La publicidad de yogures ha hecho universalmente conocidos a los lactobacilos, una familia de bacterias muy útil para el ser humano que también puede resultar beneficiosa para el cannabis. Al igual que Trichoderma o las especies que forman micorrizas, los lactobacilos forman parte del ecosistema de cualquier suelo sano y tienen un importante papel en el proceso de descomposición de la materia orgánica.
¿Qué son los lactobacilos?
Los lactobacilos son bacterias muy comunes que forman parte del ejército de microorganismos presentes en la naturaleza que se ocupan de descomponer la materia orgánica. Están presentes en los suelos pero también forman parte de nuestra flora intestinal, y se usan en la elaboración de diferentes alimentos: yogures, quesos, panes con masa madre, encurtidos, algunas cervezas... Hay cerca de doscientas especies de lactobacilos: Lactobacillus acidophilus, L. bulgaricus o L. casei son algunas de las más conocidas.
La mayoría de los productos probióticos a la venta contienen lactobacilos, por su capacidad de regenerar y regular la flora intestinal. Lo que no es tan conocido es que estos mismos lactobacilos pueden ayudar también a regenerar la microflora del suelo, pues producen enzimas y antibióticos naturales que eliminan microorganismos perjudiciales, equilibrando el ecosistema de hongos, levaduras y bacterias que viven en el subsuelo.
Propiedades de los lactobacilos en el cultivo
Además de equilibrar la población de microorganismos del suelo, la aplicación de lactobacilos también estimula el sistema inmunitario de las plantas, aumenta la disponibilidad de nutrientes en el suelo, mejora el aprovechamiento de los fertilizantes, evita la proliferación de hongos dañinos y contribuye a acondicionar suelos enfermos y compactados.
La aplicación de lactobacilos estimula el sistema inmunitario de las plantas
Pulverizados sobre las plantas, estimulan su crecimiento a la vez que regeneran los microorganismos que viven en la filosfera (superficie de las hojas, tallos y flores) y en la rizosfera (la parte del suelo alrededor de las raíces). Aplicados en el agua de riego, contribuyen a mejorar la salud del suelo, descomponer la materia orgánica y liberar nutrientes.
Añadiendo lactobacilos al montón de compost se estimula la descomposición sin que se produzcan malos olores. Esta propiedad se debe a que son capaces de alimentarse del amoniaco y otros compuestos que se liberan en la fermentación anaeróbica y que son responsables del mal olor. Hay que diluir los lactobacilos en agua, activarlos añadiendo unas cucharas de azúcar y esperando unas horas, y regar todos los materiales al formar el montón de compost.
Los lactobacilos tienen una capacidad asombrosa de “comerse”, literalmente, los malos olores. El suero de lactobacilos resulta muy efectivo para neutralizar malos olores como el de la orina de los gatos o los perros.
Preparación del suero de lactobacilos
Los lactobacilos son especies muy comunes que están en todos sitios, en el suelo y en el aire, por lo que resulta muy sencillo recogerlos y reproducirlos. El sistema de captura de lactobacilos silvestres tiene la ventaja de atrapar especies locales que están mejor adaptadas a la climatología local que las especies que podemos encontrar en los productos lácteos industriales, que han sido seleccionadas por su adaptación a los procesos industriales.
El sistema más fácil para conseguir un inóculo de lactobacilos es comprar un yogur natural en el supermercado
El sistema es muy simple, basta con poner arroz en agua durante un rato para que parte del almidón se disuelva, luego hay que filtrar el arroz y dejar el agua en un recipiente al aire libre y a la sombra, cubierto con una malla fina para que no vayan los insectos. Los lactobacilos y otros microorganismos que el aire arrastra caerán en el agua y empezarán a reproducirse, mientras se alimentan del almidón. La temperatura del agua conviene mantenerla entre 20 y 25 ºC para que los lactobacilos se reproduzcan con rapidez. Una semana después el inóculo está listo para el siguiente paso. Si se ha formado una película de olor agrio en la superficie del líquido se puede retirar filtrándolo. A continuación, se mezcla el inóculo con diez partes de leche, fresca y entera si es posible, por cada una de inóculo. El objetivo de este paso es ofrecer a los lactobacilos presentes un alimento idóneo para ellos que estimule su desarrollo para que eliminen al resto de microorganismos presentes. En una semana a temperatura templada las bacterias habrán coagulado la leche en una masa blanca semisólida que flotará en un líquido amarillento. Este líquido es el suero, y está a rebosar de lactobacilos.
El sistema más fácil para conseguir un inóculo de lactobacilos es comprar un yogur natural en el supermercado, disolverlo directamente en diez partes de leche y dejarlo al aire, pero cubierto por un paño para que no vayan bichos, hasta que se separe el suero de la masa de cuajada, alrededor de una semana o dos.
Filtra el líquido con un colador y ya tienes el suero de lactobacilos listo. Puedes guardarlo en la nevera, donde el frío ralentiza su desarrollo, o conservarlo a temperatura ambiente, aunque en ese caso debes mezclarlo con unas cucharadas de azúcar moreno o melaza disueltas en agua para que los lactobacilos se alimenten. El suero de lactobacilos se conserva durante meses.
El suero obtenido tiene propiedades beneficiosas independientemente de si los lactobacilos son silvestres o salen de un yogur, pero con una especie local mejor adaptada es probable que la supervivencia en el sustrato sea mayor.
El suero refrigerado o la mezcla de suero y melaza a temperatura ambiente se puede guardar bien cerrado durante semanas o incluso meses. Hay que tener en cuenta que los lactobacilos presentes en el suero suelen estar en letargo y debemos activarlos antes de utilizarlos. Para ello basta con mezclar, por cada parte de suero, una parte de melaza o azúcar moreno y veinte partes de agua no clorada. Esta mezcla se deja fermentar durante al menos un día antes de emplearla para que los lactobacilos se reproduzcan y multipliquen por millones. El suero activo se emplea a razón de unos 10 ml por litro de agua y se puede pulverizar sobre las plantas, el suelo o el montón de compost. También hay quien lo añade al agua de riego o a la mezcla de agua con abono.
No solo hay lactobacilos
Las numerosas especies de microbios existentes en el suelo crean un ecosistema muy complejo de hongos, bacterias, algas y levaduras que descomponen la materia orgánica, disuelven las rocas y minerales del suelo y captan nutrientes del aire para incorporarlos al sustrato.
En general, los microorganismos realizan labores de fermentación, descomposición aeróbica, putrefacción y síntesis.
Los lactobacilos y las levaduras actúan fermentando la materia orgánica. Es un proceso anaeróbico, es decir, que se realiza sin aire. Trasforman carbohidratos en compuestos orgánicos simples que las plantas pueden absorber. Es un proceso en el que no se pierden nutrientes, por lo que se utiliza mucho en la elaboración industrial de fertilizantes orgánicos, así como en la fabricación tradicional de bokashi, un famoso abono japonés.
La descomposición aeróbica, es decir, con aire, es la oxidación completa de un sustrato, y es la principal responsable en la fabricación de compost. En este tipo de descomposición se libera mucha energía en forma de calor y gas, lo que supone una importante pérdida de nutrientes, pero, a cambio, la temperatura esteriliza el sustrato matando las plagas y las semillas de malas hierbas que pudiera haber.
La putrefacción es la descomposición anaeróbica, sin aire, de las proteínas, y genera productos de desecho malolientes y tóxicos para las plantas. Se produce sobre todo en sustratos encharcados, donde la oxigenación del suelo es muy baja. Los efectos tóxicos de compuestos de mal olor como el amoniaco o los mercaptanos pueden ser contrarrestados añadiendo lactobacilos al suelo para que los descompongan.
La labor de síntesis que realizan algunas bacterias aeróbicas como las del género Rhizobium consiste en captar el nitrógeno del aire y fijarlo al suelo por medio de unos nódulos que crean en las raíces de las plantas que las hospedan. Las especies de microalgas y cianobacterias captan dióxido de carbono del aire y lo fijan a sus tejidos por medio de la fotosíntesis.
Se ha observado que la acción combinada de todas estas especies tiene un efecto mucho más potente sobre el suelo que la de los lactobacilos en exclusiva. Vamos a ver una técnica que permite obtener un inóculo de múltiples especies silvestres locales a la vez para trasladarlas al sustrato de tus plantas. Prepara una trampa para captar microorganismos colocando una capa de arroz cocido en el fondo de un recipiente (un táper o una caja) y cubriéndolo con una malla, tela mosquitera o similar, que impida que se llene de tierra cuando la entierres.
Busca un bosque donde crezcan numerosas especies de plantas y localiza un viejo árbol que tenga en su base una buena capa de humus y hojas caídas. Haz un agujero poco profundo en el humus, coloca allí la trampa y cúbrela con más humus. Espera unos pocos días si es verano o hasta una semana si hace más frío y desentierra la trampa. En el arroz se verán manchas de distintos colores o aspectos, en las que se habrán empezado a desarrollar las distintas especies de microorganismos. El siguiente paso consiste en combinar el arroz enmohecido con azúcar moreno o melaza y algo de agua que facilite la mezcla. Coloca esta mezcla en un lugar templado durante una semana para que los microorganismos se reproduzcan por millones. Pasado este tiempo ya se puede utilizar. Disuelve una cucharada de inóculo por cada litro de agua y aplícalo directamente sobre el suelo, en las macetas o en el montón de compost. Guarda el inóculo en la nevera para que se conserve más tiempo. Puedes ir aumentando la cantidad de inóculo simplemente mezclándolo con más agua azucarada y esperando unos días a que los microorganismos colonicen, pero con el tiempo unas especies dominarán sobre otras y se irá perdiendo biodiversidad. Por esto, cada cierto tiempo conviene volver a captar los microorganismos directamente en el bosque.
Activador de microorganismos beneficiosos
La levadura que se usa para hacer pan, vino y cerveza (Saccharomyces cerevisiae) es un hongo unicelular que además de ser otro de los microorganismos utilizados por la humanidad también forma parte del ecosistema del subsuelo. Se puede comprar deshidratada en el supermercado y fresca en la panadería y, al igual que con los lactobacilos o el inóculo de microorganismos locales, se debe activar disolviéndola en agua azucarada y esperando unas horas a que empiecen a comer y reproducirse, lo que se ve claramente porque el líquido empieza a burbujear.
Combinando el suero de lactobacilos, el inóculo de microorganismos locales y la levadura de panadería creamos un activador de la vida microscópica del suelo que además estimula el desarrollo de los microorganismos activos beneficiosos, ayudando a mantener las raíces de las plantas sanas, vigorosas y bien nutridas. Disuelve una dosis de 10 ml de activador por litro de agua y riega las macetas o el montón de compost. Conviene aplicarlo inmediatamente después del trasplante para que los microorganismos tengan tiempo de establecerse y llevar a cabo su labor. Se puede repetir el tratamiento una vez al mes para asegurarse de que se mantiene una suficiente biodiversidad de microorganismos.