Empecemos por el principio. Cuéntanos acerca de tus orígenes y tu familia.
Nací en San Salvador, la capital de El Salvador, en una familia de clase media. Mi papá es abogado y mi mamá trabajaba para una empresa constructora. Estudié en colegios católicos, aunque en mi casa nadie era religioso. De hecho, mi papá es ateo comunista y mi mamá, católica no practicante.
¿Cuándo sentiste la llamada de Dios?
Fue un día en el colegio. Escuché una oración y volví a casa preguntando. Así conocí la religión y empecé a ir a la iglesia de niño. Creo que siempre tuve la vocación de dedicarme a esto, aunque fueron varios los pasos que di antes de tomar la decisión. El hecho de que me llame Martin Ignacio en recuerdo de Martin Baró e Ignacio Ellacuría, sacerdotes jesuitas españoles que fueron martirizados en El Salvador, hizo que en la adolescencia quisiera entrar en la Compañía de Jesús. Estuve con los juniors jesuitas, pero me di cuenta de que todo el discurso de la teología de la liberación se acabó en los ochenta con ellos. Todo está corporativizado y no me gustó. Quizá el hecho de que mis padres viajaban mucho y pasaban poco tiempo conmigo también afectó, porque de alguna manera durante mi infancia y adolescencia la iglesia fue un refugio donde me sentía contenido.
¿Y tras los jesuitas?
Vivía cerca de donde mataron a monseñor Romero, así que iba a misa en esa misma capilla. Una de las monjas, Carmelita, me dijo que si realmente tenía vocación, me hiciera luterano... Así que visité al obispo Medardo, en San Salvador, y de repente ya era el representante de la comunidad luterana con la comunidad musulmana. Antes de ser luterano nunca me hubiera imaginado hablando con musulmanes o con alguien de otra denominación. Fue una experiencia que me cambió radicalmente. Me llamó mucho la atención la reforma de Lutero, y no solo fue por la cuestión del compromiso social, sino también porque me di cuenta de que, al final, todo se resume en consustanciación y transustanciación. Es decir, los católicos romanos creen que el sacerdote tiene el poder de transformar el pan en carne y el vino en sangre. Los luteranos creemos que eso sucede de forma simbólica. No tengo el poder de hacer eso, es un símbolo en conmemoración al Maestro. Pueden parecer pequeñas diferencias, pero son enormes. Creo que por esta razón muchos católicos son luteranos sin saberlo.
¿A qué te dedicabas en esos años de juventud en El Salvador?
Estudiaba teología y comunicación al mismo tiempo, pero en el 2011 accedí a una beca de una institución supraeclesial para ir a Buenos Aires, a uno de los semilleros para obispos de la Iglesia en Latinoamérica. La experiencia fue un choque cultural brutal y el discurso en muchos ámbitos era mucho más avanzado que en mi país. Aunque en El Salvador ya trabajaba con la comunidad musulmana, la despenalización del aborto o los derechos LGTBI y estaba sensibilizado con este tipo de cuestiones, el tema de las drogas era nuevo para mí. De hecho, siempre milité en movimientos de izquierda y, por aquel entonces, mi mejor amigo fumaba. Él quería formar parte de la organización, pero yo lo estigmatizaba y no le dejaba participar porque le decía que necesitábamos gente seria. Con el tiempo, le pedí disculpas.
“Respecto a las sustancias, en el Génesis se nos llama a la mayordomía de la creación y es aplicable a todas las religiones abrahámicas. Así que no puedo estar de acuerdo con una ley que tiene menos de cien años y que busca erradicar plantas y hongos que son parte de la creación”
¿Cuándo sentiste la llamada de las políticas de drogas?, ¿cómo pasaste de ser prohibicionista a una posición aperturista?
Fue alrededor del 2011, durante el viaje a Argentina. A pesar de que en El Salvador había temas que tratábamos relacionados con la guerra contra las drogas, todavía en aquel momento no era consciente de que la violencia y otras cuestiones estaban ligadas al prohibicionismo. En el Instituto Superior de Estudios Teológicos de Buenos Aires, donde estudiaba, tras las clases, en la librería de estudiantes, mis compañeros estaban fumando con los profesores. Y ahí empezó la auténtica sensibilización. Trabajando en la pastoral juvenil también me di cuenta de que los problemas de la juventud no solo estaban relacionados con la sexualidad, sino también con el uso de las sustancias. En Argentina se hablaba de ello, pero en El Salvador, no. En aquel momento empecé a descubrir también las organizaciones cannábicas de Argentina y a conocer un poco más qué tipo de trabajo pastoral y acompañamiento se podía ofrecer. Fue muy interesante porque, al igual que ocurre con la comunidad LGTBI, yo cargo con el estigma de ser religioso y al inicio percibes el rechazo. Así que se trataba de romper estigmas por ambos lados. Fue una experiencia que me adentró en los problemas específicos de los jóvenes que usan drogas.
¿Y cuando vuelves a El Salvador...?
Al regresar a El Salvador los temas a abordar eran totalmente diferentes. En Argentina, la reducción de daños era el tema del autocuidado o las recomendaciones para gente que tiene las necesidades básicas cubiertas. Cuando llegué a El Salvador, tuvimos que empezar con estrategias de reducción de daños facilitando acceso a papel de fumar. Ahora sí hay disponibilidad, pero en el 2012 tan solo había dos lugares donde comprar papel de fumar, en un centro comercial y en un hotel de lujo, por lo que pocas personas podían acceder a él. Se fumaba en papel de diario, en tapones de lapiceros o hacían unas pipas con cable coaxial y cinta aislante. Terrible. Así que empezamos la reducción de daños regalando papel y preservativos. Imagínate, qué sé yo, lugares como el Festival de la Cerveza ¡y un cura regalando condones y hablando de reducción de daños en El Salvador!
El Salvador es un país bastante desconocido en España. ¿Qué situación de consumo de sustancias se vive en El Salvador?
Justo cuando llegué de Argentina se publicó un estudio gubernamental cuyos datos estaban totalmente maquillados. Así que con el apoyo de otras organizaciones logramos los fondos necesarios para hacer otro estudio de consumo. A grandes rasgos, el cannabis es la sustancia ilegal más consumida, el problema de salud pública se relaciona con el alcohol, mientras que el uso de solventes es el que más se relaciona con la delincuencia. No hubo sorpresas. Sin embargo, en el segundo estudio que hicimos años más tarde, sí hubo novedades que nos llamaron la atención. Por ejemplo, justo en ese período hubo una crisis de deportaciones con Estados Unidos. Parece ser que algunas personas regresaron al país con el conocimiento para producir cristal meth (‘metanfetamina’), por lo que empezamos a ver a jóvenes que cambiaban su autocultivo de cannabis por el uso o la venta de metanfetamina. Respecto a los niños, a menudo tienen un papel en el narcomenudeo no solo de marihuana sino también de cocaína. Justamente para evitar que los menores se involucren con organizaciones de tráfico de drogas y vendan en la escuela, es necesario regular el mercado. Recuerdo que en aquel momento había más de dos mil denuncias de profesores que tuvieron el valor de denunciar que alumnos de entre once y doce años estaban vendiendo en la escuela. Hay casos de denuncias en los que los pandilleros amenazan o matan al profesor o a algún familiar o, simplemente, quien denuncia desaparece. Así que probablemente hay muchos más casos que los registrados. También nos llamó la atención las inconsistencias entre los datos de centros penales, la Fiscalía y los facilitados por el Ministerio de Seguridad respecto a las detenciones y juicios relacionados con drogas. ¡Ese es el nivel! De hecho, justamente esta semana han nombrado a un nuevo ministro de Justicia y Seguridad Pública (Gustavo Villatoro), que está vinculado al cártel de Texis, un cártel poderoso que media entre los cárteles sudamericanos y norteamericanos.
El Salvador forma parte del Triángulo del Norte junto a Guatemala y Honduras, y es por donde pasa el 80-90% de la cocaína hacia Estados Unidos. ¿Cómo afecta este tránsito al país?
Mucho. Solo mirando la punta del iceberg vendrían las tristemente célebres historias de Oliver North con los Irán-Contra y los helicópteros con cocaína que salían del hangar 4 en la base aérea de Ilopango en los ochenta. O el hecho de que el mismo expresidente Alfredo Cristiani ofreció asilo a Pablo Escobar. Es un país que cuenta con una larga tradición, y el problema justamente es que no se reconoce. Cuando empezamos a trabajar a nivel internacional el tema de políticas de drogas, vimos que existen muchos instrumentos y cooperación a los que el país podría acceder para mejorar la situación en materia de drogas, pero no se puede conseguir este apoyo que brinda la comunidad internacional porque el Estado no reconoce que exista narcotráfico en el país. Oficialmente solo hay “colaboradores” de organizaciones de tráfico de drogas. Ser un país de tránsito también afecta en la situación de violencia en la que nos vemos inmersos. Ahora ya no se registran tantos homicidios, pero hay muchos más desaparecidos. Quizá tenga que ver también con la diversificación de actividades de las organizaciones criminales. Por ejemplo, los Zetas hubo un momento que en El Salvador dejaron de traficar con sustancias y se dedicaron al tráfico de tejido humano. Hay una evolución en la exacerbación de la violencia y sofisticación de cómo operan estas organizaciones. Lo más evidente desde que se inició la pandemia es cómo han ido evolucionando el poder de fuego, hasta el punto de tener acorazados u otros materiales que son de uso privativo para ejércitos. No parece que la violencia vaya a disminuir, por lo que ahora es más urgente que nunca la regulación.
¿Cómo son las leyes antidroga en El Salvador? ¿Qué ocurre si alguien consume o posee drogas en la vía pública?
Lamentablemente, depende del personal de seguridad pública que te detenga. En los últimos años ha habido distintos fallos a favor de la despenalización. Hubo uno de la sala de lo constitucional que derogó dos artículos de la ley de drogas, también hubo un fallo de la sala de lo penal en cuanto a la portación. Fue un caso que acompañamos de un activista estadounidense que fue detenido en el aeropuerto de El Salvador con más de 38 g de cannabis y algo de resina. Era usuario medicinal y tenía su documentación, pero de Estados Unidos, y como viajaba a Colombia, donde también es reconocido el uso medicinal, pensó que si estaba solo en tránsito no habría problema. Lamentablemente, estuvo preso un año en Mariona, donde casi fallece, pero finalmente ganó el caso. Así que la sala declaró que hasta 37,6 g no tiene relevancia penal y quedó en la jurisprudencia. En El Salvador, los fallos de la sala de lo constitucional son vinculantes y sus resoluciones deben acatarse, así que ahora tocaría a la Asamblea Legislativa del país reformar la ley para que esté en consonancia con la jurisprudencia. Y también en consonancia con los compromisos internacionales, porque, el año pasado, El Salvador votó a favor de la reclasificación del cannabis. Esta es la teoría; en la práctica, la policía sigue operando como si no existiera jurisprudencia al respecto.
¿Cómo funciona habitualmente la policía?
Es una cuestión clasista como en cualquier lugar. Nosotros acompañamos varios casos de barrios populares, donde los chicos andaban fumando tranquilos, llegaba la policía y les hacían escoger entre ir detenidos o llevarse una paliza. Obviamente, preferían pasar tres días en cama para no ir detenidos. Pero, claro, si es alguien de clase media o media alta, hasta le acompañan a casa para que no choque con el auto.
Entiendo que hasta hace relativamente poco la posesión era delito penado con cárcel.
Sí, uno o dos años de cárcel. En el estudio que hicimos, el setenta por ciento de los presos relacionados con drogas era por menos de 25 g de cannabis. ¡Sorprendentemente, no había ningún caso de menos de un kilo de cocaína!
El exilio en Uruguay
“Mi experiencia con ayahuasca fue una sesión ritual con una comunidad practicante del Santo Daime. Fue una experiencia muy reveladora. Cambia la forma de cómo pensar, se vuelve mucho más consciente. Es difícil describirlo”
Cuéntame algo más de tu regreso en el 2012 a El Salvador, tras ser nombrado presbítero por un obispo gay en Argentina.
Fundamos la Iglesia Evangélica Protestante de El Salvador (IEPES) y continué con la labor que inicié en Argentina. Así que IEPES cuenta también con una pastoral de reducción de riesgos y daños. Nuestra labor en esta pastoral se centra en ofrecer información sobre sustancias y tratar de desestigmatizar a las personas que usan drogas. Con el tiempo nos dimos cuenta de que era importante también hacer incidencia política, así que en el 2013 organizamos el I Simposio sobre Políticas de Drogas en El Salvador y la I Marcha por la Regulación de la Marihuana. Fue muy curioso porque organizamos el simposio enfocado a agentes biopsicosociales y entidades públicas relacionadas con la aplicación de políticas de drogas. Invitamos a funcionarios de los ministerios de Salud, de Educación, de Seguridad, centros penales y de defensa que aceptaron la invitación sin imaginar el discurso que íbamos a tener. Invitamos entre otros a Mariano Fusero de Argentina. El que en ese momento era el director de la Comisión Nacional Antidrogas (CNA) del Ministerio de Seguridad acababa de tomar el cargo y era su primer día (tiempo después fue nombrado jefe de la Policía). El tipo llegó a decir que El Salvador aplicaba políticas de reducción de daños. ¡Imagina a Fusero! No paraba de insistirle: “¡Dígame una, solo una!”. Tuvo muchas preguntas que no supo responder y la prensa lo destruyó.
En el 2014 te exilias a Uruguay junto a otras tres personas activistas por amenazas de muerte, ¿qué pasó?
Veníamos trabajando temas controvertidos como el aborto, los derechos LGTBI y las políticas de drogas y empezamos a recibir gradualmente amenazas, no solo a través de llamadas sino también presenciales en nuestros lugares de trabajo. La gota que colmó el vaso es que hicimos una recolección de firmas por la reforma de la política de drogas que queríamos presentar el Día de Acción Global (26 de junio) en la sede de la ONU en El Salvador. Pero el día anterior a presentar las firmas, nos amenazaron con ametrallar a las personas que asistieran y decidimos cancelar el evento para evitar poner en riesgo a otras personas. En ese momento es cuando informamos a otros socios sobre lo que ocurría y nos recomendaron tocar ciertas puertas. Fue el gobierno de Mújica quien nos abrió sus puertas y nos otorgó asilo en Uruguay.
¿Qué hiciste durante tu estancia en Uruguay?
Entre otras cosas, un estudio sobre los dos primeros años de la regulación de cannabis. Allí también aprendí mucho con la Dra. Raquel Peyraube, una gran mentora. Más tarde me trasladé a vivir unos meses a Nueva York, donde iba a celebrarse la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas (UNGASS), por lo que era el lugar idóneo como centro de operaciones que me permitió participar en varios grupos de trabajo durante los meses previos al evento.
El revuelo de un clérigo por el mundo
En el 2016 asististe a la UNGASS, donde nos conocimos, y también sueles asistir a la CND (reunión anual de la Comisión de Estupefacientes) en Viena como parte de la sociedad civil. Cuéntanos sobre tu experiencia en estos espacios internacionales y si tienes encuentros con los representantes de tu país.
Respecto a los encuentros con las delegaciones de mi país, lo cierto es que la delegación que asistió a la UNGASS era muy profesional, al contrario de los representantes en el proceso posterior y en la CND. De hecho, tengo una serie de publicaciones que se llama Diplomacia a la guanaca, donde fui recopilando todas las burradas que tuvieron lugar en el proceso.
Mi experiencia en estos espacios es que los cambios son sumamente lentos y tediosos y tiene más impacto la incidencia a nivel local. ¿Cuál es tu experiencia?
Justamente la contraria. Tras la UNGASS nos dimos cuenta de que no tenía sentido hacer incidencia con los políticos del país porque muchos están relacionados con el narcotráfico. Así que decidimos redirigir la estrategia y enfocarnos hacia la incidencia en los países cooperantes, incluida España, que dona fondos a El Salvador. Al fin y al cabo, ningún gobierno que dona quiere que el dinero de sus contribuyentes vaya destinado a fortalecer al crimen organizado, y quienes somos de los países periféricos que reciben ese apoyo tampoco queremos que se desvíen esos fondos que supuestamente son para ayudarnos. A nivel discursivo, estamos en el mismo bando y hemos tenido buenas experiencias con algunos gobiernos, aunque no directamente con el gobierno de El Salvador. Así que, en nuestro caso, los espacios de política internacional sí son espacios seguros donde visibilizar sin tapujos los problemas del país y la región. Un ejemplo: en el 2017 presentamos la Declaración de Berlín, para el 500 aniversario de la Reforma, y tuvo mucha repercusión, más allá de que lo firmaran grandes figuras como Noam Chomsky o David Nutt. En base a esta declaración se han discutido avances en el Parlamento de Viena para un cambio de legislación en Austria. Así que no he podido hacer este tipo de incidencia en mi país, pero sí en otros.
Y entre la UNGASS y tu llegada a Europa, ¿qué destacarías?
Por un lado, tras la UNGASS recibo invitación de la Asamblea Legislativa de Costa Rica junto a Jack Cole, uno de los fundadores de la organización conocida en aquel momento como Law Enforcement Against Prohibition (LEAP) en Estados Unidos, para testificar ante la comisión de asuntos jurídicos de la Asamblea sobre mi visión como religioso con respecto a la regulación. Es ahí cuando entré en contacto con LEAP y con el programa de clérigos y policías (Cops and Clergy). Por otro lado, el acercamiento con los psicodélicos: nos invitaron a dar una conferencia en el Parlamento en Chile y se dio la ocasión de hacer una sesión ritual con ayahuasca. A partir de ahí, empecé a estudiar más el tema de políticas respecto a los psicodélicos e incluso participé en la conferencia de MAPS para hablar sobre psicodélicos en representación de LEAP y de IEPES. ¡Imagina qué revuelo!
¿Cómo fue esa primera experiencia con ayahuasca?, ¿se te reveló Dios?
La experiencia fue una sesión ritual con una comunidad practicante del Santo Daime. Había estado previamente trabajando con varias comunidades y conociendo sus rituales, así que no me era algo desconocido. Fue una experiencia muy reveladora. Cambia la forma de cómo pensar, se vuelve mucho más consciente. Es difícil describirlo.
Decides entonces cruzar el charco e instalarte de forma estratégica en Berlín, como ciudad cercana a Viena donde continuar con tu labor política. En el 2018, fundas allí el Knowmad Institut en el 2018.
El Knowmad Institut nace porque vemos una falta de difusión del pensamiento que se genera en el sur global. Normalmente, los think tanks europeos van a expandir sus ideas a Latinoamérica, pero ¿por qué no hacerlo al revés? Nosotros también generamos pensamiento. Es un conflicto que he tenido aquí con varios académicos, sobre todo en conferencias de psicodélicos, donde dicen que lo que hacemos en Latinoamérica o lo que se hace en África no es ciencia. Tratamos de hacer contrapeso a esta arrogancia eurocentrista. Ahora estamos trabajando en un libro sobre epistemologías del cuerpo basado en el lenguaje náhuatl, en donde contamos con el apoyo de académicos de la talla del Dr. Rafael Lara-Martínez. De este modo damos el paso de acercar este tipo de conocimiento a Europa.
Teología a contracorriente
“El bitcóin es la herramienta de protesta pacífica por excelencia. Es un salvavidas para los que no somos del uno por ciento, porque solo ellos tienen acceso a oro físico para protegerse, y el bitcóin es el oro de los pobres. La crisis que está por venir es la oportunidad que tenemos de sacarnos el yugo de la herencia de los Medici. ¡Malditos bancos!”
¿Qué logro destacarías del Knowmad Institut?
La participación y el espacio ganado en foros internacionales gracias sobre todo a la experiencia y prestigio de los comités que conforman el Knowmad Institut. También destacaría nuestra participación activa en la World Intellectual Property Organization (WIPO). Nos resulta interesante tanto para el área de políticas de drogas, por el tema de la diversidad genética de semillas o el respeto de la etnosfera y propiedad intelectual de comunidades indígenas, así como también para el área de la soberanía tecnológica, por todo lo relacionado con la industria blockchain o de la inteligencia artificial (IA). También destacaría el trabajo de incidencia enfocado en la UNCyber, trabajo con el que buscamos desestigmatizar las criptomonedas por un lado y, por el otro, abogar por el uso de los criptomercados de drogas como espacios de reducción de daños hasta que los marcos regulatorios sean seguros para las personas que usan drogas. Otro hito es nuestra participación en el Rome Consensus 2.0. Quizá no se perciba como algo relevante desde este lado del charco, pero este tipo de documentos que están desprovistos de rasgos muy ideológicos sí son importantes para abrir brecha especialmente en aquellos lugares donde el fundamentalismo rige. Nuestra lógica es convencer a aquellas personas no convencidas en lugares donde sigue siendo un tabú. En esos espacios los discursos más moderados tienen más posibilidad de inducir a una reforma humanitaria.
¿Cómo se argumentan las ideas del aborto, de derechos LGTBI y de la regulación desde la teología?
Muy sencillo. Los derechos LGTBI es “ama a tu prójimo como a ti mismo”. No se puede discriminar a una persona por su orientación sexual. Respecto al aborto, ninguna mujer aborta porque quiere, es la última opción y siempre es traumático, no es posible que un asunto de salud pública se discuta en términos de cuestionable “moralidad” y “dogmas”, al igual que ocurre con otros temas tabú relativos a derechos individuales, como la muerte digna. Son tabús que tienen que ver más con los dogmas que con Jesús. En ningún lugar de la Biblia se habla de odiar a los homosexuales. Y respecto a las sustancias, en el Génesis se nos llama a la mayordomía de la creación y es aplicable a todas las religiones abrahámicas, es decir, al judaísmo, al cristianismo y al islam. Así que no puedo estar de acuerdo con una ley que tiene menos de cien años y que busca erradicar plantas y hongos que son parte de la creación.
Eres un fan de las criptomonedas. ¿De dónde viene esta afición?
Soy fan del bitcóin, no de las criptomonedas en sí. Siempre he sido muy curioso con la tecnología y el software libre y, de hecho, utilizo Linux desde 1998. Aunque ya lo estuve investigando en el 2010, no lo retomé seriamente hasta el 2016 en Nueva York.
Escribí el libro Bitcoin y dignidad humana porque al igual que con el cannabis o las políticas de drogas en general, el bitcóin está revestido con sofismas legitimados que solo buscan mantener el statu quo. Creo que el bitcóin es la herramienta de protesta pacífica por excelencia. No sé quién lo inventó, si fueron una o varias personas e incluso hay teorías que plantean que podría ser la creación de una inteligencia artificial. En realidad no importa, funciona y es una herramienta útil para afrontar situaciones de crisis económicas. Es un salvavidas para los que no somos del uno por ciento, porque solo ellos tienen acceso a oro físico para protegerse, y el bitcóin es el oro de los pobres. Fíjate en qué lugares se comercia más con bitcoines: Nigeria, Venezuela, Turquía, Vietnam, Argentina... Economías todas ellas con hiperinflación, donde la gente no tiene acceso a dólares, euros u oro. La crisis que está por venir es la oportunidad que tenemos de sacarnos el yugo de la herencia de los Medici. ¡Malditos bancos!
Recomiéndanos un libro sobre drogas que haya sido revelador.
La historia general de las drogas, de Antonio Escohotado.
¿Anhelas volver a El Salvador?
Tengo sentimientos encontrados. Ver cómo se degrada a cámara lenta la sociedad y cómo la propaganda ha lavado el cerebro de gente que antes estaba comprometida con las banderas sociales y ahora está de acuerdo con cosas contra las que luchaban en los ochenta... Es un sentimiento entre el anhelo y el hastío.
¿Cuáles son tus planes de futuro? Y no vale eso de “lo que Dios me depare”.
Espero que en los próximos diez años haya avances en el reconocimiento a los derechos de cuarta generación. Ya tenemos encima la cuarta revolución industrial, y las políticas públicas que van a cuidar de nuestra dignidad se debieron haber pensado hace diez años. Vamos tarde. Otro asunto clave va a ser el tema de la salud mental y los psicodélicos. Tras la votación de la reclasificación del cannabis a nivel internacional el diciembre pasado, pasamos página con el cannabis y vamos con los psicodélicos. Será una cuestión de especial interés y utilidad para su uso en los servicios públicos de salud mental, un tema que va a ser clave tras la pandemia. Debemos asegurar el acceso a terapias asequibles y seguras. Por supuesto, será un honor participar en ello. ¡Bendiciones!
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