Imagina que uno de tus escritores favoritos decidiera escribir un libro sobre el retorno de una estrella musical recientemente muerta, en el que él o ella renegara de su propio legado. Podría aparecer Lil Peep abdicando del lean y del trap, Amy Winehouse riéndose de sus fans desde rehabilitación, o tal vez XXXTentacion posteando tuits desde el más allá arrepintiéndose de su incorrección política. Pero probablemente no se haría un libro así, no nos engañemos, por asuntos de derechos de imagen y porque las grandes corporaciones tratan hoy las canciones y los artistas como material de inversión.
Sin embargo, en los años sesenta y setenta era otro rollo el que reinaba en la música, y podía hacerse algo así. Sin interferencia de ningún tipo pudo publicarse en 1974 el cuento A dead singer, en el que Jimi Hendrix retornaba del otro mundo para un último road trip de la mano de Michael Moorcock. La editorial Aristas Martínez acaba de publicar Cantante muerto en España, y su traductor, Javier Calvo, ya constata en el prólogo: “Jimi Hendrix es la metáfora perfecta para representar lo que murió en los sesenta. Paradójicamente, Moorcock invierte la famosa frase del [último] concierto de Aarhus (‘Llevo mucho tiempo muerto’) y adopta en su relato el eslogan opuesto: ‘Hendrix no puede morir’. Cantante muerto ejerce un acto fascinante de violencia psíquica: arranca de su tumba al fantasma de una década muerta de forma trágica y lo coloca en la siguiente. Es un acto de una gran perversidad, y sirve para mostrar a un Hendrix horrorizado por el supuesto legado de su generación. Los sesenta fueron un enorme solo extático de su guitarra-espada. En los setenta, la política y la falsedad lo han estropeado todo: Hendrix solo puede manifestar su horror absoluto ante Easy Rider y los puñeteros Simon y Garfunkel”.
En Cantante muerto, un Jimi revivido le pide al pipa con el que se embarca de viaje que no ponga sus viejos discos, incluyendo su canción Hey, Joe; tiene dudas sobre si alguna vez ha estafado a sus seguidores cuando ve a la industria haciendo pasta con los hippies; pone a caldo todos los posibles escapismos religiosos como la cienciología, los sufíes, los Hare Krishnas, etc.; y, en definitiva, en palabras de sus editores, “descubre una de las grandes paradojas de la contracultura musical”: la de una década y unas melodías llenas de promesas de liberación cuyo resultado son pesados grilletes.
Michael Moorcock
Hendrix resucitado, bien. Os preguntaréis a lo mejor ahora quién era Michael Moorcock. Nacido en 1939, ha escrito más de cien novelas, además de relatos cortos, ensayos, cómics y letras de canciones de rock para grupos como Hawkwind y Blue Oyster Cult. Como autor, Moorcock es probablemente más conocido por sus sagas de ciencia ficción y fantasía de los años sesenta y setenta, incluidas las protagonizadas por el personaje de Elric de Melniboné, el frágil aristócrata albino atormentado por la culpa que fue creado como antítesis deliberada de los clichés heroicos de la mayor parte de la ficción de espada y brujería. La novela Behold the Man, sobre un viajero en el tiempo que asume el papel de Cristo, le valió a Moorcock el premio Nébula de 1967. De 1964 a 1971 fue editor de New Worlds, convirtiendo una revista de antología de ciencia ficción bastante convencional en un vehículo para la ciencia ficción más experimental y literaria de la new wave de J.G. Ballard, Brian Aldiss, M. John Harrison y muchos otros, forjando estrechos vínculos con la prensa underground y la contracultura de la época. Antes de New Worlds, Moorcock ya había editado Tarzan Adventures (con tan solo dieciséis años) y la Sexton Blake Library; fiel a la ética de trabajo de los escritores pulp que admiraba, era famoso por ser capaz de escribir quince mil palabras al día y entregar una novela corta en menos de una semana.
Moorcock también creó el concepto de multiverso, que se ha convertido en un tropo de la ciencia ficción, una serie potencialmente infinita de universos paralelos interconectados (término que ahora se emplea para describir los universos de las franquicias de Marvel, DC, Stephen King o Star Wars), en los que muchos de sus héroes son diferentes encarnaciones del campeón eterno. Elric, Erekosë, Corum y Dorian Hawkmoon, sus cuatro campeones eternos, se ayudan, interactuando unos con otros en caso de extrema necesidad y apareciendo como invitados estrella en las novelas que cada uno protagoniza. De esta forma, diferentes versiones de los mismos personajes se repiten tanto en su obra fantástica como en la ficción literaria más realista que comenzó a producir en la década de 1980, como la magistral Mother London, de 1988, y la tetralogía del Coronel Pyat, que abarca todo el siglo xx y trata de los orígenes y las secuelas del holocausto nazi. Comprometido políticamente y fantásticamente erudito, Moorcock desafía las categorizaciones, traspasando fronteras de género. A lo largo de sus productivos ochenta y cuatro años ha conocido a casi todo el mundo, y los escritores con los que ha entablado amistad y con los que se ha relacionado parecen abarcar vastas épocas, desde Mervyn Peake hasta Roger Zelazny, pasando por Angela Carter y, últimamente, el psicogeógrafo Iain Sinclair y el psicomago y guionista de cómics Alan Moore.
Parte de la culpa del retorno de Moorcock ha sido el hecho de que al fin se decidieran en el 2019 a adaptar Campeón eterno a la pantalla en forma de serie, con Glen Mazzara como productor (The Walking Dead), después de dos fracasos anteriores, una versión animada de Wendy Pini en la década de los setenta y otro intento de Universal Pictures en el 2007. Los derechos se los quedó New Republic Pictures, que se sabe andaba buscando un nuevo Juego de Tronos, y buscarán comercializar la serie en distintas plataformas. A Yasin Hillborg, director creativo de Runatyr, le gustaría convertir la saga de seis novelas de Stormbringer en un videojuego.
Otro factor del retorno de Moorcock es que Elric de Melniboné ha permanecido vivo todos estos años en las reediciones y en los cómics, desde DC, Marvel, First Comics, Dark Horse Comics y Titan Comics. Actualmente, en nuestro país, es Yermo Ediciones quien trae la adaptación francesa de Julien Blondel con dibujos de Robin Recht, Didier Poli y Jean Bastide.
Javier Calvo, el traductor
Javier Calvo Perales es uno de los más reputados traductores del inglés al castellano y al catalán. Ha traducido a Ezra Pound, Joan Didion, J.M. Coetzee, Chuck Palahniuk, David Foster Wallace y Jonathan Lethem. También es un novelista bastante posmoderno, autor de Risas enlatadas, Los ríos perdidos de Londres, El dios reflectante, Mundo maravilloso, Corona de flores y, más recientemente, Piel de plata, así como varios ensayos sobre traducción y ocultismo. Ha sido el encargado también de traer a nuestro idioma la correspondencia de H.P. Lovecraft con Aristas Martínez, a quienes propuso traducir Cantante muerto como fan de Moorcock que es.
¿Por qué quisiste traducir Cantante muerto?
Quería traducir a Moorcock, que es posiblemente el autor al que más he disfrutado en mi vida, aunque solo sea en términos cuantitativos. Había intentado con la misma editorial publicar alguna novela hace una década, pero nos topamos con una serie de exigencias económicas y editoriales que no podíamos afrontar. Después traduje este relato para un curso que impartí en la Escola Bloom y aproveché que Aristas tenían una nueva colección de relatos individuales en formato libro y se lo ofrecí. La verdad es que podría haber sido este relato como muchos otros. Este era simplemente el que tenía traducido, aunque ciertamente si hiciera una antología de los ocho o diez mejores relatos de Moorcock, este sería uno sin dudarlo.
He visto críticas como la del novelista Marc Pastor, que dicen que el texto les parece poco representativo del estilo de Moorcock y sugieren que sean textos más famosos los que se traduzcan.
Estoy completamente en desacuerdo. O sea, con franqueza, yo he leído más de doscientos libros de Moorcock, escritos a lo largo de seis décadas y pertenecientes a todos los géneros, y me costaría mucho decir qué es lo más representativo de él. Lo que sospecho que quiere decir es que le habría gustado ver algo de su obra pulp. El problema es que a mí no me interesa su obra pulp como traductor ni como editor. Me divierte personalmente y la he leído casi toda, pero lo que yo quería era hacer una muestra de su obra literaria generalista, no de la de espada y brujería. En este sentido, Cantante muerto me parece muy representativo, o por lo menos yo veo su voz en cada página. Curiosamente, o bueno, no tan curiosamente, he visto dos tipos de reacciones a este libro. Una es la de los lectores de literatura generalista y la otra es la de lectores del fandom de los géneros fantásticos. El fandom fantástico español es un colectivo de lo más idiosincrático, y uno de sus rasgos centrales es que todo les parece demasiado lento, demasiado literario, demasiado complicado o aburrido. Esto es algo que no sorprende cuando piensas que sus ídolos son excretores de bazofia palomitera como Brandon Sanderson. Después, entre los lectores “generalistas”, más o menos todo el mundo que ha leído el libro y me lo ha comentado lo ha identificado como una pieza más o menos representativa de la contracultura literaria setentera y como una pequeña gamberrada más o menos encantadora.
¿Crees que es posible que se traduzcan más cosas de Moorcock más allá de los cómics de Yermo Ediciones?
Sospecho que, si finalmente se estrena la serie de televión del Campeón eterno, llegará alguien tipo Minotauro y comprará todos los derechos de Elric y de las demás series pulp. Por mi parte, voy a seguir buscando editores para su material literario. Aristas parece tener interés en sacar algo más, y espero que, si Cantante muerto no es un desastre absoluto, podamos traducir en breve alguna novela.
¿Cómo era tu teoría sobre los distintos estadios de la producción de Moorcock expuesta en tu novela Piel de plata?
En Piel de plata hablaba de la fase imperial, que es la etapa en que una obra artística (o una idea, o una nación, o lo que sea) alcanza tal grado de complejidad y ensimismamiento que deja de ser inteligible salvo para los iniciados. En el caso de Moorcock, esto tiene lugar muy claramente a finales de la década de los noventa, cuando Moorcock empieza a escribir libros que solo se entienden si conoces bien su obra anterior. Cualquier persona que abra uno de estos libros tardíos o “imperiales” literalmente no sabrá de qué le están hablando. Esto es algo muy característico de Moorcock, que ha construido un universo literario tan extenso y complejo y tan mezclado con conceptos de filosofía que, llegado un punto, se cansó de explicarlo y simplemente lo empezó a dar por sobreentendido. Esto en la industria editorial de hoy en día se consideraría anatema; nadie publicaría un libro que excluyera a todos los lectores salvo a los fieles. Pero claramente a Moorcock no le preocupaba este anatema comercial y siguió adelante.
¿Crees que se ha sido injusto con el legado e influencia de Moorcock?
Es posible. Creo que Moorcock ha sido plagiado, copiado, imitado y expoliado hasta extremos absurdos, y siempre sin reconocerle nada. También es verdad que muchos escritores de la generación siguiente lo reconocen como dios. El problema parece ser que ha perdido en gran medida a su público. Quienes lo leemos somos fans desde hace literalmente cuarenta años, mientras que las nuevas generaciones nunca han llegado a él. Es un caso extremo de envejecimiento (y ya pronto, muerte) de su público. También hay que reconocer que Moorcock es un autor demasiado raro, complejo y oscuro para los tiempos que corren. Hoy en día lo que impera son la brevedad, la línea clara y el comedimiento imaginativo máximo.
Moorcock y las drogas
Seguimos charlando con Calvo sobre Moorcock, esta vez sobre su consumo de drogas, que, al parecer, “de joven impresionaba”. En relación a esas décadas de fertilidad creativa del autor inglés, su traductor trata de ponerlo en contexto: “La literatura debía ser entonces una droga, que alterara la conciencia, nos hiciese ver la realidad de nuevo y combatiera al enemigo nebuloso del conformismo y la conciencia burguesa. El arte visual debía ser una droga, hecha de cutups y alucinaciones. El rock debía ser una droga (mucho más efectiva, claro, si se combinaba con drogas). Y las drogas, claro, debían ser una droga: la más poderosa de todas”.
“La literatura debía ser entonces una droga, que alterara la conciencia, nos hiciese ver la realidad de nuevo y combatiera al enemigo nebuloso del conformismo y la conciencia burguesa”, dice Javier Calvo.
Sobre Moorcock y sus bandas de música, añade: “Hawkwind, la legendaria banda del Grove en la que militó en esos años, era una operación artística hermana de la literatura moorcockiana. El oeste de Londres era un feudo dividido en dos facciones tardopsicodélicas que gravitaban confusamente la una en torno a la otra: estaba la facción de Pink Floyd y la facción Hawkwind. Pink Floyd representaban el viaje interior del LSD: líquidos, sombríos, introspectivos. Una playa infinita en el lado oscuro de la luna. Hawkwind eran el despegue aterrador del speed y la cocaína: media docena de granujas cósmicos que hacían punk, metal y rock gótico, obsesionados con catástrofes espaciales, viajes interestelares y, sobre todo, con abandonar la Tierra en un cohete alimentado con energía mental”.
Charlando sobre el speed, esto es lo que me cuenta sobre Moorcock y las anfetaminas: “Que yo sepa, tomaba las anfetaminas y escribía, es decir, causa y efecto. La leyenda al menos (y está corroborada por mucha gente, incluido el mismo Moorcock) es que una gran parte de su obra pulp de los sesenta y setenta se escribió de esta manera. Esto está asociado con su famosa frase que afirma que, si una novela (comercial) tarda más de tres días en escribirse, es que no vale la pena. Todos los Elrics, los Campeones Eternos, los Hawkmoons, etc., al parecer, los escribía así: anfetas o cocaína, pispás, tres días”. Calvo concluye que no conoce la relación de la literatura con las anfetaminas “pero tiene que ser una relación fabulosa, si tantos escritores las han usado”.
Para despedirnos, leemos lo que contestaba Moorcock en el año 2000 sobre su consumo de drogas en los sesenta, en un foro de su página web: “Hay una feliz diferencia entre los políticos de Estados Unidos y los del Reino Unido que espero que siga siendo así, aunque los del Reino Unido están empezando a sonar un poco piadosos. Cuando le preguntaron a un político si había aceptado un porro, el diputado (que ahora es ministro) dijo: ‘Sí, pero no lo inhalé’. He conocido a algunos consumidores de drogas muy respetables que nunca han tenido problemas pero, como digo en mi nueva novela King of the city, deberían clasificar a los consumidores, no a las drogas. Algunas personas pueden tomar grandes cantidades de la mayoría de las sustancias y pasarlo muy bien, hacer todo tipo de cosas buenas y nunca volverse seriamente adictas. Otros pueden volverse adictos a la Coca-Cola si no hay nada más. No hay nada peor que ver cómo alguien a quien quieres se destruye a sí mismo a causa de una adicción. Te aseguran que están bien cuando se están desmoronando y muriendo delante de ti. Yo era muy puritano en los años sesenta y nunca consumí drogas mientras trabajaba (incluido el alcohol). Cuando encontré mi propia medida, sobre todo trabajando con bandas de rock and roll, pude disciplinarme y controlar mi consumo para mejorar ciertos trabajos. No recomiendo ninguna droga, incluidas las recetadas. No sugeriría que tuvieran nada que ver con mi inspiración, que estaba en pleno funcionamiento mucho antes de mi primera calada a mediados de los cincuenta. Afortunadamente, no tengo un carácter adictivo, pero al igual que los alcohólicos heredan ciertas características, sospecho que todos los adictos heredan algo que les convierte en adictos. En mi época, he hecho la mayoría de las cosas en exceso, pero no lo haría ahora, y yo, al igual que uno o dos viejos supervivientes que conozco, tengo unos genes particularmente buenos y campesinos”.