“Yo no estoy jugando el juego”, afirma Jack mientras se recupera de su séptimo infarto en las montañas del norte de California que le han visto crecer. Sus padres fueron de los primeros hippies que en los años setenta se mudaron al condado de Humboldt para vivir en medio de la naturaleza salvaje. Jack tiene una granja de marihuana ilegal perdida en las montañas del llamado Triángulo Esmeralda, y asegura que tanto ahora, que la marihuana es legal para uso recreativo en su estado, como cuando era joven siempre ha estado fuera de la ley. “Tengo una nueva propiedad de 186 acres (753.000 mᒾ) y todo el agua le llega a través de la montaña. Sí, la vida es maravillosa”. Jack asegura que ni en su montaña ni en la montaña vecina, Murder Mountain –ahora famosa debido a la serie homónima de Netflix–, temen a la policía: “Con los recursos que tienen solo pueden atrapar a uno de cada ocho growers. Somos miles”.
“Están llevando a los pequeños agricultores a la bancarrota y están dejando entrar solo a grandes compañías y farmacéuticas”, asegura Jack
Son muchos los cultivadores que, como Jack, viven del negocio del cannabis desde hace décadas y que desde su regulación, el pasado enero del 2018, ven imposible entrar en la industria legal del llamado oro verde. “Tengo un vecino que con lágrimas en los ojos me dijo que tiene más de un millón de dólares y que no está ni cerca de poder legalizarse”. Y Jack continúa: “están llevando a los pequeños agricultores a la bancarrota y están dejando entrar solo a grandes compañías y farmacéuticas. Esta es una industria de 52.000 millones al año y no van a dejar que gente como yo esté dentro”.
Debido a la legalización de la marihuana, la demanda sube y el precio baja. Los agricultores aseguran que a causa de los altos precios para poder convertir sus plantaciones en legales el mercado negro sigue creciendo, y una prueba de ello es que los trimmigrants, los trabajadores temporales de la marihuana, siguen acudiendo a la llamada de la cosecha a pesar de no ser ya lo que era. “Antes podían llegar a pagar doscientos dólares por pound (454 g) de hierba limpia. Ahora los farmers pagan unos cien. Siempre digo que este año es el último y acabo volviendo”, afirma Saray, una trimmer con siete años de experiencia que esta temporada ha vuelto y que ahora, tras el fin de la cosecha, publica en sus redes un vídeo navegando en un yate junto a sus compañeros de trabajo.
Unos viajan por el mundo, algunos vuelven a sus casas y otros compran terrenos en Baja California para surfear hasta la siguiente cosecha. Un modo de vida utópica que está vislumbrando su fin, pues no todo son historias de éxito en las montañas, como se ha encargado Netflix de mostrar en su serie. Reducción de salarios, jefes que no pagan, crímenes, desaparecidos, redadas y todo lo malo que puede ocurrir en las granjas de la coloquialmente llamada “Montaña de los asesinatos de Alderpoint”. “La mayoría de los residentes de Alderpoint son usuarios de metanfetaminas, y realmente no me importa lo que una persona decida poner en su cuerpo, pero hay un camino pavimentado que lleva a esa ciudad y personas inocentes que no están familiarizadas con la cultura de Alderpoint terminan allí trabajando con yonquis y racistas. Sus muertes son algo realmente triste en todos los sentidos”, cuenta Jack, que vive junto al camino que lleva a Alderpoint.
“Mis antiguos socios deben medio millón de dólares a mi vecino”, confiesa Jack. Y esos mismos jefes también deben dinero a varios trabajadores españoles: “Yo ya no vuelvo. En la última cosecha ni a mí ni a mis compañeros nos pagaron todo lo que nos debían. A mí me deben unos mil quinientos dólares”, confiesa un excosechador de marihuana que ahora vive de la tierra en las montañas de Aragón. “El jefe me ofreció una visa de trabajo pero finalmente no pudo ser –cuenta una trimmer mexicana que tras cuatro años trabajando de ilegal le habían prometido regular su situación–; supongo que el destino me dijo que no debía ir por allí… ¿Volveré?”.
Ni la Muder Mountain ni el Summer of Love del 67