Los vampiros que hemos podido ver en el cine en las últimas décadas, aunque vistan trajes ajustados y aparenten ser bellísimos, son en realidad conservadores, su máxima aspiración parece ser la vida de los mortales. Digo que son conservadores porque son los señores de la noche y no se les ve catando ninguna droga, siempre están atormentados.
Por suerte, alguien escribió sobre vampiros que saben disfrutar de la noche. Y se convirtió en novela de culto latinoamericana. Pero no fue ayer ni en la década anterior, sino en 1978. Épocas raras engendran novelas excepcionales. Hoy en día, Ciudad de México es una ciudad cuya vida nocturna es un referente para toda la comunidad queer del resto de México y de otras latitudes sudamericanas. Sin embargo, en la década de los setenta la Policía daba palizas a los homosexuales. Precisamente por eso empezaba un movimiento de resistencia del que pueden identificarse elementos como la primera manifestación estudiantil, donde participaron abiertamente miembros del Frente de Liberación Homosexual de México; la primera Marcha del Orgullo Homosexual de la Ciudad de México, y la novela de Luis Zapata que nos ha reunido aquí hoy.
El vampiro de la colonia Roma (1979) no es la primera obra de temática gay latinoamericana, son anteriores Cobra (1972), de Severo Sarduy, y El beso de la mujer araña (1976), de Manuel Puig. Pero sí fue la primera que sentó las bases de una sexodisidencia con desparpajo, sin la pátina de culpa y sufrimiento de representaciones anteriores. En efecto, la narración de Adonis García no escatima detalles: desde descripciones explícitas del acto sexual hasta un recuento de enfermedades de transmisión sexual: “He tenido treintaidós gonorreas en mi ya larga carrera o quizá más porque no viene siempre con esa regularidad –relata el protagonista, que cree–: haber cogido dentro del talón sin contar las veces que lo he hecho por placer ¿verdad? como unas tres mil quinientas veces”.
La novela de culto de Luis Zapata narra las aventuras y desventuras de Adonis García, un muchacho de clase trabajadora que llega a vivir a la Ciudad de México a los diecisiete años y termina viviendo del “talón”, como se le llamaba entonces en el argot defeño a la prostitución masculina: es vampiro porque vive de noche y también porque necesita seducir a otros hombres para poder ganarse la vida. El texto está escrito en un estilo curioso, sin mayúsculas, con puntuación mínima y con sendos espacios entre frases y palabras que marcan una pausa en el relato, que intenta reproducir fielmente el ritmo y los giros lingüísticos del habla popular: tostonear es ‘cobrar cincuenta pesos’ (un tostón era una moneda de cincuenta centavos); los hombres que se prostituyen son chichifos. La novela ganó un concurso de la editorial Grijalbo y los editores quisieron arreglar la puntuación, a lo que Zapata argumentó que debía publicarse tal y como había ganado. Heredera de los experimentos formales de Gustavo Sainz y José Agustín, está dividida en siete partes, que representan los casetes de los que se transcribe la narración. Está muy influenciada por la novela de onda –el movimiento contracultural mexicano de la época que trataba temas como el rock ’n’ roll y las drogas– y por el realismo sucio.
Picaresca
Adonis es un gran narrador y sabe reírse de sus aventuras y desventuras, que cuenta en ese lenguaje maravilloso que fue el de las calles de Ciudad de México en los años setenta. Entonces no había un solo bar “de ambiente”, y la Policía detenía indiscriminadamente a los muchachos por la calle para golpearlos, extorsionarlos o simplemente humillarlos. En aquella época, ni siquiera existía el concepto de gay. Los hombres que aparecen en el libro son descritos como “bugas”, “putos”, “locas”, “gayos” o, simplemente, “de ambiente”. Además de su importancia literaria, el libro tiene un gran valor sociológico y lingüístico porque rescata un habla –y una manera de percibir y ordenar el mundo– que desapareció hace muchos años.
A Adonis le pasan cosas buenas –millonarios que lo invitan a comer, a vivir en su casa, gente que le regala cientos de pesos, chavos jóvenes que se lo ligan por placer–, pero también cosas malas. O cosas malas que terminan siendo buenas. Y a todo sabe darle la vuela y relatarlo en clave alegre. Cuenta, por ejemplo, como una noche, mientras iba por una avenida en un coche lleno de muchachos de ambiente, se aparece una patrulla con dos policías que los hacen bajar. Adonis se imagina lo peor –golpes y detenciones–, pero lo que sucede es otra cosa: “Nomás te dio que los cuates esos se portaron a la altura mamaron vergas prestaron nalgas y picaron como nunca en su vida habían picado y fíjate todavía nos dejaron lana cuando se enteraron que éramos del talón y así fue como cogimos muy rico por cierto con dos dignos representantes de la ley”.
“El personaje es el típico pícaro que pierde a sus padres de muy niño y se ve obligado a enfrentarse a la vida con sus propios medios. El medio particular que encuentra para sobrevivir es la prostitución”
Hay otra anécdota que parece tomada del Lazarillo de Tormes: un día, a bordo de un autobús, un limosnero ciego empieza a toquetear a René, un muchacho “con nalgas de pera”. Adonis queda maravillado y le dice a su amigo: “Chin mano de veras que México es un país superalivianado hasta los ciegos son putos y se atreven a cachondear en los camiones nos sentíamos llenos de fervor patriótico contentísimos hasta que el ciego quién sabe cómo empezó a testerear la parte delantera de rené … y empezó a gritar no vayas a creer que orgasmeado sino al contrario alarmadísimo y encabronado como si le hubieran metido la verga más dura del ejido y sin ponerle saliva gritando ‘¡es hombre! ¡es puto! ¡tiene voz de mujer pero es puto!”.
El mismo autor, que estudió letras modernas, en posteriores entrevistas se encargó de señalar los fuertes lazos que hay entre este libro y la novela picaresca: “Pero en el momento de estar haciendo la transcripción de las cintas me di cuenta de que había un gran paralelismo entre la vida de este cuate y la que tenían los pícaros de la novela española. Entonces se me ocurrió explotar esta posibilidad, es decir, de alguna manera actualizar lo que podría ser la picaresca, o de contextualizarla concretamente en un ambiente urbano, pero con características más propias de esta época. La novela está estructurada incluso como una novela picaresca. Está narrada en primera persona. El personaje es el típico pícaro que pierde a sus padres de muy niño y se ve obligado a enfrentarse a la vida con sus propios medios. El medio particular que encuentra para sobrevivir es la prostitución. El pícaro también se dedica a la prostitución de alguna manera; tiene un amo que lo posee (no literalmente, en la picaresca sería de otra manera)”.
Consumo
Estos jóvenes vampiros no dejan de beber. Y de paso se ponen cachondos, muy cachondos. Aparte de emborracharse sin culpa como los beats, también disfrutan de la mota, de la que se deshacen en elogios (“en fin que entonces cuando fumaba mota era realmente feliz solo de recordarlo soy feliz”) y tienen alguna que otra mala experiencia, como le sucede a cualquier psiconauta. La novela de Zapata tiene mucho parentesco con los escritores beat (Jack Kerouac, William S. Burroughs…) en la elección de un personaje marginal atrapado en los excesos del sexo, la prostitución y las drogas, así como por tener una estructura experimental, la de una novela hecha a partir de grabaciones, y por su uso de un lenguaje popular o de una jerga: “verkamp me había mandado el coche a traer un secondal y entonces había varios y yo me tomé uno y le llevé otro a él y como yo ya estaba medio trole me empecé a sentir así muy raro además agarra la onda de que el seconal no se debe tomar si se toma alcohol es un tranquilizante es una madre para dormir y entonces si lo tomas y tomas alcohol pues se te cruza feo entós áhi tienes que me tomé mi seconal y que me voy que me regreso a mi casa sintiéndome más o menos como hasta la madre y ya en la casa estaban ahí la bola de cuates en el desmadre siempre en el desmadre y fumando mota y pues me dice un cuate ‘qué’ dice ‘¿no te quieres dar un toque?’ y yo ‘bueno hic ¿porrr qué no?’ ya bien pedo y ¿no lo hubiera hecho? no lo hubiera hecho ¡no sabes cómo fue aquello! me sentía horriblemente mal desesperado ansioso pues no sé como que quieres romper cosas o hacer ruido o echarte a correr o no sé pero muy raro muy mala onda yo pensaba que me iba a morir pero no me acosté me puse a dormir y al día siguiente desperté y todavía vivía entonces dije ‘no lo vuelvo a hacer no me vuelvo a cruzar con tantas cosas al mismo tiempo”.
Reedición
El vampiro de la colonia Roma fue considerado, por todos los motivos expuestos de su relación con droga y prostitución, como un escándalo nacional, y escritores mexicanos establecidos como Juan Rulfo y Sergio Magaña escribieron en su contra. Zapata repetía en las entrevistas que alguien había dicho que la novela debería venderse cerrada como las obras pornográficas. Eso no evitó que la novela fuera muy popular y fácil de encontrar en Ciudad de México. Pese al éxito, las novelas circulan con dificultad entre países; era muy difícil de encontrar en España.
Eso se terminó porque ha sido reeditada por Caballo de Troya, una editorial de Random House que tiene un editor invitado cada año. Este 2024 le tocaba a la periodista y escritora Sabina Urraca, famosa por sus artículos de periodismo gonzo o de inmersión, autora de Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017). Poco antes de Sant Jordi charlamos con ella sobre la obra de Zapata.
¿Cómo diste con la novela?
Hace unos diez años viví una temporada en México. Encontré este libro, en una edición que parecía casi un fanzine, en un tianguis cerca del abandonado cine Ópera, en la colonia San Rafael.
¿Que te enamoró de ella?
La encontré en una época terrible de mi vida y, de alguna forma, El vampiro de la colonia Roma me sostuvo durante unos días: me ofreció la esperanza de otra forma de literatura. Me gustó mucho su estilo entrecortado, la libertad absoluta a la hora de disponer el texto, el juego de la grabadora que registra el testimonio de Adonis García. Me apasionó tanto que por un momento me pareció que tenía sentido estar así de mal, vagar por la ciudad, encontrar ese libro. En aquel momento yo vivía precisamente en la colonia Roma.
¿Fue difícil hacerse con los derechos?
Fue sorprendentemente fácil, porque los derechos pertenecían a Random House México y estaban a punto de vencer. Fue casi providencial, milagroso. El verano pasado nos pusimos a trabajar en el diseño de la portada Choche Hurtado, que es el diseñador de la colección, y yo. En septiembre, gracias a la invitación del Centro Cultural de España en México, volví a México, y Choche, que además de un diseñador portentoso es mi pareja, se vino conmigo. Uno de los días más felices que pasamos allí fue el que caminamos de librería en librería, buscando una edición concreta de El vampiro... que solo habíamos visto en internet. Fuimos a la librería Jorge Cuesta, laberinto intrincadísimo de torres de libros, y de allí, tras insistir mucho en nuestro propósito de publicarlo en España, muchas esperas, miradas entre los libreros, llamaron por teléfono para ver si podían concertarnos una cita en El Burro Culto, librería secreta sin dirección conocida, a la que solo se puede acudir con cita previa e indicaciones dadas en el último momento, en busca de libros muy concretos. Nos citaron en un bar, donde un muchacho nos fue a buscar y nos guio por traspatios preciosos –en medio de uno una perrita vieja que temblaba, que se caía para los lados, a la que llamamos Sismo– hasta una casita que dentro guardaba una de las bibliotecas más bellas que he visto nunca. Conocimos a Max, el dueño de varias de estas librerías secretas escondidas por la ciudad. Nos estrechó la mano, nos dejó ojear todo lo que tenía de Luis Zapata sentados en un diván. Pero El vampiro... no lo tenían. “Aquí no lo tengo, pero sí en mi colección personal”, nos dijo Max al fin. Todo iba a cuentagotas, lento y bello. Entendí que eso era un no, pero resulta que era un sí. Nos alargó un trozo de papel con una dirección. El libro nos estaría esperando en la librería Papelitas en dos horas. Caminábamos al sol de Ciudad de México, por las aceras levantadas por el terremoto y las raíces de los árboles, casi al final de este juego de pistas, y yo ya ni me acordaba de lo infeliz que había sido en aquella ciudad hacía un montón de años.
¿Qué importancia tiene la novela para la comunidad queer actual?
Creo que en un momento en el que van en aumento las historias en las que hay, de forma natural, personajes LGTBIQ+, es interesante mirar al pasado, ver –en este caso– cómo era la escena gay nocturna de Ciudad de México en los setenta, la terminología, percepción y vivencia de la propia sexualidad y la vida en general como persona queer. Además de un libro revolucionario en fondo y forma, es una lección de historia, un viaje a un pasado no tan lejano. Cabe recalcar que hay muchos autores españoles de la misma época emparentados temáticamente con El vampiro de la colonia Roma: Manuel Puig, Terenci Moix, Juan Goytisolo, Rafael Chirbes, Luis Antonio de Villena, Agustín Gómez Arcos. Hay un libro en particular que me llama mucho la atención, y que resuena con El vampiro...: Todos los parques no son un paraíso, de Antonio Roig, que era un excarmelita que, tras ser expulsado de la orden, se fue a Londres y narró en este libro su periplo de cruising por la ciudad.
En el libro hay una visión sin culpa del sexo, picaresca, que se aplica también a las drogas como el alcohol y la mota. ¿Crees que la novela también es importante en ese sentido?, ¿crees que es importante escribir sobre el consumo?
No creo que sea importante escribir sobre nada en concreto. Si lo que se cuenta incluye la toma de drogas, bienvenidas sean. Pero forzar cualquier temática en literatura me parece absurdo. En mi caso, me doy cuenta de que en todos mis libros aparecen las drogas, supongo que porque son algo que me resulta cercano, que tiene y ha tenido importancia en mi vida, y que además tiene relevancia para muchos de los personajes que he creado. A veces, mientras escribo sobre un personaje puesto de MDMA, o de gominolas de THC (que son mis drogas favoritas, a las que les debo algunos de los mejores estados mentales de mi vida), me he visto obligada a salvar la brecha ante un posible lector que no haya vivido esas sensaciones, teniendo que explicar al detalle todo lo sensorial que acompaña a esas drogas.