Haji Juma Khan fue (o es) uno de los mayores traficantes de heroína del mundo. Afganistán produce el noventa por ciento de la heroína que se consume en el mundo (y el noventa y cinco por ciento de la que llega a Europa) y, tras la invasión estadounidense del 2001, Khan se erigió en el principal capo de la droga afgano. Su relación con el gobierno estadounidense era complicada, dado que informaba a la CIA sobre los movimientos talibanes. En el 2008 lo detuvieron en Indonesia y deportaron a Nueva York. Allí, “desapareció”. Pasó diez años preso, probablemente por terrorismo –aunque los registros del juicio están bajo secreto de sumario–. Con el mismo misterio con el que fue encarcelado, fue liberado sin ninguna explicación en el 2018. Desde entonces, su rastro desapareció.
Juma Khan nació en la provincia afgana de Nimruz, en una familia de campesinos. Nunca aprendió a leer y desde joven se dedicó a plantar amapola. A partir de la década de los noventa, Nimruz se ha convertido en uno de los lugares más importantes para el narcotráfico, ya que colinda con la provincia de Helmud –la meca del opio, dado que allí se produce más del cincuenta por ciento de la heroína que se fabrica en Afganistán–. Además de cultivarse amapola, Nimruz hace frontera con Irán y Pakistán, por lo que se ha convertido en una región codiciada para los narcotraficantes. La carrera de Khan empezó en la década de los noventa, cuando gobernaba el régimen talibán. Sin embargo, tras la invasión estadounidense del 2001, su suerte cambió.
Durante las últimas tres décadas, los talibanes se han beneficiado del narcotráfico y el sesenta por ciento de sus ingresos provienen de los campos de amapola, según un informe del Inspector General para Afganistán del Gobierno estadounidense. En el verano del año 2000, por razones que no están del todo claras, el mulá Omar –líder de los talibanes– decretó la prohibición del cultivo de amapola. Aquellos que violaban la norma eran golpeados y después exhibidos por las calles del pueblo con las caras embarradas de aceite de coche. Mientras que en el año 2000 la producción de opio afgana fue de 3.276 t, un año después se redujo a 185 t (dado que la Alianza del Norte controlaba pequeñas partes de Afganistán donde se seguía sembrando amapola).
"Cuando los soviéticos invadieron el país, la CIA puso en marcha una operación para combatir el comunismo financiando narcotraficantes. El Gobierno estadounidense pagaba a granjeros por adelantado para que plantaran opio"
Sin embargo, cuando los talibanes perdieron el poder en el 2001 y se refugiaron en las montañas, volvieron a cobrar un impuesto del diez por ciento a los productores y a los traficantes que utilizaban sus zonas para trasladar el producto final. La industria de la heroína siguió creciendo y, hoy en día, según la Oficina de la ONU contra las Drogas, genera unos ciento veinte mil puestos de trabajo y supone el quince por ciento del PIB afgano. A pesar de que produce ganancias millonarias, estas no necesariamente se han trasladado a todos los integrantes de la cadena productiva. Un campesino cobra unos seiscientos dólares por cultivar cuatro kilos y medio de heroína pura (para lo que tiene que cosechar y sacar la goma de una plantación de amapola de una cuarta parte de una hectárea). Sin embargo, esa cantidad de heroína –reducida para tener una pureza del 30%– se vende por unos ciento cincuenta mil dólares en ciudades europeas.
A lo largo del siglo xxi, el cultivo de opio siguió creciendo. En el 2017 alcanzó el récord de 9.900 t de heroína producida –una cifra casi tres veces superior a la del 2000–. Este ascenso se explica porque, cuando los estadounidenses se hicieron con el control del país, tuvieron que decidir cuáles eran sus prioridades. Y la fundamental, en el contexto posterior a los atentados del 11-S, era capturar terroristas. Por ello, hicieron la vista gorda con los narcotraficantes, a quienes, incluso, la CIA reclutó como informantes sobre los movimientos de los talibanes que se movían en sus zonas de influencia.
A Juma Khan, de hecho, lo arrestó el Ejército estadounidense poco después de la caída del régimen talibán. Lo liberaron a los pocos días, a pesar de que sabían que se dedicaba al narcotráfico. En tres años, Khan se convirtió en uno de los mayores capos de la droga del mundo. Estableció vínculos cercanos con los talibanes, a quienes también proveía de armas y dinero procedentes del tráfico de drogas. Para el 2004, según la DEA, era uno de los tres grandes capos de la heroína afganos. Para construir su imperio sobornaba a las diferentes facciones tribales en las zonas montañosas de Afganistán y Pakistán para garantizar que pudiera mover su producto. Khan se hizo con el control de las rutas desde Afganistán hasta Irán y Turquía, desde donde posteriormente se enviaban a Europa.
La consolidación de los narcos afganos no se entiende sin la complicidad (u omisión) de Hamid Karzai, nombrado presidente interino por los estadounidenses en el 2001 y que se mantuvo en el poder hasta el 2014. Con la supervisión –y el acuerdo– de Estados Unidos afianzó su relación con traficantes de drogas, como Khan, que podían hacer frente a los talibanes. En Helmand, donde se produce la mayor parte del opio afgano, el nuevo presidente nombró como gobernador a Mohammed Akhundzada, sobrino del Mullah Nasim, quien fue el primero en montar macrogranjas de amapola con la ayuda de los estadounidenses. Era la década de los ochenta, cuando los soviéticos invadieron el país, y la CIA puso en marcha una operación para combatir el comunismo financiando narcotraficantes. El Gobierno estadounidense pagaba a granjeros por adelantado para que plantaran opio en las zonas que controlaban los soviéticos.
Arresto
La relación de Khan con la CIA y la DEA era bastante estrecha, según ha verificado la prensa estadounidense. Por un lado, están documentadas al menos dos reuniones en el 2001 y el 2002 en la embajada estadounidense. Khan recibió, además, una parte de los dos millones de dólares que ofrecía la CIA a los líderes tribales de las zonas montañosas de Afganistán para oponerse a los talibanes. En el 2006, la CIA pagó a Khan un viaje a Washington, para –presuntamente– brindar información sobre las operaciones de los talibanes en su Nimruz natal y también sobre sus rivales narcotraficantes. Al terminar sus reuniones, Khan se dedicó a visitar las atracciones turísticas de la ciudad.
Khan y las agencias de inteligencia estadounidenses continuaron su relación hasta el 2008, cuando los yanquis decidieron arrestarlo. Le convocaron a una reunión en Indonesia, a la que Khan acudió sin sospechar nada. En cuanto aterrizó, lo detuvieron y deportaron a Estados Unidos. La fiscalía, al momento de su detención, aseguró que Khan era uno de los traficantes más peligroso del mundo y que, además, había financiado un par de ataques suicida de los talibanes.
Los crímenes que le imputaban implicaban que la pena mínima que Khan debería haber purgado era de veinte años. Sin embargo, al cabo de diez años –en el 2018– fue liberado de la Correccional de Manhattan sin mayor explicación. Se presume que volvió a Afganistán y que su liberación fue a cambio de seguir colaborando con las agencias de inteligencia estadounidenses. No queda claro el papel que ejerció en los años previos a la nueva victoria de los talibanes ni el papel que tiene en la actualidad, aunque uno de sus parientes seguía controlando el narcotráfico en la frontera hasta que los talibanes llegaron al poder de nuevo, en el 2021.
El hermano del presidente