Adolescente identitaria
La posición identitaria adolescente se compone de adolescentes para los cuales el cannabis ocupa un espacio central en su vida cotidiana. La sustancia les reporta rasgos identitarios, sus consumos funcionan como ritual de paso y les ofrece ciertos niveles de bienestar. La mayor parte de su tiempo libre discurre bajo los efectos del cannabis. En los tiempos formales el cannabis también adquiere notoria importancia. Algunos fuman por la mañana antes de entrar al instituto o durante el recreo. Durante el resto del día, siempre que la disponibilidad lo permita, fuman cuando tienen la más mínima oportunidad. En consecuencia, los consumos son diarios e intensivos, más de cinco porros al día, siendo habitual alcanzar la decena. Durante las celebraciones del calendario anual pueden fumar cantidades aun superiores.
La gran mayoría compatibiliza cualquier tarea cotidiana con los efectos del psicoactivo. Desempeñar el quehacer, con mayor o menor soltura, depende de la dosis administrada y de la exigencia de la labor. La mayoría reconoce que fumar porros, a menos que la dosis sea ingente, es compatible con todas las faenas, incluso las tareas académicas. Otros apuntan que el cannabis y prestar atención en clase es un oxímoron, aunque conocer esta realidad no es impedimento para asistir colocado al instituto, con el consecuente escaso rendimiento escolar. La mayor parte consume diariamente; si no lo hace se debe más a la escasez de la sustancia que a una decisión voluntaria. La precariedad económica es el principal factor limitante. Algunos fumarían más intensamente si el dinero se lo permitiese, pero depender económicamente de sus progenitores se lo impide. El grupo de amistades y el contexto son fundamentales para dar cuenta de esta posición. El grupo ofrece cobertura a los consumos: los posibilita y los potencia. Aunque pueden fumar en solitario, prefieren el calor y la compañía de los compañeros.
Los parques son el contexto preferido para consumir. Si la zona de residencia lo permite, frecuentan espacios naturales como bosques, montañas o las inmediaciones de los ríos. Estos lugares cumplen la condición de separación y margen de las ceremonias de ritual de paso propias de la adolescencia. Fumar porros en un espacio liminar les permite experimentar la sensación de abandonar la vida infantil y performativizar la llegada a la vida adulta. Como mayor sea el deseo de evadirse de las reglas adultas y como más habituales sean los conflictos con las instituciones de referencia (colegio, familia…), mayor será la necesidad de buscar espacios de margen donde poder hilvanar la propia identidad. El cannabis es cardinal en la construcción de la identidad de estos adolescentes. En la mayoría de los casos, el estatus que otorga ser consumidor es positivo, tanto para sí mismos como para terceros, aunque esto no impide que una parte sustancial de jóvenes desdeñen de los fumadores. El consumo de algunos monopoliza la mayor parte de su tiempo y es el hilo conductor de sus conversaciones. Esta prominencia discursiva comporta que el psicoactivo les otorgue cierto estatus en el universo de sus relaciones adolescentes.
Adolescente recreativa
La posición adolescente recreativa está compuesta por adolescentes de trece a veinte años. En términos absolutos esta es sensiblemente más numerosa que la adolescente identitaria. A pesar de que algunos presentan una frecuencia relativamente elevada, el escaso impacto del cannabis en su identidad les hace diferenciarse de la otra posición. En relación con las tareas cotidianas, nunca compatibilizan los consumos con las obligaciones. Los estudiantes nunca fuman ni antes ni durante las horas lectivas. Los trabajadores nunca lo hacen durante la jornada laboral. Por tanto, nunca fuman por las mañanas. La gran mayoría consume exclusivamente durante los tiempos de ocio, especialmente a lo largo de la tarde-noche del fin de semana.
Más allá de la frecuencia, la característica definitoria de esta posición es que el cannabis representa un aspecto secundario o totalmente accesorio en su vida y, en consecuencia, la sustancia se desvincula de cualquier proceso identitario. Esta desvinculación es capital, ya que, si deja de simbolizar aspectos identitarios, los consumos son menos intensivos, menos frecuentes, más críticos, más sensatos y se reservan para momentos especiales. Y, lo más importante en clave de salud colectiva: disminuye casi a la mínima expresión la probabilidad de que aparezcan problemas severos. El cannabis, aunque desvinculado de procesos identitarios, también funciona como ritual de paso. Eso sí, las ceremonias de consumo se reservan para momentos puntuales vinculados al ocio nocturno.
Autoatención recreativa
Esta posición es la evolución “natural” de los adolescentes recreativos que persisten en consumir cannabis. También pueden incorporarse los adolescentes identitarios para los cuales el cannabis pierde centralidad identitaria. El consumo de cannabis en los tiempos de ocio funciona como práctica de autoatención para mitigar los malestares emocionales derivados de una cotidianidad asfixiante. Para estos consumidores, el consumo de cannabis representa una actividad secundaria en su vida cotidiana y en ningún caso se vincula con procesos identitarios. Los consumos vinculados a las prácticas de autoatención por definición se desvinculan de cualquier problema. Pueden buscar la autoatención tanto en solitario, en un contexto privado, como en compañía durante las salidas nocturnas. Aunque los consumos se produzcan durante el ocio nocturno también los consideramos consumos vinculados a la autoatención. Salir de noche en compañía de las amistades es una práctica de autoatención porque ayuda a evadirse de los corsés de la vida cotidiana.
Las personas situadas en esta posición en ningún caso ejecutan sus obligaciones bajo los efectos del cannabis; para ellas hacerlo es un indicador de consumo problemático. Algunas consumen (casi) todos los días después de cumplir con sus responsabilidades, en solitario o en compañía de alguna amistad, pero siempre por la tarde-noche, cuando saben que no deberán atender a ningún compromiso o realizar alguna tarea incompatible con los efectos. Estos usos constituyen una práctica de autoatención porque el objetivo es relajarse, “desconectar del mundo exterior” y aumentar las cuotas de bienestar. Para obtener los efectos deseados necesitan uno o dos porros, raramente emplean cantidades superiores. Otros nunca fuman durante los días de diario ni tampoco en solitario. Consumen exclusivamente durante las reuniones con los amigos. Conceptualizan el cannabis como una sustancia que les reporta beneficios y hace más divertidos los encuentros sociales.
Identitaria cotidiana
En esta categoría encontramos los jóvenes que abandonan la posición adolescente identitaria y se incorporan al mundo juvenil-adulto con el rasgo identitario de consumir cannabis. Más improbables, aunque posibles, son otros itinerarios. La característica definitoria de esta posición es que los consumidores fuman diariamente y la casi totalidad de ellos compatibilizan sus obligaciones cotidianas con los efectos cannábicos. Muchos de ellos lo toman por las mañanas, algunos inmediatamente después de levantarse. Si en la posición autoatención recreativa es habitual el porro de las “buenas noches”, para esta lo es el porro de los “buenos días”. El cannabis constituye un rasgo identitario capital. Tal centralidad modula sus relaciones personales. Aunque pueden mantener amistades alejadas del mundo del fumeteo, pasan gran parte de su tiempo libre con otros consumidores. Las dinámicas cannábicas implican las visitas recurrentes a contextos netamente cannábicos o con altos niveles de tolerancia. El mundo de la planta adquiere notoria importancia en sus conversaciones cotidianas. En este sentido, tal y como nos apunta la psicología discursiva, el lenguaje modula y da forma a nuestras prácticas, discursos e identidades, es decir, a nuestra forma de estar en el mundo. Por lo tanto, los significados sobre el cannabis atraviesan el yo de los consumidores y posibilitan la emergencia de identidades comprometidas con todo aquello que remita a cannabis.
Terapéutica
La posición terapéutica se aleja sensiblemente de las otras posiciones. El rasgo definitorio es que utilizan el cannabis con finalidades terapéuticas para mitigar las dolencias derivadas de enfermedades, en ocasiones graves o terminales, como, por ejemplo, dolor crónico, enfermedad de Crohn, epilepsia, VIH/SIDA, cáncer, glaucoma, esclerosis múltiple, artritis, entre otras. No es el espacio ni el objetivo de este texto aportar dato alguno sobre la eficacia y la efectividad del cannabis para tratar/mitigar dichas enfermedades, sino presentar las particularidades sociales de esta posición. Los consumidores terapéuticos los podemos dividir en dos grandes categorías. La primera, los que emplean el cannabis bajo supervisión médica, sigue la posología, la dosificación y la presentación cannábica indicada por el galeno experto en tratamiento con cannabinoides. La segunda, los que lo utilizan sin supervisión profesional. En algunos casos pueden haberse visitado con un médico experto en cannabis, pero sus fuentes de conocimiento son las lecturas (libros, revistas o internet) y, sobre todo, su propia experiencia y bagaje. A partir de la combinación de toda la información disponible sacan sus propias conclusiones, establecen su dosis, posología, vía y presentación que consideran más adecuada. La automedicación les genera dudas porque desconocen a ciencia cierta la idoneidad y la efectividad de sus actos. La toma de decisiones a la hora de establecer cuál es la presentación más ajustada está claramente afectada por la sobreinformación disponible en la red, gran parte de ella inexacta o contradictoria.
Problemática
La naturaleza de los problemas y la intensidad pueden variar significantemente en los situados en esta posición. Algunos sufren leves molestias como taquicardias, mareos o ansiedad, que remiten cuando cesan los efectos. Otros sufren dolencias más graves, como paranoia o manía persecutoria, que se manifiestan aunque no estén bajo los efectos del psicoactivo y se agudizan cuando lo están. Otros presentan problemas de adicción, con los percances inherentes de sufrirlos. La génesis de los problemas es, en la casi totalidad de los casos, de orden sociocultural, muy especialmente producto de socializaciones deficientes con continuos conflictos en el seno familiar y escolar. Una vez llegada la adolescencia, consumir intensa y habitualmente se convierte en un mecanismo identitario y vía de fuga de una realidad asfixiante. Los mecanismos de control sobre los propios consumos son mínimos, e incluso entendidos como innecesarios, en consecuencia, los problemas hacen acto de presencia sin demasiada demora. En algunos, posicionarse en ángulos problemáticos les permite performativizar identidades transgresoras y subversivas porque abrazan el peligro y el desafío como el estilo de vida deseado. En algunos, los inconvenientes entroncan con dolencias de salud mental. Los diagnosticados de patología dual se vinculan a recursos asistenciales casi de forma crónica, y su pronóstico es extremamente complejo.