En el nombre de maría
Las Hermanas del Valle venden productos terapéuticos extraídos del cannabis y promulgan un estilo de vida basado en la justicia social y el feminismo desde California
Las Hermanas del Valle venden productos terapéuticos extraídos del cannabis y promulgan un estilo de vida basado en la justicia social y el feminismo desde California.
Kate es la madre superiora de las Hermanas del Valle, organización que rinde culto a la Madre Naturaleza y al cannabis. No es una broma ni una campaña publicitaria para llamar la atención sobre algo que ella considera indiscutible: las bondades medicinales de la marihuana. Las descubrió cuando un sobrino suyo superaba los estragos de la heroína y consiguió dejarla definitivamente gracias a la yerba. En el 2008 cultivó su primera planta, pero fue en el 2011 cuando se vistió de monja y unió las causas que la preocupan bajo el mismo hábito.
Viste, trabaja, vive y reza como una monja, pero no pertenece a ninguna orden religiosa. “Esto nace porque se ha destruido a la clase obrera, ya no hay clase media y mucha gente vive en la desesperanza”. Su indumentaria y sus votos son fruto de la indignación: “Si la pizza es un vegetal, yo soy monja”, se dijo tras saber que el Congreso contaba como verdura la pasta de tomate que ponen en las pizzas de los comedores escolares de Estados Unidos.
Dicho esto, empezó a usar un disfraz de religiosa para ir a las protestas del movimiento Occupy Wall Street, del que es parte activa desde sus orígenes. “Fue allí donde me di cuenta de que no había sacerdotes ni monjas protestando junto a la gente en una época en la que muchas personas se sienten perdidas y la economía anda extraviada”.
“La monja indignada” o “hermana Occupy” son algunos de los nombres con los que se presentaba en las concentraciones. Hoy se hace llamar hermana Kate, viste un uniforme elegido por ella misma y pone en práctica los principios por los que lucha mientras gestiona un negocio de productos terapéuticos hechos a partir del cannabis. Su convento es su granja, una austera casa de campo en la ciudad californiana de Merced, donde cultiva la yerba junto a su todavía única “hermana”, Darcy.
Problemas con la ley
En las afueras de esa ciudad, ubicada en el valle de San Joaquín, ambas usan el cannabidiol para hacer tinturas y cremas artesanas que venden a todo el mundo. El ingrediente que utilizan no es psicoactivo, no coloca, y se emplea con fines terapéuticos. “Lo que más vendemos es el ungüento. Buscábamos un calmante para músculos y articulaciones pero encontramos mucho más. La gente nos cuenta que cura las migrañas y los dolores de cabeza, la dermatitis del pañal, lunares y otras manchas de la piel”.
“Somos muy transparentes acerca de nuestros ingredientes: hoja de cannabis, aceites de coco, de lavanda, de vitamina E, de caléndula y cera de abejas. Todo orgánico y de calidad alimentaria”. A pesar de esa transparencia, deben vender el producto como “experimental”. “Es la consecuencia de setenta y cinco años de prohibiciones y calumnias vertidas sobre la marihuana”, explica la hermana fundadora, que ha sufrido varias embestidas relacionadas con las reservas legales y morales que aún hay con el cannabis.
Una de ellas tuvo lugar cuando la tienda en línea Etsy les cerró la página a través de la cual vendían sus productos en todo el mundo acusándolas de otorgarle propiedades médicas a sus ungüentos. “El lunes viene el sheriff a inspeccionar la granja”, explica Kate con tranquilidad. La visita policial obedece a un problema que empezó en octubre, cuando el Estado de California aprobó la Ley de Seguridad y Regulación de la Marihuana, que prohíbe el cultivo comercial y dejó en manos de las autoridades locales decidir si hacían su propia ley o cedían el control de estos asuntos al Estado. Y en Merced decidieron prohibir la comercialización hasta que tuvieran una norma propia.
Las “monjas”, por supuesto, se oponen a la prohibición y consideran que ahora mismo están en una “zona gris” en la que también se encuentra la propia ley. “Nosotras somos activistas de la planta entera y, por tanto, partidarias de la marihuana recreativa.” También apoyan la legalización de todas las drogas. “Lo que hay que hacer es ayudar a mucha gente que está sufriendo para que no caiga en adicciones. Hay que darles puestos de trabajo, dignidad y esperanza. Esa es la manera en que los problemas relacionados con las drogas desaparecerían de forma natural”.
Su compromiso social también está vinculado al lugar en el que viven y creen que las resistencias a legalizar la yerba son más profundas de lo que parecen. “El 57% de la población de Merced es negra, pero todos los políticos son hombres blancos. Blancos, mayores y gordos”, explica Kate, que se muestra muy retadora con el orden establecido y pretende cambiarlo. “Tenemos que conseguir un gobierno representativo. Cuando lo tengamos, podrán cambiar también las leyes del cannabis, porque no hay duda de que son leyes racistas en su origen”.
Una orden feminista que admite hombres
La Hermana Kate ha forjado una empresa y un estilo de vida. “Consiste en honrar a la Madre Tierra y sus dones y en ayudar a su gente. No hemos inventado nada, solo unimos a las mujeres que sienten igual y quieren compartir lo que ya se sabe sobre la planta”. Su mensaje tiene prédica y las dos monjas reciben cada día muchas solicitudes para unirse a su proyecto. “Hermanarse no es algo automático y vamos despacio porque tenemos una imagen y un ideal”, explica la hermana Kate a Cáñamo.
De momento, solo la hermana Darcy la acompaña, pero esperan a otras dos dentro de poco: Rose, una joven del condado de Mendocino, que está en su etapa de “novicia”, y otra que ya ha sido seleccionada y se unirá a la causa procedente del estado de Washington. “Hemos recibido ofertas para abrir delegaciones en otras partes del mundo”, cuenta la fundadora, que prefiere ir poco a poco.
Kate siempre habla de las mujeres, pero en su comunidad hay varios hombres. “Tenemos al hermano Zane, que vive en la granja y dirige la propiedad. También están Emery y Kevin, estudiantes de la Universidad de California que están a punto de conseguir sus grados de ingeniería y pasarán mucho tiempo en la granja para ayudarnos con nuestros proyectos”.
También ellos cumplen con los votos de la comunidad y llevan uniforme: camisa blanca, pantalón de algún color sólido o tejano y sombrero de paja. Las hermanas aseguran que les cuesta mucho convencerlos de que lleven esa indumentaria. “Son nuestros hermanos”, explica Kate. Pero la cara visible son ellas y no es casual. “El punto de partida era construir empleos honorables para las mujeres, y este es un proyecto originado y dirigido por mujeres”, explica la hermana Kate, que define su modelo como feminista, espiritual y comprometido con la sociedad.
La combativa Kate
La hermana Kate se llama en realidad Christine Meeusen y tiene cincuenta y siete años. Es seria y rotunda y dice no recordar ninguna anécdota divertida relacionada con su decisión de hacerse activista de los derechos humanos, sociales y el cannabis. “Solo puedo decirte que todo el mundo nos reconoce como las monjas de la yerba”. Después de trabajar en Holanda asesorando a grandes empresas y ayudando a otras más pequeñas a reinventarse, le llegó su turno. “Llegué a California en el 2008 y me encontré con que los enfermos y los pacientes terminales topaban con médicos muy conservadores a la hora de recetar cannabis”. Explica que solo lo administraban a personas con párkinson y que conocer de cerca algunos casos le enseñó mucho. “Quise facilitar el acceso a todo el mundo, trabajar en ese mundo de la medicina natural y hacer productos que pudiera exportar fuera del valle central de California”. En la revista Fresno Alliance escribió un artículo sobre lo alejadas que estaban las instituciones religiosas ante los problemas de la gente, y de ahí partió la idea de disfrazarse de monja. Es feminista pero prefiere apoyar el activismo de Bernie Sanders que a Hillary Clinton, candidatos a las primarias del Partido Demócrata. “Será nuestro próximo presidente. Tenemos plena confianza en que eso va a suceder, y nos hace muy felices porque somos devotas”.
La nueva era de la hermana Darcy
Darcy solo tiene veinticuatro años. Después de haber trabajado en algunas granjas de cultivos ecológicos, conoció el proyecto de la hermana Kate y quiso unirse a él. Al preguntarle cómo lleva una mujer tan joven vivir recluida, asegura que no es tanto sacrificio como parece. “No estoy aislada. A la granja viene un montón de gente con la que interactuó. Además, me tomo fines de semana libres para ir a la costa o a la montaña, y me encuentro con amigos”. Explica que su hábito no es una condena, y que puede dejarlo unos días cuando necesita un poco de libertad. “Pero debo decir que no me gusta salir”, dice una joven que asegura vivir “una nueva era” en el “nuevo orden que ha nacido”. Para su familia no es fácil entender que prefiera vivir en el campo y lejos de ellos, pero para ella este era el proyecto que estaba esperando. “Siempre he sabido y entendido que el cannabis es una cura, una planta inteligente. Cuando me enteré de lo que la hermana Kate hacía, no lo dudé y me entrevisté con ella. Y aquí estoy desde entonces”.
Toda congregación religiosa tiene restricciones a los placeres terrenales. Los de las Hermanas del Valle son seis:
- Voto de servicio: practicar la medicina y educar a la gente para que conozca los beneficios saludables del cannabis.
- Voto de castidad: no requiere una vida de celibato, solo son célibes y veganas mientras duran los ciclos lunares, momento en el que preparan sus productos.
- Voto de vida sencilla.
- Voto de ecología: tiene que ver con la sostenibilidad del planeta y una dieta basada en plantas.
- Voto de activismo: deben dedicar un tiempo a la semana a aumentar su dedicación a las causas que defienden.
- Voto de obediencia a los ciclos lunares y la hermandad.
Y tres pecados capitales
Estas son las faltas imperdonables, y todas están relacionadas con el trato a una yerba que consideran sagrada:
- Avergonzarse de usar cannabis.
- Perpetuar los mitos sobre el cannabis y negar su valor medicinal o el libre acceso al cannabis.
- Destruir plantas de cannabis
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