Sesiones de verano
Llegó el verano, con sus tardes largas y sus noches cortas y sudorosas. ¿Te puede el bochorno y la molicie te incrusta en el sofá? Mejor no combatirla, mejor asumir la molicie y sacarle algún rédito. Para ponerse en situación, nada como un porrito y una buena película veraniega.
Llegó el verano, con sus tardes largas y sus noches cortas y sudorosas. ¿Te puede el bochorno y la molicie te incrusta en el sofá? Mejor no combatirla, mejor asumir la molicie y sacarle algún rédito. Para ponerse en situación, nada como un porrito y una buena película veraniega. Las hay a docenas, que ya se sabe que la luz, el color y los centímetros cuadrados de piel al descubierto que permite poner el verano no tienen rival. Aquí van algunas sugerencias, en formato menú frugal y variadito, como corresponde.
‘Las vacaciones de M. Hulot’: clase media en remojo y tostada al sol
Cuentan que, visitando a unos amigos en Bretaña, Jacques Tati se enamoró de la playa de Saint-Marc-sur-Mer. Años después situaría ahí la primera aventura de su inmortal M. Hulot, que llega con su gabardina, su gorra y su pipa a un hotelito de la costa dispuesto a pasar sus vacaciones. A través suyo, y mediante un irresistible encadenado de gags visuales, Tati satiriza usos y costumbres de la clase media de la época, que es la que integra la flora y la fauna que se remoja y se tuesta en la playa. La mirada de Tati, maestro absoluto de la comedia pese a ser francés, es la de un entomólogo guasón que invita a perfilar una sonrisa cómplice y perenne todavía hoy. Porque, más de sesenta años después, muchos de los tipos humanos y los comportamientos con los que juguetea siguen resultando perfectamente identificables. Hay momentos en que solo falta que aparezca un palo de selfie.
‘The kings of summer’: madurando en el bosque
El verano como estación de descubrimiento es un recurso clásico con múltiples variantes. Entre las más socorridas, la del paso de la infancia a la vida adulta, es decir, la del descubrimiento del propio cuerpo o, lo que es lo mismo, del amor y la muerte. ¿O acaso queda alguien que no recuerde, o tenga pesadillas, con aquel dichoso Verano azul de “¡Bea ya es mujer!”, “¡Chanquete ha muerto!” y otros hits por el estilo? Desde Cuenta conmigo, además, el coming-of-age vertiente veraniega se ha erigido en todo un subgénero. De entre las últimas muestras, conviene rescatar esta joyita indie del debutante Jordan Vogt-Roberts, con trío de amigos huidos de casa e instalados en una cabaña en el bosque. Todo lo habíamos visto ya, pero pocas veces contado con tanta gracia. Lo que no habíamos visto es a nadie como Moises Arias. Su Biaggio, tercero en discordia del grupo, es el mayor robaescenas adolescente que ha sacudido una comedia desde el eterno McLovin de Supersalidos.
‘Un verano con Mónica’: estaciones perdidas
Más de medio siglo antes de la huida veraniega de Joe, Patrick y Biaggio al bosque, y de que lo hicieran tantos y tantos adolescentes del cine americano, Harry ya se había fugado en una barca a una islita a pasar un verano inolvidable con Mónica, a la que acababa de conocer. Claro que Ingmar Bergman, que con esta película se convirtió en inmortal y de paso descubrió a la volcánica Harriet Andersson, no es un director de comedias ligeras. Así, la escapada estival de estos dos jóvenes desventurados, liberadora y sensual, pero también ilusoria y desesperada, será el principio del resto de sus vidas, de una vida en común donde nunca más volverá a lucir un sol tan radiante. El verano pasará una costosa factura, pero también permanecerá, impoluto, en la memoria como aquel tiempo en el que, por una vez, los dos consiguieron ser felices.
‘Pleno verano’: secretos de familia
Algo de Bergman hay en este verano vietnamita de Tran Anh Hung, en el que tres hermanas guardarán pero también descubrirán algunos secretos familiares, a la vez que se despliega un juego de ecos por el que unos tropiezan en las mismas piedras con las que antes se trastabillaron otros, como si la gran comedia humana estuviera destinada a repetirse, sin posibilidad de evitarlo aprendiendo de los errores de los que vinieron antes. Eso sí, aquí, lejos de las hirientes convulsiones bergmanianas, todo fluye con placidez, parsimonioso como las tardes de estío. No hay tragedia en esta miniatura en que la generosidad se impone al dolor de las decepciones generadas por los engaños o los malentendidos. Igual es el bochorno, aquí tan presente en los cuerpos y los cabellos sudados, tan agobiante que todo lo relativiza, o esa luminosidad que todo lo inunda y lo colorea, o la música de la Velvet con la que se empiezan el día la pequeña de la familia y ese hermano mayor con el que vive y con el que incluso, como quien no quiere la cosa, flirtea.
‘La escapada’: Gassman, chute
Ferragosto en Roma. Ya saben, el aire asfixiante y el sol como un látigo lacerando las calles como las carnes. Aunque ni eso será impedimento para el imparable vividor, y vivales, que es Vittorio Gassman en esta cumbre de la comedia italiana y de uno de sus campeones, Dino Risi. Gassman es puro chute vigorizante para contrarrestar el aplatanamiento. El del espectador como el de ese estudiante aburrido (Jean-Louis Trintignant) al que él, quijote fiestero y trapisondista, adopta cual Sancho racional y prudente para descubrirle que si puede haber emoción y magia incluso en un verano urbano, también en su vida bajo la costra anestesiada. Las aventuras agostiles de la pareja no tendrán final feliz, porque todo tiene un precio y los italianos siempre han sabido que comedia y tragedia van de la mano en el cine como en todo lo demás. La pregunta que queda para el espectador será si el viaje habrá merecido la pena.
‘Wet hot american summer’: último día de campamento
Con Los incorregibles albóndigas, Ivan Reitman nos presentó a otro robaescenas legendario, Bill Murray, e inventó la comedia salvaje de campamentos juveniles. La fórmula se degradaría a toda velocidad, como todo en esos ochenta que murieron jóvenes y dejaron un cadáver así así, pero quedaría incrustado en la memoria de una generación que también degeneraría, esta, en postmoderna. De manera que no es de extrañar la operación que en el 2001 afrontó David Wain. Wet hot american summer, reedición albondiguera que se ampara en la distancia irónica respecto del modelo que copia para expandir la dosis de desfase, se beneficia además de un elenco trufado de indies (Janeane Garofalo), estrellas en ciernes (Bradley Cooper, Elizabeth Banks) y futuros pilares de la nueva comedia americana (Paul Rudd, Amy Poehler). Wain ha doblado la apuesta con una serie-precuela en la que los mismos actores, quince años más viejos, recuperan a sus personajes siendo incluso unas semanas más jóvenes que en el film. Tan delirante es el resultado, y tan bien debe de haber funcionado, que Netflix ya ha anunciado segunda temporada.
‘Swimming pool’: deseo y muerte en la piscina
El flirteo veraniego. Tanta piel a la vista, tanta luz, tanto calor... A uno se le van los ojos, y se obceca, claro, y pasa lo que pasa. En la playa o en la piscina, que, por su naturaleza más privada, es un escenario ideal para que diriman cuitas Eros y Tánatos. Pasaba en La piscina sesentera, donde, mojados, calientes y suspicaces, retozaban y se envilecían Romy Schneider y Alain Delon, y también en esta Swimming pool con que el pérfido François Ozon rinde homenaje a aquel clásico sin copiarlo. Aquí, una veterana escritora de novela negra (Charlotte Rampling), aislada en una villa prestada para superar un bloqueo creativo, verá cómo la calma se acaba con la irrupción de la provocativa hija de su editor y la sucesión de amantes que hará desfilar por la casa y su piscinaza. La incomodidad inicial dará paso a la fascinación. Y al crimen, claro, que no podían faltar unas gotas de sangre. Eso sí, mejor no dejar que el calor, las carnes alegres de Ludivine Sagnier y las humedades convocadas en este microcosmos de deseo y muerte nos obcequen, no sea que nos acaben dando gato por liebre.
‘Piraña 3D’: cóctel de (trozos de) merluzos
Hace ya cuarenta años que Spielberg nos convenció de que de un escualo como dios manda no estamos a salvo ni bajo la sombrilla, y de que para acabar con él siempre acaba uno necesitando un barco más grande. Aquel legendario primer susto playero ha generado centenares de exploits. De los primeros, y mejores, una joya de la serie B que nos enseñó que hay bichos con los que el tamaño no importa. Cuando, tres décadas después, Alexandre Aja remakeó Piraña, decidió echar toda la carne en el asador. Literalmente. Aquí, como en Wet hot american summer, se exacerba lo que en el original ya era puro exceso para elevarlo a un nivel de absurdo puramente psicoactivo. El resultado es un circo de seis pistas atiborrado de adolescentes fiesteros en bañadores escuetos que son rebajados a la categoría primero de masa descerebrada y después de festín para la horda de pececillos. Vamos, como meter en la coctelera Los vigilantes de la playa y Braindead. El refrescante cóctel, además, va con trocitos, porque va servido en un 3D que le permite al cafre Aja, otro francés malintencionado, echarnos a la cara todo tipo de miembros amputados. Todo tipo, sí. Feliz viaje.