La experta en mundo clásico fue la encargada de inaugurar las Jornades Filosòfiques en Barcelona, que en su séptima edición han tratado sobre las drogas. La elección de Giulia Sissa provocó un justificado cabreo entre algunos asistentes. En este momento en el que no es fácil dar con defensores de la prohibición de las drogas, resulta interesante encontrarse con una académica como Sissa, cuya ambigüedad en un contexto como el de las Jornades Filosòfiques llamó mucho la atención.
En el acceso al hall del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) mucha gente, y toda superando los treintaicinco calendarios. Unas jornadas filosóficas con esa expectación aumenta la fe en la talla intelectual de este país, en el que según dicen las estadísticas un cuarenta por ciento de los adultos españoles no ha leído un libro entero en los últimos doce meses. En la conferencia que inauguró las VII Jornades Filosòfiques hubo jóvenes, pero llegaron más tarde que los mayores y fueron los primeros que, poco a poco y sin hacer ruido, abandonaron la sala.
Antes de darle la palabra a Giulia Sissa, los filósofos Xavier Bassas y Felip Martí-Jufresa explicaron por qué este año el tema de las charlas serían las drogas. “Para romper los binomios que han establecido los medios de comunicación y la literatura en torno a un tema sobre el que sigue habiendo mucha oscuridad: legal/ilegal, natural/química, destructiva/inspiradora…”. Así se expresó Bassas, que puntualizó que todo eso se haría “intentando no caer en la banalidad.” Buen punto de partida para esta revista, también para los presentes, que moviendo las cabezas arriba y abajo demostraban que habían ido precisamente a eso, a ver si se rompían algunos tópicos.
Pero el movimiento afirmativo de testas empezó a variar en cuanto Sissa tomó la palabra y se descolgó con una conferencia que en lugar de aportar cierta luz a la “oscuridad” citada por su anfitrión, se dedicó a perpetuar algunos clichés y algunos supuestos que a buena parte del respetable le parecieron intolerables a estas alturas del debate sobre las drogas. No hubo ni una sola incoherencia, ni un resquicio por el que se escapara algo parecido a una opinión sobre la legalización o un planteamiento que no girara en torno al placer como la simple negación del dolor. Con tanta coherencia, no hubo binomio que se rompiera, y fueron más de uno y más de dos los que susurraron en la sala y fuera si la profesora no sería miembro del Opus Dei.
No hay constancia de que Giulia Sissa forme parte de ninguna orden religiosa, lo que hizo la académica fue recurrir a su formación clásica y freudiana para abordar el tema que le asignaron: “El valor de las drogas”, enunciado que se tomó al pie de la letra y le llevó a establecer la relación entre droga y objeto de consumo; entre riesgo y precio. Y de ahí no se movió. Para Sissa, el consumidor se convence a sí mismo de que puede asumir los riesgos que tiene la droga, que puede comprarla y que la dependencia de esa “sustancia hedónica” es otro de los precios que está dispuesto a pagar. Obvió todos los condicionantes sociales y aseguró que los argumentos científicos son otra manera que tienen los consumidores de avalar su decisión de tomar drogas. Se basó en los ejemplos de los escritores Charles Baudelaire y Thomas De Quincey, figuras que ya analizó en su libro El placer y el mal. Filosofía de la droga para demostrar que el lenguaje que utilizan ambos autores para hablar de su experiencia de la droga demuestra que esta es un bien de consumo más, otra tuerca del sistema capitalista. “La felicidad se puede comprar por un penique y llevarla en el bolsillo”, escribió De Quincey. “Y Baudelaire habla de ‘comprar’, ‘vender’, ‘jugar sobre seguro’… Ese es el lenguaje de la economía”, insistió Sissa.
A la pensadora le faltó insistir un poco más en que la cafeína no podía tratarse igual que la heroína, o eso debieron pensar parte de los presentes, porque al tomar la palabra, un señor entre el público que se presentó como exyonqui aseguró que la charla no le había gustado y que “la señora Sissa había obviado la importancia del contexto”. “Usted habla de libertad de acción y eso no siempre sucede. A veces entra uno en vorágines que no le permiten tener capacidad de decisión”. Otro de los asistentes le afeó a la profesora que solo usara referentes basados en Freud, Heidegger y Platón, todo demasiado cristiano y demasiado superado. Un chico más joven, minoría en la sala, se levantó y dijo: “Soy adicto al THC”. Explicó que había pasado por un centro de terapia y no entró en las honduras filosóficas que había planteado Sissa y alguno de sus detractores. “Yo solo quería compartir mi experiencia”, dijo el chico, poniendo de manifiesto que a esa charla inaugural en el CCCB cada uno fue a hacer o esperar cosas distintas.
Todo en su discurso destilaba un rechazo hacia toda sustancia, incluso las legales, que modifican el humor o la conducta.
Sissa se defendió de las críticas como pudo. “Es una buena noticia que haya sustancias hedónicas, el problema es cuando el placer se convierte en lo contrario”. Habló de la falta de altruismo de quienes se dicen libres para consumir y luego tienen que depender de otros para que les cuiden cuando llega la fase de dependencia. En ningún momento habló de enfermedad, ni de pecado, pero todo en su discurso destilaba un rechazo hacia toda sustancia, incluso las legales, que modifican el humor o la conducta. Más que llevarla a inaugurar unas jornadas como estas, habría sido más acertado llevarla a alguno de los debates de días posteriores y contraponer su punto de vista al de otros invitados. Por ejemplo, con Luis Andrés Bredlow, también filósofo y estudioso del mundo clásico, partidario de la legalización de todas las drogas.
La elección de Giulia Sissa para dar la charla inaugural fue un error que provocó cierto cabreo entre muchos asistentes. Algunos lo manifestaron sin ni siquiera acabar la conferencia. Otros lo comentaron ya en la salida, donde hacía rato que estaban los más jóvenes compartiendo un porro.
“Creo que hay demasiadas drogas legales”
Al saber que Giulia Sissa inauguraría las Jornades Filosòfiques en el CCCB, quisimos entrevistarla para saber su particular opinión sobre las drogas.
“La adicción produce muchas discapacidades y enfermedades a largo plazo en Estados Unidos, donde hay alarma por el aumento de casos en los últimos años”. Esta es la primera frase que dice Giulia Sissa cuando se le pregunta por el referéndum que se celebrará en California el 8 de noviembre, Estado en el que vive, para legalizar la marihuana de uso recreativo. A esta profesora de Ciencias Políticas y Estudios clásicos de la Universidad de California y doctora en Estudios Clásicos por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París no le interesa, asegura, si una droga es o no legal, sino sus consecuencias sobre las personas. Con ese planteamiento se presentó en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona a inaugurar las VII Jornades Filosòfiques, que este año han versado sobre las drogas.
De formación freudiana, Sissa reconoce que su marco teórico está muy marcado por esa y otras influencias parecidas, y cuando se le hace ver que su teoría encaja pero que la vida es otra cosa, abandona por un momento su faceta de pensadora y recurre a su trabajo entrevistando a cientos de exdrogadictos para dotar sus opiniones de un carácter práctico. Lo que conoce Sissa son los estragos de la heroína, y por eso sus análisis siempre giran en torno al adicto, no al consumo por placer y controlado.
¿Cómo ve alguien que vive en California desde hace veintidós años la votación del 8 de noviembre para aprobar la legalización del uso recreativo de la marihuana?
No estoy en contra pero creo que hay demasiadas drogas legales. Soy de la opinión de que hay demasiadas drogas legalizadas.
Explíquese.
Lo veo con las drogas de prescripción. En Estados Unidos son un problema, ya que un alto porcentaje de los adictos a alguno sustancia lo son de tranquilizantes o analgésicos que les han recetado sus médicos de cabecera. Vas al doctor, le dices que pasas una mala racha, y es fácil que te prescriba dos o tres medicamentos que pueden generar dependencia.
¿Piensa lo mismo del cannabis de uso terapéutico?, ¿cree que no debería ser legal?
No entro a valorar cuestiones médicas porque no conozco los detalles científicos y porque lo que como pensadora me pregunto no es cuánto cuesta una droga, ni si debe ser legal o no. Lo que me pregunto es: ¿cuál es el mensaje que se envía a los más jóvenes? No hay nada malo en tomar café cada mañana si eso te hace estar más activo, ni de que alguien se fume un porro si eso le relaja. Lo que me pregunto es cuál es el mensaje que se les da a los jóvenes si se aprueba el uso recreativo.
¿Y cuál es, según usted, ese mensaje?
Creo que es de cierta glorificación, creo que se presenta como una panacea y me preocupa cómo recibe la población más joven, aún en formación, ese mensaje. La cuestión no es si uno rompe o no una ley consumiendo drogas. La cuestión es qué pasa con tu cerebro, con tu vida, con tus deseos, si necesitas eso para socializar, para aprender, qué eres sin esa sustancia.
¿Cree que la legalización trivializa la droga?
Creo que la propia ciencia las trivializa. Pasa cuando tomamos medicamentos. Son necesarios, quitan el dolor, nos calman, curan enfermedades. Eso lo sabemos y, por eso mismo, muchas veces no reparamos en los efectos secundarios. Eso para mí es trivializar una sustancia agarrándose a la ciencia, es quedarse solo con lo que nos interesa para justificar que hemos decidido tomarla.
La inevitable angustia existencial
En el número 225 de Cáñamo, Fernando Pardo recogía las nuevas aproximaciones que la ciencia, sobre todo la neurobiología, han hecho en relación con la adicción, no contemplada como una enfermedad, sino como parte del proceso madurativo y de la gestión del deseo. Citaba a Marc Lewis, científico y exadicto a varias sustancias, y su teoría sobre la biología del deseo, que considera la adicción como una etapa a superar por el adulto, quien debe aprender a pasar del alivio inmediato que obtiene con la sustancia a fijarse en una meta más a largo plazo. También habla de que el drogodependiente es alguien que solo contempla el presente. Resumiendo: lo mejor para evitar una adicción es tener (o inventarse) expectativas. Sissa recoge una idea parecida cuando explica que la naturaleza humana tiende a la “angustia existencial” y que el adicto, dice, es quien no espera, quien busca una solución rápida.
En su libro El placer y el mal. Filosofía de la droga (Península, 2000) explica que las “sustancias hedónicas” han devenido un bien de consumo como otro cualquiera. ¿No cree que además de querer consumirla, obtenerla, hay otros motivos por los que alguien decide consumir una droga?
Claro que los hay. El ser humano se enfrenta cada día a decenas de macrodecisiones que le generan estrés y angustia existencial y busca ayudas. No digo que el ser humano no deba buscar cosas que le faciliten la vida, lo que digo es que muchas veces recurre a ellas sin haber pensado antes, sin haberse tomado un tiempo. Nadie quiere sufrir, pero ser adulto supone tomar decisiones, equivocarse y padecer en mayor o menor grado esa angustia existencial de la que hablo.
¿Hay que deducir de lo que dice que alguien que consume drogas es infantil?
No necesariamente. Las sociedades de todos los tiempos y todas las culturas se han enfrentado a esa angustia existencial, y todas han tenido a mano a algún producto para combatirla. Las drogas son un ejemplo pero hay otros, como el amor y el sexo. También alivian, dan confort, seguridad, pero también malestar y ansiedad porque los amantes te dejan, se van, se mueren, te hacen sufrir… Lo que quiero decir es que todo, amor, sexo o una copa de vino, son bastones que sirven durante un rato. El problema con las drogas es que tienen consecuencias.
Usted se refiere a drogas duras, ¿verdad?
Sí, yo he hecho trabajo de campo con grupos de exheroinómanos en Estados Unidos. No es lo mismo el café que el cannabis, ni el cannabis que la cocaína. Pero lo que digo va al centro de la cuestión, es una reflexión que va más allá. Por ejemplo, imaginemos que inventamos el opio perfecto, uno que sea como un buen vino: lo tomas cuando quieres, te hace gozar y no crea dependencia. Es decir, un producto que nos da placer de manera discontinúa, porque no necesitamos tomarlo cada día porque lo controlamos. Lo que yo digo es que eso es la vida, que si aceptamos consumir una droga solo a veces y solo a veces obtener sus beneficios, también podemos asumir que la felicidad es intermitente y buscarla en otras expectativas que no tengan las consecuencias de una droga.
El dolor y las mujeres
Usted que es estudiosa del mundo clásico, ¿ha cambiado a lo largo de la historia el concepto de deseo?
Sí, pero uno de los que más resiste es el que define el placer partiendo del dolor. Es decir, se llega al placer cuando se acaba con el dolor, cuando se elimina. Es, por tanto, una explicación negativa del placer. Los griegos, desde Homero, nos muestran un mundo de cansancio, peligro, dolor, lucha, guerra… No es un mundo perfecto, es un mundo difícil, pero también hay en ese mundo música, comida, charlas, buenos momentos. Quizás lo que digo suene arcaico pero es así de simple: el placer es algo interrumpido. No podemos estar todo el día comiendo o escuchando música, porque el mundo sigue y es nuestro deber cuidar de él en un doble sentido: cuidar porque nos interesa y cuidar porque nos preocupa tener un trabajo, hijos, una vida. Y todo eso genera la ansiedad existencial de la que hablo.
¿Qué lugar ocupa el deseo en esa toma de decisiones?
El deseo está desde el inicio de la vida. No hay más que ver la manera en la que un bebé se aferra a la teta de la madre. Crecer supone ir aprendiendo a postergar el deseo, aprender a esperar, a decir “no me tomo este vino porque tengo que conducir o porque tengo que madrugar”. Y decidir tomártelo mañana, que es sábado y no tienes obligaciones. Lo ideal en un adulto es que el principio de realidad sea el principio de placer, y eso se consigue aprendiendo a posponer, aprendiendo a controlar el deseo.
Es sacrificado.
Sí, pero no quiere decir que uno esté sufriendo todo el tiempo. Quiere decir que uno debe asumir que no puede ser feliz todo el tiempo, que hay bajones, que hay crisis, que hay problemas. Muchos de los casos de adicción que he estudiado y conocido de cerca tienen que ver con una cuestión de tiempo. Con haber querido solucionar o evadir una situación sin encajarla, sin dejar que pase el tiempo y otras cosas para que todo vuelva a su sitio.
En España, el último informe de la Unión de Asociaciones y Entidades de Atención al Drogodependiente desveló que de las personas que en el 2015 pidieron ayuda para dejar alguna droga solo el veinticuatro por ciento son mujeres. Sin embargo, más de la mitad son chicas de menos de 16 años. ¿Se le ocurre alguna explicación?
Es un dato preocupante y no conozco el detalle o las causas. En Estados Unidos también vemos como cada vez son más jóvenes las chicas que se enganchan a una sustancia. Allí, los hombres siempre están por delante en número en las encuestas sobre adicciones, al menos en los estudios que yo manejo. No sé cuál es el motivo, pero he oído decir muchas veces entre algunos colegas que el hecho de que las mujeres tengamos varias “citas obligadas” con el dolor en nuestra vida (menstruación, partos, cambios hormonales) nos ha hecho normalizar el dolor físico. Y dicen que eso nos ayuda a encajar el psicológico, y que nos enseña que la felicidad aparece y desaparece cíclicamente.
¿Cree entonces que las mujeres tienen mayor resistencia a las adicciones?
No estoy segura y no me gusta aferrarme a una idea sobre la que no tengo datos concretos. Además, creo que a los hombres aún se les exige mucho de un tipo de masculinidad que va en declive pero que todavía persiste. Tienen que destacar en deportes, mostrar cierta agresividad para ser aceptados en el grupo… Creo que en muchos lugares del mundo aún es muy duro ser hombre, y por eso creo que una sociedad más igualitaria sería casi tan beneficiosa para ellos como para nosotras.