Una antigua novia de sus años mozos me contó que Albert vive con su mujer y sus dos hijos pequeños en una casa maravillosa entre dos montañas en Girona, donde hasta le cabe una piscina de medidas olímpicas. También me reveló que fue nada menos que subcampeón europeo de natación juvenil y que desde su primera actuación, frente a los bomberos de Sabadell, ya estaba fijada su personalidad artística, tan brillante como desconcertante. En sus primeros temas ya seguía el tirón de sus desviaciones, le cantaba a la playa, al suicidio vocacional, al crimen amoroso; se metía en la piel de un violador, en la del hombre que roba las novias o en la de un hijo que quiere ser torero.
Hace tres años le dio un infarto, pero si le preguntas por la cercanía a la muerte te asegura que en nada le ha influido: “No me noto nada cambiado”, me dice; si le insistes acerca del paso del tiempo en su perspectiva a la hora de componer o de ver el mundo, simplemente te reconoce que “te vas haciendo mayor, que ya no eres el joven de la mesa”. Tiene cincuenta años y es posible que parte de su encanto resida en haber sido fiel a lo que siempre fue: un raro en un mundo raro. En cualquier caso, en las tres décadas que han pasado desde aquella primera actuación frente a los atónitos bomberos hasta la última a los pies del Guernica, Albert Pla sigue manteniendo el misterio, un signo inequívoco de grandeza artística.
Estoy sentado con él en una mesa de la sala Galileo, en Madrid, una hora antes de que comience, armado con su guitarra, uno de sus desconciertos en solitario. Empieza la conversación renuente y se va animando. La mayoría de sus afirmaciones las termina riendo, como quitándole importancia a la gravedad de la realidad que nos rodea.
Me da la impresión de que en esta entrevista me va a tocar hablar más a mí que a ti. Tu laconismo tiene fama.
No soy muy hablador, no.
Sin embargo, siempre has usado los medios de forma ejemplar. El manejo del escándalo y la provocación te ha dado un espacio en los medios y te ha permitido conectar con tu público.
Nunca intenté provocar nada. Más bien hablo poco…, y cuando hablas la cagas. Quiero decir, a veces te meten en asuntos que no te incumben o te preguntan qué opinas de Chenoa o de otras chorradas, y tú te ves obligado a contestar.
Vivo ajeno totalmente a las ilusiones colectivas. Siempre he pensado que con más de seis personas en mi furgoneta todo empieza a ir mal
Cuando se habla del régimen del 78, del espíritu de la transición, se habla de un estado mental con obsesiones, consensos y algunos temas prohibidos. Escuchando tu cancionero parece que durante años te has dedicado a romper el consenso y a cantarle a todo aquello de lo que no se podía hablar: terrorismo, nacionalismo, sexo, drogas, etc. ¿Lo proscrito te inspira?
No especialmente, no. He hecho canciones de amor y sí que noto que la gente si hablas de sexo se fija más. Se fija más si matas a un policía en vez de a un macarra. Si te cagas en el rey que en el vecino. Pero son sutilezas de la sociedad y del momento de cada cual.
¿Qué te inquieta para convertirlo en canción?
A mí se me ocurre.
Pero no todo será una ocurrencia, ¿no? Descendiendo a lo concreto: en “La dejo o no la dejo”, una canción muy inteligente que juega con mucha gracia con el conflicto entre lo individual y lo colectivo, eliges como narrador de la historia al novio de una terrorista. Parece que cuando no se puede hablar de una cosa se te afila el colmillo y sacas lo mejor de ti. ¿No encuentras una especial excitación en decir lo que no se debe decir?
No. Es que no sé lo que no se debe decir, nunca lo he sabido. Con “La platja”, la primera canción que hice, ya me di cuenta de que a la mayoría no le gustaba. Desde el principio sabía que un montón de gente no entendía ni papa, ni le interesaba lo que yo hacía; y a otros sí. Y ya está. No es premeditado. Mira, hoy pasaba por al lado del acuario y se me ocurrió pensar: “Estoy sentado a menos de cien metros de un tiburón”. A veces estamos viviendo a cincuenta metros de un hipopótamo, pero no reparamos en ello. Hay muchas cosas que se te ocurren; unas las puedes hacer como canción, otras las tienes como ideas y las conviertes en espectáculo. Y de las mil ochocientas ocurrencias que tienes haces cuatro. Después, dependen del sitio y del momento hay cosas que cobran importancia o pasan desapercibidas. No es lo mismo cantar aquí en la Galileo que en un descampado delante de diez mil tíos; tienes que asumir el formato en el que te estás comunicando.
Tú siempre has jugado a darle la vuelta a las cosas, a cambiar el formato de lo previsible. Te conviertes en cantautor a finales de los ochenta, cuando la idea de cantautor estaba emparejada a la autenticidad, y apareces cantando de forma impostada con tu particular voz de niño perverso.
A mí siempre me ha parecido que la gente me escuchaba más cuanto más flojo cantaba.
Pero eres consciente de que tu personalidad vocal se basa en un artificio, de que no estás cantando de una manera normal, ¿no?
Yo canto así. Me pongo a cantar y canto así. Para mí no es artificial, para mí es mi voz.
Para mí que la escucho es como la voz de un niño, o a ratos la de un viejo verde, que imita a una cantante yeyé.
Tengo voz de maricón, ¿qué quieres que te diga? Cada uno tiene su voz. No hago barítono porque no sabría. No intento impostar. Es la voz con la que yo me siento más cómodo cantando; podría cantar horas y horas seguidas con esta voz. He visto, sí, que cuando me intentan imitar los imitadores ponen voz de niño.
En las mujeres es más habitual eso de cantar como niñas, en hombres eres tú la excepción. ¿Qué opinas tú de las mujeres que cantan como niñas mimosas?
Que hagan lo que les dé la gana. Se deben sentir bien ahí, no sé. ¿Qué voy a decir yo? Hay casos curiosos como el de Tom Waits o Joaquín Sabina, que impostan su voz porque no les gusta la que tienen. No entiendo que a la gente le pueda gustar un cantante que no le gusta su voz. Tampoco lo veo mal, ¿eh? Pero sí que me parece raro. Que los demás canten con su voz no me lo parece tanto.
La censura siempre está
¿Con la canción de “La dejo o no la dejo” hubo censura o solo una sugerencia de la discográfica que retrasó su grabación?
Tanto en la canción de “Carta al rey Melchor” como en “La dejo o no la dejo”, la discográfica no las sacó porque consultaron a un abogado. Había una sentencia; si decías eso, te metían unos años en la cárcel, tanto a mí como a la editora. Por apología del terrorismo… No sé exactamente. Luego las grabé. En “La carta al rey Melchor” cambié cosas. En la grabación es muy gracioso porque cambian cosas; el título, por ejemplo [al parecer el título original era “Carta al rey”]. También tuvimos que quitar la palabra “infanta”, y “me cago en las banderas putas” y “en las patrias sucias”, o algo así. Y en la de “La dejo o no la dejo” tuvimos que sacar una parte que era intolerable para ellos. Había una frase en la que el tío decía que estaba celoso porque sabía que en las comisarías violaban y torturaban a las tías. No estaba demostrado que se torturara en las comisarías, por lo tanto, si lo decías te metían un paquete de aúpa.
Y lo tuviste que quitar.
Sí, pero en directo siempre se cantó. La censura siempre está. Si te cagas en España, si dices “Me cago en España” o que “es una mierda este puto país de los cojones”, ya sabes que te vas a quedar sin teatros. Pero bueno, tampoco los tenías antes. Vas perdiendo público que no tenías, ¿sabes? Y si haces una peli y te ponen pitos, pues te jodes; pero eso pasa constantemente. Al libro de La España de mierda le han cambiado el título en Argentina.
¿Y qué nuevo título le han puesto?
La odisea de los hombres buenos, agárrate. Y le han cambiado la portada.
¿Ya no hay zurullos en la portada?
No hay ni bandera… Ya lo sabes, ya sabes que vives en el váter, ¿no? Pasillo y ahí a la izquierda. Ellos tienen la sala, tienen el bar donde venden las cervezas y las drogas y ponen a la gente a bailar. A veces se les estropean los bafles y nos oyen a nosotros que estamos en el váter: “Me cago en tu puta madre y me cagó en tu puta madre”, “Hostia, perdón, pensaba que no te enterarías. Pensaba que como me has ninguneado tanto no me estabas escuchando, que te habías conseguido aislar de mí”.
Las ilusiones colectivas
"No me gusta la importancia que tienen la monarquía y los curas en la historia de este país. Y lo que me parece más mierdoso aún es que además tengamos que estar orgullosos"
¿Por qué piensas que España es un país de mierda?
¿Yo? No lo sé. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no me gusta el rey, ni el anterior ni el otro? ¿Ni el presidente que hay ahora, ni todos sus ministros? ¿Ni ningún tío de ningún partido? ¿Ni me gusta cómo se manejan la economía, la educación, la sanidad y lo demás en este puto país de mierda? No me gusta la importancia que tienen la monarquía y los curas en la historia de este país. Y lo que me parece más mierdoso aún es que además tengamos que estar orgullosos. O sea, no, no estoy orgulloso, me parece que es una puta mierda. Y ya está. No me refiero a la tierra sino al país. Si tú a este trozo de tierra de aquí lo quieres llamar España, te digo que es una puta mierda.
¿Te entusiasman los movimientos independentistas de Cataluña?
¿Cómo me va a entusiasmar eso? Vivo ajeno a eso.
¿Es posible vivir al margen de las ilusiones colectivas?
Vivo ajeno totalmente a las ilusiones colectivas. Siempre he pensado que con más de seis personas en mi furgoneta todo empieza a ir mal. Entiendo que una gente viviendo en una ciudad de mierda como Madrid se lleve mal, esté de mala hostia y no sea feliz. Como también puedo entender que haya gente que sea feliz, pero entiendo que haya mucha gente que se sienta desdichada viviendo en ciudades como esta, sintiéndose a merced de estas cosas que salen por la tele y los periódicos, entiendo que la gente se vuelva tarumba y diga “me cago en Dios”.
Hace dos años, cuando todavía para muchos parecía que era posible arreglar España, no dudaste en disparar contra la supuesta alternativa diciendo que matarías a los nuevos políticos antes de que empezaran a hacer daño. En plena explosión de recambio democrático presumías de no votar nunca. ¿Te parece un cuento la democracia representativa?
A mí me parece muy bien que a los de Podemos y a los de la CUP les vaya bien. Estoy seguro que hace diez años los dirigentes de Podemos y la CUP cobraban menos de lo que cobran ahora. Su estrato social ahora es otro y les felicito. Hay diez parados menos, o setenta, no sé cuántos serán ni cómo mierda se organizan. Pero mira, hay cien personas más ahí viviendo de puta madre; y además sin corbata. Me parece cojonudo, has marcado un buen gol, pero a mí no me metas.
En el programa Carta blanca que hizo Escohotado tú eras uno de los invitados. Recuerdo que él te preguntó si tú te considerabas gente y le dijiste que sí. Sin embargo, tu obra y tu personaje hacen bandera de una individualidad insobornable, buscando diferenciarse de lo colectivo, mostrando extrañeza hacia eso que llamamos gente.
Mira, yo a Escohotado no le he oído una palabra sensata en su vida. Considero que siempre ha dicho y escrito gilipolleces. Es lo que en mi casa llamaríamos un fantasma. Así que cuando hablas con él es lógico que te salgan gilipolleces. No sé ni lo que dije.
Llevas treinta años componiendo canciones, ¿no te sientes cansado?
No. A mí me gusta mucho hacer canciones. Desde hace unos años más que escribir canciones me gusta hacer espectáculos. Venir con la guitarra, “hey, ¿qué tal estáis?”, y depende de cómo está el ambiente cantas una o cantas otra. Si hago Guerra me gusta más hacer lo previsto, las canciones que he compuesto pensando en el escenario, en la dramaturgia, en los huecos que hay que llenar en un espectáculo de hora y media, con el reto de encontrar nuevas formas de contar películas o lo que sea.
Albert Pla, Fermín Muguruza y Refree haciendo un musical, ¿compusisteis juntos las canciones de Guerra?
Yo hice las canciones de mi parte y Muguruza las de la suya. Refree hizo la música de la obra y los arreglos. Entre los tres, junto con el equipo de vídeo y el director, lo hemos ido haciendo todo. Ha sido un espectáculo cooperativo. Eso le gusta mucho a Fermín: la asamblea.
¿Cómo te llevas con el espíritu militante de Fermín?
Me llevo fatal. Voy a los gaztetxes y a las asociaciones estas de cannabis, a las de Podemos, a las de la CUP, a las cooperativas, y digo, joder, es que el enemigo es muy poco poderoso. Porque tú puedes ser todo lo izquierdista que seas y todo lo populista, pero eres un gilipollas. Eres un gilipollas por mucho que tengas una smart shop, ¿sabes lo que quiero decir? Aunque escribas en Cáñamo eres un gilipollas. Eso no te salva de ser un gilipollas. Y eso en el fondo es lo que yo veo de las personas. Siendo un enemigo tan poco poderoso es muy fácil que te vacilen de esta manera. Estos movimientos asamblearios de mierda, casas okupas… ¡Vaya gilipollez!
¿Y cómo deberían ser?
Pues no sé, es que no sé. La cosa social… yo creo que la gente en principio es mala, es un virus. No solo los españoles. Cuando se juntan muchos, mal. De ahí no salimos. Entonces, puedo ser muy facha y muy gilipollas, o no ser nada facha y ser un gilipollas también… Como si eres gay, lesbiana o negro, eres un gilipollas. Como si eres palestino, ¿qué culpa tengo yo de que seas un mierda, aunque seas palestino? Pues chico…
Mucha democracia en las urnas, pero ¿y en la Iglesia, en los jueces, en las escuelas, en las familias y en el trabajo? Y el equipo de fútbol siempre con un entrenador fuerte, un líder, que dice lo que hay que hacer. La gente para mí es gilipollas
Entonces estas ideas de emancipación colectiva, ¿crees que son una caja de resonancia de la egolatría de individuos concretos que son gilipollas?
Sí, creo que sí. En las elecciones democráticas estas que dicen que hay, la gente va a votar por su interés personal. Le suda la polla la sociedad, cada uno va a lo suyo y vota por su interés personal. Mucha democracia en las urnas, pero ¿y en la Iglesia, en los jueces, en las escuelas, en las familias y en el trabajo? Y el equipo de fútbol siempre con un entrenador fuerte, un líder, que dice lo que hay que hacer. Son gilipollas, la gente para mí es gilipollas. Quiero decir, cuando alguien intenta convencerme de lo de la ilusión colectiva, pienso: “¿estás hablando de ti o qué?”. Porque si estás esperando a cobrar la herencia, a que te caiga el pisito, ¿qué me cuentas entonces de estos rollitos? Estoy en una edad en la que he visto casarse a la gente, divorciarse y ahora llega el momento de que se mueran los padres de mis amigos y te das cuenta de por qué tanto gilipollas en el mundo. Decías, ¿cómo hace este tonto para vivir si no hace nada? Ah, claro, estaba esperando que se muriera papá para cobrar el piso en Madrid, la casita en Palamós, los cien mil eurillos… O sea, ¡me cago en Dios!, ya sé de qué has vivido siempre. La gente muy antimonárquica pero la herencia de mi papá para mí, que soy su hijo… O sea, que estás en contra del rey pero lo de tu papá para ti, ¿no? ¿Y yo me jodo? Entonces, el papá del rey es más espabilado que el tuyo, así que te jodes.
Lo que me suena raro es la pasión iracunda con la que acompañas el diagnóstico. Lo normal sería que después de tanto tiempo pasaras del tema, pero te sigue enervando hasta el punto de seguir componiendo canciones y espectáculos sobre el asunto. El bufón en tu caso no abandona la corte. Quiero decir que no estás de acuerdo con las posibles soluciones, pero al menos la crítica al problema te mola.
Yo hablo de cosas que se me ocurren. No pretendo cambiar nada ni analizar una situación. Y si alguna vez se me oye hablar de política es porque me han insistido mogollón en que diga qué pienso de tal o cual. Es como si ahora me preguntan por la selección española en el Europeo. Pues yo qué sé. Al final dices: “¡Que se vaya a la mierda la selección!”, como si yo le diera mucha importancia cuando no sigo las noticias, no sé quién es el ministro de Economía ni los ministros catalanes, no leo periódicos ni veo la tele ni escucho la radio, me entero que ayer mataron a no sé cuántos porque me lo cuenta un colega.