He quedado con un personaje curioso. Un tipo grande y fuerte, a veces seco, siempre directo, con el don de la franqueza en la expresión, también con el tipo de mirada que solo se tiene tras una herida. Un testimonio que toca partes clave de la relación entre política, ley, adicción y drama personal. Peter Muyshondt nos cuenta lo que piensa de la guerra contra las drogas, las organizaciones en las que es activista, las políticas internacionales, lo que pasa en las calles y su historia personal, donde todo lo anterior se mezcla.
Formas parte de LEAP [Law Enforcement Against Prohibition, ‘Actuación policial contra la prohibición”] y de Anyone’s Child [‘El hijo de cualquiera’]: ¿qué nos puedes contar de estas organizaciones?
Anyone’s Child está compuesta por personas que han perdido a alguien debido a la guerra contra las drogas. Un hijo, un padre, un compañero de trabajo, un amigo... Todos hemos perdido a alguien cercano como consecuencia directa de las actuales políticas de drogas. Con LEAP pasa lo mismo. Por ejemplo, al compañero del actual presidente, Neil Franklin, le dispararon en la cabeza. Eso le hizo pensar. ¿Son buenas nuestras políticas sobre drogas? ¿A algún usuario le ayuda que lo arresten? Yo no lo creo. El noventa por ciento de las personas que se drogan nunca han tenido problemas con sustancias, y lo que hacemos políticamente a día de hoy no es la mejor manera de ayudar al restante diez por ciento.
Estás a favor de la legalización de todas las drogas y has dicho que la guerra contra ellas se hace a base de ideología y moral en vez de con argumentos. También defiendes que las drogas son peligrosas pero que, precisamente por eso, deben ser legalizadas: ¿qué sentías siendo policía en 1995, cuando estabas convencido de que la prohibición era justa? y ¿qué sientes ahora?
No estaba convencido sino entrenado. No me cuestionaba nada en ese momento, simplemente lo hacía. Quizás si me hubiese puesto a estudiar lo cuestionaría, pero en aquel momento no pensaba en ello. Mi hermano se drogaba, yo lo sabía, pero no era nada problemático. Cuando murió... Eso me abrió los ojos, entonces empecé a pensar. El día antes todos esperábamos que dejara aquello y tuviese una vida normal, algo completamente ingenuo. Pero cuando murió... Fue irreversible. ¡Bang! Directo en la cara. Está muerto. No hay vuelta atrás. Entonces empecé a leer y a pensar en lo que hacíamos. La persecución no funcionaba en absoluto, y de hecho desde la policía estábamos agravando el problema con nuestro trato a quienes se drogan. He estado en UNGASS [Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas] en Nueva York y en las sesiones de la CND [Comisión de Estupefacientes] en Viena dos veces y se habla de la policía en el noventa por ciento de los casos. Siempre hay una historia de cómo han tratado a la gente, de abusos, de cómo se ha arrestado a alguien, de a quién se ha golpeado. En la CND había un tipo de Indonesia al que dispararon en una pierna, me enseñó el tiro. Ser policía es lo que hago para vivir. Pero cuando pienso en Filipinas y veo a la policía pegándole tiros a la gente por usar drogas me avergüenzo. Me avergüenzo de ser policía y formar parte de este tipo de organización cuando escucho estas historias.
“Drogarse es algo que haces para sentirte mejor o menos mal, pero no hay ninguna víctima, ningún robo, no se está asesinando a nadie. Estás usando una sustancia para disfrutar, para relajarte o para lo que sea. ¿Por qué convertirlo en un crimen? Es una estupidez”
Hay una cultura policial internacional basada en ciertos valores y símbolos, es algo extraño y universal. Siempre solucionando problemas en la sociedad, pero junto a personas que no están de acuerdo con nosotros. Acabas creando un sentimiento de nosotros contra ellos. Toda fuerza policial a lo largo y ancho del planeta tiene este tipo de cultura. Lo que está pasando en Filipinas e Indonesia... ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que los policías estén de verdad yendo a por gente de la calle de esa manera? La gente es encarcelada, golpeada, se le dispara en las piernas para obtener información. ¿Es esta la organización a la que represento? En LEAP no queremos que se nos relacione con este tipo de prácticas. Creemos que la policía sirve a la justicia social, a que los seres humanos sean iguales. Debemos proteger y servir a todo el mundo, no únicamente a gente blanca y rica. Es terrible que la policía persiga a determinados grupos sociales. Algún mandamás ha decidido que hagamos una lista, prohibamos los productos que hay en ella y vayamos a por todo aquel que los utilice, que vamos a erradicar todo eso del planeta. Y aún encima hay otros productos similares, tóxicos y peligrosos, que abrazamos legalmente sin más. No tiene ningún sentido, y creo que tengo buenas credenciales para decirlo. Soy policía y he perdido a un hermano, son razones suficientes para subirme a una tribuna y hablar. Por eso me fastidia tanto ver esas delegaciones académicas en la UNGASS y la CND. Solo saben de libros, conocen los tratados y la legislación nacional muy bien, pero no tienen ni puta idea de lo que pasa con las drogas.
Precisamente quería preguntarte sobre esto: ¿cuáles son las principales diferencias que encuentras entre las calles y la CND en Viena, por ejemplo?, ¿cómo de alejadas están las reuniones políticas de alto nivel del trabajo que haces en las calles?
Se qué no es correcto decirlo, pero al ver las delegaciones salir de sus salas de negociación solo pienso en que se van a meter en un buen coche, algunos incluso con chófer, y que se irán a un ambiente protegido en las zonas acomodadas en las que viven. Luego, cuando visito las calles en las que veía a mi hermano, sigo conviviendo con personas de cuando él estaba vivo: es un mundo completamente diferente. La gente de la calle sabe de qué va el mundo de las drogas; los policías y los políticos no lo sabemos. Conocemos una lista y la legislación, hacemos como que controlamos el tema, pero no tenemos ni idea de lo que pasa con las personas. Nos falta la empatía necesaria para entender por qué las personas usan drogas y qué mecanismos están involucrados en ello. Es de una hipocresía total. Los policías detenemos a un par de camellos de cannabis y luego vamos al bar a beber vino y celebrarlo. No tiene ningún sentido. Drogarse es algo que haces para sentirte mejor o menos mal, pero no hay ninguna víctima, ningún robo, no se está asesinando a nadie. Estás usando una sustancia para disfrutar, para relajarte o para lo que sea. ¿Por qué convertirlo en un crimen? Es una estupidez. Tiene que haber otro plan para afrontar esto: ese es el problema fundamental, tiene que haber otra agenda para los políticos. Para ellos este mundo es dinero fácil. Crean un enemigo y luego le hacen la guerra diciendo: “mira qué duros somos”. La policía hace lo mismo: “mira a cuánta gente hemos perseguido, a cuántos hemos arrestado y cuántos kilos de esto y aquello hemos confiscado, mira qué duro hemos trabajado”. Pero la realidad es que es dinero fácil, muchos académicos están haciendo carrera. Es una industria, y es muy difícil dirigirse a ella para decir: “mirad, lo que hemos estado haciendo los últimos cincuenta o sesenta años no está funcionando, cambiémoslo todo”. No van a hacerlo. A veces cambian una palabra o una frase en los tratados para luego irse a casa creyendo que han hecho un gran avance. Pero no están cambiando nada, nada de nada, en mi opinión. Tienes a todas esas delegaciones con sus trajes creyéndose muy importantes. Votan, se sientan, vuelven a votar: nada cambia. Al año siguiente vuelven de nuevo a sentarse y votan otra vez la misma mierda: todo sigue igual.
Antes dijiste que habías sido entrenado para combatir las drogas y hablaste de la cultura policial: ¿crees que hay algunas profesiones especialmente en contra de las drogas que es importante convencer para difundir otro tipo de mensaje a la población?
“Puedes llevar un caballo al agua, pero no puedes forzarlo a beber”. Es una expresión que estoy recordando sobre la marcha. Lo que intentamos hacer difundiendo nuestro mensaje es alcanzar a la gran audiencia. En ella hay bomberos, militares, policías, políticos... Pero, personalmente, intento convencer a gente como tú y como yo, gente normal, y solo necesitas cinco minutos de su tiempo para que vean que las políticas actuales no funcionan. No es tan difícil cuando hablas de tabaco, alcohol o medicación legal y lo relacionas con cannabis, MDMA, cocaína o lo que sea. Si haces ese paralelismo sencillo la gente te da la razón. Por otra parte, doscientos cuarenta y siete millones de personas se han drogado desde el 2015 según la UNODOC [Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito]: no es un grupo pequeño precisamente. Ahora estoy escribiendo un libro, el segundo, y mucha gente que entrevisto utiliza drogas, gente normal con familias y trabajos. Algunos no usan heroína porque no quieren cruzar esa línea ni inyectarse. Cada uno tiene su forma de enfrentarlo, pero lo enfrentan y tienen vidas normales, contribuyen a la sociedad, tienen hijos. Es lo que mencioné sobre el noventa por ciento de los doscientos cuarenta y siete millones de personas que usan drogas y no tienen problemas, la cuestión de la moralidad y la ideología. Si se empezara por los hechos, si se discutiera sobre la evidencia, habría una política completamente diferente, todo el mundo se daría cuenta de que lo que se está haciendo es estúpido. ¿De verdad esperamos un “mundo libre de drogas”? Cortemos ese rollo de mierda: nunca va a haber un mundo libre de drogas.
Quería hacerte un par de preguntas sobre lo de tu hermano, si no te importa que entre en ese tema...
Lo tengo superado, no voy a llorar.
Vale, pues: ¿qué contradicciones tuviste que afrontar entre tu papel como policía y como hermano? Acabas de decir que has superado su muerte, pero supongo que a lo largo de los años tuviste algún conflicto: ¿cómo lo has vivido?
Tenía muchos conflictos cuando mi hermano estaba vivo: era un criminal y yo un policía muy convencido. En el primer libro que escribí había una pregunta y dos personajes. Por una parte yo, el oficial de policía, el bueno de la película: con familia, estudiando, teniendo una carrera. Por otra mi hermano, que no tenía una familia y se drogaba continuamente. La pregunta era: ¿a quién respetas más? Sería fácil decir: “respeto a Peter, él es el bueno”. Pero al final del libro no está tan claro. Ese era el objetivo. Aunque mi hermano sea un yonqui muerto, la forma en la que afrontó su vida es mi motor, mi motivación, mi fuego. Pero cuando estaba vivo tenía muchos dilemas. Sabía que estaba haciendo trabajos sucios para los rusos en Amberes (Bélgica), escondía mercancía que no podía ser vista por las autoridades. Yo lo sabía y era un oficial en el área en la que él estaba trabajando. Me llamó algunas veces con el móvil en el bolsillo por accidente, sin ni siquiera saberlo, corría por la calle huyendo de algo. Escuché muchas cosas que él ignoraba que yo sabía, y siendo un policía en activo debería haber hecho algo con ellas. Por otra parte, mi hermano era el tipo de yonqui que saca un cuchillo frente a un camello si cree que se está propasando o poniéndose violento; por cosas así le respetaban en su círculo. Se decía que nadie ponía en su sitio a los camellos agresivos como él. También le visité en prisión. Fueron momentos incómodos porque había trabajado allí y la gente me conocía. Era una época difícil. Hoy lo hubiera hecho todo de otra forma, pero entonces estaba muy metido en mi carrera. Mirando atrás no me siento orgulloso de mí mismo, pero él se merece lo que hago ahora, y no solo mi hermano, sino todas las personas que se drogan y enfrentan muchos problemas que la policía y la justicia solo están empeorando.
En un vídeo comentabas que le decías a tu hermano: “tú tomas drogas, no yo, nadie te fuerza a ello”, como si le estuvieras responsabilizando. ¿Cuál ha sido tu relación con la culpa a lo largo de los años? ¿Culpaste más a tu hermano, a ti o a las políticas de drogas?
“Ser policía es lo que hago para vivir. Pero cuando me fijo en Filipinas y veo que la policía esta pegándole tiros a la gente porque usan drogas me avergüenzo”
Esta es difícil... En aquel momento estaba convencido de que el “amor duro” era una buena estrategia. Esperaba que se limpiase, y cuando recaía ponía distancia, cerraba la puerta un poco más creyendo que sería útil. Pensaba: “si está trabajando en su problema esto le motivará a continuar por el buen camino”. Ahora no lo creo, pero era tan difícil verlo en su momento... Mi hermano, en algún momento de su adicción, empezó a ser un poco violento y a robar mucho cuando mis padres no querían darle dinero para cocaína o heroína. No podía vivir ya en casa, era intolerable para mis padres. Después vivió en las calles. Acabó como un yonqui de verdad, como los que ves en las películas con una jeringuilla colgando del brazo. Y mientras, nosotros vivíamos en una casa con piscina. Ya no creo en estas historias de amor duro. Algunas personas dirán: “es fácil para ti decirlo, has estado ahí y tu hermano ahora está muerto”. Pero precisamente por eso intento que mi experiencia les sirva a otros... ¿Cuál era la pregunta? Creo que me he dispersado un poco...
Acerca de culpar a tu hermano, a ti, o a las políticas de drogas...
Ah, sí. Hubiera sido muy fácil culpar a mi hermano o a las drogas de todo. ¿Recibía ayuda mi hermano recluido en la cárcel? No, pero eso no quiere decir que no tuviera buena parte de responsabilidad. Otras cuestiones deberían plantearse. Cuando se habla del cuidado de la salud o el tratamiento de drogas en Bélgica hay que saber que se habla de una industria también. Hay comunidades terapéuticas que prescriben abstinencia, la reducción de daños está limitada al intercambio de jeringuillas, metadona, etc. Pero si mi hermano hubiera sido suizo se le habría dado un tratamiento asistido con heroína, tendría una vida normal, iría al trabajo. Culpo a las políticas de drogas, y es principalmente a ellas a las que hay que culpar a diferentes niveles: nunca a las drogas. Las drogas son plantas. El cannabis es una planta, la cocaína viene de la hoja de coca. Se supone que estamos luchando contra... ¿Unos vegetales? [risas]. Es que es lo que hacemos: plantas y algunas sustancias químicas, pero no se las puede culpar. En un desorden alimenticio no culpas a la comida, en una ludopatía no culpas a la baraja de cartas: es tu comportamiento lo que necesita atención. Y aun así yo me culpabilizo también; era su hermano. Por otra parte, teníamos una hermana con una enfermedad mental. A los nueve años fue diagnosticada de esquizofrenia y trastorno límite de la personalidad. No éramos una familia feliz y acomodada del todo. Yo pude escapar al entorno militar a los quince años y nunca volví a casa, pero mi hermano no pudo escapar. Quizás empezó a usar drogas para evitar los problemas que había en casa. Debería haber estado mucho más presente en su vida; estoy bastante seguro de que habría vivido algunos años más. La culpa está por todas partes en el libro... ¿A quién culpar? Es una buena pregunta. A todos: a la sociedad, a los que hacen las políticas de drogas, a mi hermano, a mí...
¿Algunas palabras finales?
No cerréis la puerta. Si hay algún consejo que me gustaría dar es este: no pongáis en práctica la táctica del “amor duro”, no lo hagáis. La gente necesita metas nuevas, como una pareja, un trabajo o una carrera. Drogarse puede ser la mejor opción al alcance de alguien en un momento determinado de su vida, puede ayudar a crear un nuevo propósito, un nuevo sentido, una meta para que la necesidad de drogarse sea menor. Si quieres que alguien se recupere mantén la puerta abierta, que el entorno social siga funcionando. Lo que no hay que hacer es cerrarla y esperar que alguien se limpie y vuelva sobrio. No va a funcionar. No cerréis la puerta. Eso es todo.