Joaquín Vila empezó con el arte urbano, estudió Bellas Artes, practicó el arte conceptual y se le emparenta con el arte visionario, pero si le preguntas identifica su principal fuente de inspiración en la naturaleza y te explica su experiencia desde muy joven con un huerto ecológico de autoconsumo, cómo el proceso de compostaje le enseñó que “la muerte es vida y viceversa”, que todo se transforma y vuelve a ser tierra. Juako cree en el poder terapéutico del arte y en el arte como herramienta de comprensión y expresión de aquello que no se puede revelar con palabras ni números. Aunque él se quita importancia, sus quehaceres suponen una renovación estilística de la psicodelia pictórica, casi siempre deudora de la contracultura norteamericana o de la tradición chamánica del Amazonas. La portada de la revista Cáñamo de mayo 2021 es uno de sus neochamanes, pintado en acrílico sobre papel, un buen ejemplo de esos seres híbridos, primitivos del futuro, que protagonizan su obra.
Junto con el blanco, el azul es el color dominante en tus pinturas, ¿por qué esta decisión de reducir la paleta a un solo color?
Siempre he trabajado con una paleta muy reducida, intencionadamente, en un principio con ocres, posteriormente con negro y blanco y finalmente con este azul. Principalmente me siento más cómodo, el ojo no se satura de información y se centra más en la esencia del mensaje, la imagen llega de una manera más directa al ojo del espectador. Para mí el proceso de pintar es un proceso meditativo y de esta manera me ayuda a profundizar más en ese proceso. Si trabajase con mucho color mi retina se saturaría y se distraería y el mensaje que quiero transmitir se difuminaría. Con el azul empecé hace como ocho años, por influencia de mi pareja, Regina Dejimenez, que es artista textil y en esa época estaba muy metida trabajando con diferentes azules. Este color fue inundando nuestra vida. Ella hasta se tiñó el pelo de azul. De esa manera comencé a hacer pruebas en papel y encontré un azul muy potente con el que conseguía mucho mejor el efecto que buscaba y que no me daba el negro: expresar la profundidad, las dimensiones y el infinito, como si el lienzo no fuera el límite, sino el comienzo de otro mundo. El blanco, que es el otro color principal en mi obra, para mí es la luz y el vacío, una especie de no-lugar. Las líneas blancas que utilizo para dar el volumen representan la vibración, la energía y la electricidad que corre por cada ser vivo, creando un efecto óptico de movimiento sutil, casi imperceptible, pero presente, que le da vida al propio cuadro.
Seres híbridos, mitad humanos mitad vegetales, figuras simbólicas como escapadas de un sueño, ver tu obra es como asistir a la representación de una cosmogonía chamánica de nuevo cuño. Empecemos por las grandes preguntas: ¿qué es para ti el ser humano?
Para mi el ser humano es un ser más de la naturaleza, una forma más en las que se muestra la vida. No somos más ni menos. El ser humano es naturaleza, es animal, es vegetal, es mineral y es espíritu. Es un ser que habita un cuerpo con forma humana, que le sirve de traje para habitar el plano físico y moverse por este mundo. Lo que pinto son seres que por una parte están en proceso de transformación, de lo humano a lo vegetal o lo animal o viceversa, y por otro lado están en tránsito entre diferentes planos o dimensiones de realidad, entre el mundo físico y un mundo que podríamos decir energético o espiritual, que es precisamente en el que se mueven los chamanes. Lo que busco con esto es hacer visible lo invisible, mostrar las otras capas de realidad, aquellas que no percibimos a simple vista, las diferentes dimensiones. Esta percepción me surge de una búsqueda personal espiritual, y posteriormente se confirma gracias al proceso de meditación, al trabajo con plantas sagradas y las experiencias con el chamanismo. También bebo de muchas fuentes, principalmente de la antropología y la etnobotánica, lo que me lleva a crear estos seres sincréticos, que reúnen información de múltiples culturas, algo así como lo que estamos viviendo hoy en día con la globalización, donde las diferentes tradiciones se funden y aprendemos de todas ellas.
“Lo que busco es hacer visible lo invisible, mostrar las otras capas de realidad. Un objetivo que surge de una búsqueda espiritual y se confirma gracias a la meditación, al trabajo con plantas sagradas y las experiencias con el chamanismo”
El progreso de la civilización consiste en ir apartándose de la naturaleza buscando el confort individual, tu obra en cambio recuerda con nostalgia el origen perdido.
En su día sí que hablaba con cierta nostalgia de un pasado no conocido, o incluso idealizado. Ahora ya no. Más que eso, lo que me planteo es aprender del pasado para avanzar hacia adelante, partiendo del presente para evolucionar y ser mejores personas. Como me decía un chamán con el que estuve viviendo en Colombia, cuando le pregunté cómo podía curarme de los traumas que arrastraba de mi niñez: “No mires atrás, trabaja en tu presente con tu meditación y tu oración y así se diluirá lo que arrastras del pasado sin darte cuenta”.
¿No es más cómodo vivir en un piso urbano que en una choza en la selva?
Claro que es más cómodo vivir en un piso, para los que se han criado de esa manera. Pero acarrea otras cosas que no sufriríamos viviendo en una choza en la selva. Cada lugar tiene sus cosas. He vivido y habitado muchos formatos diferentes, y he podido aprender que nada es mejor ni peor. Depende de las circunstancias y principalmente de uno mismo. Dormir en una hamaca puede ser mucho más cómodo que cualquier colchón. Hay un cuento de la tradición Dogón que cuenta la historia de una familia de clase alta, en la que el padre llevó a su hijo a conocer a una familia campesina muy humilde, con la intención de que viese que hay lugares en el mundo donde la vida es más dura. Y sucedió al revés, cuando el padre le preguntó al hijo lo qué había aprendido, este le contó que se había dado cuenta de que ellos tenían un jardín muy grande, pero que los otros tenían toda la montaña, que ellos se bañaban en una piscina y los otros en un inmenso río y que ellos tenían farolas y los otros tenían todas las estrellas del cielo. Para mí, el objetivo es encontrar un equilibrio entre lo urbano y lo natural. Las ciudades deberían estar más integradas con el campo, debería haber más zonas verdes, más espacios de encuentro, zonas agrícolas y ganaderas. No tiene porque ser todo de asfalto y cemento. Y el mundo rural no tiene por qué ser exclusivamente agrícola y ganadero, también puede convivir con lo cultural. Me gusta mucho el concepto de lo “agropolitano” acuñado por Jaime Izquierdo, geólogo asturiano experto en agricultura y desarrollo territorial, que defiende un equilibrio entre el campo y la ciudad.
A menudo los artistas citan experiencias trascendentes que le hicieron cambiar su destino, ¿has tenido alguna experiencia reveladora en este sentido?
Sí, lo que más me ha marcado en ese sentido ha sido la meditación y las prácticas chamánicas no asociadas al consumo de sustancias, a través de rituales con música, como el “viaje chamánico” de los indios Lakota o el temazcal o inipi. Estas experiencias me hicieron ver que no necesitaba consumir ninguna sustancia para tener experiencias extrasensoriales o llegar a estados alterados de conciencia más profundos. Me di cuenta que toda la información ya está dentro de nosotros. En una ocasión haciendo una meditación, simplemente respirando y poniendo atención en mi cuerpo y en lo que sentía, en la finca de unos amigos en Cádiz, comencé a percibir que mi cuerpo no era el límite de mi ser. Que lo mismo que hay dentro del cuerpo lo hay fuera: el aire, el agua... fue una sensación muy intensa, que me hizo cuestionarme muchas cosas acerca de quienes somos realmente, qué es el yo, dónde acaba el yo, o qué es la naturaleza. En definitiva, muchas preguntas sin una respuesta clara. Preguntas que han marcado mucho mi trabajo artístico, buscando el cómo representar esas sensaciones y experiencias a través de lo pictórico.
La psicodelia occidental tiene en el LSD su sustancia inspiradora, las artes visionarias del Amazonas la ayahuasca, el chamanismo mexicano el peyote… ¿has tenido experiencias con drogas?
Tuve experiencias de joven que han aportado mucho a mi trabajo artístico de igual manera que a mi propia evolución como persona. Especialmente con hachís y marihuana, y ocasionalmente con LSD y hongos. Me crie en un barrio de la periferia de Madrid y con quince años me mudé a un pueblo de la sierra a vivir, lo que me permitió pasar mucho tiempo en el campo, donde pude experimentar visiones muy potentes con la naturaleza y percibirla de una manera más profunda, teniendo experiencias más cercanas a lo místico y alejándome con el tiempo de lo lúdico. Y como siempre llevaba un cuaderno encima, pues dibujaba todo lo que veía y vivía. Años más tarde, en un viaje por Colombia tuve la suerte de conocer a un taita muy especial con quien estuve viviendo varios meses, junto con su familia y su ayudante. Con ellos poco a poco fui entrando en un proceso de iniciación a la medicina indígena ancestral del Amazonas. Esto cambió mi vida por completo. Me enseñó a entender las plantas como seres sagrados y a trabajar con ellas desde el más profundo respeto. Fui aprendiendo de sus propiedades curativas y las diferentes maneras de usarlas, siempre con un objetivo de sanación y purificación. Entre ellas el tabaco, la ruda, la salvia o el yagé. Después de aquel proceso llegué a la conclusión que las plantas sagradas no son imprescindibles. Nosotros mismos podemos hacer ese trabajo sin depender de ellas. Aunque pueden ayudarnos en ciertas ocasiones. Todo esto me dió mucha fuerza interior y amplió el sentido de mi vida y de mi trabajo artístico. Empecé a entender que si ponía la misma intención a la hora de pintar un cuadro que a la hora de hacer una ceremonia, ese cuadro cobraría una dimensión mayor. Ya no era algo decorativo, ni conceptual, estaba por encima de todo eso. Así que desde entonces toda mi obra personal la hago desde ahí, desde lo ritual, con la intención de sanar y de ayudar a que este mundo sea un poco mejor. Creo que el arte, si se usa con esa intención, puede ser una herramienta de curación muy potente, terapéutica, tanto para el que lo hace como para el que lo contempla.
Tus murales siempre establecen una relación con el paisaje, ¿de qué manera el soporte y el entorno cambian tu estilo o los motivos a representar?
Cuando hago un mural siempre busco que esté integrado con su entorno o por lo menos que dialogue de alguna manera con este. Para mí eso es prioritario a mi propio ego de artista. No busco vender nada cuando pinto un mural, sino plantear preguntas o ensalzar el propio lugar en sí. Especialmente cuando pinto en el medio rural. Generalmente la pared está antes que la obra. Me refiero a que no busco una pared para pintar lo que me apetece, sino que en función de la pared que encuentro surge la idea. Es la pared la que me habla y me pide lo que necesita.
Aterricemos en lo material, ¿cómo se gana hoy la vida un artista?
Me alegro que hagas esta pregunta porque es algo de lo que no se suele hablar y solemos idealizar. Y algo que me hubiera gustado que alguien me explicase en su día cuando empezaba. Incluso parece que los artistas no necesitamos dinero y que vivimos del aire. Yo me he ganado la vida de muchas maneras, desde bien jovencito he trabajado como jardinero, camarero, pintor de brocha gorda, atrezzista, profesor, vigilante de museo, pintando murales decorativos por encargo... y podría seguir. Siempre creando en mi tiempo libre, llevando mi cuaderno encima, exponiendo mi obra en unos y otros lugares, haciendo camisetas o pintando grafiti, vendiendo algún que otro dibujo o cuadro cada cierto tiempo, malviviendo y llegando a fin de mes muchas veces sin ni siquiera llegar. Todo era cuestión de falta de autoestima, no me atrevía a ganarme la vida con mi arte, hasta que un buen día lo decidí, lo grité en alto dentro de mí y tomé las riendas: quería vivir de lo que mejor sabía hacer. Y parece que la señal llegó a donde tenía que llegar porque empezaron a llegarme encargos, primero de ilustración científica, que es algo que siempre me ha acompañado y sigo haciendo de cuando en cuando, y poco a poco grandes murales, exposiciones y venta de cuadros y dibujos originales. Claro, todo esto no viene solo, es fruto de mucho trabajo, esfuerzo y dedicación, de viajes con mis cuadros debajo del brazo y la carpeta con las láminas, e invirtiendo tiempo y dinero, que no siempre vuelve al momento. Por otro lado, dándome de alta de autónomo y de baja cada vez que me salía algún proyecto para poder facturar. A base de perseverar, hace un año y medio, justo cuando nació mi hijo (en este caso lo del pan debajo del brazo ha sido literal), me contactó una representante de artistas a través de una clienta mía, conectamos muy bien y empezó a moverme la obra, a conseguirme ventas, encargos, murales y diferentes proyectos tanto en España como fuera. No dejo de vivir modestamente, con mi familia en una pequeña casa de pueblo con un pequeño jardín, pero ya no estoy con la soga al cuello, pago mis impuestos como cualquier otro ciudadano y me puedo permitir un estudio donde hacer mi obra cómodamente. De todas formas, no tengo ningún inconveniente en quitarme los anillos y hacer lo que tenga que hacer para sobrevivir. Vivo en el presente y doy gracias por lo que tengo.
Supongo que el coronavirus y el confinamiento te habrán hecho pensar, ¿has dibujado algo respecto a la virulenta situación que estamos viviendo?
Pensar sí, mucho, tal vez demasiado, creo que es inevitable, pero es una situación tan de película de ciencia ficción que uno ya no sabe lo que pensar. Estoy creando, pero nada relacionado con la situación que estamos viviendo. Ni siquiera me inspira el tema, estoy un poco saturado, la verdad, aunque no por ello menos preocupado. Es posible que salga con el tiempo en mis obras futuras.