“Llegaron los invitados / a la fiesta de la sierra / helicópteros privados / y avionetas de primera”. Así arranca el corrido “Fiesta en la sierra”, de Los Tucanes de Tijuana, uno de los grupos de narcocorridos más famosos de México. Cuenta algo que sucedió de verdad: un cumpleaños del narcotraficante Ismael, “el Mayo”, Zambada al que acudieron una ecléctica mezcla de narcos, policías, soldados y políticos. Cuando pensaban que habían llegado todos los invitados se escuchó un helicóptero y se vivió un momento de tensión, pues pensaban que podía ser la policía. Pero el Mayo ordenó que no dispararan. “Se baja una bella dama / con cuerno (AK-47) y camuflajeada / de inmediato el festejado / supo de quien se trataba: / era la famosa Reina del Pacífico / pieza grande del negocio, una dama muy pesada”.
La Reina del Pacífico es Sandra Ávila Beltrán, quien, de hecho, confirmó el año pasado en una entrevista en el canal de YouTube Doble G que la historia que narra el corrido ocurrió realmente. Ávila relató que la historia del cumpleaños se la contó el propio Mayo a Los Tucanes de Tijuana, quienes debían de haber tocado en el cumpleaños pero no pudieron hacerlo. Beltrán también confirmó que llegó a la fiesta en helicóptero con un AK-47. “Sí, me gusta tirar y me gusta mucho el tiro al blanco –y aclaró–: No es que ande armada”, pero como la Sierra es un lugar peligroso ese día sí llevaba una metralleta.
A los narcos les gusta mucho la fiesta y, como tienen recursos ilimitados, suelen dar rienda suelta a su imaginación y excentricidades a la hora de rumbear. Cuando las gemelas del Chapo Guzmán cumplieron años, en agosto del 2018, su madre –Emma Coronel– les organizó una extravagante fiesta en Culiacán con temática de Barbie. Mandó construir una casa de muñecas de un tamaño en el que las niñas cabían de pie. La mansión donde se celebró la fiesta fue cubierta de globos rosas y blancos y en el jardín se instaló un salón de belleza para las niñas en donde se podían peinar y hacer la manicura. La prensa mexicana estimó en decenas de miles de euros el coste de la fiesta, a la que el padre no pudo asistir. Acababa de ser extraditado a Estados Unidos, donde estaba a la espera de juicio.
El líder del cártel Jalisco Nueva Generación, Nemesio Oseguera “el Mencho” es uno de los narcos más sanguinarios de México. En el 2019 iba a celebrar su cumpleaños número cincuenta y tres con un fastuoso festejo en Jalisco, el estado que controla. En esa época había rumores persistentes de que había muerto. Sin embargo, el Mencho seguía vivo, como revela un informe del Ejército filtrado por hacktivistas del grupo Las Guacamayas. Durante varias semanas, la inteligencia militar siguió al Tocayo, un narcotraficante que era la mano derecha del Mencho y el encargado de organizar el festejo. Los soldados observaron como preparaba un campamento del cártel en Talpa, Jalisco. También que había encargado panque de maíz, el favorito del Mencho, y que había mandado a imprimir camisetas con la cara del narco para todos los presentes. Sin embargo, el Tocayo detectó el seguimiento y tuvo que detener los preparativos.
La cárcel no es impedimento para hacer fiestas, como saben bien en el penal de “máxima seguridad” de Puente Grande, en Jalisco. En el 2017, el periódico Milenio obtuvo un vídeo de dos horas de una fiesta al interior de la prisión. En él se pueden ver actuaciones musicales del grupo Los Buchones de Culiacán, alcohol, comida y mujeres. El organizador del evento es José Luis Gutiérrez, alias “el Ojo de Vidrio” o “Don Chelo”, quien es consuegro del Mencho (su hija está casada con el Menchito) y quien controla la cárcel. De hecho, en una parte de la grabación, un reo sube al escenario para dedicarle un poema al compa Chelo, y éste brinda y dice a los otros presos: “Aquí el que manda soy yo. Pidan lo que quieran, yo les doy”. No se ve a ningún policía en la cárcel, solo a uno que se acerca a Don Chelo a preguntarle si todo está bien y no les hace falta nada.
El mala copa
En una de esas fiestas, según Martínez: “Rifaron a una mujer que habían traído de Suecia”. Todos los asistentes sacaban un papel y el que ganaba se la llevaba unas horas
A Pablo Escobar le gustaba mucho la fiesta y solía cerrar discotecas para él solo en las que desfilaban montañas de cocaína y mujeres. El productor colombiano Jairo Martínez –que entre otros lanzó las carreras de Gloria Estefan, Ricky Martin, Mark Anthony y Shakira– aseguró sobre los ochenta: “Era una época en la que todos eran amigos de todo el mundo y cuando había una fiesta en Cartagena de repente estabas con quien menos tú pensabas”. En una de esas fiestas, según Martínez: “Rifaron a una mujer que habían traído de Suecia”. Todos los asistentes sacaban un papel y el que ganaba se la llevaba unas horas.
El fundador del cártel de Medellín era un apasionado de la música y solía contratar para sus fiestas a artistas de talla internacional. Uno de estos fichajes fue José Luis Perales, a quien le ofrecía mil dólares por cada vez que cantara “¿Y cómo es él?”, según relató Pablo Carbonell, líder de Los Toreros Muertos, en su libro de memorias El mundo de la tarántula. “Cuando ya la había cantado unas diez veces se negó a repetirla. Le pusieron una pistola en la mesa y tuvo que tocar la canción las veces que le apeteció al organizador de la fiesta o a la señorita que lo acompañaba”. La historia no fue confirmada ni desmentida por el propio Perales.
Escobar, aparentemente, era asiduo a escuchar la misma canción en bucle, pero en directo. El puertorriqueño Héctor Lavoe, uno de los cantantes de salsa más famosos de los ochenta y con un enorme gusto por la farlopa, fue contratado para actuar en la Hacienda Nápoles de Escobar. Al llegar, el capo le hizo cantar la misma canción –“El cantante”– toda la noche, según el periodista colombiano Juan José Hoyos. Al cabo de un par de horas, Lavoe se negó a seguir cantando y tuvo una discusión con Escobar. El capo se mosqueó y lo encerró junto a sus músicos en una habitación. También les quitó los zapatos y los pasaportes.
Lavoe escapó por una ventana y caminó descalzo hasta que encontró una carretera y un taxi. El taxista, desconfiado de los personajes con frac y descalzos que le marcaban la parada, no quería ayudarles, y dudaba de que fuera realmente Lavoe. Así que le pidió que interpretara “El cantante” (otra vez) para convencerse de su identidad y ayudarlos. Lavoe lo hizo y el taxista se convenció y los llevó al hotel. Al día siguiente, Escobar les envió al hotel los zapatos, los instrumentos y el cheque de su actuación. La historia, además de ser relatada por el periodista Hoyos, fue confirmada por Jhon Jairo Velásquez, “Popeye”, lugarteniente de Escobar.
Sebastián Marroquín, hijo de Escobar, relató que a principios de los noventa estaba harto de que su padre siempre llevara a los mismos artistas viejunos como Perales, el Puma Rodríguez o Lavoe. Así que le pidió que trajese una estrella internacional. Marroquín sugirió a su padre contratar a Michael Jackson, algo a lo que Escobar accedió gustoso y desarrolló un plan más elaborado: después de que Jackson diera el concierto privado, le secuestrarían y pedirían sesenta millones de dólares por su liberación. El plan, según Marroquín, no llegó a prosperar porque justo por esa época la persecución policial contra Escobar se intensificó y el gobierno confiscó la Hacienda Nápoles, donde se habría de realizar el supuesto concierto de Jacko.