El olor inolvidable
Ya se acabó la manicura y todos se han ido a casa. Muchos kilos de cogollos cuelgan en el secadero. En unos días empezaremos a empacarlos y saldrán a conocer mundo. Claro que no llegarán muy lejos. Calculo que para el mes que viene ya no serán más que humo.
Ya se acabó la manicura y todos se han ido a casa. Muchos kilos de cogollos cuelgan en el secadero. En unos días empezaremos a empacarlos y saldrán a conocer mundo. Claro que no llegarán muy lejos. Calculo que para el mes que viene ya no serán más que humo. Qué bonito sería almacenar la producción es unas condiciones óptimas durante dos o tres meses para dejar que los aromas evolucionen, que la hierba se cure, que suavice su sabor... Pero la realidad es la que es y me están achuchando, así que estos cogollos empezarán a quemarse diez días después de ser cosechados.
Con los deshumidificadores a saco, un calefactor y unos buenos ventiladores puedo secar una cosecha en cinco días. Si los cogollos tuvieron una o dos semanas sin abono antes de la cosecha, se puede secar a toda prisa y el resultado final será aceptable. Claro que nunca es lo mismo que secar a lo largo de tres semanas y dejar que los cogollos se curen durante dos meses más antes de consumirlos, como hacía cuando solo cultivaba para mí. La calidad final de un cogollo bien curado es insuperable; en mi opinión, hasta la psicoactividad es diferente. Las sativas estimulan sin ser tan eléctricas y las índicas relajan sin dejarte idiota. En buenas condiciones de conservación, la marihuana mejora durante los primeros meses de almacenaje.
En España hoy se fuma mejor cannabis que nunca. La popularización del autocultivo y de los clubes de consumidores ha elevado la calidad del producto nacional hasta cotas inimaginables hace un par de décadas. Sin embargo, el negocio es el negocio y nadie almacena meses el cannabis si lo puede poner en circulación inmediatamente después del secado, por lo que la mayoría de los consumidores actuales nunca probarán un cogollo bien curado. En cualquier caso, es fundamental lograr un producto que se pueda fumar bien. Hay algún troglodita al que le gusta que la hierba le rasque y le destroce la garganta, pero la mayoría de los seres humanos a los que les gusta el cannabis prefieren que el humo sea suave y aromático. Para lograrlo hay dos trucos básico, no usar dosis demasiado altas de abono y dejar de abonar las plantas completamente una o dos semanas antes de cortarlas. Además de esto hay que alargar el secado y el curado lo máximo posible, aunque se pueden lograr muy buenos resultados en tres o cuatro semanas y un producto más que aceptable en apenas diez días.
Normalmente, salvo que tenga mucha prisa por sacar el material, intento alargar el secado dos semanas y, para que el sabor se suavice un poco, dejo que los cogollos reposen otras dos semanas más una vez empaquetados. Esta vez, sin embargo, no había tiempo. Las llamadas se sucedían sin descanso. Desde el momento en que empezamos a cortar plantas teníamos clientes preguntando cuándo estaría listo el material. Ya sé que mis cogollos son cojonudos, pero parecía que no hubiese nadie más cosechando en la ciudad; todos me llamaban a mí.
Hay dos formas básicas de secar los cogollos: en rama o sueltos. El primer sistema consiste en cortar las hojas grandes y pequeñas hasta dejar las plantas bien manicuradas y colgar las ramas enteras para que se sequen; este es mi preferido. La ventaja es que en rama los cogollos ocupan menos y se pueden colgar varios kilos en un espacio relativamente pequeño. El inconveniente es que, una vez secas las ramas, hay que dedicarse a ir troceando los cogollos. El segundo sistema consiste en trocear los cogollos después de manicurar las ramas y secarlos extendidos en bandejas. El secado es más rápido y homogéneo, aunque los cogollos se chafan un poco si no se les da la vuelta un par de veces durante el secado, un proceso pesado y laborioso que no me gusta hacer. Las prisas nos obligaron a trocear casi toda la cosecha, así una vez seca se podría empacar directamente. Colgadas del techo, las bandejas de malla llenas de cogollos saturan el ambiente de aroma a cannabis: al principio el olor te sorprende, luego te abruma, después dejas de olerlo y, por último, te coloca. Lo juro: cuando estoy en un secadero lleno con diez o veinte kilos de cogollos apestando, el colocón se me mete en el cuerpo por la nariz, por la piel. También influirá el peta que me esté fumando, pero de verdad que el olor es psicoactivo.
Una vez llevé a mi madre a un secadero, no lo hago nunca pero aquel día íbamos a comer juntos y venía en el coche conmigo. Tenía que pasar por la “oficina” a ver que el secado siguiera por buen camino y ella insistió en acompañarme. Mi madre fue muy hippy de joven y fumaba bastante hierba; ella me dio la primera semilla y me convirtió en cultivador. Ahora lleva años sin consumir y aquel día no fue una excepción, simplemente paseó entre las plantas colgadas disfrutando del aroma durante los diez minutos que tardé en comprobarlo todo. De vuelta al coche ya la noté un poco distinta, pero no le di importancia hasta que le dio un ataque de risa tremendo en el restaurante al mirar al camarero. Tuve que dejar una buena propina para apaciguar su cabreo, pero lo pasamos muy bien y fui testigo, con mis propios ojos, del poder del aroma cannábico.
Volviendo a la cosecha. La evolución del secado fue rápida y sin problemas. A los siete días los cogollos estaban casi secos aparentemente. En realidad, la humedad se evapora primero de la parte exterior del cogollo, pero la parte central tarda algo más en acabarse de secar, dos o tres días más. Unos de mis trucos es no esperar hasta que los cogollos están completamente secos para embolsarlos, pues se desmenuzan más. Prefiero manipularlos mientras aún tienen algo de humedad de más y acabarlos de secar en las bolsas donde serán empacados. Una vez alcanzan el punto de secado ideal, que es del 10 al 12% de humedad, sello las bolsas definitivamente para impedir que los cogollos se rehumedezcan. Cuando los paquetes estuvieron listos hice unas llamadas y empezó el reparto.
Mis previsiones fueron más que desbordadas. En dieciocho días se acabó todo. Todo, todo, todo. Hasta las hojas de la manicura me las compraron, ni siquiera tuve que hacer yo el hachís. Y menos mal que me había llevado un cuarto de kilo a casa; Nil vendió los últimos dos sin avisar y si me descuido me quedo sin hierba para mí. Anda que no se hubieran cachondeado: “El Loko comprando, el mundo al revés”.
No hay mejor momento en mi oficio que cuando está todo cosechado, secado y vendido. En la mano tengo un porro de tamaño familiar y, en el bolsillo, la cartera a punto de reventar. Mañana, cuando me levante, tendré que pensar en la siguiente cosecha, pero ahora mismo la misión ha sido cumplida y este canuto es el más merecido del mundo.
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