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Cultura / Reportaje

La utopía del cáñamo

Realidades, potencialidades y mitos

Realidades, potencialidades y mitos
Ilustración: Martin Elfamann

Desde hace años, en los mentideros cannábicos, se habla del cáñamo con gran vehemencia porque se considera que tiene un potencial sin parangón. No es baladí que algunas voces apunten que posee más de diez mil aplicaciones. Esta ingente cantidad comporta que la industria cannábica trabaje para recuperar los usos industriales del cáñamo. La retórica en torno al cáñamo industrial deriva en aseveraciones extremadamente indulgentes que casi llegan a considerarlo como la planta que “salvará el planeta”. Estas posiciones utópicas se fundamentan en evidencias endebles, poco contrastadas, e incluso, en ciertos momentos, rozan la fantasía. En este artículo analizamos la lógica subyacente de la utopía del cáñamo.

El largo recorrido del cáñamo

No dudaría en considerar a Jack Herer como el padre del movimiento procáñamo. Herer, en su libro El emperador está desnudo, presenta un conjunto de datos para demostrar que el cáñamo fue desterrado de la industria textil por una oscura conspiración que quería propulsar las fibras sintéticas en los mercados internacionales. En el citado libro se sientan las bases del pensamiento que aún perdura con una salud envidiable, es decir, el cáñamo puede revolucionar la producción industrial y puede garantizar la calidad ecológica del planeta. Herer consideraba que el cáñamo podía convertirse en una alternativa factible al petróleo. Por ejemplo, el biocombustible producido con cáñamo debe permitirnos abandonar la gasolina y el gasoil, o las fibras de cáñamo deben funcionar como alternativa a las fibras textiles, producidas a partir de combustibles fósiles, como el nailon o el poliéster, así como fibras naturales como el algodón. El Emperador del Cáñamo también señalaba que la planta de marras ofrece materiales de una gran calidad para construir edificios sostenibles, o puede emplearse para montar la carrocería de vehículos, como podemos ver en el Hemp Museum de Barcelona. Valga decir que, si Herer prendió la mecha del cáñamo como alternativa productiva y ecológica, Ben Dronkers –el fundador de Sensi Seeds y propietario del citado museo– ha sido el máximo valedor del cáñamo durante la larga noche prohibicionista. En este sentido, para hacer tales aseveraciones Herer manejó unos datos sobre la eficiencia y la calidad de las fibras de cáñamo que el doctor en agronomía Hayo van der Werf rebajó substancialmente. En este caso, hay muchas voces favorables al cáñamo, pero pocas evidencias de que las expectativas sean verosímiles.

Sí, Herer prendió el quinqué que aún nos alumbra, pero pocas voces han revisado la calidad de la luz. Si el cáñamo tiene tantas potencialidades, ¿por qué no se explotan más? Alguien podría decir que es por culpa del celo prohibicionista, aunque en este caso debemos apuntar que, según la European Industrial Hemp Association (EIHA), en el 2017 se cultivaron en Europa treintaitrés mil hectáreas de cáñamo; superficie en claro aumento desde el 2008, cuando apenas se alcanzaron las diez mil hectáreas. Apuntar que la aportación española es testimonial, con ciento noventa y cinco hectáreas, a años luz de Francia, líder indiscutible de Europa, con catorce mil quinientas hectáreas. ¿En Europa ha habido algún cambio legislativo sustantivo para justificar que la prohibición era la responsable del casi abandono del cultivo del cáñamo? No, ninguno. En Europa siempre ha sido legal plantar cáñamo (con menos del 0,2% de THC). Si el cultivo de cáñamo perdió fuelle fue debido a la imbricación de factores relacionados con la eficiencia, la productividad y el propio mercado, que expulsó al cáñamo. Sin ninguna mano negra de por medio. Es más, el cultivo de cáñamo en algunos países europeos ha mantenido su actividad gracias a las subvenciones de la Unión Europea a través de la afamada, a la vez que criticada, Política Agraria Común (PAC). Si en los últimos años el cáñamo ha despertado mayor interés es porque se considera que puede volver a ganar cierta cuota de mercado, sin que ningunos oscuros intereses lo hayan impedido.

La conquista de la utopía

Ilustración: Martin Elfamann

La idea de que el cáñamo es el antídoto a los males que acechan a la humanidad toma fuerza en el informe Cannabis & sustainable development. Paving the way for the decade in Cannabis and hemp policy (‘Cannabis y desarrollo sostenible. Allanando el camino para la década en la política de cannabis y cáñamo’), publicado por FAAAT Editions. El informe presenta un objetivo muy ambicioso: demostrar cómo el cannabis puede ayudar a conseguir la Agenda 2030 de desarrollo sostenible propuesta por Naciones Unidas. La idea es espectacular. La reforma de las políticas del cannabis, en consonancia con los derechos humanos, debe permitir obtener un mundo más justo y más humano. A lo largo del informe, de fondo pivota la pregunta: ¿cómo el cáñamo puede ayudar a convertir el mundo actual en un mundo mejor?

El informe se divide en diecisiete capítulos, uno por cada objetivo de desarrollo sostenible. En ellos encontramos, por ejemplo, cómo la economía del cáñamo ayudará a acabar con la extrema pobreza en todas sus formas y en todos los sitios, o cómo unas políticas del cannabis centradas en los colectivos pueden ayudar a acabar con el hambre en el mundo y con las desigualdades de género, o como pueden permitir crear un sistema de producción energética más sostenible y eficaz, entre otros objetivos. No es que se presente el cáñamo como responsable último de la solución a problemas estructurales y endémicos, pero sí que se presenta como un importante activo, que por ahora está siendo menoscabado y que requiere de más atención. Para cada uno de los objetivos, el informe analiza cómo el cáñamo y unas políticas del cannabis más pragmáticas ayudarían a conseguir los objetivos de la Agenda 2030. El trabajo es riguroso y presenta unos argumentos que sobre el plano teórico funcionan muy bien, pero nos genera dudas de hasta qué punto el cáñamo y el cannabis pueden ayudar a conseguir los objetivos de la Agenda 2030.

Nuestro bagaje en ciencias sociales nos hace vislumbrar un futuro poco halagüeño. Es idóneo que Naciones Unidas articule un plan para mejorar la calidad de vida de toda la humanidad, con especial atención a los más pobres de los países más castigados por la historia, pero los acontecimientos de la realidad social nos hacen pensar que no solo no se conseguirán los objetivos de la Agenda 2030, sino que en diez años los procesos de dualización social y empobrecimiento de grandes capas de la población harán que el escenario en el 2030 sea peor que el de hoy en día. Las bases filosóficas y teóricas del sistema económico hegemónico actual son totalmente incompatibles con la Agenda 2030. Mientras este perdure, difícilmente podremos mejorar la existencia de “los Nadies”, aquellos que Galeano nos enseñó que cuestan menos que la bala que los mata. Y, ante esta cruda realidad social, la reforma de las políticas del cannabis difícilmente podrá ayudar a cumplir con la Agenda 2030.

Claro, si toda la riqueza generada por el cáñamo se quedase en manos de las comunidades, algo podríamos avanzar, pero ya sabemos que las grandes corporaciones ya han decido cómo ejecutar la reforma, y eso implica que “los Nadies” continuarán siendo el eslabón más precario y castigado de la producción, mientras que los señores trajeados pesarán en su mansión los billetes de la legalización. Por tanto, en este caso ya no se trata de las capacidades del cáñamo como generador de riqueza, sino de la capacidad de las comunidades en quedarse con el negocio. Son dos escenarios en que poco importan las características de la planta.

Hacia el pragmatismo

Ante los discursos que entienden el cáñamo como la piedra filosofal del siglo xxi, necesitamos más estudios científicos para aquilatar, en su justa medida, el potencial del cáñamo. El cáñamo presenta ciertas potencialidades, pero no podemos poner todos los huevos en el mismo cesto (de cáñamo). No podemos confiar en una planta la solución a problemas de largo calado. Además, el lanzamiento al mercado de muchos productos de cáñamo representará un fracaso estrepitoso. Quienes van a ganar serán los de siempre, aquellos que manejan estratégicamente los valores en bolsa de las empresas. Harán dinero con la especulación, pero no con el cáñamo.

No hay duda de que una planta de ciclo anual puede ayudar a evitar la desforestación y a substituir los combustibles fósiles. Es una alternativa atractiva en términos ambientales, pero con demasiada facilidad nos acechan preguntas con respuestas incómodas. ¿Por qué la carrocería de los coches no se hace de cáñamo? Porque las aleaciones de hierro y aluminio son más seguras, más resistentes y más efectivas. ¿Por qué no se emplea el cáñamo para fabricar casas? Porque la ladrillos de cáñamo son menos duraderos y más sensibles a la humedad que los clásicos ladrillos. Sin duda el cáñamo es más barato que los metales y la mayoría de los materiales para la construcción, pero no puede competir en seguridad y calidad. Solo en el ámbito textil, es decir, en su uso original, es donde el cáñamo está empezando a obtener mejores resultados. A modo de ejemplo, destacar como Levi’s en su nueva colección incorpora prendas de vestir hechas de cáñamo algodonado. No hay lugar a duda: los únicos productos de cáñamo que se mantendrán en el mercado serán aquellos netamente competitivos. De las más de diez aplicaciones que dicen que tiene el cáñamo, dudamos de que unas pocas decenas sean la mejor alternativa frente a sus competidores.

En los próximos años veremos hasta qué punto la industria del cáñamo puede conseguir cuotas de mercado en los más dispares ámbitos. Hay margen de recorrido, pero haremos bien si evitamos expectativas irreales.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #267

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