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Siempre pasa algo

Decidimos fumigar las plantas el mismo día que cambiamos el fotoperiodo al de floración. Quedaría muy bien si dijese que usamos un insecticida ecológico, pero la verdad es que no lo hicimos.

Loko

Lo que faltaba, con lo bien que iba todo. En fin, al menos todavía no están floreciendo y se pueden fumigar sin demasiados problemas. En las dos últimas semanas, con fotoperiodo 18/6, las plantas habían acelerado su desarrollo y por fin tenían el tamaño adecuado para entrar en floración, se veían sanas y bien ramificadas. Sé lo importante que es esperar hasta el momento preciso; si se florecen demasiado pequeñas la producción final baja mucho, claro que tampoco hay que esperar más de la cuenta si no quieres que crezcan demasiado. 

En cualquier caso, pese a la mosca blanca, la decisión ya está tomada, toca cambio de fotoperiodo y empieza la cuenta atrás. Por delante, ocho semanas para que suceda la “magia”, la alquimia del cogollo, la transmutación de la planta en medicina. En dos meses se produce una transformación completa: las pequeñas plantas de apenas dos palmos doblan su altura, se llenan de gruesos cogollos y producen cantidades ingentes de resina.

Decidimos fumigar las plantas el mismo día que cambiamos el fotoperiodo al de floración. Quedaría muy bien si dijese que usamos un insecticida ecológico, pero la verdad es que no lo hicimos. Con cientos de plantas y una futura cosecha de decenas de kilos, ni se me pasó por la cabeza jugármela con un insecticida ecológico poco efectivo. No van mal como preventivos, si fumigas las plantas con, por ejemplo, aceite de nim cada dos semanas. Sin embargo, una vez aparece una plaga, especialmente si es una tan difícil de erradicar como la mosca blanca y, además, las plantas aún no tienen cogollos, prefiero usar algo más potente. En este caso me decidí por un cóctel de insecticidas: imidacloprid, clorpirifós y piriproxifén. El imidacloprid es sistémico, el clorpirifós actúa por contacto y el piriproxifén ataca larvas e insectos jóvenes. Yo soy el primero al que no le gusta usar insecticidas químicos, pero tengo claro que tampoco hay que exagerar, sobre todo si las plantas todavía no tienen cogollos y aún les quedan dos meses de floración antes de la cosecha para que los restos de insecticida se descompongan. Al fin y al cabo, todas las frutas y verduras que compramos en el súper han sido repetidamente fumigadas con estos insecticidas u otros aún peores y aún así las consumimos.

Mi particular jardín del Edén
Mi particular jardín del Edén

Está claro que la floración es la época más importante para el cultivador, ya que son flores lo que pretende producir. Lo que muchos cultivadores inexpertos y novatos olvidan es que es igualmente importante partir de unas plantas sanas, fuertes, alimentadas equilibradamente y con un sistema de raíces bien establecido. Con esto quiero decir que hay que cuidar las plantas durante toda su vida, no solo en la floración. Una planta debilucha y mal nutrida no tiene ni fuerza ni capacidad para realizar una floración potente, brotará unos pocos cogollos pero nunca alcanzará su máximo potencial.

El primer mes de floración supone una revolución en el metabolismo de las plantas. A los pocos días de cambiar al fotoperiodo de floración comienza el estirón. Durante las siguientes tres o cuatro semanas las plantas crecen a un ritmo endiablado. Según la variedad, la altura se duplica o triplica en poco más de veinte días. Si durante la fase de crecimiento sobre todo consumían nitrógeno, ahora siguen necesitándolo junto a dosis más altas de fósforo y potasio. Si se reduce la cantidad de nitrógeno antes de que acaben de estirarse, empiezan a amarillear, su ramificación no es tan abundante y, al final, producen menos.

Si hay algo que he aprendido tras muchos años cultivando, es que para obtener una buena productividad la densidad de plantación debe ser alta. Si las plantas tienen mucho espacio crecen muy bien y se desarrollan estupendamente, pero al final se cosecha menor cantidad de cogollos que cuando se ponen las plantas más juntas y apretadas. Para un cultivador profesional, la alta densidad es un mal necesario con el que hay lidiar. El principal inconveniente de una alta densidad de plantación es que resulta muy difícil mantener una buena aireación en torno a los cogollos y quedan más rincones en sombra donde se puede acumular la humedad o aparecer hongos u otras plagas. Además, se dificulta la penetración de la luz hasta las partes bajas, que no se desarrollan bien. Los pequeños cogollos que nacen en estas ramas suelen ser poco densos y resinados, por lo que casi no compensa ni manicurarlos. Normalmente prefiero recortar las ramas más bajas de las plantas para favorecer la circulación de aire y evitar que le roben nutrientes a las ramas superiores.

Una vez acaban el estirón, las plantas empiezan a engordar los cogollos.
Una vez acaban el estirón, las plantas empiezan a engordar los cogollos.

Conozco algunos cultivadores que llevan esta técnica al extremo y eliminan casi todas las ramas de las plantas, dejando solo las más altas, fuertes y cercanas a las lámparas. De este modo, cada planta acaba produciendo un gran cogollo en cada una de las ramas. Estos cogollos se manicuran muy fácilmente y, aunque la producción total es algo menor, el tiempo de manicura se reduce considerablemente. Yo no soy tan drástico y solo corto las ramitas más bajas y débiles; aunque la manicura sea algo más laboriosa, quiero sacar hasta el último gramo posible por cada vatio de luz que consumo.

Yo logro buenos resultados porque me los trabajo, dedico toda la energía necesaria al cultivo y soy meticuloso en cada paso. Si hay algo que me fastidia de los cultivadores novatos que van de listillos, es que todos se creen que pueden hacer los mismos cogollos que yo pero saltándose los pasos que les resultan más pesados o incómodos. He oído de todo: recuerdo a un vago que no renovaba la tierra en cada cosecha porque le daba pereza acarrear sacos y que decía que las raíces de las plantas de las cosechas anteriores alimentaban a las de la siguiente..., y luego se sorprendía de tener una plaga crónica de araña roja, pero él mismo reinfectaba las nuevas plantas con la tierra usada y llena de huevos de las viejas.

Hace poco hablé con el hermano de un amigo que quería montar un cultivo grande junto con dos amigos. Su idea era alquilar un chalet y convertirlo en un gran indoor con treinta o cuarenta lámparas y capaz de producir veinte kilos por cosecha. Lo primero que le pregunté es si había cultivado antes y me dijo que sí, que había hecho dos cosechas en un armario de cultivo de un metro cuadrado y con una lámpara. Le sorprendió que me pareciera muy poca experiencia como para ponerse a montar un gran cultivo comercial y me contó que pensaba leer varios manuales de cultivo, “para aprender aún más”. Pero aquí no acaba el asunto; como no les llegaba el dinero para comprar las lámparas, un aire acondicionado de la potencia necesaria y el resto del equipo, se me ocurrió sugerirles que empezaran montando un indoor más pequeño con menos luces y que aprovecharan los beneficios de la primera cosecha para ampliar el cultivo. No les gustó la idea porque con menos lámparas la cosecha sería más pequeña y ellos habían hecho todos los cálculos para sacar veinte kilos de golpe, así que decidieron que mantendrían el número de lámparas pero pasarían del aire acondicionado, “que era muy caro”.

Estábamos a principios de abril y les advertí que tendrían problemas con el calor y las plagas, pero me dijeron que si aparecían bichos ya echarían insecticida. Me marché desanimado; le dije a mi amigo que su hermano se iba a estrellar con todo el equipo. En junio me llamaron, tenían problemas y querían ayuda. El día que fui a ver las plantas había 30 ºC grados en la calle, pero nada más entrar a la casa ya se notaba el golpe de calor, y es que la temperatura dentro del cuarto de cultivo era de 45 ºC. Y eso no era lo peor; las plantas eran raquíticas, casi sin hojas, con cogollos diminutos y las telas de las arañas rojas prácticamente las cubrían por completo, aunque, según dijeron, las fumigaban todos los días con un cóctel de tres insecticidas. Como os podéis imaginar, no pude ayudarles, ya no había nada que hacer. La cosecha final no llegó a los dos kilos de cogollos inmaduros, llenos de cadáveres secos de arañas rojas y sin apenas resina. La calidad era tan mala que ni ellos los fumaban. Como veis, en el cultivo de cannabis los atajos no funcionan. Si te pones a cultivar en serio, a lo grande, más vale hacerlo bien. No conviene improvisar, ni hacer chapuzas, ni saltarse pasos, ni liarse a probar cosas. Tengo un colega, también cultivador, que tiene un lema: lo que diferencia al buen cultivador del cultivador idiota es que el primero solo asume los riesgos inevitables, mientras que el segundo asume riesgos innecesarios.

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