¿Ustedes recuerdan aquella movida de EuroVegas? Sí, aquella jugada, cuanto menos bochornosa, en que la politiquería madrileña y catalana se tiraban los platos por la cabeza mientras competían para agasajar al magnate de Las Vegas, Sheldon Adelson. Después de hacerles bailar la cabeza, aunque dijo que haría EuroVegas en Alcorcón, al final se fue con los millones a otra parte y todo quedó en nada. ¿En nada? La obra faraónica como tal no se hizo, pero sí que supuso un revulsivo para la industria del juego. Algunas voces no dudan en apuntar que la idea se troceó y se llevó a todos los barrios obreros del país.
No cabe duda de que son tiempos dulces para la industria del juego. Solo hace falta ver los millones que factura cada año. Pero estos buenos resultados son el producto de años de trabajo que ahora se traducen en beneficios. Entre los diferentes méritos que le podemos reconocer a la industria del juego, creo justo destacar el hecho de que ha conseguido asociar, especialmente entre los más jóvenes, deporte con juego. Esta asociación implica que apostar forme parte del espectáculo del deporte como un elemento más. Una evidencia de esto es la cantidad de anuncios publicitarios que hacen antes, durante y después de un partido, para vivir más “intensamente la emoción” del deporte. Esta normalización, casi banalización, del juego de azar, implica unos riesgos, pero no es comparable con lo que supuso la crisis de la heroína de los ochenta.
La dimensión social del juego
El escenario de los juegos de azar ha experimentado una revolución desde la irrupción de las apuestas en línea. Estas han catalizado el negocio del juego de azar y han posibilitado la creación y/o expansión de multitud de casas de apuestas. En España, históricamente, la inmensa mayoría de la población solo jugaba en los sorteos promovidos por el Estado, con una gran carga popular y comunitaria, como es el sorteo del Gordo de Navidad y el Niño. En menor medida, pero totalmente integradas en la normalidad social, encontrábamos peñas de amigos que jugaban colectivamente a la Quiniela, a la Primitiva o al sorteo semanal de la Lotería Nacional. La iniciativa privada en el juego de azar ofrecía bingos, casinos y máquinas tragaperras, pero, en términos generales, tenía un peso poco importante en el ocio de los españoles.
España disponía de muy pocos casinos, situados en las periferias de las grandes ciudades y de las zonas turísticas; su ubicación, así como su connotación de glamur y gente de dinero, limitaban extremadamente el acceso a una gran parte de la población española. Los bingos, aunque con un componente más popular, se situaban en los centros de las ciudades, y durante décadas mantuvieron un porcentaje de clientes estable y no despertaban mucho interés entre los jóvenes. El modelo de negocio de los bingos parece agotado con la irrupción de los juegos en línea, como así lo evidencia el hecho de que en los últimos años, debido al poco volumen de negocio, algunos han cesado su actividad.
En este escenario histórico del juego, el porcentaje de jugadores era relativamente bajo (más allá de los sorteos del ciclo anual), y los trastornos por juego patológico, aunque presentes, habían mantenido prevalencias relativamente estables durante décadas. Esta realidad ha cambiado por completo. La representación social que manejaba la mayor parte de la población, que entendía el juego desde una dimensión popular y esporádica, se está diluyendo. La antigua representación funcionaba como mecanismo de protección. En cambio, en la actualidad, el juego en línea se vuelve silencioso y solitario porque no existe ninguna representación social asociada a su uso que funcione como mecanismo de protección.
Salones de juego y tecnologías
Gracias a las tecnologías, las personas pueden jugar en cualquier momento todos los días del año. Antes un jugador debía desplazarse al bingo, al casino o al menos hasta el bar de la esquina para jugar a la tragaperras. Ahora, gracias a los centenares de aplicaciones y páginas web dedicadas al suculento negocio del juego, una persona puede jugar en pijama desde el sofá de su casa. Antes el juego de azar obligaba a la presencialidad y a interactuar con otras personas. Ahora puedes fulminarte todos los ahorros sin necesidad de abrir la boca. Y antes era necesario tocar el dinero, que más o menos, ofrecía al jugador una perspectiva de cómo los billetes iban volando. Ahora no se toca ni un céntimo y el dinero solo es un pequeño marcador de la pantalla. Todos estos elementos catalizan y facilitan el juego.
La gran mayoría de los jugadores lo hacen por placer y le dedican un tiempo muy limitado. Solo una minoría apuesta compulsivamente. Y, si hay un deporte que posibilita la compulsividad en las apuestas, este es el tenis. Piensen que las casas de apuestas permiten apostar a cada punto del partido. ¿Cuántos puntos hay en un partido de tenis? Centenares. Imagínense la locura en que se puede convertir un partido de tenis. Mayor será la locura si se están jugando diversos partidos a la vez. Pero la compulsividad del juego es totalmente anecdótica si la comparamos con la que se produce con los consumidores de heroína.
La apertura de salones de juego en los barrios obreros es una realidad innegable. La distribución territorial de estos salones obedece a criterios comerciales, es decir, están donde está el cliente. No buscaría más explicaciones ni intentaría explicarlo a través de teorías conspirativas. No volvamos a caer en la trampa de explicar este fenómeno a partir de la idea de que es una estrategia del poder para arruinar a los jóvenes revolucionarios. Aunque no cabe duda de que cuanto mayor sea la oferta, más posibilidades hay de jugar. Y no olvidemos que llevamos todos nosotros en nuestro teléfono toda la oferta del mundo.
¿Los jóvenes, los nuevos ludópatas?
Los jóvenes son el colectivo más expuesto a las apuestas en línea, especialmente deportivas. A ellos se dirigen las estrategias de captación y en ellos pueden tener mayores resortes. Las casas de apuestas anuncian la posibilidad de grandes premios de manera inmediata, es decir, una gratificación instantánea. Los valores de los jóvenes actuales, de naturaleza consumista y presentista, concuerdan claramente con las promesas que hacen las casas de apuestas. Mensajes de “aquí y ahora”, sin tener que pensar en un futuro incierto. Y, como una gran parte de los jóvenes quieren disponer de dinero de manera inmediata, pueden valorar como atractivo apostar, muchas veces bajo el influjo de un pensamiento ilusorio que les indica que van a ganar, y cuando no es así, se insiste hasta perder una suma notable de dinero. Las actitudes, los discursos y el sistema de valores de algunos jóvenes entienden como aceptable apostar en línea.
Los mensajes dirigidos a los jugadores, especialmente a los más jóvenes, apelan a la estrategia y a su conocimiento del deporte para hacerse con una suma importante de dinero. Todo recubierto de una imagen elegante, y en cierta medida glamurosa, que invita al juego. Si el mensaje y la imagen no es suficiente aliciente, las casas de apuestas compiten entre ellas para ofrecer los mejores bonos de bienvenida, bonos semanales, descuentos y otro tipo de estímulos monetarios. Además, es recurrente que las casas de apuestas y otros juegos en línea permitan el “juego gratis” (sin pérdidas ni beneficios) para que “aprendan a jugar”, es decir, una clara incitación al juego.
Las estrategias de captación, con una legislación pensada para los juegos de azar clásicos, catalizan la expansión del mercado del juego en línea, que mueve miles de millones de euros en todo el planeta. Unos jóvenes con unas perspectivas de futuro inciertas y poco halagüeñas se convierten en clientes potenciales porque les ofrecen recompensas inmediatas y emociones intensas, aunque esto sea solo durante un corto periodo de tiempo. Hipotetizamos que algunos perfiles de jóvenes, por sus condiciones de existencia y sus contextos de socialización, están más expuestos a las estrategias de captación en línea.
El objetivo de estas empresas es claro: captar clientes, fidelizarlos, estimular sus compras (apuestas) y obtener el máximo beneficio posible. Esta lógica empresarial, totalmente lícita en el actual ordenamiento jurídico y en el modelo de producción económica de los países europeos, implica serias controversias en el campo ético. Bien sabemos que el juego, cuando deriva en patológico, provoca enfermedades graves como la ludopatía, así como problemas económicos y sociales de suma gravedad. No obstante, en la actualidad, las casas de apuestas trabajan para presentar las apuestas, aunque implícitamente, como cualquier otra actividad de recreo y ocio, en que la responsabilidad del juego recae en el jugador. Tal vez estamos en la antesala de un fenómeno problemático derivado de los juegos de azar, pero estamos muy lejos de que el juego se convierta en la nueva heroína.