Olmo Blanco es un artista que hace de la minuciosidad un arma para transformar objetos y espacios en originales obras. Con su trabajo, Olmo Blanco conquista los corazones de todos los que hoy, en pleno siglo XXI, ven en la insistencia y en la paciencia el exotismo de algo que durante siglos forjó el mundo tal y como llegó a nosotros.
Como si del mito de Aracne se tratase, este artista de Boiro (A Coruña) realiza un trabajo de dibujo tan paciente y minucioso como lo fue coser para una diosa. Licenciado por la Universidad de Salamanca, Olmo Blanco ha expuesto tanto en España como en el Reino Unido, Bélgica, Uruguay y Portugal. Hablamos con él sobre su trabajo y el contexto artístico y vital donde se forja.

Tu obra es multidisciplinar, pasa por pintura figurativa, abstracta, vídeo, intervenciones, joyería… La abordaremos por partes. El trabajo figurativo recuerda a los fauves, y más en concreto a André Derain, y no tiene nada que ver con tus otras obras. ¿Qué te ha movido a realizarla?
Esta pintura la empecé a hacer en un momento en el que quería retomar el contacto con mi entorno más próximo. De hecho, en principio lo hacía directamente del natural. A veces cuando uno trabaja en el ámbito del arte contemporáneo te da la sensación de vivir en una burbuja, de estar un poco aislado. Este trabajo es como una vuelta a lo íntimo.
Frente a esta vertiente figurativa está tu obra abstracta con un cariz más personal, algo totalmente original. ¿Cómo la definirías?
Lo que intentaba con esta obra era, de alguna manera, atravesar la frontera entre arte y artesanía a base de insistir.
Has expuesto este trabajo interviniendo museos, galerías, locales en lugares muy diversos, a lo largo de la geografía europea, y entre todas he visto que tienes obra en la cual compartes autoría con una mujer de la limpieza. Cuéntanos esta historia.
Fue en la inauguración de los premios Injuve 2011, en la Tabacalera (Madrid). Llegué a la capital una semana antes para preparar mi intervención. Buscando en el propio espacio de la Tabacalera, encontré una mesa cubierta de polvo en la que empecé a dibujar con un palillo. Debí de estar como cinco días trabajando en ella.
Cuando llegué a la inauguración, una hora antes de que entrara el público, oí a uno de los responsables del montaje gritar: “¡Nooo!”. Me asomé a la sala y me encontré al encargado con las manos en la cabeza y a la señora de la limpieza con cara de circunstancia. ¡Había limpiado parte de mi obra! Si esto hubiese ocurrido uno o dos días antes no hubiese sido más que un problema, pero al haber ocurrido solo una hora antes de la presentación me pareció que la historia era una tragicomedia perfecta, así que decidí cambiar el título de la pieza e incluirla en la autoría.