¿Quién carajo es Mr. Blue?
Fue el verano del 2015 cuando trabajé por primera vez en el Triángulo Esmeralda, pero no me voy a recrear ahora en esa road movie como si fuera un viejo redneck que continúa pajeándose con el recuerdo de aquella pobre oriental que se mal folló en Vietnam. Ya han pasado tres años desde que no piso la llamada tierra de las oportunidades, y que sean muchos más. Además, como dice mi abuela Facunda: “¿Para qué quieres ir si ya lo ves por la tele?”. Y tiene razón. Netflix sigue encargándose, como buenamente puede, de recrear la cara más sensacionalista de la estadounidense industria del cannabis. Pero, por suerte, aquí tenemos a nuestro enviado especial, Mr. Blue (trimmer name).
No recuerdo con seguridad dónde vi por primera vez a Mr. Blue. Dudo entre el parking del community center de Willow Creek, un callejón, creo que de Eureka, o una noche de Halloween por la plaza de Arcata –todas, ubicaciones casi indispensables para el entorno trimmer–. Solo sé con seguridad que el encuentro fue en el norte de California durante el otoño del 2015.
Para Mr. Blue esta ha sido su quinta cosecha consecutiva. Antes de entrar en detalles, me gustaría presentarle como un ser incombustible que se nutre del movimiento y de las coyunturas que vive en este movimiento, y debo recalcar que no siempre le va bien. De hecho, se me encogió el corazón cuando en el 2016 le hablaba de jacuzzis y él me aseguraba que apenas había visto en su vida alguna ducha –por no llamarla manguera– con agua fría. Y eso sin entrar en detalles gananciales, laborales y fronterizos. Lo que sigue es el relato de Mr. Blue, tal y como me lo contó, con sus recientes aventuras en California durante la última cosecha del 2019.
La cosecha del 2019 según Mr. Blue
Este año me fue mejor que el pasado; empecé bastante fuerte, pero como todos los años siempre me creo que vuelvo con más pasta de la que realmente me traigo. Al llegar me compré una especie de ranchera en San Francisco. Y la verdad es que consumía muy poco y aguantó bien, lo malo es que me molesté en armar la cama, poner la tabla y tal, y al final me salió un trabajo donde no podían pasar los coches. Había problemas con los vecinos. Fue un curro largo: cuatro o cinco semanas. Cuadró muy bien con la llegada; ya estuve el año pasado en esa granja. Hice las dos cosechas allí, no exigen mucho en el trimming. De hecho, se hacen auténticas animaladas, pero si las aceptan… La granja ahora mismo está en proceso de legalizar, una de tantas. El dueño de esta vende mucho en el black market, y quieren más cantidad que calidad. Yo hacía tres o cuatro pounds diarios, unos quinientos pavos. Un día limpié siete (con ciertos trucos de trimming), pero eso ya te lo cuento después.
Tres granjas y muchas trabas legales
Este año estuve en tres granjas. A la primera llegué justo cuando se acabó el trabajo de campo; doce días de trimming. Luego estuve tres en otra farm que ya conocía; estaba muy metida en la montaña, donde nadie tenía cobertura en ningún jodido sitio. Hace dos años había estado allí. Entonces la vi muy profesional. Elaboraban productos derivados de la weed, tenían su marca registrada, página de Facebook y creo que el tipo la vendió o se hermanó con otra granja. Esta vez hacía mucho frío, había osos (aunque sigo sin ver un puto oso, solo escorpiones y culebras), pero nada, solamente fueron tres fríos días. Mejor, porque una carpa militar no era suficiente para esa temperatura. Haría pound y medio o dos al día: unos doscientos dólares.
Casi al mismo tiempo, unos colegas se metieron en una casa de esa zona. La alquilaron ya con focos y todo, lista para plantar. Bueno, mi coche está allí ahora, bajo una lona con todas mis cosas dentro para el año que viene: teléfono, saco… El caso es que una noche fuimos a ver a Joseph Marley, uno de los tantos hijos de Bob, y al volver la policía había entrado en las granjas y en la casa de los colegas. No les abrieron procedimiento ni nada, pero tuvieron que volver a empezar todo otra vez. El vecino redneck que estaba encargado de la plantación de al lado solía salir por la noche a tirar cuatro o cinco tiros al aire, pero esa noche no celebró nada. El tipo estaba a cargo de una montaña entera. La poli le dio dos semanas para abandonar el terreno y dejarlo todo como si nunca hubiese habido nada allí, debía quitar hasta las raíces, bajo pena de veinticuatro mil dólares diarios. Eso está pasando bastante ahora.
He escuchado que una vez que están legales tienen que tener todas las plantas etiquetadas con una especie de código de barras, que incluso desde el helicóptero tienen la forma de contar cuántas plantas hay, un microchip o algo parecido debe de ser. Así les pueden multar si están plantando de más; eso sí, una vez que son absolutamente legales. Se están poniendo muy difíciles las cosas para quien quiere entrar en lo lícito. Han entrado en las granjas de mucha gente. Han cerrado muchas. Había alguna a la que ya sabíamos que no podíamos ir porque iba a caer. Ahora no se centran en nosotros, pero se está cerrando el cerco y cada vez hay menos granjas ilegales. Seguirá habiendo, pero no tan grandes.
Veo más fácil que las granjas jueguen con la legalidad, que sean semilegales y que planten el triple de lo permitido. Parece que están usando tecnología muy potente porque, ¡joder!, lo del helicóptero para chequear el número de plantas me parece una locura. De hecho, dicen que van a tener que justificar cuánto han sacado de cada planta y a dónde fue. Quieren trackear desde que se planta hasta que se vende. Capitalismo puro y duro aplicado a granjas. Habrá grandes terratenientes que tengan varias farms. Otra cosa que tampoco tengo claro es el mercado; estuve en una granja en la que había salido una remesa de plantas con cañamón, que se había polinizado, y a los que lo iban a comprar, que eran del mercado legal, les pusieron muchas trabas y el propietario acabó vendiéndola en el mercado negro. No sé bien cómo saben para dónde van las ventas.
Inspectores y helicópteros
Cuando llegamos, supuestamente, iba a venir un inspector y nos hicieron dejar limpio todo porque en esa época, supuestamente, no se podía cosechar. Este año había ya muchas granjas en el proceso de legalización; todas en tránsito, legales del todo no conozco ninguna. Hay inspectores que, periódicamente, van a las granjas en proceso y se encargan de controlar cómo obtienen el agua, calculan la producción, estudian el tratamiento de residuos, el impacto ambiental, cómo están erosionando la zona, el acceso a la granja… En definitiva, supervisan que se cumplan ciertas normas de seguridad y que se respete lo máximo el medioambiente. Es como que les dan un año para hacer ciertas cosas y pasado el tiempo vuelven. Entonces, si no están cumpliendo los requisitos, les pueden sancionar.
En una de las granjas, en la segunda que estuve este año, hablaban de que el camino tenía que ser más ancho, lo que conllevaba traer maquinaria y demás. No todos tienen el dinero suficiente para cumplir todo lo que piden. Las pequeñas granjas se están quedando bastante fuera. Siempre que venía algún inspector nos íbamos de allí. De todos modos, creo que ellos se centran más en la limpieza que en las tiendas de campaña y en quiénes están ahí, y si están de legales o ilegales. De momento, es así, imagino que eso vendrá luego.
Y los helicópteros, como siempre, constantemente: ya no sabes si son por incendios o por control. Este año en California se volvió a prender fuego, pero creo que fue más por Los Ángeles, porque en el norte no hubo mucho. Yo lo vi todo superverde y bonito.
Huelga de trimmers
Trabajé con un propietario que tenía varios terrenos y estaba en proceso de hacerse legal. Era mi tercer año con él, y llevaba ya como diez días. Y tenía colegas que incluso, anteriormente, habían hecho las dos temporadas del año con él. Este año seríamos unos veinticinco: éramos como nueve colegas y varios mexicanos y costarricenses. Los de Costa Rica llevaban bastante tiempo allí; ellos sobre todo se encargaban de las labores de campo; hacen temporada larga y trabajan por hora: tienen otros convenios.
El caso es que este año hubo mamoneo con el dinero. El propietario nos dijo que nos iba a pagar a doce dólares la hora y que no nos iba a dar nada hasta que no termináramos con todo. Eso nunca había sido así, por lo tanto, los nueve colegas y algún mexicano decidimos hacer huelga; nadie más nos siguió. Los demás estaban como acojonados: esquiroles. Todos siguieron trabajando menos diez o doce, que estábamos armando corrillos. Pasadas unas horas fuimos a hablar con el jefe de la cosecha, al frente estuvo una compañera mexicana, que hablaba muy bien inglés y que era muy diplomática. Así conseguimos quince dólares por hora y ciento treinta dólares por pound. Fue una negociación importante porque era retroactiva, llevábamos muchas horas ahí invertidas.
En esa granja siempre me gustaba trimear porque no eran exigentes con la calidad; podías trimear sin pasarte de listo. ¿Qué pasó?, pues que, inmediatamente, empezaron a devolver bolsas enteras. A un compañero le devolvieron ocho, quizá serían dieciséis pounds, que le tocó volver a repasar. A mí no me devolvieron ninguna porque soy muy pulcro, aunque no me conviene, pero no puedo evitarlo. Fue el principio del mal rollo tras la negociación. Lo peor es que nos obligaron a trimear unas marañas, unas puntas que no valían para otra cosa más que para destruirse. Pues los tíos se pusieron exigentes e incluso nos devolvieron pounds de esa mierda. Ya habíamos estado allí tres semanas o así, trimeando, pero también moviendo tierra y trabajando al sol.
Nosotros ya no nos queríamos quedar más porque nos había salido otro trabajo. Los jefes nos amenazaron diciéndonos que por irnos antes de tiempo no nos iban a pagar según el acuerdo. A los que se quedaron les pagaron, pero nosotros tuvimos que insistir en llamar y meter presión varias veces hasta que nos pagaron los últimos de los últimos. Al final no nos remuneraron según el acuerdo, así que a esa granja no volveré. No solo hubo malos rollos con ellos, sino también con los que no hicieron la huelga y cobraron según el acuerdo que nosotros peleamos. El ambiente estaba bien hasta que discutimos; después de eso se pudrió todo.
De las tijeras Chikamasa a la zarpa del oso
Este año poco pisé la calle, pero lo poco que la pisé estuve en Garberville antes de que empezase la segunda remesa, y no había nadie. Supongo que porque la gente que hay rápido encuentra sitio para trabajar; también creo que ha bajado bastante el número de personas y el de granjas. Muchos de los contactos que teníamos eran de farms que las han cerrado o las han absorbido. Tengo amigas que han ido con contactos tras haber estado hace años y se han vuelto con menos dinero que con el que habían salido de casa. No está esto para llegar de primeras a buscar trabajo o para venir a aprender. Si tienes a gente cerca que te enseñen todos los trucos, pues mejor.
Hay colegas que están todo orgullosos porque ya no usan tijeras para trimear. Para ellos ya es todo manual con el backing down, la zarpa del oso: se deshace la hoja y los cogollos se van limando entre sí y ya, de paso, para finalizar, todo se puede txitxikear, y depende la caña que le metas, pero te puede quedar casi hecho. Solo te quedan los palitos, quizá por eso la gente se deja las uñas. Eso sí, sin los jefes delante. A veces es contraproducente, porque estás tirando mucho tricoma. Yo les doy en esto la razón a los granjeros, si no: ¿por qué saco yo siempre de cada bolsa medio pound más que los demás? Pues es para mosquearse. Yo probé la técnica dos días: un día hice seis pounds y otro siete. Justo ese día tocaban los Toots and The Maytals, menos mal que no fui.
Este año el precio del pound andaba entre los ciento veinticinco y los ciento veinte dólares. Puede que ciento cincuenta en alguna granja, pero nosotros no le damos importancia a eso. Puede estar bien pagado y ser una pesadilla de hierba. He oído que hay granjas que te pagan por ramas y que hasta que no terminas una no te dan otra. Y eso, aunque me lo pagues a doscientos, no lo hago. Prefiero tener carta blanca y que me paguen menos. Este año he tenido rachas de cuatro pounds al día, que son quinientos dólares y trimeando bien. Luego hay gente más salvaje, más obcecada, que van a saco y que hacen el over all, el txikitxki o cualquier otra burrada. Se desperdicia mucho, pero si te lo aceptan y el jefe tiene prisa porque va para el mercado negro, pues ya está. De hecho, uno tuvo tanta prisa que metió a un grupo de chicos de Laos porque quería hacerlo todo muy muy rápido. El que supervisaba nuestro trabajo se fumaba mil porros al día y ni sabía contar los pounds; se le iba la olla un montón. No había control alguno.
¡Chúpate esa, Netflix!
Un día apareció una mujer caminando por la montaña hacia nuestra granja. Gritaba: “¡No disparen!”. Parece ser que el día anterior dos tweerkes (‘yonquis’) se habían estampado por ahí cerca: uno se quedó en el coche, imagino que lastimado, y otro se dio a la fuga armado con un machete. Al día siguiente había muchas redadas y parece ser que esta chica iba con una camioneta cargadita, vio a la poli, la dejo por ahí tirada y se perdió por el monte. A mí me pilló en el baño. Cuando me quise dar cuenta todo el mundo se había ido corriendo, la granja vacía y yo me quedé solo metido en el baño. Finalmente, la poli entró en varias granjas, pero en la nuestra, no. A partir de esa redada me daba cosa sacar mi coche de ahí.
A un colega le contaron que en una granja había unos trimmers currando y aparecieron unos mexicanos a caballo. Robaron todo. Llegó la policía y les encontraron ahí atados. Igual falta información y había un camión fuera, no sé.
El mismo colega trabajó en una granja, creo que por la 36. Los encargados eran de Puerto Rico y llevaban metralletas y caretas de payaso. Les despertaban pegando patadas a las tiendas; todo un rollo militarizado. Había un camino que llevaba a una casa y les decían que si se metían por ese camino les mataban. A mí si alguien me empieza con esos rollos no esperaría que me fuese a pagar.
Hasta aquí mi historia. El año que viene, más.