Supe por primera vez sobre Alonso del Río una mañana de febrero de hace dos años. Había tomado ayahuasca la noche anterior y hablaba con mi chamana, integrando las experiencias, sobre la importancia de la música en las ceremonias, sobre los ícaros. Ahí fue cuando escuché su nombre, Alonso del Río, por primera vez. Me dijo: “Ahora cuando terminemos vete a tu cuarto y escucha ‘El abismo’, la canción emblemática de Alonso del Río”. Dicho y hecho. Me retiré a mi cuarto y la escuché tres, cuatro, cinco veces seguidas, y me hipnotizó. A finales de año, al abrir el wrapp de Spotify con el resumen del año, resultó que era la canción que más veces escuché en el año 2022.
Hace unos meses estuve de viaje por Perú y me animé a visitar a Alonso en Taray, donde vive y donde fundó Ayahuasca Ayllu en 1998, un centro de sanación y estudios de la conciencia ubicado en el Valle Sagrado de Cusco, Perú, un lugar increíble en el que dan ganas de instalarse un tiempo largo. Caí en plena sesión de trabajo en su estudio, pero nos dio tiempo a un breve intercambio de impresiones sobre los cantos sagrados. “Un canto, porque sea nativo, no es siempre sagrado” –me dijo Alonso–: Dependiendo de quien lo interprete puede tener la categoría o la profundidad de un reguetón. Es controvertido saber qué es un canto sagrado y qué no lo es. Lo cierto es que un canto, en una ceremonia, según su naturaleza, te moverá unas energías u otras. No importa demasiado si lo hace un indígena, si va con guitarra o maracas, son detalles mínimos”.
¿Qué lo hace sagrado entonces?
Lo que lo hace sagrado es la profundidad, el conocimiento que se está tratando de compartir. La envoltura es el papel de regalo, el formato…
¿La experiencia del que lo interpreta también?
Es más complejo. Tienes que estar totalmente compenetrado con lo que estás transmitiendo. Más allá de las palabras, saber lo que se quiere decir. El entendimiento es lo que termina de dar la profundidad. Solo la vibración, no alcanza.
En su centro, Alonso del Río no forma en canto medicina porque, justamente, no le interesa alentarlo. Alonso cree que hace falta mucho conocimiento previo para atreverse a abrir la boca en una ceremonia. No es tanto el preciosismo de la voz, sino que esta voz esté expresando el ser: “Tu verdad se mostrará en la forma que cantes. No es el canto bonito lo que te va a abrir”, me dice.
¿Sin música no hay ceremonia?
Ni siquiera opino eso. A mí me gusta esa forma, la conexión con la música, con la belleza, en realidad. Claro, en una ceremonia de ayahuasca, con los ojos cerrados, no tienes acceso a nada, y la música ayuda. El canto viene a darte una ayudita para que no tengas que lidiar solo con esas cosas desagradables que tienes que enfrentar, sino que te ayuda a mirarlo de otra manera.
Cuatro meses después de esta conversación, me encuentro con Alonso del Río en Barcelona, en el Pati Llimona, un día después de un pase único de Los cuatro altares, la película en la que Alonso estuvo trabajando estos últimos años y en la que trata de desarrollar dos grandes temas: la preocupación por el Amazonas y la extracción de recursos desaforada por parte de las grandes empresas, y el poder de las plantas sagradas en el despertar de la conciencia.
¿Quién es Alonso del Río?, ¿cómo te presentas?
Es bien difícil para uno mismo definirse. La búsqueda que he llevado a lo largo de mi vida justamente me hace reconocer que no soy lo que hago, no me defino por lo que hago. La búsqueda de la conciencia es la búsqueda del ser, así que me tengo que definir como un ser, pero eso no le dirá nada a nadie. En términos más coloquiales, podemos decir que Alonso de Río se dedica un poco a la música, un poco a la escritura, otro poco a los audiovisuales. Es un investigador de la conciencia y para ello utiliza, desde hace cuarenta y seis años, herramientas de ayuda, como son las plantas sagradas. Es una ayuda de la que disponemos los seres humanos desde hace miles de años, pero lamentablemente la cultura moderna no está entendiendo su verdadero poder en relación con la expansión de la percepción. Es un detalle gigantesco que estamos pasando por alto. La percepción no es algo dado que viene de nacimiento, sino que se puede educar.
Sentiste que tu camino era este al final de la adolescencia, ¿cuál fue la experiencia o el momento revelador?
No lo sé exactamente, pero lo cierto es que sí empecé muy joven, con quince años. Mi primera experiencia traumática fue constatar que estamos inmersos en una gran mentira. La sociedad y la familia son grandes mentiras. Me mostró el otro lado. Con el tiempo lo pude acomodar. No es que no haya amado a mis padres. Ellos son la cosa más maravillosa que la vida me dio, pero me di cuenta de cómo se forma la mente, hija de la familia y la sociedad. Una sociedad mentirosa va a crear una mente mentirosa, y una mente mentirosa crea una sociedad aún más mentirosa. Sentía una necesidad vital de afianzar la verdad en lo real, y dejar los convencionalismos sociales que nos apartan de esa verdad.
¿Fuiste a la universidad?
Hice un intento de estudiar en la universidad. Ingresé y estuve dos años allí. Encontré que el tipo de conocimiento que se ofrecía es el equivalente a comer atún enlatado por el resto de tu vida. Me parecía ridículo. El nivel intelectual de profesores y demás moduladores de la mente era más de lo mismo. Me fui a la selva, luego regresé, traté de darle otra oportunidad, estudiar literatura o filosofía, pero me di cuenta de que no era el camino, que el conocimiento y la apertura que me estaban dando las plantas sagradas, en términos de autoconocimiento, era mucho más fascinante que cualquier cosa que pudiera aprender de los libros. Me di cuenta de que la vida era experiencia directa de las personas, de las cosas. Es bueno adquirir conocimientos, pero eso no es lo que te hace un ser humano.
Cumplir el propósito de la vida
En tu libro mencionas la importancia de no desperdiciar energías, saber a qué le dedica uno el tiempo. Desde una temprana edad ya fuiste consciente de eso.
Sí, es eso, tenemos una línea de tiempo biológica que cada ser humano debe recorrer, y no hay tiempo que perder. Contrariamente a todas estas versiones religiosas o espirituales new age que difunden tanto estas posiciones de la reencarnación y vidas pasadas y futuras, creo que la vida encierra un misterio muy grande en relación con el tiempo, al que ni siquiera los físicos más importantes han podido acercarse. La experiencia que uno tiene con las plantas sagradas te acerca de una forma mucho más real a entender que el tiempo no es como normalmente se percibe. El tiempo se puede volver eterno o ser nulo dependiendo de algunos factores, como la intensidad. Uno comprende que no necesitas tener quinientas vidas para lograr entender el propósito: a qué venimos a este planeta.
Se puede lograr en esta.
Claro. Estoy totalmente seguro de que la vida está diseñada de esa manera. El problema es que, como no lo dicen, y te venden el cuento de que tienes todo el tiempo del mundo, porque si no es en esta será en la próxima vida, o en la otra, y entonces es una especie de teoría de la procrastinación, en la cual la gente posterga y posterga, que se vuelve lema de la sociedad: “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana”. Y es todo lo contrario: la realización del ser, el poder conectar con esa parte divina está dada para que cualquier ser humano que emprende ese camino lo pueda lograr antes de partir. Eso es, para mí, cumplir el propósito de la vida.
Hay algo que me interpeló mucho en tu libro cuando dices que, si no perdemos energía, nos convertimos en recordadores profesionales, ¿a qué te refieres?
“Hay una función sanadora en el arte innata. Pero en el último siglo, se entregó al mercado la selección y la clasificación del arte. Debemos liberar al arte de su relación con el lucro económico.
Fíjate. Identifico dos dinámicas. Esto es algo neurológicamente muy estudiado. Una capacidad innata de distraernos, de no poder concentrarnos; a esto le llaman la red neuronal por defecto. Todas las personas del mundo pasan gran parte de su vida en este limbo, en una nube, en la que parece que estás pensando, pero en realidad estás remitido al pasado o proyectado al futuro, pero no estás en el presente. Y eso también te hace perder energía. Hay un mecanismo contrario a este mecanismo de dispersión, que es lo que se educa justamente con la meditación. Te permite crear un patrón, yo lo llamo el último patrón. Así como tienes miles de patrones que te hacen la vida más fácil pero menos consciente, existe un último patrón que te regresa al contacto con tu propio corazón, tu torre de control, un lugar muy cercano a su verdadera identidad. Cada vez que uno se recuerda, y al principio puede ser una vez al día, cuando eso se vuelve el propósito de tu evolución, el poder recordar tu verdadera naturaleza divina y regresar permanentemente a ella, es como tener una doble observación de todo lo que pasa. Una que se involucra, que interactúa con el mundo, desde una función mecánica, y otra que es el ojo testigo, que te modula, corrige y marca límites para entender hasta dónde puedes participar y de qué manera sana en el teatro del mundo, para luego volver a la perspectiva del ser en la que todos somos uno y en la que lo único que vale son las cosas reales, como el amor.
En Los cuatro altares escribes que los patrones mentales son como los caminos de la selva, si no se usan se cierran, y sobre la necesidad de arrancarnos nuestras pequeñas mentiras, que vienen a ser como la maleza que envuelve y compite con la plantita que quieres cuidar, restándole nutrientes y energía. En algún momento tienes que elegir: o arrancas la maleza o se muere tu plantita.
Creo que no ha habido una actualización de los mecanismos para ayudar a acelerar el proceso. Estamos viviendo como humanidad una aceleración de intercambio de información. La cantidad de información que circula en un día del año 2024 es inédita, es más que toda la que circuló anteriormente. Nos está modificando nuestra percepción del tiempo. El tiempo puede tener este parámetro de cantidad de información transmitida y no de distancia recorrida. Uno siente que la vida vuela mucho más rápido que hace treinta años.
La tecnología de las plantas
¿Cómo ves la evolución de la popularidad de las plantas sagradas? Sigue siendo una práctica minoritaria, pero ya aparece en series mainstream, a la gente le suena el asunto, aunque al mismo tiempo hay mucho desconocimiento.
Las plantas te van a dar más problemas, pero también la capacidad y claridad para salir de ellos. Creo que no se está entendiendo, en muchas partes de Occidente, que esto es una tecnología, un conocimiento que se fue perfeccionando. Estamos ignorando estos diez mil años de evolución creyendo que cualquier persona con buena voluntad puede tomar cualquier cosa y salir ileso de la experiencia. Puede ser que sí, pero para muchas personas que lo hacen sin la preparación correcta esto les puede traer mucha confusión. Cuando uno tiene la suerte de acceder a una tradición antigua en la que se transmitió un conocimiento de maestro a discípulo, uno entiende que es todo una preparación en su vida, que es una disciplina. En Occidente os aterroriza la palabra disciplina, pero para nosotros no. Hay límites, regulaciones. Siento a la sociedad occidental como un adolescente malcriado, un niño rebelde que no quiere entender nada de orden ni de jerarquías. Cuando trascendamos esto, podremos usar mejor esa tecnología.
¿Necesitamos un gurú en nuestra vida?
“El que está despierto no se aburre”, dice Alonso del Río.
Si analizas cómo evolucionaron las palabras, ves que algunas terminan significando lo contrario. La palabra amor significa una cosa diferente para cada persona. Uno pensará en un amor de diez euros y otro en el amor incondicional. La palabra maestro, lo mismo. A finales del siglo xx, el ser gurú o maestro se volvió una profesión muy rentable y mucha gente entrega su dinero y su energía a estos falsos maestros. Dejó de ser una institución familiar y se convirtió en una institución económica, especialmente en Estados Unidos. No estoy en contra de los roles, yo lo veo como una familia: los hermanos mayores tienen que ayudar a los menores, pero estos no están obligados a tributar y a pagar de por vida por esos servicios. No es que esté en contra de los buenos maestros, pero hay otros maestros, los farsantes, que te enseñan lo que no debes hacer.
¿Cómo sientes a la gente que llega a tu espacio en Perú?, ¿buscan orientación, un cambio de vida?, ¿con qué expectativas llegan?
Hay muchas expectativas. Lo complejo es que, en mi caso, yo no me pude dar cuenta de qué eran las plantas sagradas hasta después de treinta años. Llegar a medir la profundidad, o el beneficio, o el potencial que tiene todo esto no lo podrás captar en un año o dos ni en diez. Fue recorrer y recorrer. Cuando empecé esto no era un camino. Para mis padres, perdí la cabeza, me volví completamente loco. No entendían que dejara la universidad y me fuera a vivir con los indígenas; era una aberración para su cultura. No sabía por qué lo hacía, pero la intuición es algo muy valioso, y yo la seguí. Llegó un momento en mi vida, con cuarenta años, que me di cuenta de que mis amigos ya tenían casas y coches, y yo no tenía nada, seguía siendo un caminante, un viajero. Hacía cosas, pero sin entender a dónde me llevaba este camino. Hasta que de pronto las cosas se fueron poniendo más claras, como cuando sales de una noche larga. Había vivido un largo proceso de expansión de la conciencia que me hizo entender quién soy y cuál es mi papel en este mundo.
En el libro mencionas una gran experiencia con la wilka, menos conocida, ¿cómo trabaja esa planta?
Cada planta es una herramienta distinta. Es como tener un martillo, un alicate o un destornillador: no puedes usar una cosa para la otra. Aunque esta analogía vale a medias, ya que no puedes definir de manera tan precisa su función, pero sí tienen características que uno identifica. Por ejemplo, yo con ayahuasca no puedo interactuar con la gente. Ya el hecho de tocar la guitarra y cantar es un atrevimiento, está en el límite de lo que uno puede hacer. Sin embargo, con la huachuma la interacción es mucho más dable. Uno puede conversar, mirar el cielo y sentir en cada poro esa conexión con la naturaleza, de día o de noche, mientras que la ayahuasca es un viaje interior, ojos cerrados, en total desconexión con lo que pasa afuera. Ahora bien, la wilca tiene otra particularidad, te puede remitir a espacios que quizás ni con años de ayahuasca los vas a encontrar. Cada una va a ayudarte a habitar un espacio diferente. Cada una abre una puerta a un cuarto diferente de tu propio ser.
La luz y la oscuridad de los malditos
Hablas en tu libro de ese deber de traer luz al mundo. Esa belleza de Simone Weil de que el deseo de luz produce luz. Siento que los creadores hemos estado, tradicionalmente, muy atraídos por lo oscuro, ¿no se puede crear a partir de la luz?
Es una pregunta maravillosa. Fue algo que también viví a lo largo de mi vida al entrar en contacto con los poetas malditos, todo vinculado con el sufrimiento, la oscuridad, el alcoholismo. Reconocí el mecanismo. Muchas personas, en esos momentos de oscuridad, logran expresarse y crear belleza. Y tiene un valor. Pero el problema es que tengas que ir al hoyo de manera constante a buscar la inspiración. Los vicios, el alcohol y las drogas atacan a las personas más sensibles, los artistas, que buscan en ellas adormecerse de un mundo que les hace sufrir. Tipos que me parecen brillantes, como Bukowski, un individuo que tuvo que bucear en la pobreza humana, y brilló con perlas, yo lo adoro, siento su dolor, pero hay algo que no consigo validar.
No puede ser la única manera.
Correcto. Todos hemos pasado por momentos de dolor que nos iluminan, pero el hecho de regocijarte en tu dolor y convertirlo en lo que te da de comer es... Hay músicos, poetas que necesitan ser alcohólicos para producir, ¿por qué no podemos sacar las cosas desde el otro lado? La verdad final es que somos luz, lo único que va a quedar de nosotros es la luz que hayamos podido manifestar, la luz que podamos canalizar. Yo digo que es tiempo de que la moda de los artistas malditos sea trascendida. No me la creo.
Para mucha gente el despertar espiritual es aburrido.
El que está despierto no se aburre. Son prejuicios que todavía sostenemos que no nos llevan a ninguna parte.
Me gusta esta frase tuya: “No me pidas que cante para distraerte cuando lo que intento es recrearte”.
Mi planteamiento es contribuir a cambiar la función del arte, que no es distraer, que es a dónde nos ha llevado el mercado, que después de una jornada dura de trabajo necesitas distracción. Primero estás ocho horas esclavizado, obedeciendo al jefe, sin pensar, y luego necesitas distracción para seguir sin pensar. Desde tiempos inmemoriales el arte tuvo una relación cercana con lo terapéutico. A través de la tragedia, de la comedia griega, millones de personas se curaron riendo o llorando. Hay una función sanadora en el arte innata. Pero en el último siglo, con la popularización del arte, se entregó al mercado la selección y la clasificación del arte. Debemos liberar al arte de su relación con el lucro económico. Como seres humanos tenemos que acompañarnos y motivarnos, y aprender a eliminar hábitos negativos.
Vivir en el corazón
¿Los cuatro altares es un sistema, un método, un nuevo lenguaje?
Aprendí un lenguaje muy antiguo, que se remonta a cinco mil años, con los sumerios, primero, los egipcios y griegos, después. Nos habla concretamente de un orden, un orden que es vibracional. El orden tierra-agua-fuego-aire se ordena de lo más denso a lo más sutil. Estamos en lo simbólico. El aire representa el cuarto nivel de conciencia al que puede aspirar el ser humano antes de abandonar el mundo de la forma. Cuando encontré este sistema, un poco desperdigado entre varias culturas, tuve la suerte de poder conectar las piezas que faltan en uno y armé el puzle con todos estos elementos. Esto es un fractal que se replica en el universo, está en el cosmos, en las personas, en tu interior, en tu exterior: todo en la naturaleza está ordenado por frecuencias vibratorias. Así es la música, así son los colores. La evolución de la conciencia en el ser humano significa la capacidad que pueda tener cada ser para poder expresar su nivel de conciencia. El primero es el material, lo físico, en el que todos estamos inmensos, pero los siguientes niveles son espacios que hay que aprender a habitar.
La mayoría de gente vive de espaldas a sus emociones.
Ahora se habla mucho de gestionar las emociones. Estamos en el inicio de poder entender el peso del mundo emocional. Así como existen emociones bellas también existen emociones horrorosas que nos dominan y son destructivas. La mayoría de los seres humanos no tienen el valor de soñar que uno puede controlar las emociones, se dejan poseer por ellas, sean buenas o malas. Lo que vemos es ese exceso de violencia, odio, venganza, son emociones, eso es lo que gobierna. La gente que se dedica a sacarte el dinero con cualquier chuchería sabe, por eso estudian neuromarketing, que la compra es un negocio emocional. La gente que compra no piensa si está haciendo daño al planeta ni si lo necesita, simplemente reacciona a su emoción.
Me gusta esta idea del final del libro de la necesidad de residir en el corazón. No ser turistas sino irnos a vivir ahí, ¿cómo lo hacemos?
Es lo que te hablaba al principio de la importancia de entender la dinámica de los patrones. Son mecanismos de aprendizaje, pero el problema es que se vuelven mecánicos para evitarte cada vez un largo proceso de pensamiento. Esto de volver al corazón es un patrón que uno crea. Entro en modo pasivo. Primero estoy activo, planifico y actúo. Cuando no necesito a la mente, creo un patrón que aprende que cuando mi mente no es estrictamente imprescindible vuelvo al modo corazón. Y estoy allí, es una experiencia muy diferente. Los antiguos hablaban del estado de gracia. Yo lo llamo el estado de gracias, porque la emoción predominante es la gratitud por la vida, incluso por todas las cosas duras que te han pasado y te permitieron ser lo que eres. Es una emoción maravillosa que te puede elevar a esta gratitud infinita que es el estado que uno experimenta cuando se instala a vivir en el corazón.
Escribes en tu libro: “Hay en la selva una vieja historia de cómo cazan los monos con una trampa muy sencilla. Hacen una caja de malla de alambre y ponen un plátano dentro, dejando una abertura como para meter una mano abierta. El mono ve el plátano y mete la mano para sacarlo pero no puede, porque el puño no sale sin soltar el plátano. El mono prefiere quedarse agarrando el plátano y que lo atrapen. Tienes que escoger entre el plátano de la ‘razón’ o la libertad que te da el amor”.
[Risas] Sí. Cuando uno se libera de los prejuicios, e incluso del odio a las religiones, porque sí, nos timaron, pero no quiero ser malpensado, los exonero, y prefiero pensar que lo hicieron por ignorancia; cuando uno conoce la mente ve que se establecen mecanismos que te hacen ver verdades a medias, cómo se mezcla la verdad con la fantasía sin que haya malicia; cuando uno observa a los niños ve que un papel se vuelve una alfombra mágica, y una piedra un celular, a un niño no le dirás que es mentiroso, un niño es un ser que vive una fantasía. Si traslado eso a la sociedad, no veo que las personas que ocupan roles religiosos sean malas, sino que son niños que están usurpando un rol de dirigir, cuando en realidad confunden porque no han logrado un conocimiento del ser directo, sino que se basan en libros que se denominan sagrados que juran fueron escritos por dios. Me parecería más honesto decir a mí se me ocurrió esto, a ver qué te parece, y no poner a las personas contra la pared porque si me crees te sometes a mi confusión y, si no, nos vamos a pelear. Por eso las religiones dogmáticas son insulto a la inteligencia.
¿Te sientes satisfecho con la experiencia de ser director de cine?
Me siento muy satisfecho con el resultado y con la colaboración que recibí de personas muy hermosas para terminar el proyecto. Es un desafío enorme presentar una propuesta totalmente diferente y contraria al paradigma dominante. En la distribución no lo logramos aún: no hemos conseguido una forma adecuada de expandir y que llegue a mucha gente. Estoy concentrado en darle más visibilidad.