El 9 de enero del 2009 Leónidas Vargas, de 59 años, convalecía en la habitación 543 del madrileño hospital 12 de Octubre. Había ingresado una semana antes a causa de una insuficiencia cardiaca que padecía desde hacía años. Hacia las ocho de la tarde, un hombre entró a su habitación y le preguntó al paciente que compartía el cuarto quién era Leónidas. Tras confirmar su identidad, el sicario sacó una pistola con silenciador y disparó cinco veces. Huyó caminando tranquilamente, como grabaron las cámaras del hospital. Acababa de asesinar a uno de los narcotraficantes más importantes –y excéntricos– de Colombia.
Vargas, apodado “El Viejo”, nació en 1949 en Caquetá, un departamento al sur de Colombia cerca del Amazonas. Pertenecía a una familia de campesinos y, tras terminar la primaria, empezó a trabajar en la ganadería (la gran actividad económica de Caquetá, junto al cultivo de hoja de coca). Era expendedor de carne y durante una feria ganadera a principios de los ochenta conoció y trabó amistad con Gonzalo Rodríguez Gacha, que le invitó a trabajar con él. El Mexicano, como le apodaban, había sido uno de los fundadores del cártel de Medellín de Pablo Escobar y era el encargado de su “ala militar”. Vargas comenzó a trabajar como uno de los dos mil sicarios a las órdenes de Rodríguez Gacha.
El Viejo fue ascendiendo dentro de la organización hasta convertirse en la mano derecha de Rodríguez Gacha. Además de asesinar gente, también empezó a hacer sus primeros envíos de cocaína a Estados Unidos. La mayor parte de Caquetá está deshabitada y cubierta por la espesa selva amazónica, lo que le hacía un lugar ideal para mover la droga y para instalar laboratorios clandestinos para procesar la hoja de coca. También era un lugar atractivo para las FARC, la guerrilla colombiana en guerra con el estado desde 1964. El Mexicano les detestaba, y por ello terminó siendo uno de los principales promotores de los grupos paramilitares de Autodefensas que combatían a las FARC.
Vargas sufrió a la guerrilla en carne propia, dado que en 1986 fue secuestrado por el Bloque Sur de las FARC y solo pudo recuperar su libertad tras pagarles veinte millones de pesos (unos 4.500 euros). Alcanzaron también un convenio de colaboración: el Viejo les proveería de armas y de información para ejecutar secuestros. Los rescates se dividían a partes iguales entre guerrilleros y narcotraficante. También acordó que las FARC le ayudarían a cuidar sus laboratorios de cocaína. Sin embargo, este acuerdo se rompió cuando las FARC descubrieron que Vargas tenía centros de entrenamiento para las Autodefensas. Así que asaltaron todos los laboratorios de Vargas y ejecutaron a cuarenta personas que trabajaban para él. Según las autoridades colombianas, Vargas tuvo que pagar a los guerrilleros dos mil millones de pesos (unos 400.000 euros) para recuperar lo perdido.
En diciembre de 1989, la Marina mató a Rodríguez Gacha y Vargas tomó las riendas de la organización. El poder se le subió a la cabeza y, entre otras excentricidades, se mandó construir una réplica de la plaza de toros de Las Ventas en una de sus fincas. También mandó excavar una piscina con la forma del departamento de Caquetá en una casa que tenía a las afueras de Bogotá. En julio de 1990, su hija Erleny y su novio fueron secuestrados y asesinados, según Vargas por uno de sus rivales, Víctor Carranza, apodado el “Rey de las Esmeraldas”, algo que este último siempre negó vehementemente.
Todo al rojo
Mandó construir una réplica de la plaza de toros de Las Ventas en una de sus fincas. También mandó excavar una piscina con la forma del departamento de Caquetá en una casa que tenía a las afueras de Bogotá.
Las autoridades tenían a Vargas en su radar, pues le acusaban de haber participado en el magnicidio del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989. Sin embargo, la guerra con el Rey de las Esmeraldas le puso aún más los reflectores, dado que dejaron a más de setenta muertos en ambos bandos con total impunidad. La suerte de Vargas cambió en la madrugada del 7 de enero de 1993, cuando se encontraba en la ruleta del casino del hotel Hilton de Cartagena y los soldados le detuvieron. Le sentenciaron a cuarenta y cinco años de cárcel por narcotráfico y asesinato, y le recluyeron en la cárcel de máxima seguridad La Modelo.
Las rejas no fueron impedimento para que el Viejo continuara mandando en el mundo exterior. De hecho, en 1997 ordenó el asesinato de Horacio Serpa, el ministro del Interior del presidente Ernesto Samper, que acababa de lanzar su candidatura a la presidencia. El asesinato fracasó, al igual que la candidatura presidencial de Serpa. Las rejas tampoco le mantenían seguro, y en marzo del 97 sobrevivió a un atentado con una bomba al interior del presidio. A pesar de la larga condena, solo pasó ocho años en prisión y quedó libre en el 2001, después de que un juez le rebajó la sentencia cuando demostró certificados de buena conducta y de estudios.
A pesar de su buena conducta, la fiscalía continuó siguiéndole la pista y elaboraron un expediente en su contra por narcotráfico. Parte del expediente desapareció misteriosamente de las instalaciones de la Fiscalía en mayo del 2004. En octubre de ese año emitieron una orden de detención por el secuestro de dos abogados que desaparecieron a principios de 1995 y cuyos bienes y propiedades pasaron a manos de un prestanombre del cártel de Caquetá.
Por estas fechas Vargas obtuvo un pasaporte venezolano falso con el que viajó a España y se asentó en Madrid. En el 2006 le detuvieron a la puerta de un hotel en Madrid cuando se disponía a ir al aeropuerto para viajar a Alemania por el Mundial de Fútbol. Además de por falsedad documental, el juez Fernando Andreu le acusaba de estar detrás de un alijo de media tonelada de cocaína que la Guardia Civil había decomisado en Valencia camuflado en cajas de piñas. Aunque inicialmente estuvo en las cárceles de Alcalá Meco y Navalcarnero, le dejaron permanecer bajo arresto domiciliario a la espera del juicio debido a los problemas cardiacos que padecía.
El arresto domiciliario duró hasta enero del 2009, cuando Vargas se encontró mal y se trasladó al hospital por última vez. Durante el juicio quedó probado que el asesinato fue llevado a cabo por una “oficina de cobro” que operaba José Jonathan Fajardo en España. Estas células, bastante comunes en algunos países sudamericanos, son sicarios freelance, es decir, no trabajan para un solo cártel y ofrecen sus servicios a quienes quieren contratar sicarios para cobrar deudas o para realizar un ajuste de cuentas, como en el caso de Vargas.
Los siete acusados del asesinato del Viejo fueron condenados a penas de entre cuatro y veintiséis años de cárcel. Uno de ellos, Jonathan Montoya, se escapó de la cárcel en mayo del 2023 aprovechando un permiso penitenciario tras haber cumplido doce de los veinticuatro años a los que le condenaron. Estuvo prófugo un año, hasta julio pasado, cuando la Policía le incluyó entre los diez fugitivos más buscados de España. Montoya se entregó voluntariamente en una comisaría y pidió que no le extraditaran a Colombia, donde temía las represalias del cártel de Caquetá. Porque, además del asesinato de Leónidas, al día siguiente asesinaron a su hermano Fabio en Colombia. En ambos casos nunca se esclareció quién fue el autor intelectual de los asesinatos.