien litros de agua) y sumergir las macetas en él durante media hora; luego se elimina cualquier resto de tierra, raíces o sales acumuladas con ayuda de un cepillo o un estropajo, se enjuagan bien y se dejan secar. Es mejor guardarlas bajo techo, pero también se pueden dejar vacías y apiladas en el exterior.
La tierra usada se puede reutilizar para cultivar hortalizas o plantas ornamentales, pero no es recomendable replantar de nuevo cannabis en ella salvo que se reacondicione en profundidad para restaurar su fertilidad y estructura. El cultivador de cannabis espera obtener una producción muy elevada de sus plantas, y para ello es necesario que el sustrato esté en las mejores condiciones posibles. Los sustratos comerciales habituales tienen una base de turba que pierde bastante estructura tras un ciclo de cultivo, además de acumular sales y, posiblemente, hongos y otras plagas.
La limpieza invernal debe ser a conciencia; las plagas que sobreviven al invierno y atacan por segundo año suelen ser más difíciles de matar, ya que a menudo se vuelven resistentes a los productos empleados el año anterior. Es recomendable retirar todos los restos vegetales, barrer y fregar con agua y lejía. Las herramientas, las regaderas o los tutores de bambú también han de limpiarse y desinfectarse con lejía.
Cultivo en el suelo
El tratamiento invernal del suelo es clave para mantener la fertilidad de un campo de cultivo. Si no se limpia el terreno y se alimenta con aportaciones de abonos y materia orgánica, la producción irá disminuyendo año tras año.
El primer paso es eliminar todos los restos vegetales de la cosecha anterior arrancando los troncos del suelo y barriendo las hojas caídas. Estos materiales se pueden añadir al montón de compost si las plantas no habían tenido plagas importantes; la fermentación del proceso de compostaje matará los pocos huevos de insectos o esporas de hongos que hubiese. Si las plantas han sufrido alguna plaga grave no conviene arriesgarse: más vale tirar los restos a la basura o quemarlos.
El arado suelta la tierra, desmenuzándola y evitando su compactación; entierra las malas hierbas, y facilita el crecimiento de las raíces, además, saca a la superficie muchas larvas y huevos de insectos, que morirán a manos de los pájaros o las heladas durante el invierno, reduciendo la población de especies dañinas para las plantas.
La mejor forma de abonar el suelo sin recurrir a fertilizantes químicos es esparciendo materia orgánica rica en nutrientes: estiércol, compost, humus de lombriz, mantillo. Las bacterias, hongos, levaduras y demás microorganismos del suelo se encargarán de descomponerla y liberar los nutrientes a lo largo del invierno. Basta con extender una capa por el suelo y dejar que la naturaleza haga su trabajo. Se puede mezclar la materia orgánica con la tierra arando con un motocultor o dejarla en la superficie.
La tierra usada se puede reutilizar para cultivar hortalizas o plantas ornamentales, pero no es recomendable replantar de nuevo cannabis en ella
El estiércol de cualquier animal herbívoro es una de las mejores enmiendas para cualquier terreno, es barato, abundante y viene cargado de microorganismos que ayudan a descomponerlo y contribuyen a mantener un rico ecosistema en torno a las raíces de las plantas. El de vaca y el de caballo son bastante suaves y se pueden usar en grandes cantidades (3-4 kg/m2). El de cabra, el de oveja y el de conejo son más ricos en nutrientes, pero también más fuertes, por lo que deben emplearse con mayor moderación (1-2 kg/m2). El estiércol de aves de corral tiene su propio nombre: gallinaza el de pollos y gallinas, y palomina el de palomas. Ambos son muy fuertes y alcalinos y hay que usarlos en pequeñas cantidades (100-200 g/m2). El guano de aves marinas y el de murciélagos son, asimismo, muy ricos en nutrientes y deben aplicarse con cuidado.
La técnica del abono verde consiste en sembrar un cultivo de cobertura, normalmente una leguminosa, que una vez crece y antes de que florezca se siega, se ara y se incorpora al suelo, aportándole nutrientes y materia orgánica. Es un sistema de fertilización completamente ecológico y natural, que mantiene la cobertura del suelo, pero solo funciona bien en zonas de clima templado, donde puede realizarse en invierno o principio de primavera, que es cuando el terreno no está dedicado a cultivar cannabis. Se suelen sembrar leguminosas porque viven en simbiosis con unas bacterias que tienen la propiedad de captar nitrógeno atmosférico e incorporarlo al terreno, es decir, abonan a partir del aire. Estas son algunas leguminosas aptas para un cultivo de abono verde: habas, guisantes, judías, alfalfa, trébol.
Cultivo de guerilla
Las plantas de guerrilla suelen vivir en el suelo, pero las características especiales de este tipo de cultivo suelen necesitar técnicas diferentes de las que se emplean en un huerto o jardín. El principal inconveniente de la guerrilla es que suele estar lejos y en sitios poco accesibles, por lo que no resulta factible llevar grandes cantidades de estiércol para abonar el suelo. Hay que usar abonos concentrados y fáciles de transportar: pueden ser abonos químicos en gránulos de liberación lenta o, si se prefieren los abonos orgánicos, gallinaza o guano.
La clave para el éxito de un cultivo de guerrilla es que pase desapercibido. La vegetación que rodea el lugar es la principal barrera frente a miradas indiscretas. Además de fertilizar el lugar donde crecerá el cannabis, conviene repartir algo de abono al pie de los arbustos que ocultan el lugar. El paso repetido por el mismo lugar puede marcar un sendero y este llevar a algún curioso hasta las plantas: hay que evitar llegar hasta la guerrilla siempre por el mismo camino.
El cultivador guerrillero suele sembrar en varios lugares para no poner todos los huevos en la misma cesta. Si alguien descubre uno de los cultivos y roba las plantas o lo denuncia, al menos quedan los otros y el cultivador no se ve compuesto y sin cosecha, teniendo que recurrir al mercado negro. El invierno es un buen momento de buscar emplazamientos adecuados para nuevos cultivos; con el frío hay menos gente por la montaña y quedan meses por delante para adecuar el lugar. Los lugares más apropiados para hacer guerrilla son los que cumplen las siguientes condiciones: miran al sur, reciben mucho sol, están lejos de los caminos, tienen agua cerca o hay alguna forma de llevarla fácilmente oculta a la mirada de extraños.
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