Desde que Ernesto Jiménez Linares (Granada, 1967) descubrió sus aptitudes para la música la ha utilizado “como ansiolítico”. Se le reconoce como uno de los mejores a la batería del país, y en Los Planetas ha dejado su alma intensa en cada redoble. En alguna ocasión ha dicho: “Devuelvo con la batería los golpes que me dio la vida”. Debieron ser muchos, porque cuando Eric la aporrea parece un herrero dando forma a la música. A finales del año pasado publicó Cuatro millones de golpes (Plaza & Janés), donde con humor y ternura entrelaza su vida íntima y su experiencia en la música.
A la biografía de Eric Jiménez se le pueden achacar fallos de forma, fondo o contenido, pero resulta difícil negar que su prosa sabe capturar su pasión por la vida y la música pese a que, como él dice: “La música no me ha salvado la vida. Quien lo ha hecho es la aceptación de la gente y el miedo a defraudarles”.
Eric pasó una infancia complicada aunque “ni peor ni mejor que otras”. Vivió con sus hermanos en la pensión Penibética, que regentaba su madre en Granada.
No era consciente de mis carencias”, dice. “Soy hijo de madre soltera y durante mucho tiempo no fui admitido socialmente. Era la época franquista, en la que ser hijo de madre soltera era ser un hijo de la gran puta, aunque eso lo eran ellos”, comenta con palabras amargas. Durante la entrevista me cuenta que de pequeño no le vigilaban mucho y que aprovechaba para comerse todas las golosinas que podía. “Tengo cincuenta y un años y me gusta el menú infantil. Las cosas tienen su lógica. Le digo al chef del restaurante de lujo: ‘¿qué me pondrías si tuviera siete años?’. Me meto en una tienda de chucherías con cincuenta euros y le quito todas las piruletas a los niños”, bromea. “Yo con diez euros en peta-zetas me lo paso de puta madre”.
En 1982 se une a KGB, un grupo punk de la escena granadina. Eric lo percibe como “una manera de ser admitido en algo”. Desde entonces dedicará casi todo su tiempo a la batería. Eric ha pasado por dos de los grupos más influyentes del pop-rock español de los noventa: Lagartija Nick y Los Planetas. Su batería está en dos de los discos más importantes de la década, el monumental Omega (El Europeo, 1996), de Enrique Morente, y el planetario Una semana en el motor de un autobús (RCA-BMG, 1998), cuyos ecos aún resuenan.
¿Qué te lleva a escribir tu biografía?
Me vino la oportunidad desde la editorial y, sobre todo, de Holden Centeno. Fue quien me ayudó en la escritura y más me animó. Me pareció interesante contar de forma simultánea qué es lo que pasó tanto en mi vida como en la música. Por otro lado, creo que cuanto más mayor eres vas teniendo más mala hostia: prefiero escribir ahora sin rencor y contarlo abriéndome totalmente a esperar más y que me hubiera salido la “mala follá”. Me ha servido como análisis de mi vida y para ver en qué ha cambiado.
El tono es bastante cómico, ¿es por azar o por gusto?
Los músicos suelen escribir biografías muy musicales y decir: “cómo molo”. Lo que hago no es una biografía diciendo que buscaba la libertad porque siempre la tuve, ni que el primer disco que hice fue una obra maestra, ya que mentiría. Mucha gente lee biografías para pillar un personaje y seguirlo hasta que se muera. Digo bastante que “el cementerio está lleno de rockeros vestidos de payaso”. Yo soy un payaso pero no vestido de rockero. Quería algo íntimo para mostrar el lado que no conoce la gente sobre la persona que toca la batería. Aquí no hay personaje.
¿No te tragas el cuento de que el éxito es siempre de “personas hechas a sí mismas”?
Nadie se hace a sí mismo. Las circunstancias te van haciendo. Desconfío de los que dicen que se hacen a sí mismos porque depende mucho de dónde naces y de lo que te pasa. Conozco muchos éxitos sin nada de trabajo y trabajo duro sin éxito. El factor suerte es fundamental. Hay gente que dice que es de la tierra, de Granada. ¡Los cojones! Yo soy de Granada, pero de mí forma parte el clima, con quién me he juntado de pequeño, el carácter de esta parte de Andalucía, todo.
¿Es ese carácter que dices el que te mantiene en tensión entre el sentimiento de culpa y el orgullo punk de no tener que arrepentirse de nada?
Puede que tenga ese sentimiento de culpa porque durante mucho tiempo me he sentido muy inseguro. La inseguridad me hace tener miedo a hacer las cosas mal. Por otra parte, creo que hasta las cosas jodidas que he hecho tienen su lado positivo. Siempre he combatido todos los malos momentos con grandes dosis de humor. Así aprendí a reírme de mis desgracias y, sobre todo, de las desgracias de los demás. Aunque siempre me río primero de las mías. Me ha tocado dar muchos capotazos, y eso que odio los toros. Tener que salir de situaciones complicadas en las que hay que darle la vuelta a las cosas. Así la vida es más fácil aunque por dentro se te retuerzan las tripas.
Omega, Morente, Los Planetas
Un punto de inflexión de tu vida llega cuando conoces a Enrique Morente y grabáis Omega.
En Omega se juntan Lorca, Leonard Cohen, Enrique Morente y Lagartija Nick. Nuestro grupo no era el típico de fusión de la época. Cuando se hablaba de fusión se iba uno al blues o al funk. Nosotros escuchábamos Sonic Youth o Nine Inch Nails, que es diferente a lo de B.B. King. Ni mejor ni peor, solo diferente. A lo mejor lo nuestro no es tanto fusión como un “choque de caracteres”. Enrique era un miura: muy punk y muy radical. Hacer Omega fue muy bonito y muy duro: había tensión constante y nadie estaba seguro de adónde iba ese barco. Lo que pasa es que ese barco tenía cada vez más registros, más cosas, con un genio interpretando, con un elenco de guitarristas acojonante… Iba sin timón pero sin parar.
Antonio Arias (Lagartija Nick) dijo: “Morente era agotador y obsesivo porque no paraba de crear”. ¿Qué parte del Eric de hoy le debe algo al genio de Morente?
A Morente se le juntaban varias cosas. Tenía tanta genialidad que durante un cante podía irse a la luna y volver. Creías que se había ido y que no sabía volver pero sí sabía. Esto creo que influía en que cuando trabajabas con él muchas veces tenía poca memoria y hacia las cosas de forma totalmente diferente, posiblemente por su cantidad de registros. Gracias a su máquina imparable de crear y su mala memoria hacía que la cosa fuese grandiosa. Es una riqueza pura, como tiene que ser el arte. Me metí en el tema del flamenco de su mano, yo que no tengo ni puta idea de flamenco. Y veo que empieza a llevarme a cosas como la del Liceo, donde me invita a tocar en una canción que no había escuchado en mi vida. Te hacía ponerte en una adrenalina mágica. Él sabía que podíamos sacarlo adelante aunque fuesen en sitios tan grandes como el Liceo. Tirarse al barro en sitios donde o te dan la corona o te cortan la cabeza.
Criticas bastante a los que se subieron al carro de “yo creí en Omega desde el primer momento”. Arias dijo sobre esta gente que “es una manera muy cainita de ver el proyecto y decir: ‘cuando me llegue el eco daré el aplauso”.
Nadie de esa gente creía en Omega. Hay gente que ahora se pone medallas diciendo que apoyaba el disco, y por aquel entonces le decían a Enrique: “Si haces esto te va a arruinar la vida”. Como él escuchaba mucho a la gente para hacer lo contrario, pudimos seguir adelante. Creo que es un disco que será inmortal. Se junta ahí algo que es muy difícil que se vuelva a juntar. Hasta el momento en el que se acabó no sabíamos cómo iba a terminar. Por eso, que nadie diga que sabía qué estaba pasando porque ni siquiera nosotros sabíamos la textura que iban a tener las canciones. ¡Se ensayaba grabando! Las canciones entraban y salían tres o cuatro veces en el mismo día. Pero es una de las maneras más puras de crear algo. Dejarse llevar por el instinto y ver qué pasa sobre la marcha.
La relación de Los Planetas con los medios siempre fue tensa. Pero de un tiempo para acá se os ve más tranquilos ¿Os estáis relajando?
Teníamos una rebeldía dentro hacia todo. Todavía la tenemos. Pero ten en cuenta que hay muchos tipos de prensa y, al fin y al cabo, luego todo queda en manos del que monta la entrevista. Puede dar un mensaje u otro. Con mi libro algunos titulares han sido: “Mi padre me encañonó con una pistola”, como si fuera Charles Bronson. Es verdad que eso pasó, pero te da una idea que saca todo de contexto. Después de pasar por muchas entrevistas en las que se dice una cosa y luego sale otra, llega un momento en el que digo: “si se me va a joder la entrevista, vamos a despotricar de lo que me dé la gana”. Así que ya les doy yo el mensaje jodido.
Han pasado veinte años de la salida de Una semana en el motor de un autobús. Pese a que ahora se reverencia, tardó en reconocerse su importancia.
Era un disco esperado y la prensa especializada lo acogió bien, pero nadie lo catalogó como obra de arte como se hace ahora. Pop, el disco anterior, era muy naíf y tenía frescura, pero no la profesionalidad que quizá sí tiene Una semana en el motor del autobús. Pero tampoco se le aplaudió excesivamente: estamos en un país en el que los discos triunfan a los diez o quince años. A Omega le pasó también. Quizá las cosas tienen que madurar en el tiempo.
“Que al menos sepan que lo sé”
Con tus proyectos has colaborado bastante en el paisaje sonoro de Granada. ¿Cómo vives esto?
Mucha gente que viene a mi bar los fines de semana son de fuera. Vienen porque la escena musical de Granada es cada día más grande, amplia y variada. Un turismo musical. Saben que es una ciudad con muchos estilos y hay pocas así. Te vas a encontrar a Lori Meyers, Guadalupe Plata, Escorzo o quien sea. “Granada ciudad del rock” es un circuito en el que ponen unas púas de guitarra en los bares donde pasó algo que ha contribuido a la música. Casi todos los grandes discos nacen en bares por la noche y no en los estudios.
En “Islamabad” (canción del disco Zona temporalmente autónoma, de Los Planetas) mezcláis vuestro rollo con el del trap de Yung Beef. ¿Qué te parece la actitud del trap? ¿Te pilla toda esta movida un microsegundo a contrapié?
La actitud del trap me parece cojonuda. Es como cuando nace el punk. En cuanto a su aspecto de crítica social, creo que está bien que la gente se exprese de forma violenta mediante el arte. Lo prefiero a que se sea violento en la realidad. Está bien incluso aunque sean muy duras esas críticas. J. (Los Planetas) escucha mucho trap; yo no escucho nada. En algunas letras veo una actitud muy machista y eso me tira para atrás. También porque creo que el trap es algo muy pasajero. Pero me gustan los tocahuevos y los aplaudo, aunque eso no significa que me interese ese estilo.
Ahora que lo mencionas, ¿sigues afinando tu habilidad de “tocar los huevos”?
Totalmente. Sí, sí. Es mi habilidad. Tengo la cara casi entera y la tenía que haber tenido partida desde hace mucho tiempo.
¿Cuatro millones de golpes te ha servido para reconciliarte con alguna parte de ti que no te gusta?
No. Creo que me ha servido para reconciliarme con la parte que no me gusta de muchísima gente. Transmitirle a algunos: “sois unos cabrones”. Que al menos sepan que lo sé.