¡300 horas de manicura!
¡Mierda!, ya podría estar todo vendido. No hacen más que llamar, todos quieren y aún estamos cosechando. Me digo que me lo tengo que tomar con calma, que no hay mucho que hacer.
¡Mierda!, ya podría estar todo vendido. No hacen más que llamar, todos quieren y aún estamos cosechando. Me digo que me lo tengo que tomar con calma, que no hay mucho que hacer; las cosas llevan su tiempo y no habrá material listo hasta dentro de una semana. Lo que necesito es paciencia, pero la necesito ya.
Cuando era un joven cultivador que sembraba diez matas en la terraza para mi autoconsumo, la cosecha era una fiesta. Tras todo el verano cuidando las plantas, cuando llegaba octubre y había que cortarlas, llamaba a un par de amigos. Armados con tijeras afiladas, una caja de cervezas y muchos porros, la manicura de las plantas nos llevaba un par de días. Jóvenes y colocados, el tiempo se iba entre risas y cachondeo. Nos encantaba la cosecha: marcaba el inicio de una larga época de abundancia cannábica.
Hoy en día, la cosecha es otra cosa para mí. Es la culminación de un largo proceso, el fruto de mi trabajo y mi sabiduría, pero también algo que hago porque se me da de coña, pagan muy bien y a la gente le encanta. Tampoco es que sea el chollo que algunos creen. En esta profesión no se cobra una nómina cada mes. Además del riesgo que corre, el cultivador invierte mucho tiempo y mucho dinero a lo largo de varios meses preparando las instalaciones y cuidando de las plantas. Si todo va bien y no hay fallos técnicos, las plantas no se enferman ni pillan una plaga y ni la poli ni los chorizos hacen una visita, se puede recoger una abundante cosecha. Claro que luego hay que manicurarla, secarla y dejarla reposar un par de semanas, por lo que aún tarda un mes más en llegar el pago. Con suerte, tras cuatro o cinco meses trabajando y gastando, se cobra muy bien. Claro que hay que volver a empezar enseguida porque ese dinero debe durar varios meses, hasta la siguiente cosecha.
Cosechar una o dos plantas es divertido, si son más de quince resulta tedioso, pero si se superan las setecientas es una auténtica pesadilla. En realidad, cortar las plantas es rápido, el problema es manicurarlas. Por si alguno no lo sabe, manicurar el cannabis consiste en eliminar todas las hojas sin resina que rodean los cogollos hasta dejarlos desnudos. Es un trabajo muy lento pero necesario que mejora el aspecto del cogollo y su potencia, pues se quita todo el material pobre en resina. Nadie quiere cogollos sin manicurar: hay que perder el tiempo cortando las hojas antes de liar el porro, se tira parte del peso por el que has pagado y su aspecto es mucho menos atractivo.
Hay mucho cultivador chapuza que intenta ahorrarse este trabajo manicurando poco y mal o recurriendo a alguna de las nuevas máquinas que han ido saliendo pero que no sirven para nada bueno. Golpean los cogollos haciendo que pierdan resina, los recubren de los propios jugos que sueltan las plantas y hasta les cambian el color, suelen quedar de un color verde más oscuro.
En mi opinión, solo hay una forma de lograr cogollos de la máxima calidad: manicurando a mano y a conciencia. Sin atajos, con cuidado y paciencia. Sé por experiencia que la manicura de los cogollos lleva mucho tiempo; para obtener un kilo de cogollos secos se requieren unas diez horas de trabajo. Según mis expectativas, la producción de este cultivo sería de entre 25 y 30 kilos. Así que harían falta para manicurar toda la cosecha entre 250 y 300 horas de trabajo. Como no quería que se alargase demasiado el proceso, llamé a mi grupo de seis manicuradores de confianza. A diez horas diarias por persona calculé que necesitarían cinco días para cosecharlo todo. Iba a ser una paliza, sin duda, pero todos lo preferimos así. Ellos ganan mucho en pocos días y yo tengo la cosecha secándose en menos de una semana.
Si te dedicas a este negocio y no quieres destrozar tus fantásticos cogollos metiéndolos en una diabólica máquina pelacogollos, necesitas un buen equipo de manicuradores: trabajadores, constantes, meticulosos, tranquilos y, ante todo, fiables y confiables. Los muy jóvenes se fuman demasiado, llegan tarde o se aburren a los pocos días. Yo los prefiero mayores, al menos de treinta años y con familia. Hay que cuidarlos para que estén contentos pero también escogerlos muy bien. Deben ser buenas personas, discretas, que agradezcan la oportunidad de ganar bien pero que entiendan que es un trabajo esporádico.
En mis cultivos, las normas son claras. Todos se cambian de ropa para manicurar y trabajan con guantes de goma o de látex; unos prefieren guantes de los de fregar y otros guantes de cirujano, a mi me da igual, les compro de los dos. Se ponen gorritos de papel para que no caigan pelos; no queda nada bien encontrarse un pelo de origen desconocido enredado en un cogollo. Los guantes evitan que se llenen las manos de resina, un grave problema cuando uno se pasa días manicurando porque cuesta mucho lavarla y eliminar el olor de las manos. El cambio de ropa tiene la misma finalidad de evitar que vuelvan a casa oliendo a cannabis, lo que puede despertar sospechas y llamar la atención. Los manicuradores pueden fumar porros mientras trabajan, al fin y al cabo no somos una oficina a la que pueda venir un inspector laboral.
Los manicuradores son muy necesarios pero también una de las mayores fuentes de problemas y preocupaciones para el cultivador. Te pasas el tiempo manteniendo en secreto a qué te dedicas y, de pronto, tienes que decírselo a un grupo de personas. Como los necesitas junto a las plantas tienes que llevarlos hasta el cultivo y, por tanto, conocen su localización. Quien sabe algo puede contarlo, justo lo que no quieres. O peor, puede volverse avaricioso. Los manicuradores saben que el material que procesan vale mucho dinero, mucho más que el que ellos cobran por su trabajo. Aunque se les pague bien siempre puede haber uno al que no le parezca suficiente y quiera un pellizco mayor.
La cosecha es, de todo el ciclo de cultivo, el momento en que el riesgo es más elevado. El riesgo de ser detectado es máximo, pues las plantas apestan y el movimiento de personas se incrementa con las entradas y salidas de los manicuradores. El riesgo de perder la cosecha a manos de los ladrones cada vez es un peligro más real. Conozco tres casos ocurridos en los últimos meses: unos sospechan de un manicurador, otros de un trabajador despedido y otros no tienen ni idea, pero los tres perdieron una plantación completa lista para la cosecha. Peor aún, en uno de los casos se la robaron ya manicurada, directamente del secadero. Como me contó la víctima: “Y lo peor es que no puedo denunciarlo, menos mal que no los pillé con las manos en la masa porque no sé qué hubiera pasado, lo mismo me los cargo y me caen veinte años”.
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