Gracias a la libertad que generan las prácticas artísticas, nos podemos encontrar con trabajos tan potentes como los de Ira Torres (Zaragoza, 1991), que realiza sus obras de un gran impacto visual a través de aquellas imágenes que ha consumido a lo largo de su vida. Torres inició la carrera de Bellas Artes en la Facultad de Teruel en el 2012, continuó en la Complutense de Madrid y se graduó finalmente por la Universidad de Salamanca.
La obra de Ira se caracteriza por su lenguaje visual. En ella, influencias del discurso vaporwave y referencias digitales contrastan con el empleo de técnicas clásicas. Sus formatos protagonistas son la escultura y la pintura, que a veces se combinan para dar lugar a una instalación.
En sus trabajos existe una profunda reflexión sobre el individualismo de su generación, la manera de relacionarse y el consumo masivo. Ella es el ejemplo de cómo una generación, que algunos adultos dan por perdida, tiene mucho que contar y las herramientas para poder hacerlo. Se trata de una artista que refleja con un gran talento aquello que ha forjado su imaginario y lo coloca frente al espectador para recordarnos que sí hay futuro, aunque no sea idílico ni tal como lo imaginábamos.
Hablamos con ella sobre sus referentes, creatividad, modo de trabajo y otras cuestiones sobre las que gira su obra.
¿Qué motivos pictóricos de los que tratas en tus obras dirías que están más directamente relacionados con la generación Y/Z?
Sonic (1991), Sailor Moon (1991), Asuka o Rei (Evangelion, 1994), Lisa Simpson (1987), entre otros. Como hija de mi tiempo que soy, hablo de lo que conozco y forma parte de mí, del imaginario colectivo de la generación a la que pertenezco. Reflejan la globalización en la que vivimos, que ha dado lugar a una cultura vaporwave basada en el consumo de variadísimas imágenes y culturas.
Existe una preponderancia del color rosa y el azul en tus pinturas, ¿qué emociones crees que despierta tu paleta cromática?
Ambos aparecieron en mi obra al mismo tiempo. Dándole muchas vueltas me planteé la idea de las nubes, un recurso extendido dentro de la cultura vapor. Quise insistir en que tuvieran una apariencia irreal, de retoque digital (para mí un mundo desconocido, pero que me fascina visualmente). De ahí el rosa, saturar tanto las nubes las convierte en fantasía, y mantener el cielo azul es una especie de cable a tierra para contrastar con esa ilusión. Aunque me encanta que el sentido de la obra lo complete la mirada del espectador, así que como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.
“Decidí adaptar el consumo al ritmo del trabajo, y no al revés. Cada uno ha de informarse y observarse. Me encanta la relación que tengo con el cannabis, nos queremos mucho”
Sin embargo, en tus esculturas, es el blanco el color protagonista, ¿cuál es la razón?
Empecé a hacer escultura con un proyecto basado en las raves. Es un concepto oscuro, pero tiene una pureza que en mi cabeza solo puedo relacionar con el blanco, aunque estas piezas han precedido a Dying since 1991, donde el negro es sin duda el protagonista. Funciono por neurosis, lo que hace que cambie constantemente y que maldiga que el día no tenga cuarenta y ocho horas y yo ocho brazos.
¿Cómo definirías tu estilo?
Una ruina. Me interesan muchas cosas y tiendo a hiperconectarlas todas. Soy una milenial desarrollándose en este mundo global y capitalista, con una capacidad de dispersión difícil de conseguir hasta entrenando; esto hace que cambie de recursos, conceptos, referencias, técnicas, soportes, materiales… Siempre estoy investigando y cambiando, no sé definir qué estilo hago. Aunque si hay algo constante es que es figurativo. Ya es algo, ¿no?
¿Qué hábitos o manías tienes a la hora de trabajar?
Podrían hacer una serie de Netflix con todos estos rituales titulada: “Cuando pensabas que ya lo habías visto todo”, o algo así. Voy cambiando. Con los horarios, a veces tengo mucho insomnio y trabajo por las noches, y a veces me siento superadulta y madrugo y eso. Me gusta la estabilidad, pero no la rutina. Llevo seis años con mi propio estudio y aún no he tenido una semana igual que otra. El ochenta por ciento del tiempo que estoy en el estudio escucho música, de géneros supervariados, hago listas en Spotify super-random: que salten desde Ghostemane hasta Ben Yart y, de repente, un tema de Radical Redemption y, justo después, Pupajim, seguido de La Zowi. Mi cabeza funciona un poco así. Este tipo de escucha me resulta superestimulante. Suelo fumar CBD o tabaco mientras pinto; he desarrollado una superhabilidad para tener diez pinceles y el piti en la mano izquierda, pintar con la derecha y poder fumar. Haciendo escultura es más jodido. Para desconectar me abro una cerveza y me pongo a contestar al móvil, que ignoro durante el resto del día; de verdad que a veces lo tiraría por la ventana, y a veces hasta iría yo detrás...
¿Qué relación ves entre el consumo de cannabis y la creatividad?
Siempre he pensado que cualquier tipo de estupefaciente multiplica lo que ya tienes por diez. No te cambia, pero sí te potencia. Si eres una persona creativa, en mi opinión siempre te va a aportar algo que de otra manera no experimentarías. Pero hay que tener cuidado, a cada uno le afecta de una manera diferente, y cada uno tiene su herencia genética, predisposición a desarrollar ciertas patologías. En mi caso, he tratado de usarlo en lo recreativo más que en lo profesional; si la pieza la tengo encaminada y sólida, la puedo disfrutar de esa manera. El primer año en el estudio me observé y decidí adaptar el consumo al ritmo del trabajo, y no al revés. Cada uno ha de informarse y observarse. Me encanta la relación que tengo con el cannabis, nos queremos mucho.
¿Cuáles dirías que son los principales obstáculos con los que se encuentra una artista desde que sale de la Facultad de Bellas Artes hasta que puede vivir de su trabajo?
Diré que el primer obstáculo eres tú mismo, pero como para todo en la vida. Durante la carrera nadie te dice: “Mira, hay un circuito de premios de pintura, hay estas galerías que funcionan así, tendrás que hacerte autónomo…”. Pero soy de la opinión de que echar balones fuera es una manera de no responsabilizarte del problema. El hecho de que no hay un camino preestablecido hace que cada uno llegue al mismo sitio de una manera absolutamente diferente. La constancia, el trabajo y la autoexigencia son nuestras mejores armas. También un buen psicólogo.
¿Quiénes son tus principales referentes artísticos?
Me siento hiperconectada con la obra de Miguel Scheroff, por infinitos motivos. Takashi Murakami y Yayoi Kusama son papá y mamá. También Virgil Abloh, Juan Francisco Casas, Bel Fullana, Mark Jenkins, Laurina Paperina y Daniel Arsham. Me atrapan muchísimo. Las composiciones de Oro Jondo me dejan loquísima. This is the remix.
¿En qué estás trabajado ahora?
En cuatro piezas. Una escultura, en la que estoy aprendiendo muchas técnicas nuevas. Un Yokai basado en un Hot Stuff (estoy inventando su propia leyenda). Varias Game Boys de diferentes materiales en colaboración con Lydia Garvín; me siento muy afortunada de trabajar con ella, algo que agradecemos a la comisaria Teresa Arroyo de la Cruz por tener la visión de juntarnos. También estoy con un cuadro de 150x150 cm.
Y, por último, ¿cómo sería tu porro ideal?
Mi porro ideal sería algo como la frase de Kase.O del tema “Haciendo lo nuestro”: “Fumando rama con mi chica en la cama es el tema”. Aunque también me lo puedes pasar en la playa o para ver un buen docu o película. Me gusta el ritual de sentarte con tu bandeja con todo ordenado y liarlo con mimo. Si hay Skittles o Lemon, ¡genial!, me encantan las cepas afrutadas; si algún día consigo crear la mía propia (algo que me encantaría), seguro que descendería de alguna de estas variedades.