No hay negocio más familiar que un cártel de la droga. Es posible que el único valor “positivo” que promueven los narcotraficantes sea el de la familia. Los méritos importan poco, lo crucial es compartir la misma sangre. Los hijos de los grandes capos viven desde pequeños fuera de la ley, a menudo huyendo o sin ver a su padre por largas temporadas. Les rodean la opulencia, los guardaespaldas y las armas.
Con este cóctel no es de extrañar que muchos de ellos se conviertan en personajes extravagantes. La gran mayoría sigue los pasos de sus progenitores, no siempre con éxito. También hay hijos díscolos, que reniegan de su herencia genética e intentan hacer una vida de civil. Estos son algunos de los narcojúniors más singulares del momento.
Los Chapitos
No hay hombre más familiar que el Chapo Guzmán, que a sus sesenta años ha tenido dieciocho hijos con siete parejas. Sus últimas dos hijas (que tienen ciudadanía estadounidense) las tuvo con la hija de un importante narcotraficante sinaloense. Una gran familia. Cuatro de los hijos del Chapo son muy activos en redes sociales, a veces demasiado. Tres meses antes de la célebre fuga de Guzmán por un túnel, su hijo Iván Archibaldo tuiteó: “No miento, he llorado, pero es de hombres y ahora va la mía. Traigo gente armada y les prometo que el general pronto estará de regreso”. La prensa mexicana se refiere a Iván (de treinta y cuatro) y a Alfredo (de treinta y uno) como “Los Chapitos”, que empezaron en el negocio desde que su padre se fugó por primera vez de la cárcel en el 2001. Ricardo Ravelo, periodista especializado en crimen organizado, los describe como “demasiado temperamentales, inmaduros y, obviamente, muy jóvenes como para poder asumir el control”. Desde la extradición del Chapo a Estados Unidos a principios de año, sus hijos libran una guerra para que el cártel de Sinaloa siga en manos de la familia Guzmán. Son los responsables de la ola de violencia que azota México. De la prole del Chapo el más tranquilo es, sin duda, Ovidio, que en su cuenta de Twitter expone a modo de sinopsis: “Yo no soy de lujos ni de carros deportivos, a mí me gustan los caballos y los gallos finos”.
La Barbie Grupera
Se podría decir que Melissa Plancarte es la Paris Hilton del narcotráfico mexicano. Al igual que la rubia estadounidense, la fama de Melissa se debe a sus fotos en Instagram y a que es hija de Kike Plancarte, uno de los fundadores de los Caballeros Templarios. Se trata de un extrañísimo cártel y secta religiosa del estado de Michoacán que se considera heredero de los caballeros medievales. Melissa aparece en su cuenta de Instagram (en la que tiene sesenta y cinco mil seguidores) con ajustados vestidos en los que luce la cruz templaria, lo que la catapultó a las portadas de la prensa mexicana y, sin duda, le ayudó a promover su carrera musical. Los dos hijos de Kike Plancarte son cantantes de narcocorridos. Melissa triunfa con el nombre artístico de “La Barbie Grupera”, mientras que su hermano Enrique se hace llamar “El Príncipe de la Banda”. Melissa abochornó a las corruptas autoridades de Michoacán cuando se supo que utilizó el Palacio de Justicia del Estado para grabar el videoclip de uno de sus temas. Su padre murió en un enfrentamiento con el Ejército en el 2014, y sus hijos suelen interpretar algún tema sobre él durante sus conciertos.
Mayito Gordo & Co.
Juan Pablo Escobar se ha convertido en una suerte de portavoz contra el crimen organizado, y ha escrito dos libros en los que narra y denuncia cómo era la vida con su padre
El Mayo Zambada lleva más de cincuenta años eludiendo a las autoridades de México y Estados Unidos. Nunca ha pisado una celda, a pesar de ser el número dos del Chapo y que ahora está en guerra con los Chapitos. Sus hijos, sin embargo, no heredaron su suerte y tres (de los nueve que los medios mexicanos calculan que tiene) cumplen penas de prisión en Estados Unidos. Sus hijas son señaladas por la DEA como parte del entramado de lavado de dinero del clan. Su hijo Vicente, detenido en el 2009 y extraditado a Estados Unidos, se convirtió en testigo protegido y, presuntamente, dio información sobre las operaciones del cártel de Sinaloa. Serafín (cayó en el 2013 al intentar entrar a Estados Unidos) incluso tiene un narcocorrido en el que se define como “tranquilo por naturaleza, uso la cabeza, antes de hacer algo”. Algo que no hizo el tercero del clan Zambada, con el peculiar apodo de “Mayito Gordo”, que fue detenido en el 2014 gracias a su gusto por exhibirse en las redes sociales. En su cuenta de Instagram colgaba fotos con mujeres, caballos, metralletas o en la camioneta sin placas que utilizaba habitualmente. Los marinos empezaron a darle like a sus fotografías y montaron una operación en la que el objetivo era atrapar al Mayo. Se les escapó otra vez, solo pillaron al Mayito Gordo.
El Señorito de los Cielos
El Señor de los Cielos, amo y señor del narcotráfico mexicano en los años noventa, quería que su hijo Vicente, apodado “El Ingeniero”, creciera alejado de su negocio. El apodo le viene de su paso por distintas academias y universidades de Suiza y España, aunque no está claro que ostente el grado de ingeniero, ya que en realidad estudió finanzas. Tras la muerte del Señor de los Cielos en 1997, su hermano Vicente tomó las riendas del cártel y El Ingeniero empezó a trabajar para su tío utilizando sus conocimientos para ayudarle a lavar el dinero del cártel. Fue el primer narcojúnior en caer; lo detuvieron en el 2009 en la ciudad de México mientras corría en un parque en el exclusivo barrio de Polanco. Fue condenado a una pena de siete años de cárcel y le falta poco para quedar libre, en octubre del 2018. ¿Retomará las riendas del imperio familiar?
Juan Pablo Marroquín
Juan Pablo Escobar está a punto de cumplir los cuarenta años pero ya no se llama así. Desde que su padre –el célebre jefe del cártel de Medellín– fue asesinado en 1993 se cambió el nombre. Quería evitar el estigma de ser el hijo del narcotraficante más famoso de Colombia. Ahora es Juan Sebastián Marroquín, vive en Argentina y es arquitecto. En el 2009 acaparó los reflectores cuando participó en un documental en el que pedía perdón por los incontables crímenes de su padre. Desde entonces se ha convertido en una suerte de portavoz contra el crimen organizado, y ha escrito dos libros en los que narra y denuncia cómo era la vida con su padre. Cuando Netflix estrenó Narcos, sobre la vida de Escobar, Marroquín aseguró: “Mi padre era mucho más cruel que el Pablo Escobar de Netflix”. Nunca trabajó en el mundo del narcotráfico, aunque creció en él y su padre le contaba algunos pormenores del negocio. En uno de sus libros narra que cuando padre e hijo veían juntos el telediario, Escobar corregía a la presentadora si esta le acusaba de algún crimen que no había cometido. No tenía problema en reconocer cuándo había ordenado la ejecución de alguien. Cuando Juan Pablo tenía ocho años su padre –un porrero declarado– le dijo que si alguna vez quería probar las drogas lo hicieran juntos. No aclara si les dio tiempo.