Superhéroes fuera de norma
El Capitán América se está dando de guantazos con Iron Man en el multicine más cercano, el mismo donde desde hace unas semanas se las han tenido tiesas también Batman y Superman.
El Capitán América se está dando de guantazos con Iron Man en el multicine más cercano, el mismo donde desde hace unas semanas se las han tenido tiesas también Batman y Superman. Con Marvel y DC, o, lo que es lo mismo, la Disney y la Warner, compitiendo por ver quién nos mete en vena más tíos con superpoderes y trajes absurdos vía multisalas, y quién hace más caja, no está de más recordar que, en cine, más allá de los abracadabrantes blockbusters consagrados al universo Marvel, las hazañas del caballero oscuro o los evangelios sobre Kal-El, otros superhéroes son posibles, que se diría en jerga ecosocialista. Aquí va un grupito que seguramente nunca ingresaría en Los Vengadores.
‘Darkman’ (1990): el superpoder del ‘handicapado’
Mucho antes de encargarse de Spiderman, Sam Raimi evocaba mitos del fantástico como el Fantasma de la Ópera, el Hombre Invisible o Fantomas en esta trepidante excentricidad de bajo presupuesto. Nada más empezar, a un brillante científico de destino aciago le vuelan el laboratorio con él dentro. De allí sale hecho un churrasco, así que planeará y ejecutará su venganza ocultando su ahora horrible jeto alternativamente con roñosos vendajes o máscaras de piel artificial de su invención con un solo defecto: caducan en una hora, tras la cual, se derriten sin remisión. El atormentado Darkman no siente dolor físico, porque en el hospital le inhabilitaron las terminales nerviosas, única alternativa a pasarse el resto de su vida atiborrado de morfina. El superpoder, por primera vez en la gran pantalla, no es más que discapacidad.
‘El protegido’ (2000): llamadme Mr. Cristal
Un film de superhéroes, pero de planteamiento elusivo y resolución escalofriante, es lo que acaba siendo este cuento de misterio con el que Shyamalan acreditaba su destreza para caminar por el filo de la navaja que separa la genialidad del más estrepitoso de los ridículos sin perder pie. Más que el irrompible del título original, un lacónico Bruce Willis que descubre que no recuerda haber caído nunca enfermo, el personaje inolvidable es ese Samuel L. Jackson de huesos frágiles como el cristal, obsesionado por su enfermedad y la lectura de tebeos y convencido de que en alguna parte se hallará su contrario, conque no dudará en hacer lo que haga falta para encontrarlo y, con él, su lugar en el mundo.
‘Watchmen’ (2009): enmienda a la totalidad
¿Quién vigila a los vigilantes? He aquí la cuestión principal que hace tambalear todo el rollo superheroico. La formuló el fumeta premium y maestro del cómic Alan Moore en 1986, reciclando una cita de las Sátiras de Juvenal –sí, todo se lo habían preguntado ya los clásicos– en Watchmen, egregia enmienda a la totalidad al género que tardaría veinte años en saltar al cine. El proyecto pasó por las manos de Terry Gilliam, Darren Aronofsky y Paul Greengrass antes de que Zack Snyder rodara una adaptación más literal que fiel pero que también escarba en las miserias de los superhéroes, fosas sépticas en algunos casos. Watchmen debería ser un punto de no retorno para el género, o un punto y final, pero como manda la taquilla, no solo no frenó el boom superheroico, sino que Snyder se pasó después a El hombre de acero y a este vilipendiado Batman v. Superman que, como Capitán América: Civil War, no hace ahora más que seguir dando vueltas a la pregunta lanzada por Moore, aunque sin atreverse nunca a llegar tan lejos como él en pos de la respuesta.
‘Kick-Ass’ (2010): héroes amateurs
Un tipo se lanza desde una azotea, convencido de que sus alas caseras le permitirán volar, y acaba empotrado en el techo de un coche. Con esta escena que haría del aspirante a Superman firme candidato a esos premios Darwin que reconocen las muertes más estúpidas, arranca Kick-Ass, cómic y película. Si Moore se preguntaba quién vigila a los vigilantes, Mark Millar, en una novela gráfica atestada de humor salvaje y megalitros de sangre, se pregunta qué pasaría si un tipo corriente se propusiera actuar como un superhéroe. O varios, porque a Dave Lizewski, loser adolescente de manual reconvertido en torpe justiciero amateur, se le unirán otros. A la cabeza, la niña que, también enmascarada y bajo el nombre de guerra de Hit Girl, despanzurra enemigos con implacabilidad stalloniana. En el film, como en el cómic, la aparente crítica y los apuntes sobre las consecuencias dolorosamente reales que tendría comportarse en la vida real cual héroes de tebeo acaban sepultados bajo la sobredosis de violencia extrema en la que sus autores se recrean como si no hubiera mañana.
‘Super’ (2010): autocompasión y barbarie
Algo así como la versión indie de Kick-Ass. Claro que, quizá por la diferencia de presupuesto, si aquella acababa disolviendo en sangre su carga subversiva en aras del espectáculo, esta de James Gunn –que, como Raimi, Snyder, Trank o Vaughn, se pasaría después al cine de superhéroes mainstream– no ofrece apenas asideros. Aquí el justiciero amateur, además de un don nadie ahogado en océanos de autocompasión, es un beato fundamentalista influenciado por un telepredicador que se embute en mallas de superhéroe en un canal ignoto. La llamada de la justicia, además, se da cuando su esposa le deja por otro, que acaba siendo un proxeneta y un gánster, sí, pero por casualidad, es decir, trampa de guión. Porque nuestro héroe decide creer desde el principio que su mujer –una yonqui rehabilitada que en malas compañías, cómo no, recae– no se ha ido, sino que la han secuestrado. Lo hace con la misma inconsciencia con la que puede romperle la boca con una llave inglesa a un pequeño traficante de maría o a uno que se salta la cola del cine. Y eso que el tal Crimson Bolt, que así se hace llamar, es un tipo razonable comparado con la psicópata adicta a las historietas que se empeña en ser su Robin. A su lado, Travis Bickle era Sor Citroën.
‘Mystery Men’ (1999): los torpes y el patrocinado
El grupo de superhéroes sin ningún poder ni casi ningún talento de este delirio peterpanista incluye a un individuo que usa como proyectiles las piezas de la cubertería que le roba a su madre, con la que vive –la mujer le cree un porrero por el olor del incienso que enciende en su habitación mientras practica–; otro sin más mérito que eyectar pedos fulminantes, y un líder que se hace llamar Mr. Furioso (Ben Stiller), cuyos arranques de ira desatada no pasan de ponerse colorado y aporrear algo que no pueda devolverle los golpes. Tiene la virtud de haberse adelantado a todas las comedias de justicieros amateurs –y a la fiebre Marvel–. Y además cuenta con Geoffrey Rush, Tom Waits y Greg Kinnear, este haciendo de superhéroe de verdad y en apariencia modélico, pero con más logos de patrocinadores en el uniforme que el pecho de David Meca y la suficiente falta de escrúpulos como para liberar a su archienemigo, porque, con él entre rejas, ha perdido popularidad.
‘Especial’ (2006): desinhibición de choque
El protagonista de esta minúscula joya independiente, un apocado controlador de parquímetros de vida más triste que la tele un viernes noche, se apunta a un ensayo clínico y empieza a percibirse capaz de levitar, atravesar paredes y leer las mentes de sus interlocutores, de manera que se lanza a ejercer de superhéroe. Aunque el verdadero efecto de la droga experimental, diseñada para inhibir la inseguridad que en él era losa paralizante, ha sido llevarle al otro extremo del espectro, a una autodestructiva sobredosis de autoconfianza que le hace creer tener poderes y ser invulnerable. Su fantasía le proporcionará dosis inusitadas de dolor, pero también le permitirá saborear, tal vez por primera vez, algo parecido a la plenitud, a la felicidad.
‘Diamond Flash’ (2011): una sombra
Si no fuera por la peli con superhéroe –que no de superhéroes– de Carlos Vermut, la principal aportación hispánica al género seguiría siendo Supersonic Man, desfachatez psicotrónica que el inefable Juan Piquer pergeñó como respuesta inmediata y fallera al Superman de Richard Donner. Nada que ver, a parte del misérrimo presupuesto, con este perro verde del último cine español, en donde el justiciero es apenas hilo conductor y presencia fantasmal que se cierne sobre una sucesión de estampas tan en apariencia minúsculas como a la postre desconcertantes, abruptas, perturbadoras. Diamond Flash, un enmascarado que remite a protosuperhéroes como Judex, interviene y modifica el curso de los acontecimientos, pero Vermut, que en eso como en todo lo demás manipula y dinamita las expectativas del espectador, no le sigue a él, al cabo, apenas la encarnación de nuestras fantasías, sino a personas de carne y hueso que sufren, temen, ríen, lloran y se dañan las unas a las otras; personas que fracasan, aunque lo intentan; personas con sueños, tal vez pesadillas; personas que se tiran pedos, y que tal vez sueñen incluso con superhéroes.
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