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"Las plantas viven de la energía del sol y, cuanta más luz reciben, mayor capacidad de crecimiento y producción tienen"
Los cultivadores de cannabis se preocupan especialmente por la fase de floración de las plantas, ya que es el momento en que se crean los cogollos que buscan cosechar. Sin embargo, a menudo olvidan que para obtener una buena floración no se puede descuidar la fase de crecimiento, esos meses que van desde la germinación de las semillas hasta que empiezan a brotar las primeras flores. El cannabis emplea el tiempo de crecimiento en desarrollar un sistema de raíces capaz de absorber grandes cantidades de agua y alimento, una estructura de tallos y ramas que sostendrá los pesados cogollos y unas reservas de nutrientes almacenados en los tejidos que facilitarán el enorme esfuerzo metabólico de producir miles de flores en dos o tres meses.
Un elemento clave del crecimiento es el momento de la siembra. Podría parecer poco importante pero, en las variedades no autoflorecientes, la fecha en que la semilla germina determina cuánto tiempo tendrá la planta para crecer antes de empezar a florecer. Esto es así porque el inicio de la floración viene dado por la duración de las noches y, en la mayoría de las variedades, viene a ser entre mediados de julio y mediados de agosto, independientemente de cuándo germinó la planta. Por tanto, una germinación temprana marca una fase de crecimiento larga, mientras que una germinación tardía deja menos días para que la planta crezca. Si tenemos mucho espacio para las raíces, como cuando sembramos en el suelo, y no importa que la planta se haga enorme porque crece en un lugar discreto, la siembra temprana puede ser útil; en cambio, si cultivamos en un balcón y en macetas de 20 l no querremos que la planta alcance dos metros y será mejor idea sembrar tarde, en mayo o junio, para limitar el crecimiento.
En el caso de las autoflorecientes, el tiempo de crecimiento no varía: las plantas empiezan a florecer más o menos a las tres semanas de germinar, pero las horas de sol que hay sí influyen claramente en el ritmo de crecimiento. Es decir, si se cultivan cuando los días son largos (mayo, junio y julio) crecen más que si se plantan en otros meses con menos horas de sol (marzo y abril o agosto y septiembre). Y no olvidemos que más horas de sol y más crecimiento significan mayor producción de cogollos.
Las plantas viven de la energía del sol, podríamos decir que actúan como paneles solares; por eso, cuanta más luz reciben mayor capacidad de crecimiento y producción tienen. Es muy importante situar las plantas en un lugar que reciba el mayor número posible de horas de sol directo pero, en cualquier caso, nunca menos de cinco o seis. Además, hay que evitar ponerlas cerca de árboles o paredes que proyecten sombra sobre ellas. Y lo mismo pasa con las otras plantas: deben situarse suficientemente separadas entre sí como para que el sol las ilumine completamente, tanto en las partes altas como en las bajas. Con una buena iluminación las plantas se desarrollan en todas direcciones y crean cogollos por doquier. En cambio, si se siembran muy juntas, solo las ramas más altas recibirán sol intenso y las ramas bajas no tendrán energía suficiente como para producir buenos cogollos. Una planta que viva rodeada por otras plantas cercanas crecerá en altura a gran velocidad en busca de luz y huyendo de las sombras, pero lo hará con internudos grandes y con un desarrollo pobre de ramas laterales. Al final será un planta larguirucha y poco productiva, cuyas ramas se doblarán con facilidad por el peso de los cogollos, pero no porque estos sean muy gruesos y densos, sino por la falta de fortaleza de las ramas. No se deben colocar nunca las plantas demasiado cerca las unas de las otras, ni siquiera en crecimiento. Si nos encontramos en esa situación en que las plantas están sembradas demasiado juntas, es recomendable podar las ramas bajas poco iluminadas para que las plantas se concentren en los cogollos superiores. La poda también facilita el paso del aire por las zonas bajas, lo que reduce el riesgo de aparición de hongos y otras plagas.
Hay dos tipos de poda distintos que se emplean en la fase de crecimiento. La poda de ramas bajas para aumentar la ventilación y eliminar zonas en sombra y la poda de la punta del tallo principal para estimular la ramificación y cambiar la estructura de la planta. La punta más alta de la planta es la que crece más porque en ella se acumulan las auxinas, que son las hormonas que estimulan el crecimiento. Al cortarla, las auxinas se reparten por las puntas de las ramas que le siguen en altura, y su crecimiento se acelera. Cortar la punta central es la forma más rápida y sencilla de crear una planta con forma de arbusto (con muchos cogollos de igual tamaño) en lugar de con forma de abeto (con un cogollo principal más grande rodeado de cogollos secundarios más pequeños). Un par de semanas después de la poda de la punta principal, se pueden cortar las puntas de las nuevas ramas dominantes para aumentar aún más la ramificación y potenciar la forma arbustiva, logrando un mayor número de puntas. Esta técnica se usa mucho en interior pero también es útil en exterior, especialmente cuando buscamos crear una planta grande pero no demasiado alta. Funciona mejor con macetas muy grandes, sobre todo si son anchas.
Uno de los factores más descuidados por los cultivadores es la temperatura de las raíces. Cuando las plantas crecen en macetas en terrazas es muy habitual que las baldosas del suelo, a pleno sol, alcancen temperaturas muy altas. Si las macetas no se aíslan del suelo, la tierra se recalienta y las raíces sufren mucho, lo que les impide absorber agua y nutrientes con normalidad. No olvidemos que las raíces de las plantas que crecen en el suelo raramente experimentan temperaturas superiores a los 30 ºC, mientras que en una maceta al sol pueden llegar a 50 ºC. Lo más fácil para evitar este recalentamiento es colocar las macetas sobre una superficie aislante como una plancha de corcho o un palé de madera. También se pueden meter las macetas dentro de otra maceta de mayor tamaño (y a ser posible de color blanco, para que refleje la mayor cantidad posible de luz y no se caliente tanto). La capa de aire que queda entre ambas macetas aísla el sustrato del calor exterior y lo mantiene más fresco.