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Operación Odessa

Operación Odessa
El mafioso nacido en Ucrania Ludwin Fainberg, más conocido como “Tarzan”

¿Es posible comprar un submarino militar de segunda mano? ¿El submarino lo quieres con misiles o sin misiles?. Así arranca el documental Operación Odessa, de Netflix, que narra una enrevesada historia sobre los intentos de la DEA para detener a un mafioso ruso apodado Tarzan, un espía cubano y un estafador venezolano que iban a vender un submarino soviético al cártel de Cali.

“Tenía un amigo que vivía en San Petersburgo. Un día le llamé y le dije: “Misha, te voy a hacer una pregunta un poco rara. ¿Es posible comprar un submarino militar de segunda mano?”. Me dijo: “Vaya pregunta. Veré qué puedo hacer. Me llamó a los dos días y me dijo: “¿El submarino lo quieres con misiles o sin misiles?”. Así arranca el documental Operación Odessa, de Netflix, que narra una enrevesada historia sobre los intentos de la DEA para detener a un mafioso ruso apodado Tarzan, un espía cubano y un estafador venezolano que iban a vender un submarino soviético al cártel de Cali.

El protagonista de la historia es Ludwin Fainberg, “Tarzan”, que nació en Odessa en 1958. Siendo un veinteañero, aterrizó en Brighton Beach, en Nueva York, una zona con una enorme comunidad soviética y que de hecho es conocida como Little Odessa. Tarzan empezó a trabajar como recaudador para la familia Gambino, de la mafia italiana. En el documental explica que solía provocar incendios de negocios que no pagaban sus cuotas a la mafia y también golpeaba a los deudores persistentes. A mediados de la década de los ochenta, el compañero con el que hacía las rondas fue asesinado, así que se mudó a Miami.

Miami, a finales de los ochenta, era la meca de la cocaína. En aquellos años, los controles fronterizos eran increíblemente laxos y los capos colombianos importaban la cocaína desde Panamá, por vía marítima, hasta los muelles de Florida. Tarzan abrió un bar de striptease llamado Porky’s, dado que el lugar en el que se localizaba fue el sitio en el que se rodó la película, una de sus favoritas. Uno de los grandes atractivos del tugurio era que durante los shows los clientes podían pagar por sostener el mando de un coche teledirigido, el cual tenía un consolador incorporado con el que podían penetrar a la bailarina de turno. El lugar, según Tarzan, era frecuentado por infinidad de deportistas y famosos, entre los que menciona a Sting.

Otro de los clientes VIP de Porky’s era el rapero Vanilla Ice, el auténtico one hit wonder, quien presentó a Tarzan a Juan Almeida y se volvieron inseparables. Almeida era un cubano propietario de un club náutico para la élite de Miami. Su clientela, en la marina, incluía a Julio Iglesias, Gloria Estefan y a algunos narcotraficantes colombianos que amarraban aquí las lanchas rápidas con las que traían cocaína de buques que estaban en aguas internacionales. También era dueño de un concesionario de coches de lujo, y allí fue donde conoció a Nelson “Tony” Yester, cuando este último acudió a comprar un Ferrari, y se convirtió en el tercer socio de este peculiar grupo ucraniano-cubano.

Yester nació en Cuba y llegó a Miami en la década de los ochenta con el éxodo de Mariel. Entre abril y octubre de 1980, el dictador Fidel Castro abrió el puerto de Mariel para que quien quisiera abandonara la isla –la costa estadounidense está a solo noventa millas–. Unos ciento veinticinco mil cubanos abandonaron el país en esos meses, y Almeida fue uno de ellos. En el documental sugieren que Almeida era un agente del servicio de inteligencia cubano. Según Yester, al año de llegar a Estados Unidos ya había amasado su primer millón. En el 82 lo detuvieron por portación ilegal de armas y en el 89, por utilizar un pasaporte y tarjeta de crédito apócrifas. Un año después giraron una orden de arresto por tráfico de cocaína y desapareció.

La caída de la Unión Soviética abrió a los amigos un mundo de posibilidades de negocios. “Todo estaba en venta –resume Tarzan en el documental–, particularmente el parque móvil del Ejército soviético. Yester tenía contactos con el cártel de Cali, quienes le habían pedido un helicóptero para transportar droga por la selva. El trío se trasladó a Moscú, de donde volvieron con un avión Tupolev (más grande que un Boeing 737) repleto de helicópteros. Antes de poder despegar, Tarzan fue detenido por la mafia rusa, que exigía un pago para dejarle marchar. Tarzan llamó a Almeida, quien se trasladó desde Miami y, según su relato, se hizo pasar por Pablo Escobar. Los mafiosos rusos les dejaron despegar después de que el apócrifo capo de Medellín les prometiera cocaína.

Estrellato

"Durante los shows los clientes podían pagar por sostener el mando de un coche teledirigido, el cual tenía un consolador incorporado con el que podían penetrar a la bailarina de turno"

Al aterrizar en Cali, los amigos se convirtieron en celebridades. La discreción no era su fuerte, y se sacaron fotografías con el avión y los helicópteros nada más aterrizar. Todo el pueblo hablaba de su hazaña, que también llegó a oídos de la DEA. Los agentes estadounidenses, aterrados por la facilidad con la que habían logrado traer helicópteros, crearon un task force para investigar al trío y, de hecho, infiltraron a un agente encubierto, que empezó a trabajar en Porky’s y en Babushka, un restaurante propiedad de Tarzan que también era punto de encuentro de mafiosos rusos y colombianos.

Al poco tiempo, y dada la fama que tenía el trío de ser capaces de traer cualquier cosa, el cártel de Cali le preguntó a Yester que si podrían comprar un submarino. Yester consultó con su socio, quien, tras indagar, le dijo que no habría ningún problema. El trío se trasladó a Moscú, donde se reunieron con almirantes e integrantes del recién extinto Ejército Rojo. Pidieron que si podían ir a la base en la que almacenaban los submarinos y los llevaron sin problemas. Al llegar, Yester exigió hacer fotografías del submarino para mostrárselas al cártel de Cali. Las bases navales son –o deberían de ser– uno de los lugares más secretos del ejército de cualquier país. A pesar de ello, los tres amigos se fotografiaron con el submarino y con el capitán de la embarcación.

Yester iba a cobrar al cártel treinta y cinco millones de dólares por el submarino. Al volver de Rusia mostró las fotografías a los hermanos Rodríguez Orejuela y les exigió un pago inicial de diez millones de dólares. Tuvo el dinero a los pocos días y desapareció. En Miami, Tarzan había dejado las fotos de su viaje en su escritorio del bar de striptease. Cuando las vio el agente encubierto, avisó a la DEA, que, tras verificar con la OTAN la veracidad de las fotografías, se decidió a capturar a Tarzan y a Almeida. Los agentes tenían quince mil horas de grabaciones, en las que Tarzan hablaba sin tapujos sobre la compra del submarino. A pesar de la evidencia y la gravedad de la acusación, estuvieron presos solo dieciocho meses, dado que la venta nunca se llegó a materializar.

Yester, por su parte, intentó quedar con el cártel de Cali en Madrid para cobrar un segundo pago de los diez millones de dólares, mismos que no llegó a cobrar, dado que se percató de la presencia de sicarios que iban a matarlo. Huyó con el dinero y, de hecho, permaneció prófugo entre 1990 y el 2018. En el documental asegura que ha perdido la cuenta del número de pasaportes e identidades que posee. Se instaló en Johannesburgo, donde tuvo contactos con la mafia, y lo detuvieron en Roma en el 2017. Dos años después lo extraditaron a Estados Unidos, donde cumple una condena de cinco años de prisión.

Operación Baluma

A medida que los controles fronterizos en Estados Unidos y Europa se han endurecido, los narcotraficantes llevan décadas utilizando narcosubmarinos. Ninguno ha llegado tan lejos como a utilizar un submarino nuclear, pero sí que usan pequeñas embarcaciones capaces de transportar docenas de toneladas en un solo viaje. En Estados Unidos, en el 2019, se interceptaron ochenta y nueve narcosubmarinos. En febrero del año pasado, la Guardia Civil descubrió un narcosubmarino hundido en la playa de Hío (Pontevedra). Tenía veinte metros de eslora y había sido fabricado artesanalmente. En su interior cargaba tres toneladas de cocaína.

Los tripulantes, dos ecuatorianos y un exboxeador gallego, llevaban veintiséis días navegando desde Venezuela. A pesar de los veinte metros de eslora, la mayor parte de la embarcación cargaba combustible para poder hacer la travesía (tres mil kilómetros por el Amazonas y seis mil por el Atlántico). En la cabina, los tres cabían de pie. Si querían hacer pis o caca, tenían que salir del agua –y así fue cómo los detectó la Guardia Civil y empezó a seguir su travesía hasta las costas gallegas–. Tras su detención, cada uno había perdido entre diez y doce kilos de peso. Declararon que  habían recibido noventa mil euros cada uno por hacer el viaje y la promesa de otros quinientos mil al llevar la carga a buen puerto.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #279

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