Las mujeres no suelen tener papeles destacados dentro del crimen organizado, sin embargo, Virginia Hill fue la excepción en el Chicago Outfit desde los años treinta y hasta su misteriosa muerte en Suiza en 1966. Además de socia, Hill fue amante de un nutrido grupo de mafiosos, especialmente de Bugsy Siegel, uno de los precursores del tráfico de heroína, con quien tuvo una tormentosa relación. Durante la segunda guerra mundial, Hill se trasladó a México para buscar productores de heroína y opio (que escaseaban dado el esfuerzo bélico). Para lograrlo, cultivó a la clase política mexicana de la época: “A pocas mujeres se les permite sentarse con los capos mientras planean asesinatos y negocios –aseguró su biógrafo, Andy Edwards–. Durante buena parte de su vida, Virginia Hill tuvo la confianza de la mafia y conoció sus secretos más oscuros”.
Nació en Lipscomb, Alabama, en 1916. Su padre, ganadero, era alcohólico y maltrataba a su esposa y diez hijos. Cuando Virginia tuvo siete años, según el periodista Ron Chepesiuk, lo golpeó con una sartén con aceite ardiendo y ese día terminaron los abusos. En 1933, a los diecisiete años, dejó el campo y se fue a Chicago, donde trabajó como prostituta y luego como camarera en un restaurante frecuentado por el Chicago Outfit. Así conoció a Joe Epstein, un mafioso con el que inició un romance y que la introdujo en los bajos fondos de la ciudad. Epstein fue su mentor: “La vistió con las mejores ropas, pulió su look y le ayudó a quitarse la imagen de white trash”, escribe Chepesiuk en su libro Queenpins: Notorious Women Gangsters of the Modern Era. También le enseñó a lavar dinero y a mover cargamentos de mercancía robada.
Hill era insaciable en la cama y participaba en orgías con mafiosos regularmente. Entre sus amantes estuvieron Frank Costello, Joe Adonis, Moe Dalitz y Tony Accardo, algunos de los capos más importantes de Estados Unidos. Durante el interrogatorio de Hill ante la Comisión del Senado para investigar el crimen organizado pasaron centenares de testigos –mafiosos y políticos, sobre todo–. Sus sesiones se transmitían por televisión y obtenían una alta cuota de share. Cuando Hill testificó, el senador que la interrogaba le preguntó cómo era posible que un mafioso le diera tanto dinero para que administrara.
–¿Realmente lo quieres saber? –preguntó Hill.
–Sí, realmente lo quiero saber –insistió el senador.
–Te lo diré: ¡soy la mejor comepollas de la ciudad! –respondió la mujer, escandalizando a los octogenarios y puritanos miembros del Senado.
La mujer era una dedicada alumna, que aprendía de sus amantes los secretos del contrabando y durante décadas anotó todo lo que vio en un diario secreto. En él detallaba los crímenes de los actores más importantes de la Cosa Nostra y el Murder, Inc. Lo consideraba un seguro de vida, aunque posiblemente terminó siendo el causante de su muerte.
En la primavera de 1939, Hill se trasladó a Los Ángeles, donde se convirtió en una celebrity casi al instante, participó en algunas películas y tuvo un breve romance con Errol Flynn. A instancias de sus jefes, inició un tórrido romance con Benjamin “Bugsy” Siegel, amigo de la infancia de Al Capone y de Meyer Lansky. Siegel era el jefe de sicarios de la Cosa Nostra. Un tipo violento, irascible y con un apetito sexual similar al de Hill. Siegel también era amigo de estrellas de Hollywood como Clark Gable, y las fiestas que se celebraban en su casa solían derivar en orgías.
Las peleas entre la pareja eran legendarias. La fidelidad no era el fuerte de ninguno de los dos; Siegel le daba palizas brutales de manera regular y ella tenía episodios depresivos en los que se intentaba suicidar. Se reconciliaban y volvían a empezar. Para su suerte, Siegel se tuvo que ir de Los Ángeles –donde las autoridades le acosaban constantemente– y se instaló en Las Vegas: estaba construyendo el hotel y casino Flamingo. Hill no podía ir al desierto porque era alérgica a los cactus y al polvo. La relación se enfrió, y ella retomó una relación con Joe Adonis en Nueva York, y de vez en cuando pasaba fines de semana con Siegel en Los Ángeles.
Siegel robó dinero de la mafia destinado para la construcción del casino, se lo contó a su amante, que lo fue anotando en su diario y cuando sacó cuentas vio que Bugsy se había embolsado unos dos millones de dólares. La apertura del casino fue desastrosa, y la Cosa Nostra decidió que había que acabar con él. Debatieron si también deberían matar a Hill, pero le perdonaron la vida y le dijeron que se fuera de viaje. A Siegel lo asesinaron en la mansión de Los Ángeles de Hill en junio de 1947, y el crimen nunca se resolvió.
México lindo
Tras el asesinato de su amante, Hill se deprimió y volvió a intentar suicidarse en varias ocasiones. Recaló en México, donde de hecho había conocido a Siegel en 1937, en un bar de Tijuana. Durante la segunda guerra mundial, el opio escaseaba en Estados Unidos y la pareja había cruzado la frontera para comprar opio y morfina. La mafia tenía bodegas en Tijuana, que durante la era de la prohibición utilizaban para almacenar licor y en el que ahora almacenaban otra mercancía. Hill se hizo amante de Luis Amezcua, un personaje clave en el tráfico de drogas y uno de los asesores más cercanos de un político emergente, Miguel Alemán, que años después se convertiría en presidente. Amezcua fue el enlace de Hill con el gobierno mexicano.
La investigación determinó que se suicidó, aunque las sospechas de que la asesinó la mafia son constantes. Su diario, presuntamente, terminó en manos de un capo de Chicago
En su regreso a México, Hill se encontró que Miguel Alemán era el presidente y que sus contactos con Amezcua (piloto personal del presidente) iban a ser muy útiles. Según el periodista Juan Alberto Cedillo, en su libro La Cosa Nostra en México, el tráfico de heroína lo controlaba el coronel Carlos Serrano, uno de los asesores más cercanos al presidente y director de la policía política del régimen. Hill también hizo gestiones porque parecía que el gobierno de Miguel Alemán iba a legalizar los casinos –un negocio en el que la Cosa Nostra siempre estaba muy interesada, como en Cuba–, aunque finalmente no los legalizó y Hill se marchó de México.
Volvió a Estados Unidos en los años cincuenta y se casó con un esquiador austriaco, Hans Hauser, con el que tuvo un hijo. Su nuevo marido había sido un simpatizante nazi, por lo que le retiraron la visa y lo amenazaron con la deportación. Hill buscó la ayuda de sus amigos mafiosos, pero le dieron la espalda. Despechada, fue con la prensa y contó que poseía un diario donde tenía anotadas dos décadas de secretos de la mafia. Sus declaraciones atrajeron la atención del Departamento de Justicia, que la acusó de evasión fiscal y se quedó con su casa, sus joyas y prácticamente todo lo que tenía.
En los últimos años de su vida se instaló en Austria con su marido y su niño. Siguió intentando extorsionar a la mafia, para evitar que divulgara el contenido de su diario. Joe Adonis, uno de sus ex, le dio seis mil dólares, que a ella le supieron a poco. Exigió más. El 24 de marzo de 1966, un grupo de personas que hacían trekking encontraron el cadáver de Hill cerca de un arroyo. La investigación determinó que se suicidó, aunque las sospechas de que la asesinó la mafia son constantes. Su diario, presuntamente, terminó en manos de un capo de Chicago.